Flotando en el aire
Flotando en el aire
Mi vida ha sido una bendición desde que llegué al mundo. Nazco sano, con buen peso, excelente sonrisa y un cuerpo espectacular. Para ser un bebé recién nacido, puede resultar exagerado decir que puedo conquistar a quien sea, pero, definitivamente, tengo ese don de ser hermoso.
A partir de este instante me doy cuenta que el mundo es amplio, hermoso, espectacular. Creemos que somos capaces de llorar, comer, dormir y listo; no soportar dolor, ni sufrimiento y vivir felices para siempre. Aunque es verdad que lo dicen en los cuentos, no creo mucho en eso de vivir feliz para el resto de la vida. No soporto las cursilerías, menos con la mentalidad que tengo. Soy el consentido, único hijo y me dan ganas de comer en abundancia, llorar si no hacen lo que les pido y dormir cuando me plazca. Soy libre de hacer lo que desee y soy muy feliz.
El primer año es el comienzo de una de las etapas más trágicas para los padres, pues uno empieza a caminar y a hacer travesuras. Pintas en las paredes, destrozas todo lo que encuentres a tu paso, te ríes para que no te regañen y, en lugar de hacerlo, te dicen que eres hermoso.
—¡Qué bebé tan tierno! —exclaman los amigos de mis papás.
Uno no entiende las señas de los adultos y sigue pareciéndote normal que te lo repitan a cada instante.
—Es una belleza —comentan al verme.
«¡Lo sé! ¡Soy irresistible!»
Los años siguientes, sigo portándome como un caballero, pero de mala forma. El pretexto de que no me cuidaron bien, siempre lo utilizo. No tengo la culpa que lo irresistible venga en mis venas.
Al celebrar mi octavo cumpleaños, me hacen una fiesta a lo grande. Invitan a todo el vecindario, amigos íntimos y familiares. Para mí, no son importantes, lo único que me interesa es que me den regalos.
—Robert, necesito que coloques estos chocolates en las bolsas por favor —ordena mi madre, y asiento con la cabeza. Me da fastidio hacerlo, pero no quiero que se ponga a gritar delante de todo el mundo.
Hay un niño rubio de cabello largo sentado con un esmoquin y comiendo frutas. No sé quién es y la verdad es que me impresiona, parece un pequeño adulto. No creo que esté acostumbrado a estar en reuniones de este estilo.
Hay dos adultos que tienen cierta semejanza al niño y están sentados conversando con mi padre sobre algo que no entiendo.
— ¿Quieres jugar? —le pregunto acercándome hacia donde está el chico.
No me contesta. Le vuelvo a preguntar alzando más la voz.
—No, gracias —me responde.
— ¿En serio? ¿Y qué harás?
—Veré un programa sobre los Homo sapiens.
No me dice más nada. No creo que esté bromeando conmigo, porque ve la televisión con mucho agrado y no le hace caso a ningún niño de mi fiesta.
— ¿Puedo verlo contigo?
Él asiente. Al cabo de un minuto, me entrega un paquete envuelto en un papel muy fino. Al abrirlo veo que es una pelota de fútbol americano.
«¿Cómo sabe que amo ese deporte?», pienso.
—¡Es genial! ¡Gracias! —grito emocionado y tratando de contener la felicidad, pero es imposible. Estoy demasiado feliz.
—¡De nada! —me responde—. ¡Feliz cumpleaños!
Por su madre, sé su nombre: Blaide Raider.
Desde ese momento, mi sueño de ser lo más tierno y agradable, se convierten en otra cosa. Sigo siendo adorable, porque aún me lo dicen, pero mi actitud la cambio, indiscutiblemente. No para ser más interesante, sino porque comprendí que el mundo no es tan bonito como te lo muestran en la televisión.
Ese mismo año, Blaide y yo nos fracturamos ambos brazos por estar corriendo por el patio de mi casa. Estuvimos más de una semana hospitalizados.
Así pasan los años, uno tras otro, en los que nos van pasando cosas que arriesgan nuestras vidas. Casi chocamos contra un árbol, por querer vernos frente a frente, a ver quién hace más muecas montados en la bicicleta. Mi madre repara la bici y la vuelvo a destruir. El mismo efecto siempre. En el hospital somos conocidos, todo el mundo sabe de nosotros. Tenemos un historial en este sitio y es una pena que no recibamos el Guinness World Records. Ya estando a finales de la primaria, nos atropella un auto y quedamos paralíticos por un buen tiempo. No podemos asistir a la ceremonia de acto.
**
Varios años después...
—Esto está demasiado bueno —digo con la boca llena. A él le molesta eso y frunce el ceño.
—Lo lamento si no te gusta —sigo hablando y me ignora por completo.
—Es nuestro primer día de la preparatoria. —Blaide siempre ha sido puntual, ordenado y pacífico, aunque si pierde los estribos, se pone como loco—. A menos que quieras estar con la mocosa infernal ésa, que quiere besarte.
—Ella no me importa. Créeme que es cualquier persona.
—Como sea, ¡Apúrate!
—Tú eres el que desea irse. Déjame tranquilo, hermano. Estaré bien. Puedo cuidarme solo.
Chasquea los dientes y frunce el ceño mostrando que su molestia es en serio. A Blaide no le gusta nada aguado: odia el cereal, la leche, el café, la lasaña y las salsas de todo tipo. Si me ve comiendo cualquiera de estas comidas, se molesta de inmediato y deja de hablarme por unos días.
—Cuando te pones así, me encantas más —le digo y empiezo a reír a carcajadas, por lo que se molesta todavía más—. ¡Eres mío bebé! —así le dice su madre y no le gusta, por eso se lo digo para seguir viéndolo de esa forma. Es divertido porque al final termina riéndose.
Termino de desayunar y nos vamos en el transporte escolar hacia la escuela donde hemos pasado ratos muy malos y algunos agradables. Sencillamente, me quedan dos años para esta pesadilla, ya quisiera que todo se terminara para no sufrir más. Me ha ido fatal en las materias y ahora que estoy en los grados más altos, me da miedo perder la beca.
He pasado los años por un poquito de porcentaje y eso es porque mi amigo me ayuda con los exámenes y las tareas; de no ser así, estuviera en primer año.
—Allí viene senos operados al ataque.
Blaide odia a las mujeres, por la sencilla razón que todas están enamoradas de mí. Es como si le hirviera la sangre. Lo mejor del caso es que no me gusta ninguna, pero él cree que sí y por eso se enfada conmigo de vez en cuando. Trato de explicarle que no me interesan y me dice que eso es mentira.
— ¿Quieres ir al baile conmigo esta noche Robert? —me pregunta Melany por quinta vez consecutiva.
—Veré un partido con Blaide y, además, mis padres no me dieron permiso. ¡Lo siento! —siempre doy la misma excusa, ya la gente está sospechando que es mentira, pero como nunca lo han comprobado, no les hago caso.
—Siempre estás con él. Deberías alejarte. Es mala influencia.
—Somos como el chocolate y el maní, un dúo perfecto.
—¡Es injusto! ¡Quédate con él! —Y se va corriendo.
— ¿En serio irás conmigo a ver el partido? —pregunta Blaide.
Asiento con la cabeza y él sonríe.
—Tenemos clase de Dibujo. ¡Vamos!
El primer día hasta los momentos no ha sido tan horrible. Hemos visto a profesores nuevos y personas bien interesantes. Estando en clases nos piden dibujar un corazón. Es tan ridículo, no sé para qué la profesora se empeña en hacer cosas cursis.
—Tu corazón es lindo —comenta Blaide—. Me agrada demasiado.
—Le hace falta más color. Se ve pálido —observo mi dibujo y sinceramente está muy mal—. Es raro que me digas algo lindo, generalmente te guardas tus opiniones sobre lo que hago.
—Me provoca decírtelo hoy —sus comentarios me sacan de quicio—. Me encanta mucho tu corazón. Creo que tu madre te enseñó muy bien. En fin, adoro todo lo que haces, eres estupendo.
—¡Sí!, lo mismo digo Blaide.
Terminamos de hacer el dichoso dibujo y para mi sorpresa, a la profesora le ha gustado.
—Muy bien, señor Harris —me dice la profesora. Coloca un 10 al lado, para que no estropee el dibujo.
—Señor Raider, va mejorando. Está mucho mejor que el anterior. También tiene un 10.
Nos vamos a la cafetería a desayunar, aunque ya comí, igual amo comer dos veces en la mañana y hasta tres, si es posible.
— Robert, ¿quieres ir al baile conmigo? —pregunta Nicole.
—Lo siento, pero mis padres no me dejaron ir.
—Eso es mentira. Sólo quieres estar con tu amigo, que es extraño y raro.
Se va gritando maldiciones.
—Dos panes para mí —dice emocionado—. Me gusta cuando las rechazas, me da esperanzas.
— ¿De convertirnos en monjes?
—¡No!
—Créeme que es lo último que haría.
Blaide se me queda mirando y sus ojos le brillan demasiado. ¿Qué estará pensando en su pequeña cabeza?
—Clase de actuación —y eso es lo que piensa.
El resto del día se hace divertido. Nos hemos reído con el nuevo profesor y hasta ensayamos una obra que haremos más adelante, sobre las profesiones que ejerceremos cuando nos graduemos.
Blaide se la pasa viéndome todo el tiempo y me preocupa que esté pensando que lo voy a abandonar el día de hoy. Me pone nervioso y me da un cosquilleo raro en el estómago. Quizás la comida tuvo un efecto en mí.
Al finalizar el primer día, no tan desastroso, nos vamos a mi casa para almorzar. Sus padres están de viaje y Blaide se queda en mi casa. Eso me genera muchísima felicidad, porque amo que esté conmigo todo el tiempo y me distrae de la tensión entre mis padres, quienes no se soportan en estos momentos.
Voy directo a mi habitación con la comida, la bebida y el postre, para ver el fútbol americano. Si no me la traigo, no voy a poder comer con gusto, ya que tendría que levantarme luego a buscarla en la cocina y me da flojera hacerlo; prefiero tener todo listo y disfrutar del partido.
Blaide se quita la camisa, como es su costumbre, y ver su pecho me genera estrés. Admito que tiene tremendo cuerpo, pero se pone fastidioso porque lo hace a propósito, desea que lo admire.
—Ya me siento mucho mejor —dice sentándose a mi lado.
—Deberías cortarte el cabello. Te ves como los vikingos.
—Le da un toque y me agrada.
—No quiero quedarme solo en el equipo.
—Cuando me gradúe, me lo corto.
—Es estúpido Blaide, te va a crecer más.
Se queda callado y no dice nada.
— ¿Qué harías si te corto el cabello y vas al baile conmigo?
—No me gusta bailar.
— Y si te beso, ¿te lo cortarías?
Se sorprende de mi oferta y se empieza a reír como si fuera un chiste.
—Me puedes besar ahorita mismo y ya. No tiene sentido que me lo corte, si sólo deseas probar mis labios, Ro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro