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CAPÍTULO DIECIOCHO

Live while we're young -One Direction

—Que no Halit, que no vamos a participar en la gincana de la urbanización. Déjalo ya.

Jessica se sentó junto al cristal, el camarero les tomó nota y desapareció tras la barra de la cocina. Llevaban discutiendo dos horas, Halit había visto en uno de los árboles del parque el anuncio de una gincana popular para el día siguiente e insistía en participar pero Jessica no quería.

—¿Por qué no? Yo quiero, la niña quiere. Somos dos contra uno, tienes que aceptar la democracia.

—¿La misma democracia que aceptaste tú cuando jugamos a piedra, papel y tijera?

Halit se cruzó de brazos, por detrás de él, una mujer de cabellos rubios había comenzado a mirarlo. Mavi se fue a jugar como cada mañana a una piscina de bolas que había en la cafetería, la razón por la que ese era su lugar favorito en el mundo.

—No fue igual, tú ganaste injustamente. Estabas viéndome las manos por el espejo de un coche.

—¡Que no te estaba viendo por ningún reflejo! —Miró a su alrededor— eres un tramposo y tu truco infalible, una mierda.

Halit estiró el brazo para tocarle la mejilla y ella se apartó un poco hacia atrás para que no la alcanzara, riéndose.

—¡Oye! Tú no sabes hacer ni un huevo frito y yo no te insulto. Si no fuera por mí ya nos habríamos muerto de hambre. Me voy a pedir un vaso con hielo, ¿quieres uno?

—Sí, por favor.

Halit la miró desde la altura, una sonrisa pícara trascendió sus labios y Jessica supo en ese momento que nada bueno podía salir de él.

—Pues te levantas.

Ella miró hacia otro lado para que no viera que había sonreído. No iba a dejarla en paz hasta que no participara en la gincana con ellos pero no aceptaría tan rápido, no le dejaría ganar.

Halit llevó uno de los vasos a la mesa pero cuando fue a por el otro, la mujer de cabellos rubios estuvo a punto de chocarse con él. Él levantó las manos y sonrió.

—Lo siento —dijo.

La mujer sonrió, se marcaron unos suaves hoyuelos a cada lado de su boca y chocó sus manos entre sí. Señaló por detrás de su hombro.

—¿Esa preciosura es tuya?

Halit se rascó la nuca, podía sentir la mirada de Jessica clavada en su espalda.

—Es mi hija, sí.

—Madre mía pero si parece un ángel.

Sus ojos bajaron por el cuerpo de Halit y después volvió a mirarlo a los ojos y sonreír. Había un deje de picardía en esa mirada.

—Mavi es lo mejor de mi vida, mi ángel.

—No me extraña. Yo soy Rebeca, por cierto.

—Halit, un placer.

—¡Halit! Un nombre tan bonito como tu pequeña. Quizá te parezca algo atrevida pero tengo un montón de muñecas iguales que la suya acumulando polvo en casa, quizá algún día puedas pasarte y nos tomamos un refresco los tres.

Halit miró a un costado, en el reflejo del cristal podía ver a Jessica con las manos echas puños encima de la mesa y la mirada perdida en el horizonte.

Los estaba escuchando. Halit volvió sus ojos a la desconocida que estaba ligando con él a tumba abierta y le sonrió.

—En ese caso, seríamos cuatro. Usted y yo, mi hija y mi mujer.

Seguidamente, se giró hacia Jessica y le sonrió ampliamente.

Ella lo miró y entonces sus facciones se relajaron y sus manos dejaron de apretar la mesa, como si se hubiera quitado un enorme peso de los hombros. O más bien, como si la hubiera hecho sentir incluida.

Rebeca borró su sonrisa y sus manos cayeron a cada lado de su cuerpo. Se recolocó el pelo y luego el bolso.

—Por supuesto. Tengo que irme pero ya nos veremos por aquí para acordar esa reunión, un placer.

Después se marchó sin volver a mirar atrás. Halit se sentó frente a Jessica, ella había vuelto a su postura rígida.

No quería que viera que la afectaba, que no le agradaba sentir que alguien más podía reemplazarla. No quería sonreír ni alegrarse porque hubiera defendido el equipo que formaban.

—No hacía falta —comentó.

Pero sintió justo lo contrario de lo que había dicho.

—Sí hacía falta —respondió y clavó sus ojos en ella. Durante un largo rato no dejó de mirarla—, ¿cómo voy a convencerte de la gincana sí no?

Jessica intentó esconder la forma en la que sus labios se curvaron pero a veces, había momentos en los que su sonrisa brotaba sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

Era una de esas veces, no puedes tapar el sol con un dedo ni meter bajo la alfombra de tu corazón todos tus sentimientos.

—Nada de gincanas, Halit. No quiero que hagamos el ridículo y llamemos la atención.

Él cruzó los brazos sobre la mesa.

—Pero sería la primera vez.

—¿La primera vez de Mavi? Seguro que sí pero nosotros ya estamos creciditos para eso.

Él miró a la niña por encima de su hombro, ella los estaba mirando y sonrió, luego cogió aire y se sumergió entre las bolas. Volvió sus ojos a Jessica, su sonrisa se había borrado.

—También sería mi primera gincana
—confesó.

Jessica se inclinó sobre la mesa, más cerca de él y le dijo un montón de cosas que nunca llegaron a salir de su cabeza.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

Cuando la lluvia amainó y el frío comenzó a ser insoportable, compraron una manta para el sofá, para esas noches interminables de películas y palomitas.

Los cereales que antes llenaban todos los estantes se fueron acabando desayuno tras desayuno y las pilas de juguetes llenaron de color toda la casa. Por las tardes, después de regresar del parque, Halit cocinaba para el día siguiente, se le daba muy bien y Jessica lo observaba para aprender y ayudaba con pequeñas tareas.

Llevaba unos minutos cortando tiras de cebolla, estaban preparando albóndigas con pimientos y mientras Halit se encargaba de la carne, Jessica cortaba las verduras.

—Si has terminado con la cebolla, corta los dos extremos de un par de pimientos y vacíalos, luego rellénalos con la carne y ponlos en la olla.

Jessica lo miró de reojo, llevaba un delantal y tenía el ceño fruncido mientras mezclaba la carne picada con ajo molido y otras especies. Halit era feliz, más feliz de lo que había sido nunca y se tomaba su trabajo como padre, marido y cocinero, muy en serio.

Era como si estar ahí fuese el sueño de su vida. Tener algo que fuera para él, un hogar, alguien a quien llamar familia aunque todo fuera producto de una mentira. Jessica sacudió la cabeza.

Cuando devolvió la atención al cuchillo, Halit le robó una tira de cebolla que se llevó a la boca, provocando que ella arrugara toda la cara.

—Qué asco —susurró mientras él se reía.

—Por aquí casi hemos acabado, ¿cómo va usted, señora Mavi? —preguntó Halit, mirando por encima de su hombro.

La niña estaba frente al microondas, subida a una silla.
—Palomitas en el microondas, mi coronel.

Jessica soltó una carcajada tan fuerte que el cuchillo se le resbaló y estuvo a punto de rebanarse un dedo. Halit la miró mal.

—¿De dónde habrá sacado eso, verdad?

Ella se mordió el labio para que no se le escapara la risa.

—No tengo ni idea —Se encogió de hombros.

Cuando las albóndigas estaban ya estaban cocinandose, Jessica cogió la botella de agua de la niña para llevarla al salón.

—Hoy te libras porque casi no hemos salido de casa pero mañana toca baño Mavi y no quiero lloros —dijo al pasar por su lado. La niña se cruzó de brazos.

—No me pienso bañar, no encuentro a mi patito vampiro.

Halit se acercó a la pequeña, le dio un sonoro beso en la mejilla y le habló al oído.

—¿Hacemos un trato? Si Jessica o yo encontramos a tu patito vampiro, mañana tienes que bañarte sin protestar.

La niña se acarició la barbilla, pensando. Luego sonrió mostrando los huecos en los que le faltaban dientes.

—¡Trato! —exclamó.

Jessica le acarició la cabeza al pasar otra vez por la cocina pero en ese momento, oyó un silbido a su espalda.

Al girarse, Halit estaba apuntando hacia su dirección con algo entre las manos que ella solo reconoció después de cogerlo en el aire.

Era el patito vampiro. Levantó su mirada hacia él, estaba sonriendo y le guiñó un ojo. Jessica sonrió también y le devolvió el guiño. Halit se giró hacia la barra pero ella no dejó de mirarlo.

Había pasado tantas horas fingiendo que no lo odiaba que al final, había acabado por aceptar que muy en el fondo, nunca había llegado a odiarlo de verdad.

—¿Entonces qué peli vemos? —preguntó la pequeña de la casa.

—No lo sé, elige tú —respondió Halit.

Jessica inclinó la cabeza hacia un costado, ¡no era justo! Cuando no elegía Mavi, elegía Halit pero a ella nunca le preguntaban qué quería ver.

Se fue al salón para coger el mejor sitio en el sofá, ese que estaba lo suficiente blandito para ser cómodo pero no tanto para hundirte.

El sofá tenía alguna tabla rota, tendrían que mandarlo a reparar o cambiarlo pronto.

—¿Para cuando las palomitas, Mavi? ¿Para mañana?

Halit se quedó en la cocina para ayudar a la niña con las palomitas, se colocó una manta alrededor de los hombros y Jessica los oyó reír desde el sofá. Estaban discutiendo —más— sobre si ver otra película de miedo o una de Disney.

Pero cuando los dos estaban lo suficiente distraídos para no notar que habían dejado el mando abandonado a su suerte sobre la mesita de cristal frente al sofá, Jessica aprovechó la ocasión para secuestrarlo.

—¿Entonces Scream o Bambi?

Cuando llegaron al salón, llevaban los tres boles de palomitas y su pelea parecía haberse calmado. Jessica siempre perdía, Halit y Mavi se pasaban horas debatiendo y ella acababa por ceder ante cualquiera de los dos para terminar cuanto antes.

Pero esa noche, se subió al reposabrazos del sofá con el mando pegado a su pecho y una sonrisa triunfadora. Por una vez, harían lo que ella quisiera.

Halit la vio, entrecerró los ojos como si estuviera en un duelo bajo el sol y dejó las palomitas sobre la mesa antes de darle un codazo suave a la niña mientras Jessica los miraba desde la altura, sonriendo.

—¡Hoy no! —les gritó.

Halit y la niña se miraron.

—Tú por la derecha, yo por la izquierda —comandó Halit pero la niña pasaba tanto tiempo con él, que había olvidado cuál era la derecha y cuál la izquierda así que cuando su plan de recuperación comenzó, los dos se fueron hacia el lado contrario al que debían ir y acabaron chocando el uno contra el otro en el medio. Jessica comenzó a reír.

—Por la derecha, Mavi. Por la derecha.

—¿Cómo sabes que esa es la derecha y esa la izquierda? —preguntó ella.

Halit miró de un lado a otro, era una pregunta demasiado complicada para responder cuando su ansiado mando estaba en las manos equivocadas.

—Tú corre —ordenó sin más.

Jessica se bajó del sofá de un salto y echó a correr pero sus pies dejaron de tocar el suelo a los pocos segundos, Halit la cogió por la cintura y tiró de ella hacia atrás, luego la niña aprovechó para correr delante de ella y quitarle el mando de las manos.

Cuando lo recuperó, lo alzó entre sus bracitos con aires victoriosos.

—¡Ya lo tiene, suéltame! —suplicó Jessica.

Pero supo aunque no pudiera verlo que Halit acababa de sonreírle a la niña. Mavi corrió junto a ella y sus dedos regordetes comenzaron a hacerle cosquillas por todas partes.

Jessica se removía, las risas escapaban por su garganta sin control y sentía que iba a desfallecer. Se cayó al suelo, las lágrimas afloraron cuando Halit se unió a la pequeña.

Le acariciaban los costados del cuerpo, los lados del cuello.
Alguien le tiró de un zapato y aunque ella gritó para impedir que sus pies fueran atacados también, no le sirvió para evitar otro ataque de risa.

Cuando por fin se cansaron, ella tardó un par de minutos en recuperar el aliento, tenía la cara enrojecida y llena de lágrimas que se limpió con la poca dignidad que le quedaba.

Luego se incorporó, se acomodó el pelo revuelto y la ropa desaliñada para quedar sentada entre los dos. La miraron.

—¿Scream o Bambi? —le preguntó Halit pero ella negó enseguida.

—Ninguna, tenemos que irnos a dormir pronto.

—¿Por qué? —protestó la pequeña, haciendo un puchero. Jessica miró a Halit, veía brillos de luz por las lágrimas todavía acumuladas en sus pestañas y entonces, sonrió.

—Porque mañana madrugamos, Mavi.
¿No empieza la gincana a las ocho?

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