CAPÍTULO DIECINUEVE
Daylight -Taylor Swift
La luz nunca entra despacio, no se escabulle por los recovecos del muro ni pide permiso para colarse.
No espera a que te acostumbres a ella ni a que la aceptes, solo entra. Entra con toda su fuerza a través del muro, de las barreras, de cualquier absceso que quieras interponer entre ella y tú.
Jessica la vio acercarse, sintió la luz en cada rincón de su piel y le rogó que esperara, pero la luz entró como si ese corazón ya fuera suyo desde antes, mucho antes.
Invadió todos los espacios, profundizó en cada rendija, llenó cada hueco hasta que todo estuvo invadido por ella y cuando quiso darse cuenta, la luz ya se había comido los muros.
Halit las despertó antes de que el sol saliera, las puso en fila la una junto a la otra y, con las manos en la espalda, comenzó a dar vueltas frente a ellas como si estuviera hablándole a un pelotón del ejército y no a las dos mujeres de su vida.
—No quiero errores ni distracciones. No quiero «Papi me he caído mimimi» ni «Halit me he roto una uña mimimi»
La niña y Jessica se miraron con mala cara.
Halit comenzó a enumerar con los dedos mientras daba órdenes.
—Quiero precisión. Quiero exactitud. Quiero concentración. No podemos permitir que nos ganen estos capullos, quiero la victoria y nada menos que la victoria, pelotón. ¿Alguna duda?
—Yo tengo una —dijo la pequeña.
Halit se agachó sin doblar la espalda hacia ella.
—Dígame, soldado Mavi.
La niña miró a Jessica y esta se encogió de hombros. Estaba mal de la cabeza, ¿qué podía hacer ella al respecto?
—¿Puedo hacer pis? —soltó.
Halit no le respondió, se quedó en la misma postura mientras la niña se iba y Jessica se tapaba la boca para reírse con todas sus ganas.
—Esto no va a salir bien —susurró él.
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La gincana popular se celebró a la entrada de la urbanización, en unos extensos jardines que el ayuntamiento había rentado para celebrar el evento familiar.
Había mesas con comida y bebida ya que la gincana duraría hasta bien entrada la tarde y algunos juegos y lugares reservados para los niños más pequeños. Los juegos ocurrían al mismo tiempo, por tandas.
Los que ganaran más juegos, serían invitados a un brunch en una de las cafeterías de la zona. Pero el objetivo a priori no era otro sino el de socializar y fortalecer los lazos entre las familias del vecindario.
Acudieron aproximadamente veinte familias pero había varias decenas más de personas que se habían acercado para cotillear y pasar el rato.
La mayoría de juegos eran equitativos, los padres y madres jugaban entre sí y contra los demás y los niños jugaban con los niños.
También había algunos juegos en los que participaban todos juntos. Jessica y Halit se apuntaron al primer juego: las manzanas podridas. Consistía en ponerse de rodillas, atados de manos y pies y con un cubo lleno de agua frente a cada uno.
Tenían que turnarse para coger el mayor número de manzanas posibles y ganar así a los demás. Jessica sentía cómo la hierba le hacía cosquillas en los pies descalzos.
—¿Lista? —preguntó él.
Ella se echó a reír.
—¡No! Me está subiendo un bicho por el pie. Halit, qué asco. Quítamelo.
—¿Y cómo quieres que te lo quite? ¿Con la boca?
El pistoletazo de salida los puso en marcha.
Frente a ellos, una pareja un poco mayor se movía con la precisión de un reloj suizo.
Halit metió la cabeza en el cubo, abrió la boca y enganchó una de las manzanas, luego la tiró en la hierba.
Tenían un sabor demasiado dulzón y un poco de la manzana se le quedó pegada en los dientes. Jessica respiró hondo pero metió la cabeza demasiado y sintió que se chocaba contra todas las manzanas a la vez.
Consiguió coger una y después salir pero al notar el regusto dulzón, la escupió de vuelta en el cubo.
—¡Están podridas! —gruñó.
