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CAP 7 - Salida de Misión.

Domingo, 21 de diciembre.
08:00 hrs


El equipo conformado por Deiler se reúne en la base para la misión. Luego de una breve charla por parte de Deiler, se despiden de sus compañeros, la única variante es que Deiler decide llevar a Gabriel ya que puede ser de gran ayuda.

Posteriormente, todos abordan un todoterreno Toyota de color negro.

Así mismo, parten de la base con dirección al norte.
Evitan la ciudad de San Antonio, tomando la vía exterior que rodea la ciudad. Durante el camino se topan con algunos zombis que deambulan sin rumbo alguno, por ende, hacen pequeñas paradas para matarlos y evitar que avancen hacia ellos o, en el peor de los casos, que se dirijan hacia Los Santos.

Hora y media después llegan a una estación de gasolina ubicado a 1.3 km de las afueras de Austin. Hacen una parada allí, puesto que el camino es largo y los vehículos necesitan estar con tanque lleno. Bajan de los autos, armados y caminan por el lugar.
Toda la zona está desolada.
Dylan y Anderson se encargan de revisar si aún hay gasolina en los surtidores, confirmando que si hay combustible, proceden a llenar el tanque del todoterreno, mientras los otros cuidan las espaldas.

Tranquilidad.
Sólo se escuchan las voces de aquellos cinco y el sonido de algunas aves que pasan volando.

La tranquilidad de pronto se ve interrumpida por el ruido de un golpe, proveniente del interior de la tienda de la estación. Todos voltean hacia la puerta, la cual es de vidrio y está cerrada, dándose cuenta que están siendo observados por un zombi.

—¡Demonios! —exclama Anderson.

Deiler le apuna con el arma, a lo que Anderson, en un movimiento rápido le detiene. El moreno da varios pasos hacia adelante, observando fijamente al zombi, quién choca la cara contra la puerta repetidas veces.

—¿Y a ti qué te pasa? —pregunta Deiler.

—Este premio no lo pienso perder, sólo una vez en la vida te encuentras con uno de culo gordo —Anderson se acerca hasta la puerta, lo que ocasiona que el zombi se ponga más eufórico, golpeando con vehemencia hasta agrietar el cristal de la puerta.

—Anderson, no creo que sea buena idea que te acerques tanto —comenta Gabriel.

—Este idiota —dice Jesua, apuntando por si sucede algo.

Dylan se limita a seguir observando desde el costado del auto mientras termina de llenar el tanque.
Anderson, procede a dispararle en el hombro, el zombi emite un grito de dolor, para luego estrellar la cara contra el vidrio y terminar rompiéndolo, su cara se muestra toda ensangrentada. Anderson procede a dispararle en los tobillos, haciendo que el gordo caiga al suelo, golpeándose la barbilla. Sin embargo, el zombi gruñe y gime mientras se arrastra hacia el moreno, quién le dispara en las manos varias veces, hasta destrozárselas.

—¿Qué demonios haces, Anderson? Acaba con él de una vez —dice Jesua.

Los disparos no hacen más que atraer a otros dos zombis, igual de gordos que aquel al que Anderson usaba como blanco de tiro. Deiler y Anderson actúan rápidamente, abriendo fuego contra aquellas criaturas. Por consiguiente, y tras la muerte de aquellos dos, Anderson le dispara varias veces al zombi.

—¿Tenías que llamar a tus amigos? —exclama el moreno, descargando el cartucho. Posteriormente, empieza a patear el cadáver repetidas veces—. ¡Espero que te reúnas con ellos en el infierno!

—Creo que esta vez sí se pasó de loco —dice Deiler.

—Es un pobre idiota —agrega Jesua, dándole la espalda a su compañero y dirigiéndose a los autos—. Oye Dylan, ¿ya están llenos los tanques?

—Sí, ya están —responde el joven, entrando al bólido amarillo y encendiéndolo—. Listos para irnos.

Dylan enciende el vehículo, automáticamente Jesua y Gabriel se suben. Deiler voltea y le grita a Anderson que se apresure, para luego subirse. El moreno abandona el cadáver del zombi y se sube también. Así mismo, se retiran del sitio encaminándose hacia Austin.


Por otra parte

Las luces se encienden en la habitación, Noel abre los ojos y nota que entra el mismo doctor de siempre, acompañado de otros dos hombres, vestidos de negro y encapuchados. El doctor le sonríe amablemente mientras prepara algunas jeringas. El doctor les explica por qué la posición tan inhumana de los brazos y por qué tiene una mordaza en la boca.
Los ojos de Noel muestran el miedo que siente en ese momento,

—Buenos días, cenicienta, has dormido mucho —dice uno de los encapuchados colocándose a un costado de él.

