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CAPÍTULO SIETE

Hesitate -Jonas Brothers

Seguiría con su plan.

Invitaría a Claude al crucero más lujoso de Santa Mar y cuando tuviera el dinero del billete, podría marcharse y olvidar todo lo que había visto en esa casa.

En una semana, esa niña no sería más que un recuerdo.

Halit llegó a la mansión Mackey muy temprano por la mañana, apareció por la puerta del jardín, a esas horas no había nadie allí más que Jessica y la niña.

Ni siquiera Claude estaba allí. Seray lo vio a través de la puerta, él sonrió y levantó la mano del revés hacia ella. Todavía llevaba dibujado el corazón.

La pequeña se fue acercando poco a poco, tiró de la manija hacia abajo con todas sus fuerzas hasta que la puerta cedió. Luego se alejó para que Halit empujara y le dejó pasar.

Él entró en la casa siguiéndola a ella, fue tras sus pasos desde el jardín hasta la cocina, luego pasó por un amplio pasillo hasta que llegaron al salón.

—¿Dónde está Jessica?

—En mi habitación, buscando mis colores.

Halit se sentó en la mesa junto a ella. Tenía unas cuantas hojas desparramadas y un par de ceras negras con poquísimo uso. Él cogió una de ellas y pintó una línea torcida en uno de los papeles.

—¿No te sirven estos?

La niña arrugó la nariz.

—No me gustan, quiero azul.

Halit se fijó que en uno de los papeles, había dibujado un cuadrado con unos palitos dentro que supuso se asemejaban a una persona.

Con un dedo acercó más el papel, la niña comenzó a repasar las líneas con el color negro y aunque por su expresión de asco era evidente que no le gustaba, siguió repasando las líneas una y otra vez, como si esa fuera su única misión en la vida.

—¿Qué es esto? —le preguntó al verla tan interesada.

—Un armario

—¿Y quién está dentro?

La niña no lo miró antes de responder.

—Yo —dijo sin más.

Halit apretó las hojas entre los dedos, las arrugó con tanta fuerza que estuvo a punto de convertirlas en polvo.

No quería volver a preguntar porque temía que la respuesta fuera la que él esperaba. Pero era peor, mucho peor. La voz le salió en un hilo, casi suplicante, una plegaria al cielo que nunca pudo pronunciar. Los ojos le picaron.

—¿Es tu escondite secreto? —susurró solo para ellos.

En ese momento, la niña lo miró.

Con los ojos le dijo muchas cosas, con los ojos Halit le aseguró que podía confiar en él. Que no necesitaba esconderse, ni tener miedo. Que él la comprendía mejor que nadie.

—No —respondió ella—, es el escondite secreto de mamá.

Halit apretó los puños contra la mesa, apartó la mirada de ella para que las lágrimas no afloraran pero las cicatrices de su pasado ya habían comenzado a sangrar. Cuando miró a la pequeña, intentó distraerla cogiéndole la punta de la nariz con dos dedos y ella rio.

¿Y qué más daba si él no era nadie ni tenía nada? A ella no le importaba quién fuera él, ni cuál fuera su pasado. Ella veía a través de todos sus errores, de todas las cosas de las que se arrepentía. Ella lo veía de verdad. Halit lo comprendió al volver a mirarla.

Puedes vestir un traje caro que has comprado en una tienda de segunda mano, puedes conducir un coche bueno que ha tenido varios dueños antes que tú, puedes afinar tu acento y estudiar hasta que los codos te queden en carne viva. Puedes ocultar lo que eres pero no cambiarlo. Halit era un pedazo de escoria, como le decía su padre.

Era un inútil, bueno para nada. Pero debajo de todas sus capas de realidad y piel, su corazón no podía cerrar los ojos. Quizá no tuviera nada que darle a esa niña pero había algo que sí podía ofrecerle. Con él, ella estaría a salvo y eso era más que suficiente.

—Oye Seray, ¿quieres que juguemos a un juego?

La pequeña asintió.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

Jessica abrió los cajones de la cómoda uno por uno, luego revisó la cama, tiró de la sábana de un extremo a otro y buscó en la mochila de la niña.

Las limpiadoras tenían turno de tarde y no habían estado allí desde dos días atrás, los colores de la pequeña no podían estar muy lejos. Jessica se agachó para mirar debajo de la cama, no había nada más que un par de pelusas atravesadas en unas pantuflas de conejito.

Se sacudió los pantalones al levantarse y echó un último vistazo por encima de la habitación.

No había ni rastro de los colores de Seray y la niña ya llevaba mucho rato sola. Cuando Jessica se dispuso a salir, la puerta del armario volvió a entrometerse en su camino y se chocó con ella de frente, como de costumbre.