—¿Te creías que se llamaban las manzanas podridas porque estaban totalmente sanas y para nada podridas?
—Pero…
—Nada de peros, soldado. Cabeza al agua y a coger manzanas. Me niego a que nos gane un tipo con pintas de vikingo y una señora con pinta de bruja.
Pero al final, el tipo con pintas de vikingo y la señora con pinta de bruja, cogieron catorce manzanas más que ellos.
El segundo juego era familiar, consistía en que los padres y uno de sus hijos estaban amarrados entre sí y tenían que esquivar las bolsitas de pintura del suelo y llegar a la meta sin pisar ninguna.
¿El problema? Solo el niño podía ver, los padres tendrían los ojos tapados.
Halit estaba mirando a sus proclamados archienemigos, junto con su hijo parecían bailarines profesionales.
—Ellos están tan coordinados y nosotros parecemos tres borrachos saliendo de un after —susurró.
—¿Qué es un after? —preguntó la niña.
—Lo descubrirás cuando tengas dieciocho.
Cuando les taparon los ojos, el juego comenzó. Les habían dado varias vueltas para que no pudieran memorizar las posiciones de las bolsitas.
—¡Recto, recto! —dijo la niña.
Ellos siguieron recto, poco a poco. Había un cronómetro del que no podían pasarse.
—¡Derecha! —ordenó.
Las voces de los demás niños se mezclaban con la suya y apenas podían entenderse unos a otros.
Dieron un paso a la derecha pero Jessica notó que se había quedado a medio milímetro de pisar una de las bolsas y entonces, lo comprendió.
—¡Derecha! —repitió la niña.
—¡Eso en su idioma es izquierda, Halit! —dijo Jessica.
—Ya, ¿y en el mío?
—Ve hacia el lado opuesto al que creas correcto.
—¡Izquierda!
—¡Derecha!
—¡Derecha!
—¡Izquierda!
Avanzaron diez pasos sin pisar ninguna bolsa pero al onceavo, Halit estaba tan confuso que intentó moverse a la derecha, se chocó con Jessica que iba a la izquierda y entre los dos, arrastraron a la niña al suelo.
Jessica sintió algo frío al caer, no era hierba sino que había explotado debajo de ella. Cuando se quitó el antifaz que les habían puesto, sus manos y su pantalón —convenientemente blanco— estaban teñidos de un precioso azul.
—Creo que eso significa que hemos perdido —dijo la niña.
El tercer juego era por parejas, los hicieron meterse en un saco de patatas juntos y tenían que avanzar hasta llegar a la meta antes que los demás.
Jessica estaba muy concentrada, por primera vez en todo el día quería ganar con todas sus fuerzas y no se permitía ningún error. Estaban haciendo un ridículo monumental.
Se frotó las manos, el sol del mediodía ya se había puesto sobre sus cabezas y comenzaba a hacer un poco menos de frío. Halit le frotó los brazos, se había colocado por detrás de ella porque al ser más alto, le habría tapado la visión de ponerse delante.
Jessica se tronó el cuello, miró a todos sus oponentes y luego sus manos azules. Esta vez sí ganarían, tenían que hacerlo. Halit la abrazó por los hombros para hablarle al oído, sonrió a un contrincante que los estaba mirando y se aclaró la garganta.
—He hecho trampas, te lo advierto —le susurró.
—¿Qué has hecho?
—He untado de mantequilla los sacos de los demás —Jessica se tapó la boca.
—¡Halit!
—Tranquila, me sentía culpable y también le he puesto un poco al nuestro.
Entonces, el pistoletazo sonó. Jessica avanzó con fuerza pero toda su mente se vio nublada ante la misma imagen. Podía ver a Halit, metido entre los arbustos con los sacos de todos los participantes bajo el brazo, con la mantequilla que se había llevado de casa por Dios sabe qué razón, sintiéndose demasiado culpable y untando su propio saco con un poco de mantequilla también.
Pero solo un poco. Agachado con los pantalones llenos de hierba y la mirada de un niño haciendo una travesura.
Era buenísimo, era demasiado divertido para que Jessica pudiera soportarlo.
Comenzó a reírse, enseguida la vista se le nubló y se cayó al suelo como el metafórico saco de patatas en el que estaban.
Se hizo un ovillo mientras se sujetaba del estómago, no podía dejar de ver a Halit llenándose los dedos de mantequilla para fastidiar a todos los demás. Era un imbécil pero un imbécil con cierta lógica.
Aunque luego les hubiera puesto un poco a ellos también.
Sus risas distrajeron a los demás participantes, la miraban como si se hubiera vuelto loca.
Apenas podía respirar y cuando abrió los ojos, tumbada en la hierba, vio a Halit bajo un rayo de sol con una sonrisa de vergüenza y acariciándole el hombro.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Era la situación más ridícula que había vivido en sus veinticinco años de vida, tirada en ese césped con todo el mundo mirándola, metida en un saco de patatas untado en mantequilla con el hombre con el que había secuestrado a una niña.
Sus risas se convirtieron en una sonrisa. Comprendió allí tirada que la luz ya estaba en ella, que estaba por todas partes y no habría nada que pudiera hacer para escapar.
—Creo que hemos perdido —susurró cuando pudo volver a respirar.
Halit sonrió y se tumbó junto a ella en la hierba.
—Yo creo que también.
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El último juego del día consistía en que las familias lanzaban a una canasta a un metro y medio de distancia. Cogían una pelotita, se turnaban para tirar y el que encestara más, ganaría.
Primero fue la niña, por muy poco cayó fuera. Luego fue Halit, por bastante más cayó fuera.
Después de tres rondas, eran el único equipo que no había encestado ni una sola vez y apenas quedaban unos pocos segundos cuando le tocó el turno a Jessica.
Su frente tenía una patina de sudor, las manos le temblaban y sentía la presión de Halit en sus hombros. Ya no tenían nada más que perder.
Habían perdido todos los juegos y también la dignidad.
Levantó la pelotita por encima de su cabeza, la colocó como si estuviera añadiendo sal a un entrecot y, con un movimiento de muñeca, lanzó.
La pelota cayó justo en el centro de la canasta.
Había encestado pero era más que una pelota metida en un cesto de mimbre, era un gol en el último minuto de la final, un triple a dos segundos de que acabe el partido, un adelantón a diez centímetros de la línea de meta.
Era la maldita gloria con forma de pelotita.
Jessica gritó, sus brazos se extendieron hacia Halit y él la recibió levantándola para darle vueltas en el aire mientras Mavi celebraba y le sacaba la lengua a todos los demás como si hubieran ganado algo más que una pelota en un cesto, como si acabaran de ganar la competición más importante de sus vidas.
Halit cogió a Jessica como si fuera un peso muerto puesto en sus hombros y comenzó a dar vueltas con ella en brazos.
—¡Halit! —gritó ella.
Pero él todavía tardó un poco más en bajarla, siguieron dando vueltas con el mundo y la gincana a sus espaldas hasta que Halit estaba tan cansado que no podía respirar.
Cuando finalmente la dejó en el suelo, ella tenía la cola de caballo hecha un desastre, los pelos regados por todo el rostro y la piel enrojecida. En ese momento, Jessica dio un paso hacia delante y él la imitó.
Cuando estaban lo suficiente cerca, se inclinaron un poco hasta que sus frentes se tocaron y sonrieron. Lo habían conseguido, Dios sabe por cuánto tiempo pero un día más, habían vuelto a conseguirlo.
Mavi los estaba abrazando por las piernas, apretujando tanto como podía entre sus débiles bracitos y con una enorme sonrisa en el rostro.
Para todos los allí presentes, no eran más que una familia un poco rara celebrando una tontería.
Pero cuando se abrazaron los unos a los otros, supieron que eran mucho más.
Había un único rayo de sol iluminando su abrazo, como si el universo los estuviera cobijando entre su manto dorado, llenando de luz su dolor, poco a poco curando todas sus heridas.
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