—Este es quizá uno de los mejores sujetos de prueba que tenemos, su cuerpo ha aceptado cada dosis que le he suministrado de sangre infectada con el virus zombi. Y no ha sufrido ningún cambio.

—¿Alguna novedad con el virus? —pregunta el mismo encapuchado.

—Ninguna, más allá de lo que ya sabemos —responde el doctor, acercándose a Noel con una jeringa llena de la sangre infectada—. Ya conoces el proceso, te va a doler, sólo se bueno no te mueras hoy.

Noel trata de moverse, lo que ocasiona que termine lastimándose los brazos, emitiendo un grito de dolor que se escucha enmudecido por la mordaza que lleva en la boca. Cuándo le inyectan la sangre, de sus ojos brotan lágrimas mientras siente el líquido ingresar en su cuerpo. Siente como si le quemara, las venas de su brazo se hinchan conforme aquel liquido ingresa en su torrente sanguíneo.

—Al parecer eres un chico rudo, creo que podría trabajar con él. ¡Quítale la mordaza! —ordena el primer encapuchado.

El otro encapuchado le quita la mordaza, el doctor ni se inmuta y continúa en lo suyo, observando de reojo lo que sucede con Noel quien se ahora si puede gritar y maldecirlos con libertad.
En las habitaciones de los lados se escuchan a otros pacientes gritar de dolor con la misma intensidad. Siempre es a la misma hora, tres veces al día. ¿Pero por qué lo hacen? Muchos sujetos de prueba han muerto desde que Noel llegó a ese sitio, incluso, desde antes de su llegada.
Noel baja la mirada luego de que terminan de suministrarle la tercera dosis. El encapuchado se acerca a él y le toma levemente de la barbilla, alzando su rostro.

—¿Ya te moriste? —pregunta el doctor.

—M-mátenme... por favor...

—Tengo mejores planes contigo, cenicienta, así que no te dejaremos morir —dice el encapuchado.

Noel observa con miedo a aquellos hombres, sin darse cuenta que, a su costado izquierdo, el otro encapuchado se prepara para darle un golpe fuerte con la cacha del arma, dejándolo inconsciente.

—¿¡Acaso están locos!? ¡Van a matarlo así! —exclama el doctor, alterándose ante la acción de los sujetos.

—Usted dedíquese a lo que tiene que hacer, doctor Xavier —responde el hombre, quitándose la capucha—. Como Coronel de las fuerzas élite, le agradezco que modere cómo se dirige hacia mí.

El doctor se quita la mascarilla y el gorro médico, dejando ver su cabello rubio desaliñado. Procede a colocarse sus anteojos, asiente con la cabeza y voltea a ver al inconsciente Noel. Escucha cómo aquellos hombres se retiran y esboza una leve sonrisa.

—Aún es pronto...




Domingo, 21 de diciembre.
10:26 hrs


La ciudad se alza ante ellos como un esqueleto de hormigón y metal. El equipo observa los edificios vacíos, las ventanas rotas, algunas puertas abiertas. El silencio es sepulcral, solo roto por el viento que sopla entre las calles, y claro el sonido producido por el motor del auto. No hay señales de ningún zombi. Solo restos de coches, muebles, ropa y basura que se acumulan en las aceras.

Avanzan por la avenida principal, mirando a su alrededor con curiosidad y un poco temor. La ciudad de Austin parece un museo del fin del mundo, un testimonio de la fragilidad de la civilización. Mientras más se adentran en la ciudad, más desolada la encuentran.

—Al parecer los zombis se han retirado de aquí —comenta Gabriel.

—Igual tenemos que estar pendiente de dónde nos metemos —opina Jesua.

Siguen el camino principal sin desviarse del mismo. El camino los lleva hasta una zona despejada de aquellos altos edificios. Pueden observar cómo la naturaleza se abre paso a la fuerza: el pasto es más alto, los árboles están repletos de vida y las aves vuelan y cantan con tranquilidad. Entre el pasto, los jóvenes son testigos de un rebaño de ciervos que están pastando con tranquilidad. Dylan esboza una sonrisa que denota mucha felicidad.
Finalmente, llegan hasta un puente ubicado unos metros más adelante. Gabriel entonces, le dice a Jesua que detenga el auto, Deiler se extraña de aquella petición y voltea a verlo.

—¿Sucede algo? —pregunta el pelinegro.

—Fue aquí en esta parte de la ciudad dónde ocurrió toda la masacre de los zombis aquella noche —responde Gabriel—. Pasando esta ciudad, es que encontraremos posiblemente a los militares.

—Deiler —habla Anderson, abriendo una ventana—, si es así hay que estar preparados para disparar.

—¿Cuánto falta para que salgamos de esta ciudad y lleguemos al túnel? —pregunta Jesua.

—Según este mapa, basándome en lo que dijo Ariangel: tenemos que atravesar toda la ciudad y luego seguir unos kilómetros al noreste. Y luego saldremos aquí —responde Gabriel, señalando con el dedo.

—Bien, entonces, continuemos —finaliza Deiler.

Cruzan el puente. La luz del sol se refleja en el agua, creando destellos de color. Mientras el grupo comenta sobre lo que pueden conseguir tras cruzar el puente, Dylan los ignora un poco, mirando a través de la ventana aquel panorama. De repente, sus ojos miran hacia abajo con asombro. El agua está tan clara que puede ver el fondo, notando que hay peces, plantas, rocas y objetos olvidados.

—¿No es increíble? —dice Dylan de repente—. La naturaleza reclama lo suyo poco a poco.

—Sí, es hermoso —admite Gabriel, asomando la cara por la ventada del otro lado del auto—, es la segunda vez que la actividad humana se paraliza. Sólo que esta vez, el ambiente está muchísimo más limpio que cuándo ocurrió aquella pandemia.

—No se confíen —habla Jesua, con seriedad—. No sabemos si toda esta tranquilidad pueda ser una trampa.

—¿Una trampa? —se burla Anderson—. ¿De quién? ¿De los zombis? No creo que les interese el ambiente tranquilo, tampoco creo que sean tan listos para algo así.

—Solo digo que hay que estar alertas. No sabemos qué nos espera al otro lado —finaliza Jesua, notando que ya casi han cruzado y que la otra parte de la ciudad está cada vez más cerca.

Austin es una ciudad muy grande y el grupo está consciente de ello; saben perfectamente que están solos en un nido de criaturas escondidas en quién sabe cuántos de los cientos de edificios deteriorados que hay, y que no van a dudar en devorarlos si estos cometen un error.
Sin detener el vehículo, armados de valor, avanzan por la ciudad. Doblan varias calles debido a los obstáculos que no les permiten seguir el paso. Tras desviarse varias veces, el grupo siente que sólo están recorriendo en círculos una pequeña parte de la ciudad y ante tal situación, Anderson acelera el todoterreno y decide abrirse camino entre varios autos para finalmente, encontrar de nuevo la carretera que atraviesa Austin.

—¡Qué ciudad tan horrible! —exclama Anderson.




Domingo, 21 de diciembre.
12:19 hrs


Durante todo el recorrido no notan nada que despierte su interés, solo desolación y ruina. No obstante, el ruido causado por el auto chocando a los demás carros atravesados no hace más que llamar la atención de los zombis que hay en lugares adyacentes dentro de la ciudad.
Casi en simultáneo, estos salen de dónde se encuentran y corren hacia la carretera.

Gritos, gruñidos, chillidos. Todo un escándalo causado por los hambrientos zombis quiénes corren atraídos por el motor del todoterreno. Esto hace que Gabriel, quién tiene un oído un tanto agudo, se asome por la ventana del auto nuevamente. Dylan observa curioso la acción de Gabriel y le pide a Anderson que detenga el auto, este se frena tras la insistencia del joven.

Y entonces...

—¡Acelera, Anderson! —exclama Gabriel—. ¡Acelera, acelera!

—¡Apresúrate Anderson! —ordena Deiler, quién también se percata de lo que sucede.

—Los zombis, ya vienen —comenta Dylan, mirando por la ventana cómo a lo lejos una horda de zombis desesperados corren hacia ellos.

No tardan mucho en darse cuenta de que están rodeados y que no tienen escapatoria, ya que también, frente a ellos, un grupo de zombis se dirige hacia el auto. Cierran todas las ventanas y sin pensarlo, Anderson acelera al máximo, tratando de abrirse paso entre la multitud de muertos vivientes, pero es inútil. Los zombis se lanzan sobre el capó, el techo y las ventanas, golpeando y arañando con furia.

—¡Mierda Deiler! —exclama Anderson— ¡Son demasiados! ¡Se ve forzado el auto!

—¡No podemos quedarnos aquí! —exclama el comandante de la resistencia—. ¡Sigue acelerando! Si nos detenemos, tarde o temprano, esos malditos romperán las ventanas. Tenemos que buscar una salida.

—¿Y cómo vamos a hacer eso, Deiler? —pregunta Gabriel, mostrando miedo en el rostro al ver cómo estos monstruos golpean el auto y rasguñan las ventanas.

