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CAPÍTULO UNO

Detours -Jordan Davis


Las decisiones que tomamos, cambian nuestras vidas.

Jessica salió de la agencia de viajes con un helado en la mano izquierda y un folleto en la derecha, empujó la puerta con todo el cuerpo, el sol de un verano naciente le acariciaba las mejillas, ya hacía mucho calor a pesar de que solo era junio y Santa Mar era una ciudad conocida por su brisa infinita, esa que no dejaba de soplar ni en los días más calurosos.

Levantó los ojos a un bellísimo cielo azul, las nubes estaban dibujadas en líneas rectas discontinuas, era como si se estuvieran dando la mano las unas a las otras y, más abajo, la luz del sol le otorgaba un toque cálido a todas las casitas bajas y tiendas que había a su alrededor. Le recordaba a sus lienzos, a los colores naranjas y azules que usaba para los dibujos que hacía en la universidad.

Jessica llevaba una sonrisa pintada en el rostro y un millón de sueños bajo las costuras del vestido.

Ese verano había cumplido veintitrés años y había terminado su segundo curso en Bellas Artes. Los brazos de su pareja la rodearon por los hombros, Blake le quitó el folleto y le echó un ojo. Estaban planeando sus próximas vacaciones, el cumpleaños de Jessica había sido unos días atrás pero no habían podido celebrarlo por los exámenes finales.

—¿Qué te parece Cancún? —dijo él. Ella le dio un mordisquito a su helado de vainilla y negó.

—Muy visto, ¿sabes cuántas veces he ido en los últimos cinco años? Tengo tantos dibujos de Cancún que es como si hubiera vivido allí toda la vida.

Llevaban dos días debatiendo cuál sería el destino perfecto para pasar un fin de semana solos pero no habían conseguido ponerse de acuerdo. Había pocas opciones que Jessica no hubiera visitado con su familia.

—Vale pues Tailandia, te dejo elegir si Ko Samui o Pa Tong pero no acepto un no por respuesta.

Ella se paró, Blake le robó un mordisco a su helado y luego se echó a reír.

Jessica estaba a punto de cruzarse de brazos y reprocharle que era imposible discutir con un futuro abogado pero alguien que caminaba en dirección contraria a la suya, chocó contra ella.

No alcanzó a ver de quién se trataba, solo que era un hombre muy alto y con el pelo castaño oscuro.

—Qué poco cuidado —dijo su novio.

Jessica sacudió la cabeza y lo agarró del brazo para que siguieran caminando. Al doblar la esquina, los dos se detuvieron.

Enfrente estaba la oficina de Claire, la madre de Jessica y distinguieron su cabellera rubia con su bolso blanco y esa sonrisa de lado tan característica de las mujeres de la familia Miller.

La saludaron con el brazo y la vieron caminar de largo. Jessica siguió con la mirada a su madre mientras se acercaba a su novio para susurrarle al oído, no era un secreto pero solo por si acaso, prefería decirlo en voz muy baja.

—Creo que está planeando unas vacaciones sorpresa para papá, lleva días muy rara.

—¿Por su aniversario? Qué fastidio, ese era el regalo que íbamos a hacerles.
Jessica le pegó un codazo y sonrió.

—Tonto, nuestro regalo es que vamos a dejar que se vayan solos de vacaciones por primera vez desde que nací. Se ha comprado maquillaje nuevo y hasta un perfume. ¿No es precioso que sigan queriéndose así después de tantos años?
Blake asintió y tiró de ella para pegarla más a su cuerpo. Luego le dejó un beso en la coronilla.

—Me parece precioso, se quieren tanto como nos querremos nosotros dentro de veinte años.

Jessica sonrió, estaba segura de que así sería.

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¿Cuando miramos al sol, alguna vez pensamos en los lugares en los que es de noche? Todas las historias son como una moneda, si la lanzas al aire siempre obtendrás la misma probabilidad de conocer un lado que del otro, son como el extremo de un hilo.

Las dos caras de una misma vida. 

Había muchas cosas que Halit detestaba, como por ejemplo el verano, a su padre o a las personas que comían por la calle como la chica con la que se había chocado y su helado de vainilla, que para colmo le había dejado una mancha en la camisa.

Al pasar por la cristalera de una agencia de viajes, Halit repasó con la mirada todos esos lugares con los que él ni siquiera se permitía soñar. El sol brillaba demasiado para su gusto y le molestaba en los ojos, tanto que le parecía que los negocios habían adquirido un color amarillo chillón.

Miró su reflejo, tenía una cita con una agente inmobiliaria en unos pocos minutos y le sudaban las manos. Esa era la parte que más le desagradaba de lo que hacía, el momento en el que se acercaba a esas mujeres, el momento en el que todo comenzaba.

El sonido de unos tacones caminando hacia él, hicieron que volviera en sí. Ahí estaba esa mujer, con un bolso blanco que costaba más dinero del que él había visto en toda su vida y un traje de alta costura que Halit temía estropear incluso con solo mirarlo.

Ella tenía un aura especial, el tipo de halo que rodea a las personas que tienen la vida resuelta y que Halit solo había visto en las películas y en esas mujeres de la alta sociedad con las que se codeaba pero a la que él nunca podría pertenecer. 

—Buenos días, Halit.

A él se le atragantó la voz y tuvo que reemplazar las palabras con una sonrisa unos pocos segundos antes de responder. Asintió. 

Ella estiró la mano hacia él pero, en lugar de estrecharla, Halit la tomó entre sus dedos y le dejó un beso en el dorso de la mano. Ella se ruborizó, ¿qué mujer no lo haría ante la presencia de un hombre tan atractivo como Halit?

Él era consciente del magnetismo de su mirada y se aprovechaba de su poder de atracción. No le gustaba hacerlo pero así era cómo comenzaba cada vez, su físico era el único arma del que un hombre como él disponía.

Después le sonreía, lo había hecho miles de veces y quizá después le haría un cumplido sobre su trabajo o sobre su traje. No es que le importaran ni lo uno ni lo otro, a Halit lo único que le interesaba de esas mujeres era el dinero que pudiera sacarles y los meses en los que no tendría que preocuparse por nada más.

Él era un inútil, tal y como su padre le decía antes de cada paliza. Había conseguido terminar la carrera de gestión de finanzas pero siempre sería el mismo niño inútil que solo intentaba sobrevivir. Engañar y estafar a las personas era lo único que se le daba bien. 

—Hola, Claire. Me alegro de volver a verte. 

Sonrió. Nunca terminaría de acostumbrarse a esa sensación de mentira pegada a la piel ni a todas las decisiones que llegaban después de ese inicio.

Halit las detestaba, a las decisiones que tenía que tomar y a sí mismo. Pero día tras día, cada vez que se levantaba, escogía seguir el mismo camino que había tomado años atrás. Porque sin importar las consecuencias que sus actos pudieran tener, no se arrepentía.

Si nadie nunca se había preocupado por él, ¿por qué debía él preocuparse por alguien más? Pasara lo que pasara y tuviera que hacer lo que tuviera que hacer, Halit nunca volvería a su vida anterior. 

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El destino es una línea de puntos que trazas con cada pisada. No es recto ni pulcro, no tiene una forma predeterminada ni es uniforme dependiendo de quién camina.

A veces el viento sopla y las pisadas se deforman, a veces la lluvia borra el camino trazado y embarra el que queda por trazar. El destino no tiene forma fija, no es como un diamante de docenas de quilates pulido con tal escrupulosidad que ni la más dura de las sierras puede arañar su belleza.

Es eso que cambia, se amolda, se estira y se derrite a veces. Lo forma quién anda, quién dibuja. Jessica había creído siempre caminar sobre cemento mojado y que ninguna fuerza, ni humana ni extracorpórea, podía derribar los cimientos de su futuro.

La cerradura hizo 'click' al abrirse pero cuando Jessica escuchó que su madre hablaba por teléfono, decidió entrecerrar la puerta y pegar la oreja. Habían pasado dos días desde que Blake y ella compraran un par de billetes para Ko Samui y desde ese momento, su padre había estado fuera.

El ayuntamiento de Santa Tierra, la ciudad vecina, había contratado a la empresa del padre de Jessica para que construyera un parque de pisos en las afueras, era la ocasión perfecta para que su madre organizara la sorpresa de su aniversario.

—No, mi marido ahora no está, no sabe nada… —susurró al teléfono. Jessica sonrió.

Estaba un poco triste pero al mismo tiempo, emocionada porque serían las primeras vacaciones que pasara separada de sus padres pero también sus primeras con Blake.

—¿Un crucero? —Claire rio— Me parece una idea magnífica. ¿Te parece que nos veamos en la cafetería de la calle 13 esta tarde?

Jessica cerró un poco más la puerta cuando su madre dio media vuelta. La vio a través de un ínfimo espacio, Claire tenía una sonrisa brillante y se mordía el labio mientras hablaba.

—Perfecto, ahí te veo entonces.

Cuando colgó, Jessica cerró de golpe. Lo hizo con suavidad para que no pudiera oírla y unos segundos después, volvió a introducir la llave con total normalidad y abrió. Su madre se sobresaltó al verla, se pegó el teléfono al pecho y suspiró.

—¿Te has asustado, mamá? —bromeó.

—No es eso hija, es que no te esperaba. Ya estaba a punto de irme, tengo una reunión.

Jessica apretó los labios y aspiró profundo. Olía al pollo recalentado de la cena y al fregasuelos de lavanda, al perfume nuevo de mamá y al suavizante favorito de papá. Olía a todas las cosas que más le gustaban. Cuando su madre fue a pasar por su lado, Jessica la agarró por el brazo y no pudo evitar sonreír.

—Muy pronto es vuestro aniversario, ¿has preparado algo para papá?

Claire apartó la mirada de los ojos de su hija.

—Tengo mucho trabajo ahora para preparar nada, saldremos a cenar o cualquier cosa de esas.

—¡Anda ya, mamá! Es vuestro aniversario de bodas, el número veinte. Sé que estás preparando algo especial, te prometo guardar el secreto —susurró con una sonrisa. Claire se separó de su hija y rebuscó en su bolso para asegurarse de llevar las llaves.

—No he preparado nada, Jessica. Déjalo ya, tengo que irme.

Después, sin decirle nada más ni dejar que Jessica protestara, Claire abrió la puerta y salió por ella como alma que lleva el diablo. Llevaba días evitando a su hija, ni siquiera la miraba a los ojos pero Jessica había creído que solo estaba nerviosa por el aniversario.

Sin embargo esa salida fue la gota que colmó el vaso, la puntilla que le dio el estocazo final. Le ocultaba algo, quizá tuviera miedo de que Jessica pudiera contar la sorpresa a su padre, pensó ella. Quizá solo fuera una tontería sin importancia. Pero cuando la puerta cortó el aire al cerrarse de golpe, algo dentro de su pecho le apretó el corazón.

Tenía un mal presentimiento recorriéndole las entrañas, un mal augurio cernido sobre su cabeza como una nube negra que amenaza desgracias. Necesitaba saber qué era lo que estaba ocurriendo y si no podía sonsacarle nada hablando con ella, entonces tendría que seguirla.

Fuera lo que fuera lo que le ocurría a su madre, para descubrirlo lo único que tenía que hacer era ir a la cafetería de la calle 13.

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Jessica alargó a propósito el recorrido hasta la cafetería, escogió caminar en lugar de conducir y sus pasos eran cortos e indecisos como si muy en el fondo, no quisiera llegar allí.

La vida siempre había sido cómoda para ella, nació en Cambras, un precioso país limítrofe entre Australia y el mar de Tasman, había podido estudiar lo que más le gustaba en el mundo y tenía una relación estable de tres años.

Viajaba mucho, viajaba tanto que el mundo se le quedaba pequeño a veces y siempre había una aventura esperándola a la vuelta de la esquina. Jessica había estado en los lugares más exquisitos, en los hoteles más lujosos, en los rincones con los que otras personas solo pueden soñar.

La vida era amable con ella, nunca había tenido problemas de solvencia y sus padres siempre se habían encargado de protegerla de cualquier imprevisto. Ellos eran su escudo y para Jessica, la vida era como la pompa de un chicle rosa.

Frágil pero dulce, su refugio de la crueldad de un mundo hostil.

Lamento no haber podido ir contigo, mi padre quería que lo acompañara a un juicio —dijo su pareja.

Jessica apretó el teléfono, había llegado a la cafetería y el coche de su madre estaba en la puerta.

—No te preocupes, solo es una tontería. Te llamaré cuando termine.

Vale pero, ¿estás bien, no?

—Claro que lo estoy —respondió con la voz en un hilo, pero no era cierto.

Tenía miedo, miedo de descubrir que su madre había estado mintiendo y lo que era aún peor, tenía miedo de descubrir la razón de esa mentira.

Perfecto entonces, voy a entrar ya. Hablamos luego.

Jessica quiso decirle que no era cierto, que lo necesitaba más que nunca, que estaba asustada. Pero entonces oyó el pitido al otro lado de la línea y supo que estaba sola.

Guardó el teléfono y tomó aire, luego se armó con toda la valentía que pudo y se fue acercando poco a poco a la puerta. Al entrar en la cafetería, una campanilla tintineó por encima de su cabeza.

Apenas había ocho o nueve mesas y estaban casi todas vacías, olía a café y pasteles de crema. Una camarera bajita con un moño alto caminaba haciendo ruido con sus zapatos de bailarina y del otro lado de la barra, un camarero atendía a una mujer con una preciosa niña de mejillas sonrosadas vestida de azul.

Jessica se sorprendió al darse cuenta de que no había rastro de su madre mirara a donde mirara a pesar de que su coche estaba aparcado justo delante. Quizá estuviera en el baño, quizá hubiera entrado en otro lugar antes de encontrarse con la persona con la que acordó verse por teléfono.

