1. "Azul Vancouver"
21 de marzo, 2271
Valle Inutilia, Spring Valley,
Nevada.
—¡Aldavinski! ¿A DÓNDE FUE AZUL?
—¡No lo sé! ¡Sólo desapareció!—lloró el pequeño niño—¡Un hombre se la llevó, mamochka Lucrecia!
Lucrecia entró en pánico e inmediatamente corrió a buscar a su hija. No la veía, no la encontraba, no la sentía. Dejó al niño a cargo de la intemperie y continuó a lo que necesitaba: encontrar a Azul.
Unas horas atrás....
—¡Demonios!
—¡Shh!—chistó Lucrecia animada— George, debemos despertar a Azul con la canción de mis padres. No con el ruido de unas ollas rotas.
—Lo siento, preciosa—susurró coqueto levantando las cosas que tumbó—. Estoy tan nervioso... No puedo creer que nuestra hija esté por cumplir seis años. Todavía recuerdo cuando elegimos su nombre en esta misma sala... Azul Stella. Una noche estrellada como la de hoy. —Miró nostálgico por el gran ventanal.
—Es parte del ciclo de la vida, amor. En algún momento crecerá, conocerá algún muchacho, se casará, tendrá hijos...
—¡Hey, no! ¡Ni siquiera con Aldavinski!Suficiente tengo con que entrará al instituto en septiembre...—rió simulando quitar una lágrima de su ojo—. Aunque siento que es excesivo enseñarle sobre catorce razas, a un niño de seis años, en menos de nueve meses
—No nos preocupemos por eso ahora. Hay que disfrutar cada momento y acompañarla en cada paso. Es nuestro trabajo como padres.—Tomó la mano de su marido y lo ayudó a levantarse. Lo abrazó por el cuello. —Agradezco a Stella que estamos juntos en esto.
—Gracias a las diosas...—Acercó sus labios para besarla.
—¿Y ese ruido?—interrumpió Lucrecia mirando el techo, luego de sentir un golpe proveniente del piso de arriba.
—Deben ser los ratones...—respondió alegre su esposo— O simplemente es nuestra hija emocionada por su cumpleaños número seis que será exactamente en...—Miró el reloj en su pared— dos minutos. ¿Subimos?
La pareja preparó una bandeja con dulces y chocolates a modo de regalo. Lentamente y contando los segundos para la media noche, subieron las escaleras hasta la habitación de la niña, quien dormitaba pacíficamente en su cama. Abrieron la puerta con cautela cantando una canción.
—Vivo en un mundo gris que no me deja avanzar. Mi vida desvanece, no hay vuelta a no dudar...
—Tengo un amuleto que me acompaña a cualquier lugar. Que es mi hija, mi princesa, mi luz ante la oscuridad
—La dueña de mi vida, mi fuente de calor. Mi noche, mi día. Mi hola y mi adiós—cantó Azul uniéndose al coro.
—Por ti. Por ti mi vida es bella y nunca cambiaré... Esos lindos momentos que formé junto a ti. Y no olvidaré ninguna risa que provocamos juntos en este largo tiempo...
—Feliz cumpleaños, hija nuestra—dijo su padre acariciándole los cabellos.
—Gracias, papi. ¿Puedo quedarme despierta con ustedes? ¡Ya soy una niña muy grande!
—Las niñas grandes sí hacen su cama a la mañana. ¿Verdad, George?—rió Lucrecia.
—Tu madre tiene razón, Azul Stella. Aunque los Vancouver somos de resistencia fuerte—Levantó sus brazos presionando sus no marcados bíceps—. Debes descansar, cielo. Por la mañana festejaremos tu cumpleaños junto a Al, Tony, y Sam. Come, anda.
La pequeña familia disfrutó a gusto del momento riendo y celebrando un año más de vida. Aquel día era su día. Azul lo presentía.
Cuando el sol golpeteó las montañas de Spring Valley, los vecinos de la Nación Inutilia salieron a nutrirse de vitamina D. No era usual tener amaneceres y atardeceres tan bonitos en donde el astro estuviera presente, así que cuando sucedían, disfrutaban al completo el día. Por supuesto que a la joven Azul le beneficiaba y mucho. No tenía cumpleaños en donde no tuviera sol.
Bajó feliz las escaleras con su alta velocidad, una de sus habilidades mágicas. Era bastante revoltosa e inquieta, pero no maleducada. Había sido criada con humildad y respeto por los demás, inclusive por aquellos que Exanimun excluía por ser diferentes.
—Este vestido violeta me queda precioso, mami. ¡Gracias!—agradeció pasando sus manos por la suave tela.
—Combina con tu cabello castaño. Te ves hermosa, hija. Ve a la entrada, tus amiguitos deben estar por llegar—Golpearon la puerta—. Bueno, llegaron ya.—rieron.
Mientras Azul recibía a sus amigos, Lucrecia se trasladó hasta la cocina en donde su esposo terminaba de hornear el pastel. Se posó en el marco de la puerta esperando a que se diera cuenta de su presencia.
—Mi bella dama, ¿qué se le ofrece?—preguntó pícaro.
—Quiero una cita con el pastelero, ¿es posible?
—Tendrás que agendar turno porque la fila es larga—bromeó acercándose a ella. La tomó por la cintura—. Aunque puedo ponerte en primer lugar cómo lo he hecho toda mi vida...
Los dos enamorados quedaron mirándose a los ojos por un momento hasta que ella lo besó de imprevisto. Al separarse se sonrieron muy cerca de los labios del otro. Lucrecia tomó con suavidad la oreja de George y la acercó a su boca para susurrarle.
—Hay una nueva orden en el horno, chef...
—No seas boba, amor. Dijimos un sólo pastel...—miró hacia el horno relajado para verificar si sólo había uno. Regresó la mirada para su mujer y se rió. No tardó más de tres segundos en entender realmente a lo que se refería.—No...
—Sí...—afirmó eufórica—Estoy embarazada.
George, paralizado, dejó que Lucrecia saltara alrededor de él. Al cabo de un momento se quitó los guantes térmicos y la alzó con felicidad sobre sus brazos. Giraron escondidos en el centro de la cocina sin importarles más nada que ese momento propio de los dos.
—¡Seré papá otra vez! ¡Seré papá otra vez!—gritó tomando su pinchudo cabello colorado. La bajó a ella.— No sabes lo feliz que estoy... Hay que decirle a Azul.
—¡Ven aquí, ansioso!—Lo frenó del delantal— Tenemos varios días para contarle la noticia. Dejemos ahora que disfrute con sus amigos. Hoy es SU día.
George la abrazó entre lágrimas de felicidad agradeciendo el momento a las Profeti. Ser padre era una bendición, y él ahora estaba el doble de bendecido.
—¡Mamá, papá!—Azul llegó a la cocina corriendo. Se detuvo en secó al sentir el aroma proveniente del horno— Huele a quemado.
—¡Mi pastel!—George corrió a apagarlo.
—¿Qué sucede cielo?—preguntó Lucrecia agachándose a la altura de su pequeña.
—¿Podemos irnos a jugar al parque con Aldavinski? ¡Por favor!
—No lo creo, cielo. No podemos dejar la casa sola. No hay adultos que los acompañen. Además no tengo autorización de los padres de Anthony y Sam para llevarlos...
—Ya tienen edad de cuidarse solos, amor. A la edad de Azul ya llevaba a mis hermanos al colegio cruzando las montañas de Montreal...¡Ah!—exclamó soltando la bandeja caliente.
La madre dudó mucho de la capacidad de su hija para sobrevivir sola en el ambiente del valle. Sin embargo, el parque sólo estaba a dos calles e iría con su mejor amigo. Miró con complicidad a su esposo, quien le guiñó el ojo para afirmar un sí.
—Sólo una hora. Recuerda que tienes siete poderes bases, que los sabes usar bien, y úsalos para defenderte de cualquier cosa. ¿Sí? Eres fuerte, eres valiente...,
—¡Eres una Vancouver! ¡Adiós mamá!—dijo en un sólo segundo disparando hacia la sala. Tomó a su amigo de la mano y lo tumbó al suelo. Se posó sobre él.
—¡Oye, mocosa!—gritó Aldavinski.
—¡Podemos ir! ¡Y esta vez te ganaré maldito hitachi!—Sacó su lengua.
—¡Los que se pelean se aman!—burló el niño Anthony a sus amigos.
—¡Cállate cara de galletita, pecoso!—agregó Sam uniéndose a la broma.
—¡Miren quien habla, cabello de arcoíris celeste y lila!—respondió Anthony.
—¡Los que se pelean se aman!—gritaron Azul y Aldavinski.
Los cuatro rieron parándose juntos en un círculo a mitad del espacio. Tenían casi la misma altura entre ellos.
—Me dijo mamá que no podrán ir con nosotros al parque... ¡Pero volveremos pronto! No se vayan de la fiesta, por favor...
—¿Por qué no? ¡Soy mitad meridianam! Puedo levantar una montaña en el parque si viene alguien malvado—presumió Anthony forzando la mirada.
—Seguramente lo pidió tu papá, Tony...
Sam y Anthony agacharon la cabeza y juntaron puños con Azul y Aldavinski. Se sonrieron y despidieron de buena manera. De todos modos en una hora estarían los dos de nuevo con ellos.
La inutilia y el hitachi salieron juntos de la casa Vancuover hacia el parque. El cielo aún estaba despejado y el ambiente tranquilo. Al llegar, no notaron un gran tránsito urbano. A buena suerte, todo sugería que esa sería una tarde tranquila.
—¡Como es mi cumpleaños no contaré!
—¡Hey! No se vale. Yo conté la última vez—mufó.
—¡Pero yo soy más bonita! ¡Hasta cincuenta!
Azul corrió disparando hacia la arboleda más cercana del parque. Su amigo, de mala gana, tapó sus ojos y comenzó el conteo. 1...2...3...4...48...49...50. Saltó alegre en su lugar y comenzó la búsqueda por el terreno.
Comenzó buscando por los asientos sentándose en cada uno de ellos. Sabía que su amiga era muy buena volviéndose invisible, pero esa vez no le iba a ganar en el juego. Continuó mirando en las alturas, y aunque no sabía volar, se dio cuenta que ella no estaba en las copas de los árboles.
Siguió y siguió buscando por todos lados. Debajo de la tierra, a hurtadillas en los bolsos de las personas, en las rocas más grandes...
—¡Azul! ¡Azul!—llamó molesto entre medio de la gente—¡Azul esto ya no es gracioso!—lloró preocupado.
Aldavinski continuó caminando desesperado. Había pasado más de media hora buscando a su amiga quién no quería ceder en perder. Agachó su cabeza al suelo para limpiarse los ojos, y fue ahí entonces cuando vio lo que no quería ver. Recogió la pulsera de la amistad del suelo y se agachó de rodillas. Bruscamente movió su cabeza con la esperanza de verla cerca, pero no había señal alguna. El cielo comenzó a oscurecerse volviéndose de un tono gris preocupante.
—¡Al! Hijo...
La voz de Lucrecia lo asustó a lo lejos. Miró a la mujer agitado.
—¿Alda...—Lucrecia se acercó velozmente hasta él notando su estado y la ausencia de su hija. Miró más allá de los árboles, miró más allá de lo conocido y de las capacidades del poder superhumano. Allí estaba ella, desapareciendo en la nada a manos de una figura un tanto deforme.—¡AZUL!—gritó desesperada.
Azul Vancouver había desaparecido.
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