Capítulo II (fase II)
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
Miguel Hernandez.
Londres, Inglaterra.
Horas antes del ritual.
Los jirones de niebla pululaban, como etéreos espectros a su alrededor, cubriendo sus pisadas mientras avanzaba.
Las luces de las farolas apenas iluminaban el espacio, su mísera luz era rápidamente consumida por la calima.
Quizá, aquella densa bruma había sido la principal culpable de su desgracia o, tal vez, la fatalidad no necesitaba valerse de una causa para justificarse y simplemente actuaba.
Cuando Heli puso un pie en la autovía, como cada mañana, con la intención de cruzarla para llegar al Instituto, no logró vislumbrar el automóvil que avanzaba, pues estaba invisibilizado por aquel espeso manto gris.
Su recuerdo más vivido fue un destello de dos luces amarillas que encandilaron sus pupilas, el sonido de neumáticos chirriando contra el pavimento, sustituido por un pitido incesante, un zumbido uniforme en sus oídos y una sensación desagradable, terrible, de huesos quebrándose, sumada a la incómoda humedad de la sangre que comenzaba a empapar su vestuario.
A pesar del miedo que podía generar ver a la muerte, Heli mantuvo los ojos abiertos cuando aquella parca figura familiar, misma que había identificado el día que perdió a su abuela, se acercó, cristalizado la atmósfera con su gélida presencia, imprimiendo heladas huellas sobre la acera.
Observó a la deidad mientras se inclinaba levemente sobre su cuerpo magullado, cubriendo el entorno con las sombras que se desprendían de su manto, incluso posó sus ojos dorados en los del contrario, de un tinte obsidiano, antes de sumergirse en un plácido estado de inconsciencia.
—Todavía no —Oyó proferir a la muerte.
Un instante después abría los ojos a la vida nuevamente.
—¡Heli! Cariño, se hace tarde —gritó su madre, desde la planta baja.
La joven pestañeó varias veces, deshaciéndose de los últimos vestigios del sueño.
"¡Se ha sentido tan real!" Pensó, palpando su cuerpo. No tenía rasguño del cual preocuparse.
A veces, sus sueños eran tan intensos que dejaban secuelas, físicas y mentales. Otras veces, se le presentaban estando despierta, en forma de visiones.
Según su mejor amiga, Isla, quien conocía la mayoría de sus secretos — con excepción de las manifestaciones que percibía— era una especie de don premonitorio; para su terapeuta, en cambio, tenían origen en una situación traumatizante: la de haber encontrado a su abuela, con quien tenía un vínculo entrañable, muerta, siendo todavía una infante con vagas concepciones de lo que la muerte representaba.
Tras responder al llamado de su madre, Heli se dispuso a alistarse para un nuevo día de estudios en Chingford School.
Antes de bajar, tomó su morral y una capa adicional, obligatoria para combatir el inclemente clima de la ciudad.
—Te demoraste más de lo usual hoy, ¿está todo bien? —interrogó su madre, preocupada.
¿Cómo no estarlo? Después de que la terapeuta que atendía a su única y atesorada hija le dijera que no había presentado avances en los últimos años, pese al tratamiento con fármacos, y que si las alucinaciones continuaban acentuándose no habría más remedio que recomendar un tratamiento hospitalizado.
En palabras simples, iban a encerrarla por orate.
—Todo bien mamá, solo falló la alarma del despertador —explicó, mostrando su sonrisa más confiable.
—De acuerdo...Sé lo apegada que eres a tus horarios, por eso empaqué tu desayuno, por si te da hambre en el camino —anunció, tras depositar un beso en la mejilla de su hija, deteniéndose a contemplarla unos instantes.
¡¿Cuándo se había hecho tan grande?!
—Te lo agradezco —dijo la aludida, tomando la lonchera con apremio. Odiaba mentirle a su madre, pero la verdad sería demasiado dura para ella —. ¡Nos vemos luego! —añadió, deseosa de marcharse.
—¡Hasta luego! —saludó la mujer, desde la puerta. Acto seguido, advirtió—: ¡Ve con cuidado tesoro, hay demasiada niebla!
"Esto no significa nada." Reflexionó la joven mientras caminaba entre aquellos níveos bancos inconsistentes. "La niebla forma parte natural del paisaje Londinense." Se repitió, apurando el paso.
Era muy tarde y la profesora de la clase de Historia, la señora Adler, no admitía retrasos.