Jessica comenzó a caminar mirando de izquierda a derecha, miró incluso debajo de las mesas por si su madre se había hecho bola y se había convertido en un armadillo pero nada.

Entonces Jessica levantó la vista, en la última mesa al fondo de la cafetería, justo delante de la pared que daba a los servicios de caballeros, se escondía detrás su teléfono móvil un joven de rasgos distinguidos. Al verlo Jessica se detuvo y, como si él hubiera presentido su presencia, la miró.

Ninguno de los dos se había visto antes pero cuando sus ojos se encontraron por primera vez, él dejó de leer y ella de respirar.

Él no sería más de dos o tres años mayor que ella, tenía la piel bronceada, el cabello castaño muy oscuro peinado con precisión en un copete, una sombra de bigote sobre los labios y unos ojos que dependiendo de la luz, parecían del color del almíbar o del verde de las olivas.

Jessica no lo conocía y sin embargo, tuvo la sensación de haberlo visto muchas veces antes; en el olor de las flores en primavera, en el caminar descalzo sobre la arena, en la brisa de otoño, en todas las cosas bonitas del mundo.

Él se puso de pie, no había ninguna razón para hacerlo, no iba a cederle su sitio porque todas las demás mesas estaban prácticamente vacías pero sintió ese impulso que llega desde el fondo del alma y no puedes controlar.

Jessica no se movió, su cerebro tiró de todos los engranajes de su cuerpo pero sus pies se habían enraizado en el suelo de la cafetería. Todo lo que alcanzó a hacer fue preguntarse quién era él y por qué tenía la sensación de que antes de conocerlo, había pasado toda su vida ahogándose.

De la parte opuesta a ellos de la cafetería, apareció una cabellera rubia acompañada de sus tacones y de ese bolso blanco del que nunca se despegaba. Claire apareció en el momento perfecto y se atrapó a sí misma entre su hija y ese hombre al que apenas conocía.

Cuando Jessica la vio, la miró de arriba abajo como si estuviera intentando reconocer a su propia madre. No quería pensar en algo que pudiera herirla pero resultaba demasiado fácil hacerlo.

—Jessica, hija. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Quería… quería darte una sorpresa.
Me dijiste que tenías una reunión
—mintió.

Jessica miró al hombre frente a ellas, él seguía estando de pie pero la expresión en sus ojos denotaba su poco interés en esa conversación. Como si ese momento, le estuviera aburriendo.

—Claro hija, me estoy reuniendo con un amigo mío. Creo que no te lo he presentado, ¿verdad?

Claire se apartó con insistencia un mechón de cabello salvaje que no hacía más que volver a su rostro, tapándole la mitad de un ojo.

Luego se secó las manos sobre el pantalón y comenzó a arañar las costuras de su bolso mientras esperaba una respuesta de su hija. Jessica la conocía, su madre solo jugaba con las costuras cuando estaba mintiendo o cuando intentaba ocultar algo.

Era su mecanismo de defensa, su forma de distracción. Pero aún sabiendo que algo muy raro estaba pasando ahí, Jessica eligió creer.

Lo hizo porque su madre no tenía ninguna razón para mentir aunque todo apuntara a ello, lo hizo porque su madre nunca haría nada que pudiera dañar su matrimonio ni a su familia. Lo hizo porque su familia era perfecta.

Extendió la mano hacia el desconocido, él la miró con el ceño fruncido antes de presentarse.

—Soy Jessica, la hija de Claire. Un placer.

—Halit, un buen amigo. Encantado.

Sus manos se conocieron en mitad del camino, se estrecharon unos pocos segundos antes de que ambos se alejaran como si les hubiera dado un chispazo de corriente eléctrica.

Jessica tuvo que dejar de mirarle porque temía que si seguía haciéndolo, esos ojos serían capaces de absorberla por completo.

Antes de que Jessica se despidiera de ellos y se marchara de allí, volvió a mirarlo. No conocía esos ojos verdes —¿o eran almíbar?— pero su mirada lo delató.

Tenía ese tipo de mirada abierta que puede leerse aunque no diga una sola palabra. Entonces él sonrió porque había mentido y ella apretó los labios porque lo sabía.

Salió de la cafetería con los puños apretados y más preguntas que respuestas, primero que nada porque su madre también había mentido, porque ella no tenía ningún amigo así de joven, porque le estaba ocultando algo que de una u otra manera, afectaría a su familia y porque hiciera lo que hiciera, incluso si Dios o cualquier fuerza inhumana decidía derribar el cielo pedazo a pedazo, Jessica no estaba segura de si podría borrar de su mente la imagen de esos ojos verdes o de su piel el rastro de ese toque electrizante.

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