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17. "Divino Talismán"

Marzo 2285.
Casa Profeti, Roma
Italia

La casa de las diosas era un lugar muy acogedor. Por fuera, parecía una choza pequeña como para no más de diez personas; pero por dentro, era una espectacular cabaña de dos niveles para que las tres mujeres se sintieran cómodas.

Las "diosas" Profeti eran las deidades en carne que hacían la vida de Exanimun posible. Se tiene la creencia que ellas comenzaron el fin de la humanidad y el nacimiento de la superhumanidad.
Cada una tenía asignadas ciertas razas. Mientras las Profeti estuvieran vivas, cada territorio tendría poder. Si una moría, las razas también.

Stella, Luna y Notte: las tres grandes.

Si bien eran otras superhumanas más, el mundo las trataba como diosas. Ellas no hacían presencia en el exterior, y solo tenían contacto con el o la líder de la supremacía Hitachi.

En el interior de su "cueva", se encontraba más historia de la que se podría imaginar. Las Profeti tenían un gran, pero gran libro el cual prácticamente se escribía solo. Contaba la historia de Exanimun de principio a fin.
A menudo que un evento relevante ocurría, el libro continuaba su rumbo.

Además de ello, tenían guardado bajo llave el escrito que ellas crearon basado en la profecía de la mujer que en algún momento vencería los sekunders y a su líder.

Básicamente, todo en la casa divina resultaba estrafalario; pero lo más importante, era lo que había detrás de la enorme pared de piedra. Quitando de lado todo ese material, se visualizaba el medallón que selló a los sekunders en la primera guerra de poder que existió. Medallón el cual, se estaba agrietando cada vez más rápido.

Si aquel artefacto se llegase a romper, sería el fin.

Stella, una de las Profeti que se encontraba mirando la aterradora situación, comenzó a pensar en hacer algo para retrasar el tiempo. Ella podía sentir que la niña de la profecía no estaba presente en ningún lado.

—Luna, Notte—llamó a sus hermanas. Aparecieron enseguida—. Vean eso...

Las otras dos observaron la gran grieta en la piedra. Estaban tan preocupadas que sus malas ideas bloqueaban todo.

—Han pasado como veintidós años desde que hicimos la profecía, pero ninguna hemos sentido su poder en ninguna parte. Es como si... si hubiese desaparecido— Notte llevó su mano al pecho.

—No sólo eso, Notte... Nunca le dimos el talismán. Sin él, por más poder que tenga, no podrá volver a sellar a los sekunders—dijo Luna señalando el cofre donde guardaba el talismán.

—Luna, ¿perdiste tus alas? ¡Reacciona! Por más que sepa que ella es la niña de la profecía, no habría forma de dárselo sin que supiera que somos las Profeti. Pero ni siquiera eso. ¡No está en nuestro radar!— Notte agitó sus mangas.

—¿Y si alguien se enteró de todo y la secuestró?— Stella puso su mano en la barbilla y levitó por el salón—Es muy poco probable pero... no imposible.

—Lo que faltaba...—suspiró en un susurro. Notte se alejó de las dos.

—Hace varios meses que vengo sintiendo una leve presencia muy fuerte en la mitad del valle inutilia-solum. Es muy similar a la nuestra. Tendría que ver a la mujer en persona para darme cuenta si es o no nuestra chica— Se sentó en la mesa.

—¿Sabes, Notte..?— Luna tenía calma— No es tan descabellado. No hay nada que perder. Sabes que los solum tienen la capacidad de moldear la mente de los demás a su antojo.

Notte observó con miedo a ambas.

—Hermana, esto es casi imposible. ¿Cómo es posible que siquiera lo tengan como una opción?

—Si no me apoyas, iré sola— Stella la enfrentó.

Fue al cofre a sacar el talismán.

—T-Tú...—Notte señaló a Stella intentando reprocharle algo— T-tú...— Intentó buscar una excusa. Stella levantó la ceja— Ay...— suspiró— Ve.

—Lo iba a hacer de todos modos— Un remolino envolvió su cuerpo. En segundos, su contextura de dos metros y medio se volvió la de una joven que pasaba por unos centímetros el metro y medio. Traía vestido un traje de mesera—. Lo más probable es que la encontremos en alguna cafetería del valle. Son muy populares.

—Encuéntrala, hermana. Confiamos en ti.— Luna se acercó a Stella. Ahora se veía más alta.

—Lo haré.

La menor emprendió vuelo lejos de Roma. Su siguiente parada, Nación Inutilia. 

06 de Marzo, 2285
C. I/S, Nevada
EEUU

—¿Segura que no quieres salir? Desde hace dos días estás encerrada en la pieza, Idaly—animó Alba para que su muchachita salga.

—No, mamá. Gracias.

Luego de lo que sucedió ese día, luego del ataque al corazón, Idaly no quiso volver a poner un pie afuera. Puede que lo pasó no haya sido tan grave, pero ella no tenía un buen presentimiento.

—Está bien— Alba palmeó el hombro de Idaly—. Estaré abajo si me necesitas, princesa—Besó su cabello—. Adiós

Daly se quedó recostada en un costado por unos minutos. Quería salir y a su vez no.

—Ugh...—Se quejó colocándose boca arriba con las manos en la cara—Ya sal de mi mente—dijo con algo de fatiga.

Vancuover... Vancuover.... Vancuover...

—¿Quién es "Vancuover"?—preguntó cansada— Al diablo...

Se levantó enseguida. Rápidamente se cambió.
Tomó la capa que estaba en el cabezal de la madera de su cama y salió del cuarto.

—Voy a salir. En cuatro horas vuelvo—avisó a su madre y padre bajando las escaleras.

—Espera un segundo, Idaly— Amadeo la detuvo— ¿Irás así vestida cada vez que tengas que ir al centro?—Miró con ligero asco el atuendo de falso chasovoy de su hija.

—Sí—Sin darle importancia al asunto, lo ignoró—. Tercer poder base solum. ¡Teletransportación!—Abandonó la cocina y apareció directamente en la esquina del parque.

Caminó con algo de paso apresurado. Usó la capucha de su capa para cubrirse. Por alguna razón, no quería que nadie la viera aunque no la conocieran.

Vancuover.

Otra vez la flecha de ese apellido perforó su cabeza.
Se detuvo en seco y abrió bien los ojos. Activó el modo alerta.

—¿Ida...ly?

Ella se giró sobre su eje. Miró hacia abajo. El niño de metro y medio la miró con confusión.

—Arthur... ¿Qué estás haciendo aquí?—Se quitó su capucha— Son pasadas las nueve, deberías estar estudiando.

Arthur agachó su mirada y cambió su mueca a decepción.

—Hace dos días que no asisto...

—¿Por qué?—Lo interrumpió.

—Desde ese primer día en el que me acompañaste, he venido por este camino largo para volver a verte, pero... llego tarde todos los días, y cuando eso sucede, ya no me dejan pasar al colegio—suspiró—. Creí que vendrías a buscarme...

Idaly abrió un poco sus labios. Sintió una sensación muy extraña como si de culpa se tratase.

—Y-yo...—titubeó— Arthur... Yo no soy tu tutora. Ni siquiera me conoces. ¿Por qué vienes TÚ a buscarme?

Silencio incómodo.

—Algo me dice que no me aleje de ti...—Quebró su voz— A excepción de mi mamá y algunas personas cercanas, todos me tratan mal por ser un inutilia y por lucir como un humano a mi edad. Eres la única y primera persona de otra raza que me valora como soy—Abrazó a Idaly—. No quiero volver al instituto si no te veo aquí en el parque todos los días.

La mujer no sabía qué hacer. No conocía a ese niño. Tampoco tenía algo que ver con él, pero... pero ella también sentía que Arthur era el causante de sus confusiones. Debía mantenerlo cerca hasta al menos poder descifrar lo que le estaba pasando.

—Oye, niño...— Lo separó y se agachó a su altura. Sus palabras se congelaron. Todo lo que le tenía que decir se esfumó en un segundo—Y-yo...—Miró sus ojos. Era una mirada familiar. Borró eso de su mente.— ¿Quieres ir por un desayuno?—dijo sin saber qué decir.

—¡Sí!—Extendió sus brazos hacia arriba— Me gusta el chocolate. Mamá siempre me lo hace con leche—Sonrió feliz.

—Muy bien...—Se paró y tomó la mano de Arthur— Vamos, conozco un delicioso lugar.

Ambos se alejaron del parque.
Caminaron dos calles hasta llegar a una cafetería en dónde una vez Jeremy la llevó para festejar su egreso.

—Buenos días—saludó a la mujer tras el mostrador—. Un chocolate caliente y un vaso de agua.

—Son dieciséis monas.

—Aquí tiene, gracias.

Se sentaron en una mesa con dos bancos. Quedaron frente a frente. Ella veía felicidad en el niño.

—Okey, Arthur. Escúchame— Comenzó una conversación mientras esperaban el pedido—. No quiero que faltes ni un día más a la escuela, ¿okey? Vendré todos los días que tengas clases. Cuatro horas. Desde que entres hasta que salgas. Yo no puedo salir del compartimiento, así que solo te acompañaré a la estación para que subas al tren. No quiero que le digas a nadie que me conoces. Ni siquiera a tu familia.

Arthur quedó analizando todo lo que dijo Idaly en seis segundos.

—De acuerdo, pero... Eres Chasovoy. ¡Puedes salir! Podrías ir un día a mi casa. Así mi hermana dejará de molestarme por no tener amigos.—Sonrió esperanzado.

—No, Arthur— Ella rió cansada—. Mira, no soy chasovoy. Me visto como una para que los demás no me lastimen. Además, mis padres no me permiten estar afuera mucho tiempo. Solo cuatro horas, y cinco veces a la semana. ¿Entendido?

Él tardó unos segundos en responder. Torció sus labios.

—Entendido— Se veía desanimado—. Entonces... Significa que jamás podrás conocer a mi familia y yo no puedo contarles sobre ti.

—Justo como lo dices. Espero que nuestra promesa se cumpla, y si no...—Señaló la marca en forma de gota que tenía en la frente— Lo sabré.

—S-sí— Se puso nervioso. Arthur le tenía miedo a los solum por su capacidad de meterse en la mente de la gente.

—Buenos días— Una mesera muy bonita les entregó el pedido. Su cabello largo y blanco hacían un contraste muy lindo con su uniforme marrón y amarillo—. Me llamo Estela, seré su mesera esta mañana— Tomó el vaso con chocolate de la bandeja y se lo entregó a Arthur—. Sabroso chocolate para nuestro caballero, y...—Ella miró fijo a Idaly con sus brillantes ojos azules— Un vaso de agua para la dama...—habló muy lento bajando el vaso hasta el frente de ella. Se quedaron viendo sin decir alguna palabra.

Sé quien eres Idaly Morbus.

Idaly sintió un latido en su cabeza. La voz de la mesera sonó adentro de ella como un ente. Se le erizó la piel.

—¡Disfruten el desayuno jóvenes!—Dio media vuelta— Y no olviden revisar sus bolsillos cuando lleguen a sus casas... En esta zona asaltan mucho.—Guiñó el ojo y se retiró.

Idaly quedó tiesa ante la situación. No entendía nada. Sintió un peso en su bolsillo, pero no le dio importancia.

Una vez que ambos terminaron sus bebidas, se condujeron a la estación. Ya no podía entrar a la escuela, así que era mejor irse.

—No olvides nuestra promesa, Arthur. Nada de esto a nadie—Le recordó al niño mientras el tren estacionaba en el andén.

—Lo prometo— Tiró el brazo de ella hacia abajo. Le besó la mejilla— ¡Hasta mañana, Idaly!

Él corrió hacia adentro del vagón. Ella tocó su mejilla sorprendida. No estaba acostumbrada a recibir cariño.

Regresó a la casa.

—Solo fue una hora. ¿Qué sucedió?— Amadeo agitó el periódico sin dejar de leerlo.

—No es nada. Caminé mucho. Es todo.

Subió a la habitación para descansar un rato. Últimamente dormir era su pasatiempo favorito. Se lanzó de lleno en la cama.

—¡Auch!—Sintió que algo duro le penetró el abdomen. Provenía de su bolsillo. Metió la mano con furia y lo sacó— ¿Pero qué demonios?

Un talismán mediano y de color violeta brillante, iluminó su rostro. Este venía con una cadena plateada. La joya se asemejaba a la forma de un diamante. Lo giró unas pocas veces tratando de encontrarle algún un significado.

—¿Cómo llegó esto a mí?— Lo tomó con sus dos manos y lo miró fijo. Comenzó a irradiar una luz púrpura muy incandescente que en cuestión de segundos cegó su vista— ¡Ah!

La luz llenó la habitación. Se apagó luego de unos segundos. Idaly se cayó de la cama. Quejándose, se sentó poco a poco.

—¿Qué demonios es esta cosa?—tiró la joya a un rincón— Cómo sea. No lo quiero encima.

Dejó el misterio para después. En su cabeza tenía presente asuntos más importantes que un talismán maldito.
Intentó dormirse, sin embargo, el "sueño azul" apareció otra vez

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