De todas formas la joven no pensaba asistir. No después de su último sueño-visión. Aprovecharía el tiempo para hacer el ritual de invocación. Tenía el libro místico, el sitio ideal para llevarlo a cabo, retirado e intransitado y había recopilado los elementos necesarios en sus ratos libres, escabulléndose de la mirada perspicaz de Isla, a sabiendas de que no podía involucrar a su mejor amiga en algo tan delicado. No podría perdonarse si algo le pasaba o serían dos los favores que tendría que pedirle a la parca.
La apretada neblina se enganchaba en su figura mientras avanzaba, tal como había sucedido en el sueño, y eso ralentizaba su andar.
Se detuvo en la calle adyacente al Instituto, intentando perpetrar la gruesa capa nubosa con su visión, para desvelar lo que esta ocultaba. No parecía haber ningún vehículo cerca, así que creyó que seguro cruzar.
Las luces de las farolas ronronearon cuando bajó un pie al asfalto.
¿Una señal de advertencia quizá?
—Esto es una estúpida coincidencia— musitó en voz baja, para infundirse confianza.
Entonces, observó los faros amarillos, cuál ojos gatunos, abriéndose paso en las tinieblas. Un parpadeo y los tuvo demasiado cerca. Se preparó para sentir el preconcebido impacto, pero este nunca llegó, pues "algo" la devolvió a la acera.
Un par de fuertes manos se materializaron en aquella bruma y la jalaron hasta ponerla a salvo.
El vehículo siguió de largo, dejando las oscuras marcas de sus neumáticos grabadas en el pavimento, seguido de una sinfonía de bocinazos.
—¿Qué crees que haces? Tienes que mirar bien la calle antes de cruzar —oyó a su desconocido salvador regañarla.
—Eso hice. ¡Miré hacia ambos lados! Pero no se ve mucho por culpa de la estúpida niebla —se quejó, buscando su rostro.
La bruma se abrió de pronto y pudo verlo con total claridad. Había algo en esos iris, completamente negros y peligrosos, que despertaron cierto reconocimiento, un dejá vú momentáneo, que pronto fue descartado.
"Si hubiera visto a este prospecto de Rockstar antes, lo recordaría." Reflexionó, luego de escanear su atuendo, que consistía en chaqueta y leggins de piel adornados con relucientes tachas y cadenas a modo de cinturones.
¿Para qué necesitaba más de uno?
—Podemos tomarnos una selfie si quieres, durará más —expresó el muchacho, al mejor estilo "cliché".
Sus boca se curvó en una sonrisa ladeada.
"¿Le dolerá el piercing del labio?" Pensó.
—¡Ey! ¡Hola! ¿Estás bien? No estás sufriendo un estado de shock o ¿si? —inquirió, agitando su mano frente al rostro de la joven.
"¡Carajo! ¡Habla ya Heli!"
—¡Claro que sí! Digo ¡No! ¡Ya deja de hacer eso! —demandó, deteniendo el trazo de su mano. Su tacto era gélido, pero no le disgustó. "Algo" lo volvía placentero. Suspiró, para tranquilizar sus ánimos revueltos — Lo que quiero decir es que sí, estoy bien. No, no me encuentro en shock. Solo estoy un poco aturdida por lo que pasó, ya sabes... Gracias por salvarme la vida, por cierto. Pero, si me disculpas, debo irme al Instituto a perder mi primera clase.
—¡¿Y eso es todo?! ¿Ni siquiera me dirás tu nombre? —cuestionó su decepcionado salvador, destinando una mirada que a ella le pareció ligeramente seductora.
"¡Contrólate Heli! Ni que fuera tan guapo... Apenas es medianamente apuesto, como Di Caprio al lado de Brad Pitt." Analizó.
—Soy Heli —se presentó, mirando la hora en su reloj— ¡Yamevoy! —anunció, de manera precipitada y, sin esperar respuesta, se dispuso a cruzar la calle de nuevo, tras asegurarse que estaba completamente despejada.
—Adiós Heli "Yamevoy" —saludó él en voz baja y lo hizo más para la niebla, que para la chica que ya se había perdido en la distancia.
Ese mismo día, después del ritual.
Heli pestañeó varias veces para adaptarse a la nueva luminosidad. Densas telarañas mentales cubrían sus recientes vivencias.
¿Qué había pasado? ¿Por qué su cabeza parecía a punto de explotar? Y lo más importante, ¡¿qué rayos hacía en el suelo de los vestidores abandonados?!
—Hasta que despiertas dormilona. ¡Me diste un susto de muerte!
Al menos podía reconocer la voz de su mejor amiga, que estaba sentada junto a ella y la miraba con gesto consternado.
—Recuérdame, ¿qué hacemos aquí? —interrogó, tras incorporarse.
Tomó el morral, que le servía de almohada, y buscó una botella de agua que bebió hasta el final.
—Esperaba que tú me lo dijeras baby. Bastante raro fue que faltaras a la clase, pero más extraño resultó leer el texto que me mandaste y descubrir que te estabas echándote una siesta en este antro. Digo, si querías saltearte las aburridas lecciones de Adler, al menos hubieras organizaba algo más emocionante —expuso la pelirroja.
—Es que ni siquiera me acuerdo por qué estoy aquí, o el mensaje que aseguras que te mandé —objetó la castaña, confusa—. Además, por qué dices qué te asusté si estaba dormida cuando llegaste.
—Lo estabas, pero cuando te vi parecías muerta, tendida ahí en el piso, blanca como un hueso. Recién me calmé cuando percibí que respirabas. Por eso tampoco llamé a las autoridades, no quería dejarte sola aquí abajo.
—Muchas gracias...¿Será que me desmayé? —meditó Heli, contrariada—. Siento la cabeza revuelta desde... Bueno, desde que casi me arrolla un auto esta mañana.
—¡Y lo dices así, como si tal cosa! —exclamó Isla, horrorizada. Las pecas de su rostro se habían puesto pálidas.
—Tranquila, estoy bien. Salvo por lo de la laguna mental, me encuentro ilesa —la tranquilizó su compañera.
Una imagen pareció aflorar de aquella marea nebulosa, el recuerdo de unos intensos ojos azabaches.
››Un chico me salvó, ¿sabes?
—¡Vaya! Y... ¿Ese ángel de la guarda estaba guapo? —indagó su mejor amiga, mordiendo su labio inferior.
Sus ojos verdes relucían, a causa de la expectativa.
—¡Por Dios, Isla! ¿Te das cuenta lo que me estás preguntando? Te estoy diciendo que casi muero y me sales con eso —demandó Heli, frunciendo el ceño. Acto seguido añadió—: No estaba mal. Aunque... No es como si me hubiera detenido a observarlo en detalle. Además, su estilo era el típico de los "chicos rudos", con ropa de cuero y adornos de metal hasta en los dientes. Apuesto a que está en alguna banda.
—¡Menos mal que no tuviste tiempo de observarlo! —se mofó la pelirroja —. Además, no seas tan prejuiciosa Heli, te consta que yo también estoy en una banda.
Según el punto de vista de Heli, "The Ruby Girls", el grupo musical conformado por Isla y sus primas (todas mujeres de cabello rojo, de ahí el nombre), no podía considerarse "banda" como tal. Ni siquiera tenían un estilo definido, aunque argumentaban que lo suyo era lo alternativo. Además, lo más cerca que habían estado de cualquier escenario era el que montaban en el parque para el festival anual de caridad de la Iglesia, del cual se habían tenido que bajar apenas iniciado el show por "los mensajes subliminales y satánicos de las letras".
—Okey...Como sea, el punto es que no recuerdo nada de lo que pasó después. Sé que llegué al Instituto y, como ya era tarde, no entré a la clase. ¡Sabes cómo se pone la profesora con los retrasos! Pero cómo acabé aquí es un misterio. ¿No había nadie más cuando llegaste?
—No. Excepto que hallé abierta tu lonchera y estaba por completo vacía. Quizá te comiste algo en mal estado y viniste aquí para hacer "lo propio". Ya sabes, no es que alguien notara otro aroma diferente al de las aguas cloacales —comunicó, arrugando la nariz.
Heli blanqueó los ojos.
—No lo creo...Pero es raro que falte la comida. Estoy segura que mi madre me preparó un sándwich —reflexionó— En fin, por ahora no podremos saber los motivos que me impulsaron a venir, pero si me desmayé quizá fue culpa del hambre y del estado de shock por lo del accidente —resolvió, intentando sonar convincente.
Era mejor esa teoría a pensar que el desconocido que la había salvado le había metido alguna droga y seguido hasta el Instituto para hacerle quien sabe qué cosas. Aunque en esa hipótesis había zonas en blanco, puntos inconsistentes, como por qué cometería sus fechorías en los vestidores de la escuela, o por qué le había robado solo el almuerzo, cuando todo lo demás estaba intacto (tenía su celular y su mochila, al menos).
Heli tenía demasiadas dudas pero, como le había dicho a su amiga, no era momento de resolverlas. Además el timbre había sonado, estrepitoso, cual anuncio de calamidades nuevas.
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