CAPÍTULO DOS
Liars -Sex Pistols
La distancia entre Jessica y su madre brotó como una grieta, al principio apenas era el reflejo de un secreto oculto pero poco a poco, los cimientos de su relación comenzaron a tambalearse hasta que los escombros empezaron a caer sobre sus cabezas.
Había pasado una semana, quedaban dos días hasta su aniversario de bodas pero Jessica no había sabido nada de su padre en días.
No se había atrevido a llamarlo por teléfono, ni siquiera sabría escoger las palabras adecuadas para explicarle la situación o si quizá, lo mejor era mantener el secreto. Pero de todas formas, ¿qué era lo que había que explicar? ¿Que su madre ocultaba algo que Jessica desconocía?
¿Que su relación se estaba destruyendo?
El café comenzó a calentarse entre sus dedos, la nata helada se había derretido hasta quedar como un pedazo de iceberg navegando en aguas turbias y sus pensamientos estaban tan lejos de allí que después de un rato, Blake simplemente había dejado de hablar.
—¿Qué te parece si esta noche vamos a ese nuevo italiano que han abierto cerca de la urbanización Luna Azul?
—No me apetece mucho, otro día vamos.
Jessica metió el dedo dentro del café, terminó por hundir el pedazo de helado restante y cuando ya no quedaba nada de él, lo lanzó a la primera papelera que encontró en su camino.
Luego se lamió los restos de café del dedo. Su novio se interpuso a su paso, la tomó por los hombros y la miró fijamente.
—No te lo tomes mal pero creo que tienes que dejar de obsesionarte con esto. Sea lo que sea, es cosa de tus padres, no tuya.
—Claro que es cosa mía, son mis padres.
Él negó despacio, luego le acarició la mejilla con el pulgar.
—Mi amor sé que estás muy acostumbrada a que estén juntos pero creo que hace tiempo que ese matrimonio se hundió.
Jessica le apartó la mano de la cara, no quería ofenderle pero no aceptaría lo que había dicho.
—Mi padre sigue regalándole flores todos los jueves y recortando las páginas rosas del periódico para hacerle barquitos. ¿Qué te parece a ti eso?
—Me parecen intentos desesperados de salvar una relación rota. Esas cosas pasan, ¿sabes? El tiempo y la falta de atención rompen las relaciones. El amor se acaba.
Ella comenzó a caminar de nuevo, él la siguió de cerca pero esta vez, no la abrazó.
—¿Eso es lo que tú harías si tu relación estuviera rota? —le preguntó.
—No, lo que yo haría sería organizar algún viaje e invitarte a cenar todas las noches aunque nunca aceptaras —dijo él.
Jessica lo escuchó, en realidad lo que hizo fue entender sus palabras pero, como siempre hacía cuando tenía un problema delante de las narices, decidió ignorarlo.
Alguien más lo solucionaría por ella. Habían estado caminando sin un rumbo fijo durante gran parte del amanecer pero cuando doblaron la esquina que llevaba hasta la oficina de Claire, Jessica supo que había llegado a su destino.
Se debían una conversación y no podía seguir postergandola.
—Tengo que irme, Blake. Luego te llamo.
Se aproximó hasta él y le dejó un beso en la mejilla, él levantó la mano para tocarla con la esperanza de que eso pudiera retenerla pero a medio camino se dio cuenta de que no había nada que hacer.
Cuando el aire llenó la distancia entre ellos, Blake suspiró y la vio alejarse.
Jessica sacó de su bolso las llaves de la oficina, su madre no estaba dentro porque todavía no eran las diez y el cartel de cerrado decoraba la puerta de cristal. Cerró tras de sí y dejó el bolso encima de la mesa.
Era una oficina muy pequeña, ni siquiera tenía una ventana, solo un escritorio con una silla giratoria y detrás de él, un tablón con los inmuebles disponibles de las inmobiliarias para las que Claire trabajaba. Se sentó en la silla y cogió un bolígrafo suelto que había junto con unos pocos papeles desperdigados aquí y allá junto con el teléfono de la oficina.
Por un largo rato Jessica solo se dedicó a dar vueltas sobre sí misma mientras clavaba la punta del bolígrafo en el respaldo. En su cabeza ensayaba todo lo que iba a decir, las palabras exactas que usaría e incluso el tono de su voz.
Pero entonces oyó unas risas a su espalda y el sonido de una llave abriendo la cerradura. Su madre había llegado pero no estaba sola. Ese amigo suyo estaba con ella.
Jessica se puso de pie cuando entraron, a su madre la risa se le cortó de golpe pero ella juraría que a Halit se le escapó una sonrisita. Al verlos allí, otra vez juntos, Jessica olvidó todas las palabras que había ensayado.
—Tenemos que hablar —soltó de golpe.
Claire miró por encima de su hombro y se aclaró la garganta.
—Este no es el mejor momento, hablaremos en casa.
—No voy a esperar más, quiero hablar ahora.
Claire dio un paso hacia delante con la intención de calmar a su hija tocándola pero Jessica retrocedió en seco.
Una muestra de cariño no la distraería ni podría evitar que le diera todas las explicaciones que necesitaba. Pero en ese momento, el teléfono del despacho se iluminó con el nombre de Edmund en su pantalla.
Jessica frunció el ceño, su padre nunca llamaba al despacho. Si lo hacía, significaba que era muy importante. Claire se alejó todo lo que pudo para responder a la llamada, salió de la oficina y caminó por la acera.
Cuando se quedó a solas con él, Jessica acorraló a Halit contra la puerta.
Él la miró aprovechando que le sacaba una cabeza, tenía una expresión casi burlona en el rostro.
—¿Quién eres tú? —preguntó ella.
—Creo que nos presentaron el otro día, ¿no estabas prestando atención? —se burló.
Halit no quería perder el tiempo hablando con ella, su plan acabaría en tres días y después, no volvería a ver ni a esa chica ni a su madre.
Nunca había tenido que lidiar con las personas alrededor de las mujeres que conocía porque todas ellas preferían mantener su amistad en secreto pero Jessica no era como las demás personas, era incisiva, de mirada inquietante y olía a problemas a kilómetros de distancia.
Era un peligro y Halit no podía permitirse peligros. Así que actuó de la única forma que sabía, utilizando esas armas que siempre le funcionaban.
—¿Qué es lo que quieres? —inquirió ella, ignorando la burla en sus palabras.
Él se acercó, se acercó más de lo que necesitaba y cuando estuvo tan pegado a su mejilla que ella ni siquiera supo reaccionar, le respondió.
—Nada que tú puedas darme —dijo—, ¿o quizá sí?
Jessica dio un paso hacia atrás. Tenía una teoría rondando su cabeza y con cada palabra que él decía, se confirmaba más y más.
—No vas a conseguir nada de mi madre —escupió.
Su mirada echaba fuego, si hubiera podido golpearlo contra el cristal, lo habría hecho.
Pero él parecía impasible, no porque de verdad lo estuviera sino porque estaba acostumbrado a fingir. Cuanto más se enfadaba ella, más parecía divertirse él.
—Eso ya lo veremos.
Después le guiñó un ojo. Jessica avanzó hacia él, si tenía que enterrarlo vivo en el cemento bajo sus pies, lo haría.
¿Quién se creía que era ese niñato prepotente para hablarle de esa manera?
Pero cuando estaba a punto de echarle de allí a patadas, el rostro descompuesto de su madre apareció por detrás de él.
Claire abrió la puerta y entreabrió la boca pero no pudo decir nada más porque alguien se le adelantó.
La figura de Edmund se dibujó a contraluz bajo el reflejo del sol, llevaba en las manos un enorme ramo de flores rojas y una invitación para su aniversario de bodas.
—¡Sorpresa! —exclamó.
Su esposa intentó sonreír, tomó entre sus manos las flores y se acercó a él para que pudiera darle un beso en la mejilla.
—Hola, cariño. ¿Qué haces aquí?
Jessica se acercó a su padre para darle un abrazo, aspiró el aroma de su perfume y miró a su madre mientras lo abrazaba.
En sus ojos había advertencia, el aviso de que cualquier cosa que pudiera decirle, lo heriría.
—Solo quería darle una sorpresa a mamá, nada más. ¿Tú qué haces aquí?
Él sonrió, tenía surcos propios de la edad a cada lado de la boca y unas canas habían comenzando a diluir el negro de su cabello. Seguía siendo todo un galán, un hombre de buen corazón que trabajaba día y noche para su familia.
—Lo mismo, una sorpresa. Nuestro aniversario es en dos días y he organizado una fiesta con todos nuestros amigos para esta noche. He adelantado mi regreso para poder organizarlo todo.
Por detrás de él, Claire agarró el brazo de Halit y con su mano libre, pretendió abrir la puerta.
Pero su mirada delataba que estaba indecisa, quería hablar y solo necesitaría un pequeño empujón para hacerlo.
Edmund notó la presencia de un hombre muy alto en la oficina y se giró hacia él. Supuso que no era un cliente porque no había salido pitando nada más verlo, así que le sonrió y extendió su mano para saludarlo.
—Creo que no nos han presentado, soy Edmund Miller. ¿Y tú eres?
Ese fue el empujón, Claire abrió la boca y antes de que pudiera recordar cómo se pronunciaba cada palabra, Jessica vio cómo por encima de su cabeza, el techo de la oficina se caía sobre su padre.
No estaba ocurriendo de verdad, no era más que su imaginación adelantándose a lo que ocurriría. Primero el techo se caería y lo convertiría en cenizas y luego el viento de Santa Mar se llevaría los restos de su vida perfecta.
Así que Jessica comprendió que era ese momento o nunca, que tenía que actuar antes de que fuera demasiado tarde.
Se adelantó a su madre y se interpuso entre su padre y Halit. Luego lo señaló como si se tratara de un mono de feria y sonrió antes de presentarlo.
—Esta era mi sorpresa, papá. Este es Halit, mi nuevo novio.
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