Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Serobaku

AU Animales
Bakugo gato x Sero perro

[...]

Katsuki se estiró con pereza sobre el cómodo sillón en el que estaba, rascando su oreja con su pequeña pata antes de mirar con cierta irritación como Eijiro parecía correr por todos lados mientras movia su cola de un lado al otro, no queriendo detenerse. El idiota sacaba la lengua y ladraba en cada instante que podía con emoción, rascando la puerta de vez en cuando antes de pegar un sorpresivo salto y volver a correr por toda la casa.

Katsuki soltó un suspiro exasperado, tratanto de llamar la atención de can que no paraba de moverse. Cuando su paciencia traspasó su límite, Katsuki sacó sus garras y le apretó su peluda cola, provocando que Eijiro se queje hasta dejar de moverse.

—Sentado —ordenó Katsuki y Eijiro obedeció de inmediato como el buen perro que era. El felino sonrió complacido antes de mirarlo con un gesto medio enfadado —. ¿Por qué no paras de correr como un idiota por toda la maldita casa, maldición? Ya se parece al primer día que mi esclavo te sacó a pasear.

Eijiro bajó sus orejas apenado, dejando de mover su cola como hace unos segundos. Luego ladeó su cabeza y miró a Katsuki con algo de desconcierto.

—Katsuki, él es nuestro amo, no tu esclavo —le recriminó el perro, mejor dicho lobo, porque el desgraciado se parecía más a eso que otra cosa, de pelaje negro como la noche.

Katsuki chasqueó la lengua con aburrimiento.

—Me compra comida y agua, me da lo que quiero, no se acerca a menos que se lo diga y hace la limpieza; mi esclavo. Sin diferencias.

Eijiro rodó los ojos con diversión antes de empezar a mover su cola de un lado al otro cada vez más rápido, dejando entrever sus filosos dientes —que en más de una ocasión habían inquietado al felino— mientras sacaba nuevamente su lengua y se impancientaba por poder volver a correr por la casa.

El gato se pasó una pata por sus bigotes con frustración antes de soltar un sonoro suspiro, volviendo sus ojos irritados hacia el perro que otra vez no había parado de moverse.

—Ya, maldición —le paró Katsuki cuando pareció que Eijiro rompería algo de la emoción —. ¿Qué mierda es lo que te sucede ahora? Porque si quieres salir ahora sabes que tienes la puerta de atrás.

Eijiro negó y siguió moviendo su cola para acá y para allá sin descanso, jadeando a cada rato por mantener su lengua afuera mientras sonríe.

—No es eso, Katsuki —respondió y siguió agitando su cola mientras daba algunas vueltas más por la casa.

Katsuki lo seguía con la mirada, molesto, puesto que sus respuestas no le estaban ayudando a saber por qué mierda Eijiro no paraba de moverse. ¡Ni que fuera su maldito cumpleaños, joder! El cenizo volvió a sacar sus garras y, cuando Eijiro volvió a pasar por donde estaba, Katsuki lo tomó nuevamente de su cola peluda, haciendo que Eijiro suelte un lloriqueo por el dolor de sentir las garras de su amigo en su preciosa cola.

—Katsuki —se quejó Eijiro en un tono algo infantil y lloroso antes de volver a sentarse quietecito.

—Katsuki nada, joder. Me exaspera verte correr de un lado al otro por toda la maldita casa —le calló sin importarle que al perro le había dolido cuando usó sus garras —, y me exaspera aún más no saber qué mierda es lo que te trae así.

Eijiro dejó de lloriquear por el dolor en su cola para mirar a Katsuki con sus grandes ojos oscuros brillando con desconcierto, ladeando apenas su cabeza.

—¿No sabes? —preguntó confundido.

—No, idiota, por eso te estoy preguntando —casi le gritó con irritación y un toque de enojo Katsuki, volviendo a sacar sus filosas garras como amenaza.

—Ya, bueno, pero no te enojes, Katsuki —murmuró Eijiro bajando las orejas.

—¡No estoy enojado! —gritó el felino, casi chillando las palabras.

—Pero me estás gritando —se quejó infantilmente el can alzando un poco su voz.

—¡No te estoy gritando, te estoy pidiendo que me digas qué mierda te pasa!

—¡¿Ves?! ¡Me estás gritando de nuevo, Katsuki! —se quejó nuevamente Eijiro de forma infantil, mirando mal a su amigo felino —. ¿Quieres que te lo diga o no?

Katsuki gruñó casi pareciendo un perro —lo cual era algo gracioso, porque era un gato que la mayor parte del tiempo gruñia— y dio un veloz salto para llegar al sillón y así poder echarse cómodamente como estaba antes.

—Solo dilo de una vez —murmuró Katsuki con cierta irritación por la situación.

Eijiro sonrió antes de volver a agitar su cola con emoción por el simple hecho de imaginarse lo que le diría a Katsuki a continuación.

—¡Nuestro amo va a traer un nuevo compañero, Katsuki! —exclamó alegre el perro, volviendo a sacar su lengua antes de empezar a correr al rededor de la mesa ratonera que había frente al sillón —. Lo escuché esta mañana, creo que ya deben estar por llegar.

Katsuki puso sus ojos en blanco tras escuchar la primer frase que exclamó Eijiro, dejando todo lo otro en segundo plano.

Esto tiene que ser una maldita broma... pensó internamente el gato de pelaje cenizo, pensando en lo irritante que sería tener otro jodido compañero más en la casa. Más vale que no sea otro perro o esto será peor que la vez que trajeron a Eijiro, porque si no juro que voy a-

El resto quedó atorado en los pensamientos de Katsuki cuando la puerta fue abierta con emoción y ambos escucharon el llamado de su dueño —esclavo, según Katsuki— avisando su llegada y que se acercaran a ver ya que había una sospresa.

Eijiro fue el primero en salir disparado para darle la bienvenida a su amo y saludar a su nuevo compañero. Katsuki se tomó su tiempo para acercarse, ya que esto no era nuevo para él —después de todo, cuando trajo a Eijiro había hecho exactamente lo mismo— y observar a la nueva desgracia que irrumpiría en su tranquila vida.

Katsuki contuvo sus ganas de gritar, así que, en cambio, optó por exhibir el rostro más desinteresado y lleno de fastidio que alguna vez había usado en su vida, mirando fijamente al nuevo integrante mientras soltaba insulto tras insulto dirigido específicamente a su amo —esclavo— y al detestable extra que tendría que aguantar en las próximas 6 vidas que le queden.

Eijiro miró emocionado a su nuevo compañero mientras no dejaba de agitar su cola, contagiando al invitado con su entusiasmo. Luego le dedicó una corta sonrisa a Katsuki antes de volver su vista a su nuevo compañero.

Katsuki le dedicó una mirada sufrida al dueño de la casa antes de enfocar su vista en la tercer cabeza peluda allí adentro, sabiendo que a partir de ahora todo sería un completo desastre y que su adorada tranquilidad se iría por el mismísimo caño.

—Chicos —empezó el dueño con una sonrisa animada en su tonto rostro —, quiero presentarles a su nuevo compañero...

El dueño terminó de abrir la puerta para dejar pasar a quien sería su otro compañero. Poseía el pelaje oscuro —más que Eijiro— de un color azabache y los ojos de un bonito color gris.

—Su nombre es Hanta.

Y, oh, qué sorpresa; era otro perro. Menuda mierda su suerte.



Al principio fue tranquilo que Hanta estuviera en la casa, puesto que su presencia en la vida de Katsuki era prácticamente nula —la única diferencia era que su amo compraba más comida y que ahora sacaba a dos perros al parque—, por lo que estuvo bien durante un corto período de tiempo. El can de pelaje azabache era muy tranquilo y silencioso, rara vez ladraba y generalmente pasaba el día en el patio recostado en el césped.

Bueno, hasta que empezó a socializar con Eijiro y pareció tomar un poco de su continua energía hasta el punto donde ambos corrían por toda la casa hasta que su amo entraba por la puerta alegando su llegada.

Toda paz y tranquilidad que alguna vez hubo se fue directamente por la ventana, puesto que, si ya era demasiado aguantar un perro en la casa, tener dos era insufrible. Aunque Hanta, a diferencia de Eijiro, entendía cuando debía parar, por lo que aveces se echaba junto a Katsuki en el sillón de la sala.

Como ahora, por ejemplo, cuando Hanta llegó cansado de jugar a las carreras con Eijiro y se había recostado en el sillón, ocupando gran parte del espacio con su anatomía.

Katsuki abrió un solo ojo con desdén y miró al pulgoso de al lado con un altismo mordaz y perezoso.

—Katsuki —murmuró el perro y este contestó con un sonido de su garganta mientras volvía a cerrar los ojos, totalmente dispuesto a tomar otra larga sienta matutina —, ¿por qué parece que me odias?

—Porque eres un pulgoso —contestó con desinterés, sin molestarse en abrir sus ojos para verlo.

Hanta soltó un bufido antes de acomodar su hocico entre sus patas.

—Esa no parece ser la razón —aseguró el azabache.

—No, no la es —aceptó Katsuki —. Si fuera por eso Eijiro dormiría afuera.

Hanta soltó una pequeña risa, Katsuki abrió sus ojos sin darse cuenta para observar aquella ilera de filosos dientes componiendo una vibra melodiosa que envolvió el ambiente un segundo antes de volverse a convertir en silencio.

—No te odio —dijo al final, después de estar un rato pensando en nada y observando al perro junto a él —, simplemente me molesta que tu llegada me haya quitado la poca paz que había en este lugar.

Hanta bajó apenas sus orejas, el brillo de sus ojos se volvió, por un momento, más opaco y triste antes de bajarse del sillón.

—Oh, no tenía idea —confesó, su actitud parecía mucho más decaída ahora, y el cenizo sintió un pequeño pinchazo de culpa mientras lo veía alejarse con la cola caída —. Te dejo entonces, lamento ser un estorbo aquí para ti, Katsuki.

Pocos segundos después de que Hanta se fuera con un aura decaída a su alrededor, Eijiro se apareció sopresivamente y, de un brinco, se subió al sillón donde Katsuki disfrutaba pasar las tardes holgazaneando como cualquier otro gato.

—¿Sabías que Hanta era un perro callejero que sus dueños desecharon cuando se mudaron de vecindario? —le contó Eijiro con su lengua afuera, jadeando a cada rato y relamiendo su hocico cuando gotas de saliva se escurria de su boca —, me lo contó una vez. Dijo que tiene miedo que lo echen de aquí también como le pasó una vez; no quiere volver a las calles.

Katsuki lo volteó a ver enseguida, ampliando sus ojos de par en par por la sorpresa, y sintiendo el pinchazo en su corazón más profundo que antes. Eijiro lo miró.

—Solo te pido que seas amable con él, ¿de acuerdo? —le suplicó el can antes de bajarse del sillón y caminar a la cocina, donde su tacho de agua y comida le esperaban ansiosos en el suelo.

Una vez Eijiro desapareció por la puerta que daba a la cocina, el pequeño gato de pelaje cenizo dirigió su vista a donde Hanta se había ido. Se sentía un poco mal por él, porque Katsuki nunca había sido abandonado por su dueño, por más mal que se porte, por más cortinas que raje con sus garras o por más comida que hurte de la encimera.

Katsuki salía de vez en cuando a hacer de las suyas en las calles del vecindario, pero nunca se preguntó cómo era vivir allí, sin un hogar cálido al cual volver al final del día o un plato repleto de comida esperándote a diario.

Quizás nunca lo entendería, porque nunca le había ocurrido algo similar. Y eso, de hecho, solo hizo que se sintiera aún peor.

Los días habían pasado a una velocidad bastante apresurada desde que Hanta llegó a la casa, y fue cuestión de tiempo que esos días se transformaran en semanas, luego en meses.

Ahora más consciente de la situación en la que vivía el azabache —situación que se enteró hace un par de días gracias a Eijiro—, Katsuki era capaz de entender por qué las primeras semanas Hanta parecía ser un perro prácticamente mudo y relajado, puesto que tenía miedo que el dueño lo eche al pensar que sería un animal molesto dentro de la casa. Y ahora, habiendo pasado meses desde entonces, Hanta seguía teniendo esa manía de mantenerse callado y no armar tanto alboroto como Eijiro cuando alguien toca la puerta.

Creía que la confianza sería mayor desde ya tanto tiempo viviendo allí, pero al parecer el azabache aún sentia ese miedo asfixiante de ser dejado.

Abrumante ver a Hanta siempre echado en una esquina imperturbable, callado y con el hicico acomodado sobre sus patas delanteras. Así que, con algo de voluntad y coraje, el pequeño felino estiró su espalda antes de acercase cuidadosamente al perro que parecía ido en sus pensamientos.

El día era frío en el exterior gracias al inicio del invierno, y parte de ese aire gélido se había colado por las regillas de las ventanas y la puerta, filtrándose en cada una de las esquinas en aquella gran casa. Y como a su tonto dueño se le había roto el aire acondicionado, era lógico decir que hacía un frío de puta madre allí adentro.

Katsuki se acomodó a un lado del azabache, recostándose junto a este para mantener el calor corporal y descansar sintiendo el calor que emanaba el cuerpo contrario. Se sentía cálido estar junto a Hanta, ahora que podía darse cuenta. Y era reconfortante en partes iguales sentir esa tranquilidad que solo él emanaba.

—Hey —llamó el cenizo.

Hanta alzó el hocico.

—Oh, Katsuki —mencionó, sorprendido de encontrase al felino recostado junto a él —. Disculpa, no te había visto. Ya te dejo el lugar.

Haciendo el amago de querer levantarse para darle el espacio a Katsuki en el cómodo almohadón grande que el dueño había dejado para ellos, el felino lo detuvo y a Hanta no le quedó otra que volver a verlo con sus ojos oscuros, brillando con desconcierto.

—No, tch. No es eso —murmuró el gato, tratando de encontrar las palabras correctas para expresarse —. Yo... lamento haber dicho que te odiaba, o que eras alguna clase de estorbo aquí —se disculpó, alzando la vista los orbes brillantes del can. Y como vio que Hanta seguía en silencio prosiguió: —. No lo decía en serio, ¿está bien? Y... —tragó saliva audiblemente. ¿Desde cuando se ponía así de nervioso por algo? Maldición —, tienes que dejar de tener miedo, ¿de acuerdo? Porque el idiota jamás sería capaz de echarte. Tiene un corazón demasiado grande para ello. Así que deja de preocuparte por idioteces sin sentido.

Después de tiempo sin ver aquel gesto, Hanta sonrió. Una ilera completa de filosos dientes se dieron a relucir, pero Katsuki no se sentía para nada inquieto por ello, es más, sintió que algo vibraba en su interior cuando vio sus ojos brillar nuevamente.

—Y si te llegara a echar... siempre seré tu familia —le dijo Katsuki con calma, era aura tranquila que pocas veces podía verse en él. Aunque, tras notar sus propias palabras, el felino no tardó en saltar queriendo corregirse —. Seremos. Si, ambos. El pulgoso de Eijiro también.

Hanta soltó una risa suave y melodiosa, inundando los oídos de Katsuki por unos instantes. Unos cortos instantes, pero unos que valieron la pena escuchar para él.

—Gracias, Katsuki —agradeció con sinceridad el azabache, moviendo su hocico para darle un par de caricias a la mejilla del gato como una muestra de ello. Sabiendo de antemano que, lamerle el rostro, no era una opción viable. No si quería conservarse intacto, al menos.

Cuando sintió que era suficiente, el cenizo se apartó.

—Si, si. No te acostumbres.

Estuvieron un rato en un tranquilo silencio, donde Hanta lo aprovechó a descansar mientras Katsuki permanecía echado a su lado, quieto. El interior de la casa se sentía cho más frío a comparación de antes, por lo que el suave y delgado pelaje del felino no sería suficiente para combatirlo.

Hanta logró notar este hecho y, como sabía que el pequeño gato era demasiado orgulloso para admitir que se estaba congelado, no le costó mucho acomodarse sobre el almohadón hasta enrrollarse sobre su propio cuerpo, dejando a Katsuki en medio.

—¿Qué crees que haces? —preguntó frunciendo sus pequeñas cejas, mirando al perro en su nueva posición.

Hanta le dedicó una corta mirada antes de acomodar su hicico entre sus patas y cerrar los ojos.

—Pensé que tendrías frío, así que me acomodé para que no sintieras tanto —le respondió simplemente —. ¿Está bien así?

A Katsuki se le calentaron las mejillas y bufó para mantener las apariencias, a pesar de que, internamente, el felino agradecía lo cómodo y cálido que era estar en esa nueva posición con el can. El frío ya no pareció ser un problema cuando se acomodó entre el pelaje abundante de color azabache de Hanta, recargando su cabeza entre sus pequeñas patas peludas y cerrando los ojos para por fin descansar también. Se sentía muy cálido estar así si debía ser sincero. Y le gustaba la sensación que le provocaba ese hecho.

Sin embargo, cuando ambos creyeron que tendrían una tarde tranquila para dormir, Eijiro saltó arriba de ellos con energías desbordantes.

—¡Yo también quiero! —exclamó el perro de ojos rojizos, riendo con emoción sobre ambos animales.

Y, para qué mentir al respecto, ese día ardió Troya.

2905 palabras gente.

Debo admitir que se me hizo interesante escribir acerca de AU donde sean animales, y aunque me costó mi tiempo terminarlo (un par de semanas quizá, o meses), puedo afirmar con total confianza que fue divertido. Y espero a ustedes le saque al menos una sonrisa esto, ya que esto es mayormente comedia, o lo que se pudo. Ya sería feliz.

Dataso: por si a ninguno se le pasó por la cabeza, el dueño era en realidad Midoriya xD

Otro dataso: según por los que entendí, los perros ven a sus dueños como dioses y los gatos como seres inferiores. Lo gracioso es que lo supe luego de escribir esto, pero quedó así con Katsuki y Midoriya👌👌👌

Ahora si, sin más, nos leemos próximamente.

Un saludo desde el otro lado de la pantalla —Kirishi365

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro