CAP 9 - Militares.
Domingo, 21 de diciembre.
16:36 hrs
Las puertas del ascensor nuevamente se abren en el último piso. Salas voltea mostrándose sorprendido de volver a verlos allí. Su mirada muestra cierta suspicacia, en ningún momento pasó por su cabeza el hecho de que aquellos jóvenes se devolvieran. Toma una postura firme y camina hacia ellos.
—Curioso, comandante, curioso —dice el Coronel, con voz firme. Él no es alguien estúpido, al contrario, el tono con el que se expresa muestra desconfianza hacia los jóvenes de la resistencia.
—Lo sé, decidí que era mejor volver y negociar con usted con más calma —responde Deiler, caminando hacia el Coronel—. Quizá usted tiene razón, sería mejor que, para poder aliarnos obviamente, se debería realizar ese proceso de... selección de la cual hablaba.
—A parte de eso, se hace tarde y si partimos a esta hora hacia los Santos, llegaremos muy a la noche y preferimos evitar la noche —acota Jesua—. Partir mañana temprano es lo más sensato.
—Comandante, me es difícil creer que alguien como usted cambie de parecer tan... rápido —dice el coronel, ignorando las palabras de Jesua.
—Lo que sea por salvar a los míos —responde Deiler.
El coronel sonríe ante esas palabras con cierta malicia y satisfacción. Por su parte, Dylan y los demás asienten a lo que dice Deiler, afirmando que están en completo acuerdo con lo que su comandante decida.
—Bien, no todos los que hayan sobrevivido a este apocalipsis tienen lo que se necesita para ser elegidos y estar en mi ciudad. Ustedes son privilegiados y corren con suerte de ello. Permítanme entonces, mostrarle lo que he construido en todo este tiempo. Sean bienvenidos a Hope City, la última fortaleza de la humanidad —dice Smith con una sonrisa llena de muchísimo orgullo.
El coronel empieza a caminar por aquel lugar, acercándose junto con los jóvenes alas panorámicas ventanas que rodean aquel piso. Los jóvenes pueden ver todo desde allí: la extensión de la ciudad, las calles, los edificios, las casas, autos, las personas, TODO.
—Aquí su gente seleccionada encontrará todo lo que necesita para sobrevivir al apocalipsis zombi: comida, agua, electricidad, medicinas, armas y sobre todo seguridad.
—Veo que tienen una seguridad extrema, hay soldados por casi todos lados —dice Jesua.
—Para poder ofrecer buena seguridad, hay que ofrecer mucho orden, y yo soy el orden en esta ciudad —responde el coronel, con autoridad. De pronto voltea al ver que Dylan continúa caminando hacia la ventana que está al otro lado del piso.
—¿Qué te llama la atención, muchacho? —pregunta el Coronel.
—La ciudad es muy grande y hermosa —responde Dylan, luego voltea hacia sus compañeros, ignorando por completo al coronel—. Aquí todos podríamos prosperar y vivir sin preocuparnos de los zombis, y sin seleccionar a nadie. Todos podríamos vivir aquí.
El coronel se muestra irritado, al sentir cómo aquel joven en dos ocasiones le ha faltado el respeto. No puede tolerarlo, no se lo permite, pero piensa en que quizá debería dejarlo pasar por esta vez.
Respira profundamente, luego exhala.
—Es mi ciudad, y como les dije, tiene mucha seguridad —habla el coronel antes de que cualquiera de los jóvenes diga algo. Luego de eso, procede a hacer un gesto para guiarlos al otro lado de la sala, tras la puerta al final de ese piso.
Mientras avanzan, les comenta que el privilegio de cruzar esa puerta no lo tiene nadie más que sus soldados, sin embargo, al verlos como "iguales", por todo lo que han enfrentado, les permite el paso.
Al cruzar, los jóvenes no ven más que otra enorme sala, con un montón de gente sentada frente a computadoras monitoreando, trabajando arduamente en diferentes funciones. Smith sonríe con arrogancia, demostrando que es gracias a esto, que tiene el control de la ciudad.
Dylan golpea levemente a Gabriel con el codo y le hace señas de que mire hacia los monitores de las computadoras. Gabriel se sorprende y le devuelve una sonrisa a Dylan.
—No hay nada que no se escape de mis ojos, y si lo hay, esta gente me lo dirá. Por eso esta ciudad está muy segura, y no todos son calificados para entrar, no quiero caos, ya hay muchos zombis afuera —dice el Coronel, para luego hacer una señal a los jóvenes, indicándoles que es hora de retirarse.
Caminan nuevamente a la sala y el coronel le hace una seña a los militares que ahí están. Uno de ellos hace el saludo militar y se acerca al grupo de jóvenes, indicándoles que él les llevará varios pisos más abajo, dónde están varios apartamentos en el cual podrán quedarse en uno de ellos y pasar la noche.
Una vez que son llevados y dejados en el apartamento, cierran la puerta. Gabriel se sienta en el sofá y exhala pesadamente. Dylan, por el contrario, se acerca a la ventana y observa hacia el horizonte, viendo la ciudad y cómo poco a poco va cayendo el atardecer.
—¿Y ahora qué? —pregunta Jesua, abriendo la nevera que está en la cocina y sacando una jarra con agua.
—Pues, toca ponernos a pensar —dice Gabriel—. El coronel no es alguien de confiar, de eso estoy seguro.
—Tiene muchos pensamientos retorcidos, y es muy impredecible —dice Anderson.
—Bien señores, es hora de ponernos manos a la obra, tenemos trabajo que hacer —dice Deiler, sentándose en el comedor, mientras hace una seña para reunirse todos.
—Smith y su gente, tienen acceso al internet —habla sin apartar la vista de la ventana.
—¿¡Qué carajos!? —exclaman todos, exceptuando a Gabriel, quién aprueba las palabras de Dylan, afirmando con la cabeza.
El coronel se dirige hacia el laboratorio, acompañado de varios soldados.
Ingresa a la habitación dónde tienen a Noel. El doctor Xavier se sorprende de verlos repentinamente, no es común que el coronel Smith vaya a visitar ese lugar sin capucha, presiente que algo anda mal, por lo que decide no entrometerse, dejándolo acercarse a Noel.
Noel ve por primera vez el rostro del coronel, pero no lo reconoce aún, no sabe quién es.
—Cenicienta —habla el coronel, ahí es cuándo Noel reconoce la voz y siente cómo el miedo recorre su espina dorsal—. La perra de tu amiga escapó de aquí, no sé cómo, pero mandó a tus amigos, y ya están acá. Acompañados de su Comandante, un tal Deiler.
—No puede ser... ¿Qué les hicieron? —pregunta Noel.
El coronel no responde, más bien golpea con fuerza el antebrazo izquierdo de Noel, haciéndole gritar. De pronto, el coronel lo sujeta por las mejillas, mirándolo fijamente a los ojos. El miedo de Noel aumenta más y más.
—Escúchame bien, bella durmiente; ustedes fueron seleccionados para experimentar con ustedes para buscar una cura, yo te he permitido seguir viviendo porque tu condición física ha sido excepcional a pesar de estarla pasando mal.
—Usted es cruel —dice Noel, entre lágrimas—, seguramente mis amigos vendrán a salvarme.
—¿Tus amigos? Ellos sólo han preguntado por tu amiga que llegó allá, no han mostrado interés en nadie más. Te olvidaron, no eres importante.
— Entonces máteme de una vez! ¡¡MATEME!! —exclama Noel, para luego escupirle la cara.
—Maldito imbécil —el coronel le da una fuerte bofetada, rompiéndole la boca—. Yo te he dejado dormir mucho tiempo, pero ahora por la impertinencia de tu amiguita y el entrometimiento de la resistencia, tú pagarás todo..
—Coronel, es mi... paciente —habla Xavier, sin entender aun lo que sucede—. ¿Por qué no mata a los entrometidos?
—¿Y quedar como un cruel tirano? No, mucha gente los vio, prefiero que se vayan y nunca vuelvan. Me encargaré de ti después. Averiguaré quién es la joven que escapó de este lugar —dice, para luego apoyarse en el antebrazo de Noel, entonces se escucha un crujido o algo similar: Smith ha terminado de dislocarle el codo.
El grito desgarrador de Noel se escucha en toda la sala. El coronel sale de aquella habitación seguido de sus dos escoltas y se dirige hacia la sala dónde tienen registro de cada uno de los pacientes dentro del lugar. Tras dos horas de revisión de todos los documentos, nota que no hay ninguna irregularidad en los registros ni en las grabaciones de seguridad, por lo que decide investigar quién llegó el mismo día que Noel.
—Excelente —sonríe de medio lado—. Así que fuiste tú la que escapó... Muy astuta, niña, muy astuta.
Domingo, 21 de diciembre.
18:00 hrs
—Chicos, tenemos que ponernos manos a la obra, miren la hora y no hemos salido de aquí siquiera para investigar un poco —habla Gabriel, dirigiéndose a sus compañeros.
—Llevo mucho rato pensando en cómo haremos para salir de aquí sin que nos vean —habla Deiler—. De camino acá, pude ver varias cámaras en los pasillos y también hay militares custodiando cada extremo.
—Yo podría salir —dice Dylan.
—Harás que te maten al llegar a la esquina —opina Deiler.
—¿Podrías confiar en mí al menos una vez? —replica Dylan con un tono de voz serio—. Tengo una idea, quizá no sea la mejor, pero tal vez funcione.
—¿Qué tienes en mente? —pregunta Jesua, con cierto interés.
Dylan no espera mucho para explicarles lo que tiene en mente. Un plan arriesgado y un tanto atrevido, pero que podría terminar de dos formas: con el muerto o consiguiendo algún tipo de información, por muy mínima que sea.
Tras culminar su explicación, se les queda viendo expectante de cualquier respuesta por parte de cualquiera de ellos.
—Bueno, no suena tan mal —opina Jesua mirando a los demás—, arriesgado es, pero siendo Dylan, posiblemente pueda resultar.
—Resultar con un balazo en la espalda o en la frente —dice Deiler—, no me puedo arriesgar a eso, podría comprometer la misión.
—La misión es averiguar por Noel, y por el laboratorio —responde Dylan, levemente enojado—. Gabriel, tú qué opinas.
—Que estás loco, pero si sientes que puede salir bien y obtener algo de ello, hay que hacerlo, ya estamos aquí y no quiero irme sin haber obtenido nada de información —responde el moreno—. Está decidido, iré con Dylan.
—No deberías —replica Dylan.
—¿Y dejar que hagas una tontería que nos comprometa? No lo creo, iré contigo —insiste Gabriel, sonriéndole con mucha confianza.
Dylan asiente con la cabeza y ambos voltean a ver a Deiler, quién exhala con resignación. El pelinegro se rasca el cabello y luego hace un gesto de fastidio para luego mirarlos fijamente sin decir palabra alguna, es así como ambos entienden que el comandante les está permitiendo salir.
De repente, escuchan que alguien golpea la puerta dos veces y luego abre la misma. Los cinco jóvenes voltean y ven a un militar entrar, seguido del Coronel Smith, quién sonríe cínicamente.
—Cómo les decía esta mañana, no hay ninguna información al respecto sobre alguna persona que haya salido de aquí. Me he tomado la molestia de mandar a recopilar toda la información referente al caso, pero... no la hay.
—Vaya —habla Deiler—, tal vez haya sido un error.
—¡Rayos! Al parecer terminamos en el sitio incorrecto —exclama Dylan desde atrás con sarcasmo.
—Por cierto, comandante, supongo que partirán mañana ¿Correcto? —pregunta el coronel, mirándolos minuciosamente a cada uno.
—En efecto, al parecer nos equivocamos de lugar, y nuestra compañera también —responde Deiler.
—Seguramente Ariangel aún no estaba tan lúcida cuándo le pedí la información —expresa Gabriel.
Inconscientemente, el coronel levanta una ceja tras escuchar el nombre de Ariangel; puesto que en efecto, ese es el nombre de la mujer que escapó. Carraspea un poco para aclarar la garganta y habla, haciendo caso omiso a las palabras de Gabriel.
—Bueno, llegados a este punto. Sería mejor que piensen bien lo que vayan a hacer a partir de ahora, su gente depende de ustedes. No querrán cometer un error, yo detesto los errores.
—¿Qué significa eso? —pregunta Anderson.
—Puedo ayudarles, sí. Pero solamente seleccionando algunas personas, no todos pueden vivir en esta ciudad —responde el coronel.
—¿Y qué pasará con los que no ingresen? —pregunta Jesua.
—Estarán a su suerte —responde un militar, entre risas.
—¡Me niego! —exclama Dylan—. Si es así, por mi parte no. Todas esas personas han luchado muchísimo por sobrevivir y confían en nosotros, no los abandonaremos así.
—Dylan tiene razón —continúa Anderson—, hemos recuperado los Santos con un trabajo arduo por parte de todos, trabajando en conjunto dentro de las barricadas.
—Comandante —habla el coronel, ignorando a los demás—. Usted decide el futuro de su gente.
Tras esas palabras, el coronel da la media vuelta, y justo cuándo se dispone a salir, Deiler da unos pasos al frente, captando su atención. Ante esto, el Coronel voltea y nota al pelinegro mirarlo de forma desafiante.
—¿Qué desea ahora? —pregunta el coronel, alzando levemente la cara, mostrándose un poco más arrogante.
—¿Quién es usted? ¿Cómo llegó a esto? —pregunta el pelinegro, sin intimidarse ni un poco.
—Soy el Coronel Smith, comando todo en esta ciudad, lidero las fuerzas militares más prestigiosas del momento. Fui un héroe condecorado de guerra tras la guerra en el oriente medio que ocurrió en los dos miles. De ahí, a que yo sea la persona más capacitada para sobrevivir a todo esto y quién tiene mejor conocimiento y control, ante todo. Los zombis no me preocupan, si quieren sobrevivir, deje de jugar al soldadito y piense bien mi propuesta —responde el coronel, con un tono de voz moderado y una actitud calmada.
Deiler le mira fijamente, apretando los dientes con fuerza. El coronel procede a sonreír levemente y darle la espalda, acto seguido, el militar cierra la puerta tras ellos y se retiran del lugar.
Deiler exhala pesadamente y voltea a ver a sus compañeros, notando que estos también se muestran enojados por las palabras de aquel hombre.
—Es un miserable —habla Deiler, soltando los puños—. Detesto a las personas así, déspotas como él.
—Al parecer no podremos actuar esta noche —agrega Jesua, caminando al otro lado de la habitación, dirigiéndose a la ventana—. Tengo el presentimiento de que nos estarán vigilando toda la noche.
—El coronel miente —dice Gabriel—, es una simple corazonada, pero miente. Ariangel estuvo aquí, y nuestros compañeros, al menos alguno debe estar vivo.
—De ser así, por ahora, no podremos hacer nada —opina Anderson, rascándose la nuca.
—Sería venir nuevamente, pero yo con Micneya, Gabriel y May —sugiere Dylan—. Al fin y al cabo, es la misión de nuestro escuadrón, por lo que podríamos aprovechar e investigar.
—Sí, pero no será tan pronto, no quiero levantar sospechas —responde Deiler—. Ustedes se encargarán de esta misión. Vamos a dormir, mañana nos iremos temprano de este lugar.
Lunes, 22 de diciembre.
06:00 hrs
Ninguno pudo descansar bien la noche anterior.
Apenas el reloj marca las 06:00 empiezan a alistarse y prepara todo para poder irse. La mirada de Dylan y Gabriel muestra cierto nivel de decepción, ambos sienten que sólo les hicieron perder tiempo en este lugar, encontrándose nada más que a un loco tirano con aires de grandeza.
Salen de la habitación y se topan con dos soldados custodiando el pasillo, bien armados. Deiler les indica que se retiran y estos los escoltan hasta el ascensor. Al llegar a la planta baja, el ascensor abre sus puertas y los jóvenes se detienen a ver más militares esperándolos para escoltarlos. Hay al menos diez de ellos, o quizá más, ninguno los cuenta. El ambiente se torna un poco tenso, la mirada entre los militares y los soldados de la resistencia no es muy amistosa. Deiler y Jesua mantienen un semblante serio y proceden a avanzar entre aquellos hombres frente a ellos, seguidos de un Anderson que los mira a todos un tanto enojado y de Gabriel, quién avanza de forma tranquila.
Dylan alza un poco el mentón y se coloca las manos en la cintura. Avanza caminando de forma burlona hasta llegar al auto y abordarlo junto con sus compañeros. Es así como se retiran de aquel lugar siendo escoltados.
Ninguno dice palabra alguna, van en silencio, observando a través de la ventana. Todos, exceptuando a Dylan que conduce, llevan armas en las manos, preparados por si sucede alguna controversia con aquellas personas.
No es hasta que salen del túnel, que aquellos sujetos se detienen y sin mediar palabra alguna con los soldados de la resistencia, hacen un saludo militar permitiéndoles irse.
—¡Qué situación tan tensa! —exclama Anderson—. Les juro que pensé que en algún momento iban a disparar y matarnos.
—También lo pensé —comenta Jesua, riendo levemente—, ese coronel, no me inspira nada de confianza.
—Es un tirano —dice Gabriel—. Sus palabras, su manera de mirarnos y expresarse. Ese tipo es de los que mata a cualquiera que considere un estorbo. Hope City es hermosa, pero es un paraíso ficticio.
—No creo ser el único que cree que tenemos que cuidarnos de esta gente también —agrega Dylan.
—Quién sabe, esta situación apocalíptica sólo trae conflictos y más conflictos —responde Deiler, quién se recuesta un poco más en el asiento—. Creo que soy muy optimista: los conflictos siempre han existido, por gente como él.
—Por cierto, ¿cuánta munición nos queda? —pregunta Dylan.
—Jhmmm tenemos suficiente para defendernos ¿por? —habla Anderson.
—Porque quiero investigar algo en alguna ciudad cercana. Quiero que busquemos establecer conexión a internet, nosotros —explica Dylan.
—No suena mal —responde Deiler—, tal vez así podríamos agilizar muchas cosas también. Bien, Dylan esa es una buena idea. Esta también puede ser nuestra oportunidad de por fin comunicarnos con todo el mundo. Y saber qué está pasando en realidad.
Dylan sonríe con emoción y conduce directamente hacia San Antonio.
No tardan mucho en llegar a la ciudad.
Las calles se muestran muy abandonadas, y de vez en cuando se topan con ciertos zombis que deambulan sin rumbo alguno. Se puede ver que son del tipo salvaje, pero algo curioso es que no muestran interés alguno en el auto, a pesar de que, en muchas ocasiones, pasan justo por al lado de ellos.
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