—Contraatacando —opina Jesua, preparando su arma—. Hay que matar a estos miserables, aquí y ahora.

Dylan y Gabriel se miran las caras, y procede a tomar cartas en el asunto, agarrando sus armas y preparándose para el combate. Deiler mira a cada uno de sus compañeros, sabe que tienen miedo, sabe que ellos no quieren morir y que harán lo posible por luchar así sientan muchísimo miedo. Sin pensarlo, también agarra su arma. Respira profundamente y es el primero en abrir la ventana, empezando a dispararle a los zombis a ese lado de la ventana.
Así mismo, Gabriel, Dylan y Jesua también abrieron las ventanas. La lluvia de disparos no se hizo esperar, la cantidad de cuerpos cayendo al suelo era grande. Anderson no desacelera el vehículo, pasando por encima de muchos contagiados.

—Pase lo que pase, no frenes Anderson —ordena Deiler.

—¡Vamos, muchachos! ¡Vamos! —exclama Anderson, apoyándolos.

La sincronización que tienen para responder el ataque zombi es muy buena, siguiendo las órdenes de Deiler quién se encarga de pensar rápidamente en el siguiente movimiento que el grupo debe hacer para poder minimizar el peligro. Luego de un rato, Anderson logra sacarlos de allí tras haber aplastado muchos zombis.

Sin darse cuenta, han salido de la ciudad de Austin y tienen varios kilómetros de autopista, con otros desvíos de camino que llevan a diferentes partes. Una zona completamente llana y varios autos abandonados al frente. Detrás de ellos, la horda de zombi no deja de perseguirlos.

—Tenemos que matarlos, aquí y ahora —sugiere Dylan.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta Anderson.

—Porque hemos salido a duras penas de Austin, ninguno de nosotros ha llegado tan lejos y si ellos nos persiguen, pueden atraer más y más zombis —responde.

—Tiene algo de razón —opina Gabriel.

—Nos quedaremos sin municiones —dice Jesua.

—Explotemos los autos —sugiere Deiler—. ¿Cuántas granadas tenemos?

—Veintiséis —responde Gabriel.

—Vamos a mandarlos de vuelta al infierno —dice Deiler.

Todos asienten y se preparan.
Anderson detiene el auto en medio de la autopista y el equipo se baja del mismo, armados y preparados, se mueven rápidamente unos cuantos metros. Notan que la horda está muy cerca y que no va a detenerse, por lo que Anderson y Jesua apuntan con sus armas, esperando órdenes. Dylan, Gabriel y Deiler proceden a prepararse con las granadas.

—Esperen...... Esperen —habla Deiler, mirando al frente—. ¡Ya!

Los tres lanzan granadas varias granadas ya listas para explotar y se esconden tras los autos.
Estas caen varios metros lejos del grupo, justo cerca de los zombis quienes siguen su paso.

¡¡BOOOOOOMMM!! ¡¡BOOOOOMM!!

Un estallido tras otro, las granadas explotan acabando con una gran cantidad de contagiados. Sus extremidades vuelan por doquier, cayendo incluso cerca de los autos dónde ellos se resguardan.

—¿Aviso de avistamiento? —exclama Deiler.

Aún aturdidos, el grupo procede a asomarse para ver qué ha sucedido. El humo se disipa y pueden ver la gran cantidad de sangre y partes descuartizadas en el suelo. Al fondo, ven más zombis acercarse.

—¡Abran fuego! —exclama Deiler.

Así inicia otra lluvia de disparos contra los no muertos, disparándoles directo al cráneo o al pecho. Varios cuerpos caen al suelo y poco a poco estos van mermando su avance. El grupo empieza a retroceder.

Los zombis continúan avanzando, pasando por encima o entre los autos. Es ahí cuándo Anderson y Jesua proceden a lanzar varias granadas directamente hacia los autos y corren rápidamente de vuelta al vehículo, subiéndose. Deiler acelera y de repente...

¡¡BOOOOOOMMM!! ¡¡BOOOOOMM!!

Más explosiones.

Esta vez son más grandes, el grupo celebra de forma escandalosa mientras se alejan del sitio rápidamente, todo eso al ver que acaban de derrotar aquella horda de zombis. Es así como se encaminan directo hacia su objetivo, llegando finalmente hacia una doble vía. La de la izquierda continúa varios kilómetros de autopista y la de la derecha lleva a otra ciudad que fácilmente pueden ver a lo lejos.

Gabriel indica que es el camino de la izquierda y continúan rodando.

Están cerca.

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