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bonita


Hola bonita, quiero confesarte que aunque hay letras que se someten a la vergüenza de hacer público nuestros más secretos deseos, estas van a abstenerse de usar nuestros nombres, pero me voy a tomar atrevimiento de plasmar el apodo que uso a diario para robarte una sonrisa aunque tus días estén nublados, y a la vez, que te describe tan bien. Si escribo esto es para ti; aunque se despierten las alarmas de tus celos cuando te comento que voy a escribir algo sensual, pero créeme, en mi cabeza siempre estarás tú.  Así es que, como debo dejar nuestros nombres tras cerrar la puerta, también debo dejar a la imaginación transformar nuestros cuerpos, no nos volvemos entonces el uno y el otro, seremos así, lo que sabes y lo que sé. 

    

     Te pido que al leer esto te aferres a la más íntima soledad y te encuentres a ti misma en un entorno sin interrupciones. Deseo que una voz masculina envuelva tu imaginación. Puedes leer en aquel momento en el que te encuentras recostada, al final del día o al atardecer; en esos momentos que al leer sueles susurrar y con todo esto, ambos nos permitamos arrastrar a la locura. 

 Debo pedir permiso, amada mía, para poder empezar por aquella noche, lejos de cualquier hijo y brindando en un hotel. Espero que con mis letras puedas revivir el ayer que se esconde como una luna bajo tu piel. 

   Sabes cuánto me gustan los disfraces, y en aquella noche diste en la tecla. No solo fue el disfraz, también lo fue el ver cómo lo creaste. De aquella ropa cansada y aquella temporada en el restaurante frente al mar salimos corriendo sin ningún paraje; pisamos la arena descalzos, corrimos entre sonrisas y bailamos sin música. Y luego de esperar la cena, el postre ya no se podía resguardar. 

    Sé casi todo de ti, pero también sé que siempre tienes más para dar. Sabes que amo verte desvestir y así lo hiciste en aquel hotel. Quitaste del medio aquella corbata y aquel pantalón de vestir y, entre risas y bromas, lograste desabrochar rápido las urgencias aquél sostén. Zambas y murgas de semejante festín fueron danzas de carcajadas, pero luego de quitar la vergüenza, comenzaste con el placer. Cambiaste aquellos saltos divertidos por miradas sensuales, aquella sonrisa por caricias en tu cuerpo, lograste transformar las zambas en un desfile de sensaciones en busca de poder desnudar la única prenda que pende de ti, y el silencio se hace presente.     

  Desnuda en la habitación, lográs desatar la locura adornando tus labios con un rojo rubí, con algún rimel dibujas los puntos de tu abecedario y con sombras puedes pintar la noche. Te miro recostado desde la cama, como miran los que aman en el momento justo en el que se enamoran. Sabes que no necesitas perfume; tu piel no necesita ningún condimento más. Tu hueles a suaves brisas de canela, a dulces toques de crema; a azúcar.  

Continuas este show de desnuda versión, sacando entre retazos de sorpresas algunas nuevas prendas de vestir. 

 Lentamente ajustas tu camisa blanca y sin estrenar, escondiendo vestigios de sueños impresos en tu piel debajo de cada botón. 

 Sonríes tan pícara y tan bonita bajo aquella chaqueta negra, y esa pollera... ¡Ay dios mio! Esa pollera la compraste en el Olimpo.

 Cambiaste a aquella mujer que amo todos los días por una profesora particular, que con medias de red hace vibrar mi imaginación, con una lapicera en la boca que me invita a escribir una vez más y unos lentes sin aumento que logra rigidez en mi. 

  Aunque el tiempo nos apremia seguimos siendo poco comunes, no somos aquellos quienes van primero a la cama desperdiciando el amor en el resto del lugar. Somos quienes entre besos saben recorrer, bailando poco a poco en las llamas del vigor. 

Entonces es así como abordamos el vuelo en la pared de la habitación, y tras recorrer el cielo aterrizamos en la cocina. 

 Sé tocar las cuerdas de tu cuerpo y sonrojar las más hermosas actitudes de tu bien. Sé que de esta manera tu puedes sentirte así, viva. Por eso estamos aquí, dónde puedo sentir tu respirar agitado, tu piel de naranja, tus labios húmedos y tu boca también. Así, los sabores de tu cuerpo se preparan para este comensal que, con pausas en los besos y mordiscos por doquier, tratará de recorrerte entera desde tu boca roja y decorada, hasta la puntas de tus pies. Con mi cuerpo puedo dejarte inmóvil, a veces contra la mesada, a veces contra la pared, y eso te encanta. Con mis manos sostengo las tuyas, aprieto las muñecas con fuerzas y tu, escondida entre codos y de espalda contra los azulejos, no quieres dejar de recibir besos que recorren cuellos en las caricias del placer, besos que muerden orejas, besos que saben a rosas sobre tu piel. Me sumerjo tan profundamente en la vida de tus labios mientras trato de respirar entre cada choque de tu boca, la euforia borra todo rastro de silencio y en una cocina muda nuestros besos retumban, alocados ruidos del amor. Tu cuerpo exige, tus hormonas también se muestran extasiadas y tus manos me empujan a tu palpable ansiedad. Pero en este momento soy quien sirve, quien controla; soy un plebeyo disfrazado de rey. Tu te muestras tan inquieta como tímida a la vez, no creas que no lo noto, tus caricias en mi espalda sueñan con clavarme las uñas para demostrar el deseo que escondes. Aún así, sigo este recorrido sobre tu cuerpo, somos así, lo sabes y lo sé.

   Media vuelta, y una vuelta más, tus pechos tan apretujados como excitados contra la pared de la cocina. Mi lengua recorre todo de ti; tu cuello, tu espalda, cada centímetro de piel. 

   Media vuelta más y tus muslos conocen el frío de la mesada, los lentes vuelan, la lapicera rueda por el piso, y tú y yo más unidos que nunca. Mi pantalón se desploma por el suelo de manera natural y mi remera es robada ante los rasguños de tu malintencionada bondad . Tu chaqueta se va, y de aquellos botones a estrenar solo quedaron dos. 

    La parte de arriba de tu ropa íntima escondía bajo el encaje dos ricos tesoros. Y la parte de abajo vestía de negro mi mano. Mientras mi boca baila en las montañas del invierno, mis dedos patinan sin caer al suelo. Jadeos al aire me piden que baje, me lo ruegan desde tus labios y tu cuerpo también lo hace; tus brazos me empujan hacia el azúcar. Lo siento querida, aquí solo es para cocinar, y yo ya quiero comer de tu receta. 

 Pentagrama que amo tocar en un piano de placer y tus notas, tus maravillosas notas salen de una garganta que ronronea, que seduce; que encienden. Con tu peso en mi peso secuestramos el calor de la cocina, caminamos por un pasillo a los tumbos, sonreímos el uno en el otro, besamos los cielos y caímos a la cama. Tu pollera, tu camisa y el resto de los estorbos quedaron en el camino, solo me queda otra vez el mismo desafío; mi desafío, tu humedad. Sin prisa vuelvo a recorrer todo tu desierto en busca de un oasis que no puedes esconder y dejó tras de mí un rastro de caricias, que una y otra vez lo vuelvo a recorrer. Mis dos manos en tu cintura quitan lo único que estorba, tus pies en mi espalda y que comience el manjar. Primero me detengo y como un hombre en un bosque puedo respirar ese profundo aire de tarde lluviosa, de pasto húmedo, que da sensación de bienestar, de fe, de confianza plena entre dos cuerpos unidos. Tu sabor es único, tan único que envuelve mi paladar de lleno, y mi dedo, tras recorrer tu boca, tu cuello, tus pechos, tu ombligo; llega a donde quiere llegar. 

   Lentamente cada papila gustativa te siente por entera, y mi dedo se transforma en un puñal. Sé que así te gusta, lento, suave y sin parar. Sabes que aquellos gemidos silenciosos en una boca cerrada, me prenden fuego. Sé que la intensidad de mis movimientos comienzan a palpitar la euforia. Sabes apretar tus pechos y también sé que al mover mi mano con más entusiasmo más clamor escapa de ti. Sabes que mientras más te quejas más propongo y ahora si, donde había uno ya hay dos, donde había labios hay lengua, donde había manos acariciando dos senos ahora hay dedos apretando mis cabellos. Es así, aquella boca cerrada se abre, y el silencio ya interrumpido desaparece por completo, lo sabes y lo sé, se acerca tu momento. 

    Tu cuerpo comienza a temblar, tus poros se erizan, tu respirar pasa de estar agitado a estar pausado, tus dientes muerden los labios; y yo estoy listo para recibirte bonita, ven, aquí te espero, puedes venir lo sé. Me pides que no me detenga y no lo haré, es tu momento, lo sabes y lo sé. Así es que de aquel oasis se provoca un tsunami, tu cintura bailotea sobre mí, tus lágrimas se desprenden de los ojos y yo aquí, haciendo que tu pasión moje el Suavestar. Casi sin respirar y ahogado en el medio del mar, tus dedos se aferran a mis cabellos y con fuerza me hundes aún más dentro de ti, grandes gritos del amor, inundaciones del más acá, nos sentimos vivos, vivos por entero. Una vez que subes debes bajar y no lo permito. Sé que en este tobogán se puede llegar a tocar el cielo dos veces y así continuó, sumergido en ti como un buzo en el mar. No me detengo, pues un segundo plato quiero probar. Euforia es lo que siento, euforia es lo que sientes; lo sabes y lo sé. Y la segunda vuelta comienza a aparecer, como una catarata de ti, parece imposible pero aquí está. Hay más lágrimas en tus ojos y tu vientre ya no puede soportar, aquí estás ¡eureka! Otra vez, una vez más. Una fuente de agua bendita, de singular lujuria. Te encontré otra vez, lo sabes y lo sé. 

    

Tus piernas se extienden entre las sábanas y mi cabeza reposa en tu vientre, respiras entre suspiros y limpias con tu brazo aquel rimel llorado. En el silencio somos los dos, ambos partícipes de este show. Pero interrumpes el silencio con el timbre perfecto de tu voz — ahora es mi turno, tengo una sorpresa más para ti — eres un festival de sorpresas esta noche, ¿que te traes entre manos? ¿Qué tienes para mí? Robas de aquella caja un par de sorpresas y vienes a mi con una venda para mis ojos —¿que vas a hacer de mi?— pregunto rodeado de intriga y tu, con solo una sonrisa bajo tu mirada de fuego contestas —(¿) acaso no eres un buen lector(?) como en una novela mi amor, debes esperar al próximo capítulo. —

    

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