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Parásitos

Parásitos

Las palabras hieren y más si vienen de la persona que más amas en este mundo. No es posible que me haya herido así de esa forma, sé que lo merezco, pero no entiendo por qué me lo dice justo cuando se va, dejándome un vacío tan profundo. Soy cruel, egoísta, un idiota, una persona que no merece vivir y admito que he sido un imbécil con él en millones de ocasiones, pero eso no justifica el hecho que se vaya dejándome con la palabra en la boca. No es justo. No quería que se fuera porque sin él, nada será lo mismo.

Ahora estoy solo. Mis padres no le pararán mucho a mi estado emocional, les interesan más sus amigos, sus fiestas y todo eso. Puedo ser único hijo, pero no me hacen caso en absoluto. Me siento muy triste y no sé cómo voy a poder vivir con esto.

¿Es que acaso no me doy cuenta de lo que tengo en frente? Todos me lo dicen, que siempre ando hablando de mí y no hago caso a las señales que me envían. Estoy locamente enamorado de él y no soy capaz de decírselo de frente, lo único que le dije fue: «eres mío, bebé», más nada! Eso puede significar muchas cosas y quizás no soy lo bastante específico para declararme. Me dijo tantas veces que me ama y nunca le respondí, pensé que era mentira.

Llorando en silencio, mientras la brisa azota mis labios y hace que me sienta inútil, transito una carretera que está vacía, todo está despejado. Quisiera morir y dejar el mundo más feliz. Quizás mis papás tuvieran más tiempo para hacer sus cosas, él no tendría que estar conmigo y conseguiría a otra persona que lo hiciera sentir más vivo.

El reloj sigue avanzando lentamente, el kilometraje también hace su trabajo y mi corazón ha dejado de funcionar. Quisiera ser como el chico de la Mecánica del Corazón y no enamorarme más nunca en la vida. Eso pasa cuando estás acostumbrado y finges que todo es perfecto.

Estaciono en un lugar en el que nunca he estado. La playa se ve clara y azulada, los pájaros andan por allí y no hay gente. Bajo del auto y me siento en la parte delantera para observar el paisaje.

—Lo peor es que no vas a regresar —digo en voz alta—. Estarás lejos, no podré llamarte, ni enviarte mensajes. ¡Te conozco!, no perdonas tan fácil.

Me quedo un buen rato mirando hacia la nada, recordando viejos tiempos y llorando como un niño pequeño que perdió a toda su familia y se siente solo en un mundo lleno de gente malvada. No sé qué hora es, y no quiero saberlo. Mi celular suena y suena, tampoco me interesa, me tiene sin cuidado. Lo agarro y apago, para que su sonido no perturbe mis oídos. Ahora me siento realmente solo.

—¡A la mierda las promesas, a la mierda el amor, a la mierda todo! —grito a todo pulmón. Lanzo el celular contra el piso y se queda en la arena. No sé si dejará de funcionar, no lo pienso ir a buscar—. ¡Te fuiste por mi culpa, maldita sea!

El agua me está llamando, quisiera ingresar y congelarme como Jack en El Titanic. Bajo el auto hasta la playa y lo dejo allí, junto con mi ropa.

Empiezo a adentrarme en el mar, sin saber lo que estoy haciendo, no sé nadar y dudo mucho que a los tiburones les guste mi aroma. Continúo nadando como perrito y el agua realmente está fría. Creo que he llegado al fondo porque veo que mis pies están lejos cuando miro hacia abajo.

Me quedo mirando a mi alrededor. Todo está demasiado pacífico y me gusta. Sé que en algún momento esa brillantez del agua, no volverá a aparecer ante mis ojos, ¡ya no! Ellos están apagados, estoy como los ciegos, ya no veo nada.

Por un momento, siento que mi cuerpo no responde y me voy hundiendo cada vez más. Pierdo la noción del tiempo, el agua forma parte de mí y no puedo pedirle que deje de hacerlo porque mis ojos lentamente se van cerrando y las pocas burbujas de mi boca se esparcen como cenizas.

—Allí, Trey.

—Ya lo ví, voy por él. Avísale a su familia que lo encontré. Yo me encargo de llevarlo al hospital.

Oigo voces lejanas. Se aproximan hacia donde estoy. Mis ojos no se pueden abrir, intento detener mi impulso de sobrevivir, no sé cómo hacerlo, no sé nadar. Unas manos toman mi cuerpo, son suaves y me relajan un poco. Al tocar tierra firme, siento la arena en mi cuerpo, más voces se aproximan. Están intentando despertarme, porque la electricidad penetra en mi piel.

—¡Vamos, vamos! ¡Debes vivir!

—Hay que llevarlo enseguida.

De allí en adelante no escucho más.

**

—Excelente señor Harris. Ya despertó —dice una mujer de cabello dorado y bata azul —. Sus padres ya están aquí. Voy a llamarlos.

—Escarabajo —es lo que alcanzo a decir—, ¿dónde está?

—Si se refiere al auto, está en el estacionamiento.

La mujer sale y busca a mis padres, quienes están furiosos conmigo por la estupidez que acabo de cometer. Sinceramente, no tengo excusas, es sólo que me provocó estar allí y ver qué se sentía estar en la playa en la tarde. Que mi intento idiota de ahogarme no fue intencional, igual no funcionó mucho porque me han salvado.

—¡No lo hagas otra vez Robert Andrew Harris! ¡Casi me matas del susto! ¿Por qué no contestaste el teléfono? ¿Y si te hubiese pasado algo peor? ¡Dios santo! —mi madre está alterada y tiene todo el derecho de hacerme sentir que soy un completo imbécil.

—Monik, sé que es rabioso. ¡Cálmate!, está apenas despertando y no es buen momento para hacer una escena y que todo el mundo se entere de lo que Robert hizo.

—¡Cállate French!

Comienzan a discutir por mi culpa. Esto es patético.

—¡Ya basta! —les grito a los dos—. Si me pueden castigar de por vida, ¡háganlo!

—¿Para qué fuiste allá? ¿Y ese auto?

Esa parte. ¿Por qué debo decirles? Esto es horrible.

—Me gusta el mar y quise ir hacia allá —le respondo la primera pregunta.

—¿Y el auto? —mi madre no se quedará tranquila hasta que le responda. Esto será muy difícil de contestar.

—Me lo regalaron —le contesto sin mencionar el nombre. Mi madre me observa con el ceño fruncido—. David me lo regaló —digo el nombre del papá de esa persona cuyo nombre no quiero pronunciar, ni escribir, ni nada.

—¿David Raider? —pregunta mi padre muy contento—. Es estupendo. Es muy generoso de su parte. Lo invitaré a los próximos juegos.

Okey. ¿En qué mundo viven mis padres? Capaz y no saben que ellos se fueron para siempre.

—Se fueron —digo con un hilo de voz. Decir esto me cuesta muchísimo porque de inmediato me dan ganas de llorar y me duele en el pecho.

—Señor Harris —la enfermera que es gruñona—, tiene una carta y su auto está en el estacionamiento. Las llaves las tiene Trey Martin, ella vendrá ahorita para entregárselas.

Me da un sobre blanco y dice mi nombre completo. Esto es raro e inadecuado. Nadie en este siglo escribe cartas, es demasiado cursi. La dejo en la mesita.

—Con relación a su diagnóstico, está perfectamente. Sólo fue un susto. Puede irse cuando llegue la chica.

—¡Gracias! —le respondo. Ella me sonríe y se retira de la habitación.

—Así que se fueron. Es una pena —comenta mi padre.

—A mí me parece perfecto. Así Robert se enfoca más en su vida —opina mi madre—. Ese chico es extraño.

—Por Dios Monik. Es el mejor amigo de nuestro hijo.

Mejor dicho: mi ex-mejor amigo. No creo que regrese, ni que tampoco hagamos las paces.

—Insisto que es lo mejor que ha pasado.

¡Claro!, ella porque no sufre y tiene a su marido allí. En cambio, yo no tengo nada.

—Hola Robert soy Trey, aquí están las llaves de tu auto —la chica sonríe y me alivia, porque no quiero empezar a discutir con mi madre. Me las entrega.

—Te agradezco por haberme salvado la vida. Eres una buena persona —y vuelve a sonreír—. ¿Quieres comer algo? ¡Yo invito!

—¡Sí!, sería bien.

Me levanto bien. Siento que mis músculos volvieron a la normalidad. Voy al baño, me cambio de ropa y salgo más optimista que nunca. La carta la guardo en el bolsillo y las llaves en la mano.

—Voy con Trey al centro comercial.

—¡Sí! Cuídate, hijo.

—¿De acuerdo? —le pregunto a mi madre y ella asiente, sin replicar.

El ascensor está lleno de personas y nos vamos por la escalera, poco a poco. Trey no habla mucho y seguramente estará apenada por lo sucedido. Quizás en algún momento le explique mi tontería de ir al mar, porque merece saberlo. Es la persona que salvó mi vida y le debo muchísimo.

—¿Cómo lograste encontrarme?

—Suelo surfear de noche y unos amigos te vieron, pero estaban muy lejos, en cambio yo estaba más cerca. Es difícil cargarte, pesas demasiado.

—Gracias de verdad. ¡En serio!

—No vuelvas a hacerlo. Si quieres te enseño a nadar para que no te pase lo mismo, porque me diste un susto de muerte.

—Lo siento de verdad.

—No te preocupes. Por cierto, ¿qué hora es?

—No tengo celular para indicarte la hora.

—Quiero ver el partido de la NFL. Hoy es el segundo partido y no quiero perdérmelo.

—¿Te gusta el fútbol?

—Lo amo, pero lo veo a escondidas de mis padres. A ellos no les gusta que sea masculina, en sentido figurado.

—No quiero ir a mi casa y supongo que tampoco podemos ir a la tuya.

—Conozco un sitio donde podemos verlo.

—¡Sí!, sería estupendo.

—Esto es una salida de amigos. No quiero que pienses que deseo tener algo contigo.

Ella se empieza a reír y me recuerda a cierta persona que hace lo mismo cada vez que digo algo que no tiene sentido. Siempre pienso pervertidamente, no sé por qué.

—Me gustan las chicas, no se lo digas a mis padres.

—Secreto guardado. 

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