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Prólogo (fase I)

Eje del Éter, algún lugar en el cosmos.

—¡No sé cómo pasó esto! —exclamó Vitae, entidad que a lo largo de la Historia había sido asociada a la vida, la vitalidad, la energía y el nacimiento.

La deidad sentía el peso del juicio, la sentencia, el implacable castigo divino cerniéndose sobre ella. Y todo por culpa de un pequeño descuido; minúsculo, pero fatídico.

Vitae llevaba un meticuloso conteo de todas las concepciones existentes en el mundo, desde el momento en que había sido creada por obra y gracia del Supremo con el propósito de desempeñar la honorífica tarea y, jamás en los eones del tiempo, había pasado por alto la gestación de una nueva vida, hasta ese nefasto momento.

—Tranquilízate Vitae —la calmó Destiny, el ente ejecutor del destino, y su mejor amigo—. Ya verás que todo se arreglará.

Ambos se encontraban en el salón principal del denominado "Eje del Éter", una confederación formada por distintas entidades o deidades menores, cuya misión fundamental era que el ciclo de la vida en la tierra se desarrollara con normalidad, manteniendo así el perfecto equilibrio del universo.

Vitae no había parado de caminar por el amplio espacio, en infinito vaivén, barriendo con la cola de su túnica, de intrincados diseños vegetales, el espejado suelo, otorgándole mayor lustre, si cabe.

—Eso espero...De lo contrario, Él acabará conmigo. Le resultaría fácil volatilizarme del cosmos, como lo ha hecho antes con otras entidades —argumentó fatídica, posando sus resplandecientes ojos, que en ese momento eran de un tinte azul oceánico, en los del contrario.

Los orbes de Vitae solían transmutar en las diversas tonalidades que componían la naturaleza: a veces eran de un verde vivaz, como el follaje de primavera, otras de apagados tonos tierra y, en ocasiones, sus ocelos se asemejaban a un prisma, por la mezcla de matices iridiscentes que los conformaban.

Los ojos de Destiny, en cambio, eran constantes. Dos eran acerados, como su largo cabello entrecano, y el tercero, ubicado en el centro de su frente, de un iris íntegramente blanco. Aunque ese se abría ocasionalmente.

—No pasará nada de lo que imaginas. Pronto nos marcharemos y daremos solución a este problema. Será como si nunca hubiera pasado —prometió Destiny, incorporándose del sitial en el que estaba recostado, apaisando la etérea tela de su traje.

—Agradezco que intentes tranquilizarme, pero bien sabes que eres incapaz de vislumbrar mi destino, o el de cualquier otra deidad. Tu don está limitado a los mortales —espetó Vitae, abatida.

La deidad giró sus tres orbes al mismo tiempo, aunque Vitae pudo advertir el gesto solo en dos. Sin embargo, no necesitaba ser psíquica para adivinar por qué su compañero se había indispuesto. Sabía cuánto le disgustaba que alguien hiciera mención de sus limitaciones y se sintió culpable por ello. Pero, su energía estaba menguando, sus vibraciones bajaban y eso la hacía actuar de maneras extrañas. Se prometió que, en cuanto estuviera recuperada, le regalaría a Destiny un tour privado por los nuevos jardines deíficos que había estado creando por la llegada de la primavera (su estación favorita) y que nadie había visto. A su amigo le encantaría tener la primicia y ella también estaría feliz, porque siempre disfrutaba sus citas con el destino.

—Tienes razón, soy incapaz de ver tu futuro con claridad, pero mi instinto me dice que nada malo te pasará—aseguró él, señalando su tercer ocelo, que era muy sensitivo. El mismo se abrió de pronto, como si la mera alusión hubiera amplificado su don—. Como también me indica que hay alguien más oyendo nuestra conversación —manifestó.

Acto seguido, la entidad extendió su brazo en dirección a la puerta, hizo girar el pomo de la misma y esta se abrió descubriendo a la tercera deidad.

La temperatura de la atmósfera descendió algunos grados cuando el ente ingresó al salón, por lo que Destiny se envolvió con su capa, cuyo telar se deshacía y rehacía continuamente, en constante cambio y evolución.

Las mágicas vistas del universo que reflejaba el cielo raso, en tanto, se ensombrecieron, como si las estrellas aquietaran su flama para acoplarse a su presencia.

Mortem era sombrío, parco, gélido y esos rasgos no sólo definían su aspecto físico, también formaban parte de su personalidad, de la mayoría de sus emociones que se refractaban en el entorno. De los tres entes, la deidad de la muerte era la más poderosa; arcaica y sabia como el mismo tiempo —aunque su aspecto no develaba edad alguna—capaz de absorber otras energías, como las de la propia vida.

—Sabes que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas —reprendió Destiny.

—Ahórrate tus sermones, anciano. Ni que fuera una plática interesante. Has aburrido a Vitae con tanta perorata y no ha servido para levantarle el ánimo. ¡Hasta las flores de su túnica se están tornando mustias! —se burló la muerte, a sabiendas de que él era responsable de marchitarlas.

La expresión de Destiny fue indescifrable.

Vitae, por otro lado, prefirió ignorar los comentarios de Mortem, pues era conocedora de su humor mordaz. Se sacudió aquella naturaleza muerta de su vestuario, reemplazándolo por un nuevo atuendo, reluciente y cálido como el sol del verano, a fin de contrarrestar el ominoso paisaje.

››Estoy listo para marchar ahora — prosiguió la entidad mortuoria, moviéndose por el recinto con sigilo y elegancia. Su capa ondeaba, ancha y negra, como el vasto manto estelar o como sus propias alas de péndolas oscuras—. Pero les advierto, a ambos, que aunque intentemos enmendar este... "percance", las consecuencias podrían ser igualmente funestas y nefastas —añadió con ironía, cesando su marcha, al tiempo que esbozaba una sonrisa ladeada.

Porque la muerte también sonreía y hacía chistes ocasionalmente, aunque su humor era más negro que el de cualquier mortal o entidad.

Dicho aquello, los tres seres se reunieron en el epicentro de la sala, donde formaron un círculo con sus cuerpos. El firmamento comenzó a espesarse, cubriéndose de espesos nubarrones de un matiz ceniciento, que convergieron en vaporoso torbellino sobre ellos.

Las deidades se tomaron de las manos, al tiempo que la boca de aquel embudo evanescente comenzaba a ensancharse, abriendo un portal que conectaba el éter con la tierra.

—Translatio —profirió el trío al unísono y, en menos de un parpadeo, desaparecieron de aquel espacio.

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