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Capítulo IV

Desde el origen mismo había servido al Supremo. Era una de las entidades más importantes del cosmos, casi tan antigua como Vitae, aunque su creación había estado supeditada a la de ella.

"Porque donde hay vida, también debe existir muerte" había sido la palabra del Creador, el dictamen que había delimitado su existencia.

La evocación de aquella época gloriosa, sobrecogió a Mortem. En ese tiempo ancestral sus alas eran distintas, sus péndolas claras irradiaban luz celestial, como la prístina estrella que se columpiaba en la cima del Eje del Éter, su centro vital.

En la actualidad, en cambio, perduraba el arcaico recuerdo del dorado fulgor en el mágico cronómetro, una memoria tan frágil y delicada, que apenas podía sostenerse escasos segundos en el presente antes de que comenzara a desintegrarse.

"A veces es mejor que el pasado se quede donde está." Reflexionó la Muerte, liberando las manecillas más extensas del reloj celeste, que también eran las más endebles, devolviendo aquella reminiscencia a su punto temporal original.

Una vocecita interna resonó en su cabeza para recordarle que no debía hacer uso del artilugio legendario, a menos que fuera una cuestión de vida o muerte. No obstante, considerando que él era el ente de los difuntos, cualquier momento podía ser oportuno.

Habían pasado veinticuatro horas desde su llegada a la tierra y todavía tenía una importante misión por cumplir: mantener a Heli con vida. Así que, con total destreza, se puso de pie sobre la gárgola en el que reposaba, ubicada en uno de los pináculos más altos del Chingford School, justo para ver el sol despuntando en el horizonte.

La prístinos rayos se refractaban en las aguas del adormecido Támesis y se extendían, en forma de telaraña iridiscente, por cada rincón de la brumosa ciudad londinense que todavía dormía bajo el encanto del ente del sueño.

Portador de un sopor más potente, de una narcosis letal y permanente, la deidad de la muerte extendió sus oscuras alas, desperezándose, después de una noche agitada. La brisa mañanera cosquilleaba entre sus péndolas de obsidiana, cuya silueta comenzaba a diferenciarse del manto nocturno, revitalizándolas. Fue entonces cuando los rayos del febo las alcanzaron y, por unos instantes, sus alas brillaron con el perdido fuego dorado.

Sin demora, voló hacia la pequeña azotea donde había depositado su traje humano horas atrás. Los huesos tronaron cuando su espíritu lo perpetró e instantes después, aquella marioneta de carne, volvió a incorporarse abriendo sus ojos al mundo terrenal.

Desde una óptica externa parecía que el chico había vuelto a la vida, mas la muerte más absoluta seguía morando dentro de él.

Mortem comenzó a descender los peldaños de caracol que llevaban al interior del magno edificio de estilo gótico. Conforme bajaba empezó a sentir que sus músculos le dolían a sobremanera. Pensó que, tal vez, así como después de prestar batalla contra el demonio su cuerpo humano le había exigido alimento, en ese momento le reclamaba por la falta de buen sueño (estar tirado de cualquier forma en la fría y dura cornisa del edificio durante horas no se consideraba un descanso adecuado). Pero, lo cierto era que por más que la Muerte hubiera encontrado un "traje" de su talla, se negaba a vestirlo todo el tiempo (no fuera a ser que se acostumbrara a algo que eventualmente tendría que devolver al cementerio). Además, tenía otras tareas que desempeñar: alguien debía recoger las almas de los fallecidos para evitar un cataclismo universal.

Tras un breve paso por la cafetería y posterior acceso a los vestidores del Instituto para colocarse el nuevo uniforme (al fin había logrado vulnerar los fortificados casilleros y hacerse de un atuendo adecuado), se dirigió al salón de arte donde tendría lugar la primera clase.

La documentación de su transferencia esta lista. Solo había requerido acceso a la maravilla que los mundanos habían llamado Internet y un plus de magia sobrenatural y presto: su archivo escolar, con créditos y actividades extracurriculares incluidas, había sido creado a tiempo para que comenzara su jornada educativa de manera oficial.

Aunque era temprano y no le entusiasmaba asistir a una clase mundana, porque estaba seguro de que cualquier enseñanza que pudiera recibir no superaría su nivel de conocimiento actual (ventajas de la eternidad), sus ansías lo habían impulsado a entrar al salón para explorar el entorno.

El aburrido aspecto de las aulas no había variado demasiado con el paso de los años pero, en la antigüedad, los establecimientos educativos no solían ser espacios frecuentes para Mortem. Los decesos solían acontecer en lugares asociados a accidentes vehiculares de todo tipo, a enfermedades, sitios donde acontecían confrontaciones bélicas, desastres naturales, entre otros. Pero, en los últimos tiempos, las escuelas se habían convertido en epicentros de incidentes que ocasionaron numerosas muertes y eso era algo para reflexionar.

Al ingresar al recinto, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal y, en ese momento, comprendió mejor lo que sentían los mortales cuando lograban percibir su presencia. Sus nuevos ojos no podían asimilar la imagen por completo, no solo porque aquellos iris inexpertos tenían dificultad para atravesar los velos que separaban lo sobrenatural de lo natural, sino porque no podía creer lo que estaba viendo.

—¡Pero qué carajos! —exclamó, pasmado.

—Cuídate tu lenguaje niño o podrías lamentarte en el futuro —advirtió Destiny, en tono absoluto.

El ente del destino (que conservaba su forma de original de deidad y era capaz de reconocer la esencia de su compañero aún en un cuerpo mortal), yacía de pie junto al pizarrón donde estaba graficada una línea de tiempo con los grandes exponentes de la Historia del Arte, y se había dado a la tarea de completar los nombres de los artistas futuros (al menos los que lograban entrar en aquel mísero espacio).

Mortem había reconocido en esa lista un nombre familiar (uno que hubiera formado parte de su propio obituario, de no ser porque el devenir de aquel humano afortunado había cambiado en el último segundo). La única habilidad destacable que podía atribuirle la Muerte era la de haber sobrevivido a un ahogamiento con una bola de papel de baño, tras un infructuoso intento por deglutir la perfecta escultura de material orgánico. Sin embargo, si el afamado "Perro Globo" estaba valorado en millones, era factible pensar que aquel insólito personaje y sus extravagantes creaciones podrían llegar a tener éxito.

—Así es chiquillo, tu vida podría tornarse miserable —añadió Vitae.

Mientras hablaba, la entidad de la vida restauraba una muestra de "naturaleza muerta" que había preparado el profesor del curso para que sus alumnos pudieran representar en sus lienzos.

—Gracias por sus inútiles advertencias pero, me limitaré a ignorarlas —declaró Mortem cáustico.

Acto seguido, se encaminó hacia la muestra para restituir las flores y frutos a su estado de degradación original.

—Creo que no estás en posición de...—prosiguió Destiny, pero no pudo concretar la frase.

—Soy consciente de cuánto te disgusta ser interrumpido, y de lo afanoso que estás por avanzar, pero esta vez tendrás que detenerte a escuchar lo que tengo que decir mi querido Hado —sentenció la satírica Muerte.

A continuación, tomó asiento sobre el escritorio, desde donde comenzó su explicación magistral.

»Imagino que si ambos están aquí es porque se dieron cuenta de que mi ausencia fue extremadamente prolongada y posiblemente rastrearon el último portal que abrí para averiguar dónde estaba y descubrir qué me mantenía tan ocupado.

"Nota mental: profundizar en la creación de portales irrastreables, infalibles para deidades fisgonas".

—¡Bravo! Creo que has superado el ojo de visión de Destiny con tus aciertos —decretó Vitae, sardónica.

El mencionado festejó el ingenio de su favorita, esbozando una amplia sonrisa.

Si algo de exasperante podía tener la Vida, era esa confidencia irritante que mantenía con el Destino.

—Ignoraré también eso —masculló Mortem, girando sus ojos—. Y, para que vean que no soy rencoroso, voy a arrojar mayor luz a su ignorancia. En esta oportunidad mi venida a la tierra no está asociada a mi trabajo habitual. No vine a llevarme ningún alma, estoy aquí para asegurarme de que permanezca en el plano terrenal, exactamente dentro del cuerpo mortal que está habitando —informó—. Y, antes de que empiecen los absurdos cuestionamientos, les diré que fue el Supremo el que me encomendó esta misión singular —se jactó.

En ese momento quien sonreía era él al admirar la estupefacción plasmada en los rostros de sus compañeros.

"Muerte uno. Vida y Destino cero." Se dijo.

Después de unos instantes, Vitae rompió el silencio:

—Y...¿Te dijo el Supremo por qué debías hacerlo? —se animó a preguntar.

—¡No seas ilusa, querida! ¿Desde cuándo el Creador da explicaciones? —manifestó Destiny, buscando sonar seguro—. No te lo dijo... ¿Cierto?

—No lo hizo. Pero, pude deducir que esta humana es muy importante para Él y estoy convencido de que su bienestar está relacionado al equilibrio cósmico. Por eso es imperativo mantenerla con vida —aseveró—. Por otro lado, y aquí viene la parte que no les gustará, la chica de quien les hablo es ella.

—¿Te refieres a...esa ella? —inquirió Vitae.

Mortem asintió.

La deidad de la vida se puso súbitamente pálida y, mientras el color se le escapaba por los poros, el espacio alrededor se tornaba plomizo.

—¡Entonces el Supremo lo sabía! Estaba al tanto de la existencia de esa niña y de nuestro descuido fatal —dedujo Destiny atando cabos.

Aunque no se necesitaba ser adivino para darse cuenta de que el Creador siempre lo sabía todo.

—Así es —confirmó Mortem—. Pero, al parecer, la fatalidad no tiene que ver con el hecho de que la niña no fue debidamente registrada al momento de su concepción, sino que recae en lo que hicimos luego para enmendar nuestra falta.

—¿A qué te refieres? —inquirió Vitae, un poco más repuesta.

—A que nunca debimos registrar esa alma ni ponerle fecha de caducidad al cuerpo. El día que sellamos su destino desatamos la verdadera tempestad —decretó Mortem en tono sepulcral.

—¡Oh por el Éter! Creo que estoy por colapsar —alertó Vitae, que se había indispuesto de nuevo.

La vida alrededor comenzó a marchitarse.

—¡Ni se te ocurra Vigorosa! Si la gente empieza a morir por tu causa esto será un caos —increpó la Muerte, tajante.

—Mortem tiene razón, Vitae. Debés mantener la calma —acordó Destiny de forma sorpresiva—. Además, al fin se ha demostrado que tú no tuviste la culpa. El error fue enteramente mío —agregó.

El plano dimensional comenzó a temblar, amenazando con fragmentarse, a causa de la crisis emocional de estaba experimentando el Destino.

—¡Tranquilícense los dos! Me están provocando una migraña de muerte —se quejó Mortem, masajeando sus sienes—. ¡¿Acaso no han oído nada de lo que dije?! Los tres fuimos responsables de esta tragedia, pero ahora no es momento de lamentos. De hecho, el Creador nos ha otorgado la forma de enmendar nuestros actos.

—¿Te refieres a que el Supremo nos ha incluido en su plan? ¿También formamos parte de la misión especial de mantener a Heli viva? —interrogó Vitae, con gran expectativa.

Poco a poco la Vida recuperaba su faz habitual.

Destiny, por su parte, también se mostraba esperanzado devolviendo estabilidad al plano dimensional.

—Ejem...Por supuesto —aseguró Mortem, intentando sonar convincente.

Después de todo, ¿quién era la Muerte para quebrantar las ilusiones de otros entes? Bastante tenía lidiando con sus propios temores e inseguridades, con martirizar a los humanos cuando llegaba su hora final y, en ocasiones, con repeler el flujo de emociones negativas que desencadenaba al molestar a sus congéneres. Pero de ahí a condenarlos a una eternidad de infelicidad, había un abismo. Porque, a pesar de lo apagado y parco que podía lucir en el exterior, todavía una chispa de aquel primigenio fuego celestial se agitaba, viva, en el fondo de su sombrío corazón.

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