Su mano intentó cerrarla pero la puerta no encajaba, como si tuviera algo metido entre las bisagras. Jessica caminó al lado opuesto del armario y la abrió del todo para poder ver mejor. Uno de los colores estaba atascado entre los engranajes del mueble y los demás estaban esparcidos dentro del armario, entre unos cuantos zapatos mal colocados.

Debajo de los colores había un reguero de hojas pintadas y sobre ellas estaba la muñeca de la niña. Jessica se preguntó qué era lo que hacían esas cosas ahí y porqué la puerta del armario estaba pintada por dentro. La respuesta estaba justo delante, tan cerca que Jessica podía tocarla con la punta de los dedos y tan clara como el aire.

Al pensarlo durante un segundo, recordó el miedo de Seray a la oscuridad y cómo todas las piezas del rompecabezas encajaban revelando una verdad que Jessica nunca habría querido conocer. Cerró los ojos y retrocedió para sentarse en la cama, todavía tenía la muñeca entre sus manos.

La última vez que escogió ignorar la verdad, había perdido a su madre, había perdido la posibilidad de aceptar la realidad y seguir con su vida. Pero, ¿cómo podía aceptar una realidad que dolía tanto?

¿Cómo podía aceptar que no todos los niños eran felices ni todos los padres amaban a sus hijos? Dolía saber que el mundo en el que ella había vivido, no era el real y que Seray vivía en una pesadilla de la que probablemente muchas personas eran conscientes pero al igual que Jessica, habían elegido ignorar.

Ella podía cerrar los ojos, podía marcharse y no volver pero Seray se quedaría allí, sin ninguna otra alternativa y eso no era justo, no era bueno ni debía ser así. Los niños nunca deberían ser heridos. Con el pecho encogido por el dolor, Jessica se puso de pie. Había tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de su vida pero por una vez, haría lo correcto.

Iba a salvar a Seray.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

Jessica bajó las escaleras con la muñeca entre sus manos y los colores guardados en un estuche.

Se sorprendió cuando al llegar al salón, Seray no estaba.

Miró a través de la cristalera para revisar el jardín pero allí tampoco había rastro de ella.

—¿Seray? —dijo.

Mientras la buscaba Jessica pensó en qué era lo que haría después. Llamaría a la policía o quizá la sacaría primero de la mansión y luego denunciaría lo que le estaba ocurriendo.

No tenía pruebas y dudaba que alguien pudiera ayudarla o que alguno de los empleados se atreviera a testificar contra sus jefes pero aunque fuera difícil, Jessica lo intentaría.

Salió por la puerta de la cocina, rodeó el salón y se dirigió al garaje. La niña nunca se escondía en las plantas de arriba pero a veces le gustaba vagar por los alrededores del garaje.

—¿Seray? —repitió, luego respiró hondo—¿Mavi?

Jessica se colocó la mano por encima de la frente, apenas podía ver dos palmos más allá por culpa de la luz. Se metió en el garaje, atravesó los primeros coches y llegó a la parte de atrás. Dentro de un coche gris oscuro, Seray estaba pintando una hoja entre sus rodillas.

Jessica dio un paso hacia delante pero entonces, una mano aterrizó en su hombro. Al girarse se encontró con los mismos ojos verdes que siempre parecían atravesarse en su camino y lo relacionó.

Seray estaba metida en el coche de Halit.

—¿Qué crees que estás haciendo? —casi gritó.

—No es asunto tuyo, da media vuelta y márchate.

Jessica ignoró sus palabras y caminó hasta la puerta de los asientos traseros para abrirla y sacar a la niña del coche.

—De ninguna manera. ¿Qué haces con la niña? ¿Dónde la estás llevando?

—No lo sé, lejos.

Halit se encogió de hombros. No tenía un plan, había improvisado dejar la puerta de la mansión abierta para fingir una fuga aprovechando que las cámaras de seguridad estaban apagadas y que el personal tardaría aún horas en llegar.

Luego dejaría el lazo del cabello de la niña tirado en alguna carretera. Nadie tenía porqué creer que él había estado relacionado, ni siquiera Claude. Como ella misma le había dicho, él no era el único hombre que entraba en su casa.

Luego la llamaría para pedirle que se fuera con él ese mismo día y como sabía que ella no aceptaría, tendría una excusa para romper su relación y nunca volver a verla. No era el mejor plan pero era lo único que se le había ocurrido.

—¡Pero qué dices, Halit! ¿Te has vuelto loco? No vas a llevarte a Seray, ¿quién te crees que eres?

Él sonrió con cinismo.

—¿Que quién soy? ¿Quién eres tú? ¿Cuánto llevas trabajando aquí, uno o dos meses? ¡Pero no te habías dado cuenta de lo que le ocurre a la niña! ¿Sabes lo que le hace esa mujer?

Sus ojos estaban llenos de furia, las venas de su cuello parecían a punto de explotar y había puntos rojos en sus globos oculares.

Jessica miró a Seray, tan distraída en su pequeño mundo, parecía tan en calma que se preguntó si la niña sabía lo que estaba ocurriendo a un metro de ella, si era consciente de que Halit pretendía llevársela o lo ignoraba por completo.

O si quizá, la niña estaba mucho más feliz de lo que había estado en su vida.

—¡Tienes razón! No me había dado cuenta, ¿vale? Pero esta no es la forma, llamaremos a la policía y les contaremos todo —propuso.

—¿Y van a creer a una niñera, al amante despechado y a una cría de seis años por encima de a una familia de millonarios? No servirá de nada, la policía jamás la creerá.

Halit intentó volver a cerrar la puerta del coche pero Jessica se había puesto en el medio, sus manos forcejearon en el aire. Ella intentaba arrebatarle las llaves y él la empujaba para sacarla del camino.

Jessica presionó las manos contra su pecho y lo alejó tanto como pudo de un empujón.

—¿Cómo demonios sabes tú que la policía no la creerá? —le gritó con rabia.

Halit la miró desesperado, los ojos parecían a punto de reventarle. Movió las manos en el aire.

—¡Porque a mí nadie me creyó! —le respondió en un grito.

Después, los dos se quedaron en silencio. Jessica reprodujo las palabras que acababa de decirle una y otra vez como si fueran un eco dentro de su cabeza y Halit se arrepintió de ellas tan pronto como las soltó.

Las manos de Halit habían comenzado a temblar en el aire y una fina capa de lágrimas desdibujó el color de sus ojos. Jessica podía sentir el corazón latirle en las sienes y las palmas de las manos sudando.

Había algo en la voz de él, en la forma en la que su pelo se había alborotado y su rostro se había enrojecido que hizo que Jessica no pudiera responder durante un largo rato.

Halit tenía una de esas miradas que dicen mucho más que cualquier palabra. Al pasar por su lado la empujó lo suficiente para poder cerrar el coche. Luego abrió la puerta del piloto.

—¿Vas a secuestrar a una niña?

La voz había comenzado a temblarle como si su convicción se hubiera borrado, ya no gritaba porque había dejado de estar segura de su propio plan.

Él tenía razón, estaba dándose cuenta. ¿Quién iba a creer a dos personas que conocían a la niña desde hacía apenas unas semanas? ¿Y quién creería a una niña pequeña que ni siquiera podía explicarse?

Halit la miró con los ojos decididos.

—No, la voy a salvar.

Jessica miró por encima de él, Seray era tan pequeña, tan frágil. Al mirarla siempre se preguntaba cómo puede un ángel vivir en mitad de un mundo cruel y ser ajena a la realidad que la rodea.

Pero en realidad, Seray no era ni mucho menos ajena a la crueldad. La había experimentado, la había vivido en su propia carne y en seis años, nadie había acudido a su rescate. Nadie había intentado salvarla.

Pero ese hombre, un completo extraño al que Jessica solo conocía por haber destruido a su familia, tenía la firme convicción de hacerlo. Ella había tardado un mes en aceptar lo que le pasaba a la niña pero él lo había hecho en veinticuatro horas y había ido más allá, había decidido hacer algo por ella.

La voz se le quebró al hacer un último intento.

—Llamaré a la policía, yo también tengo recursos… la ayudaré. No puedo permitir que te la lleves —susurró.

Halit la miró con la barbilla alzada.

—Y yo no puedo permitir que me lo impidas. Lo siento pero no tengo tiempo para esto.

Una de sus grandes manos le tapó la boca para que no gritara y con la otra, la arrastró hasta la parte trasera del coche.

No podía arriesgarse a que alguien decidiera venir antes de tiempo y lo pillaran antes de poder marcharse.

La aplastó entre un costado del vehículo y su propio cuerpo mientras abría el maletero. Jessica apenas opuso resistencia, sabía lo que estaba haciendo y aunque estaba en contra de llevarse a una niña, una parte de ella sabía que Halit tenía razón.

Antes de meterla dentro y cerrar la puerta, se acercó a su oído y susurró:

—Si gritas puede que yo acabe en la cárcel pero condenarás a Seray a seguir en este infierno. Te dejaré ir en cuanto nos alejemos lo suficiente —prometió y luego cerró el maletero.

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