CAP 25 - Bakersfield.
Bakersfield es una ciudad localizada en el lado oeste de las montañas de Sierra Nevada, California. En su momento fue una de las ciudades con mayor crecimiento en el estado, sin embargo, desde que comenzó el apocalipsis zombi, los locales hicieron lo posible por acabar con ellos y encerrar la ciudad con la mayor cantidad de escombros y obstáculos posibles, con el fin de mermar el avance de los zombis y así poder tener tiempo para prepararse ante un posible ataque.
Bakersfield es asediada por los zombis de manera seguida, viéndose preocupados en los últimos meses por la baja cantidad de instrumentos que les quedan para enfrentar a las criaturas. Lo que ha ocasionado que los habitantes inclusive, piensen en abandonar el lugar, cosa que les causa muchas dudas al no saber qué encontrarán afuera.
La llegada de la resistencia supone un alivio para ellos quienes tras dos años buscando comunicarse con otros, finalmente reciben respuesta.
Desde que arriban a Bakersfield, no han parado de combatir contra los zombis que invaden la zona, apoyando a los locales quiénes de cierto modo, llegaron a sentir en su momento que eran los últimos sobrevivientes.
Daniela no ha dejado de enviar informes por correo a la resistencia, recibiendo inmediatas respuestas que no se hacen esperar, no obstante, no hay mayor relevancia en la información que han obtenido en la ciudad, simplemente que las personas han sido completamente receptivas en recibir ayuda y ayudar con lo que puedan. Eso, y que Bakersfield cuenta con un laboratorio en dónde hay varios científicos trabajando.
Ese día jueves, 27 de enero, durante las horas de la tarde hace acto de presencia Abel en la casa dónde están los miembros de la resistencia. Abel, el mismo que envió el mensaje pidiendo ayuda, sonríe al verlos reunidos. Gabriel lo reconoce de inmediato, así que es el primero en presentarse.
—Un gusto, Gabriel, usted es Abel...
—Abel, correcto —dice su nombre al mismo tiempo que Gabriel y luego repasa con la mirada a todos—. ¿La resistencia?
—Exactamente —responde Daniela, sonriendo amablemente mientras le extiende la mano hacia el hombre, estrechándola con la de él—. Estoy acompañada de algunos soldados que están afuera, de Anderson...
—Hola —saluda el moreno, estrechando la mano con Abel.
—Liz —prosigue Daniela.
—Un gusto —saluda la joven, mientras Abel hace lo mismo.
—Y bueno, Gabriel, nuestro analista y cerebro del equipo. Usted es el líder militar de este lugar ¿no?
—Oh no, no, no —se excusa Abel alzando las manos con una media sonrisa avergonzada—. Soy un simple científico, no sé usar un arma. Podría decirse que sí, soy el "líder" de este lugar, pero creo que todos me siguen por el hecho de que idealicé un método de protegernos de los zombis, y por el hecho de que estoy buscando, junto con mis compañeros, la cura.
—Justamente también estamos buscando lo mismo, aunque no tenemos científicos ni laboratorios en nuestra base —explica Anderson—, hemos estado luchando contra los zombis por mucho tiempo, pero no hemos podido estudiarlos, lo que nos dificulta mucho más las cosas.
—Puedo imaginar sus batallas con solo verlos. Sus rostros están muy cansados y sus miradas, están apagadas, pero se les ve una convicción muy grande, más de la que tiene una persona común, al parecer han pasado por muchas cosas.
Abel los detalla a cada uno y luego exhala mostrando resignación mientras se rasca su cabello rulo, que va dejando de ser oscuro al tener muchas canas en él. Abel es un hombre de tez mezclada, se mantiene arreglado a pesar de estar todo el tiempo dentro de un laboratorio. Y su edad parece estar entre los 55 y 60 años de edad. Su rostro, con muy marcadas ojeras, se muestra tranquilo y aún con ganas de seguir luchando.
Una determinación que comparte con los miembros de la resistencia.
—Lamento mucho haberlos hecho esperar tantos días, pensé que había dado con la cura, pero, no hay ningún método para sanar a los "no muertos".
—¿Cómo qué no? —pregunta Gabriel, curioso—. Quiere decir que, ¿es matar o morir?
Abel le mira fijamente, con un gesto les invita a sentarse en los muebles, mientras él hace lo mismo. Ya un poco más cómodos, el doctor, de ojos cafés y mirada cansada, mira a todos y cada uno antes de hablar.
—He analizado muchos cuerpos de zombis, vivos y muertos en estos años de conflicto, y en todo este tiempo, no he visto algo tan terrorífico como ellos. No necesitan beber agua, comer, o dormir. De hecho, cuándo se alimentan, lo único que hacen es saciar una necesidad que no es sólo biológica, sino también visceral; un impulso oscuro que parece surgir de las profundidades de sus entrañas.
—No lo entiendo —pregunta Liz—. Si no necesitan comer ¿Para qué nos están cazando?
—Tengo la teoría de que es para exterminarnos —responde Abel, fijando la mirada en la joven—. Lo más inquietante es que he observado dos clases de zombis, y mientras una me causa terror, la otra me causa tristeza y desesperanza.
Ante esto último, todos quedan extrañados. Abel entiende la mirada de estos y les hace un gesto para que lo acompañen al laboratorio. Caminan varias calles, doblan en una esquina y finalmente llegan al lugar. Ingresan, justo en la primera sala ven un grupo de seguridad. Abiel les indica que tienen que vestirse con trajes de protección bioquímica.
Una vez vestidos, todos siguen a Abel hacia el interior del laboratorio, bajan unas escaleras hacia la zona subterránea dónde, al final, hay una puerta. Pasan por ella y finalmente están en la sala de estudios, donde son recibidos por una científica que examinaba los contenedores. Los muchachos repasan lentamente con la mirada todo el lugar, observando los contenedores con zombis.
—Tranquilos, ya están muertos, los tenemos ahí con fines de estudio. El líquido los conserva, evitando que sus cuerpos se descompongan —responde la mujer.
—¿Qué tan rápido se descomponen? Nosotros al enfrentarlos, solemos cremar sus cadáveres con el fin de evitar algún tipo de propagación de enfermedades o patógenos que ellos porten —habla Gabriel.
—Ingenioso y preventivo —responde Abel—. El sistema inmunológico de estas criaturas elimina cualquier tipo de patógeno, sea virus o bacteria que ingrese en el cuerpo. Es una maravilla, sin embargo, los primeros estudios arrojaron que las células de estas criaturas mueren al instante en que mueren, todo muere apenas pierden la vida. En su momento pensé que sus células estaban muertas aún sin ellos estar muertos, pero no, sus células funcionan siempre y cuando el sujeto en cuestión esté vivo, de una forma más acelerada que la de un humano común, pero funcionan.
—Quitándole la vida a un zombi, acabas con sus células. Es interesante —opina Anderson.
—Por esa razón es que no existe hasta ahora ningún método que pueda ayudarnos a curarlos, porque tampoco sabemos qué curar —prosigue Abel—. Hemos usado todo tipo de medicinas, inclusive la que usamos para combatir la rabia, asumiendo que es rabia lo que ha atacado a la humanidad.
—Pero al parecer, no lo es —dice la Daniela.
—Es muy probable que no, como es muy probable que sí —responde el científico.
Continúan el recorrido, y luego llegan hasta el final de la sala, dónde tienen a dos zombis aún vivos y muy bien atados. Ambos con rasgos completamente diferentes, uno con un color de piel muy pálida, con las venas azules marcándose por todo su cuerpo, inclusive el rostro, iris rojo y los ojos azules. Este observa a todos con una actitud tranquila, mirándolos fijamente sin parpadear.
Mientras el otro, con rasgos más salvajes, venas brotadas en todo el cuerpo, iris negro y ojos de color café, gruñe, busca morder mientras se mueve de un lado a otro tratando de desatarse.
—Dos especies —habla Gabriel, anonadado—. Mierda, son dos especies de zombis.
—Yo le diría "dos clases" —responde Abel—. Los que ves con rasgos salvajes y agresivos, son un peligro. Son imparables, incansables, no tienen ningún líder al cual seguir, no se detienen con nada, no hay estrategia para acabar con ellos más que exterminarlos y siempre, siempre vendrán más.
—Solemos enfrentar estas cosas todos los días, son una molestia, son lo peor —dice Daniela.
—La verdadera amenaza son los otros —responde el científico—. No sabría cómo explicarlo, pero he estado estudiándolos y he notado como algunos de ellos, parecen retener fragmentos de su humanidad. En sus ojos vacíos brilla un destello de reconocimiento cuando se cruzan con los vivos, como si recordaran quiénes fueron alguna vez. Pero ese recuerdo se convierte rápidamente en un fervor insaciable, una locura que los impulsa a cazar y atacar de forma muy estratégica. Su sintonía y sincronización es precisa.
—Pero, ¿por qué hay dos de ellos? —pregunta Liz.
—Tal vez una clase está evolucionando de una forma inimaginable para nosotros —responde Abel, mostrándose con dudas de sus palabras—. Realmente no tengo una respuesta clara, pero lo que si me ha quedado muy claro es que ambas clases, son mutaciones de nosotros.
—¿Siguen siendo humanos? —pregunta Anderson.
—Nunca dejaron de serlo —responde Abel.
—Doctor Abel —interrumpe Gabriel—. Si le pidiera que venga con nosotros a Los Santos, y comparta lo que tiene de sus investigaciones con nosotros, ¿vendría? Nos sería de ayuda.
—No puedo abandonar Bakersfield, todo este lugar depende de mí. Los zombis podrían exterminar con nosotros en cualquier momento, y si mis ideas no están aquí, más rápido podríamos caer.
—Tengo conocimiento que desde que estamos aquí, la tasa de éxito en contra de los zombis ha sido mayor a cuándo no estábamos —opina Gabriel, dando un paso al frente—. Lo que quiere decir, que una alianza científico-militar, ayudaría mucho a la población de Bakersfield e impulsaría nuestra misión por encontrar una cura y sobrevivir al apocalipsis.
—A parte de eso, conocemos a un grupo de personas que estarían felices de venir a pelear sus batallas, el hambre que tienen de matar zombis es muy grande —acota Anderson.
Daniela sonríe al escuchar eso por lo irónico y oportuno que ha sido el comentario de Anderson. Ella sabe bien a quiénes se está refiriendo. Por otra parte, el doctor exhala pesadamente y voltea a ver a su compañera, luego a los demás científicos quienes le alientan de ir con ellos.
—Está bien, iré... Solamente porque necesitamos su ayuda, y nada más.
—Véalo como un intercambio de intereses, doctor —agrega Gabriel.
—Me gustaría ir también —habla la científica—, quisiera tener vista de todo el panorama afuera, y traer conmigo esa experiencia e implementarla en la investigación.
—Pero, doctora Vicky usted debería...
—Quiero ir, y voy a ir. Lo siento, pero todos queremos luchar contra los zombis, y sé que puedo aportar algo positivo en esta expedición.
Abel ladea la cabeza y luego termina aceptando.
De pronto, el zombi con aspecto palidezco emite un grito ahogado, pero muy agudo. Un grito espeluznante; como si tratara de gritar, pero en vez de gritar hacia afuera, grita hacia sus adentros, como si su propia voz intentara ahogarlo. Mueve la cabeza de un lado a otro y luego fija la mirada en Daniela. Entonces, empieza a mostrar los dientes y tratar de romper las cadenas que lo mantienen atado, volviendo a gritar de la misma forma, pero esa vez mirando a la joven.
Los jóvenes retroceden un poco, Anderson coge una herramienta sin saber de qué se trata, pero al verse puntiaguda, la empuña. De pronto el otro zombi, el de aspecto más salvaje empieza a emitir sonidos como si de temor se tratase, evitando mirar al zombi de aspecto pálido.
—¿Qué está pasando? —pregunta Anderson, confundido.
—¡No lo sé nunca lo vi actuar así! —responde Abel, sin entender nada.
—¡Salgan de la sala! —hablan uno de los científicos.
—¡Salgan! —exclama un soldado ahí dentro, empuñando armamentos.
Se retiran del laboratorio y entonces, escuchan cómo el pálido deja de emitir ese grito y en su lugar, emite sonidos como si de un sollozo melancólico se tratase. Llegan al piso de arriba e inmediatamente empiezan a organizarse en todo para partir al día siguiente. Mientras el equipo revisa los suministros, Daniela se sienta frente a la computadora portátil que ha estado usando todos estos días para comunicarse, y comienza a escribir un correo electrónico con destino a la resistencia.
«Deiler, te escribo para informarte que estaremos de regreso a Los Santos mañana por la mañana, trataremos de no viajar en la noche. Tengo tanto que contarte. Hemos completado nuestras investigaciones en Bakersfield y regresaremos acompañados de dos científicos que van a compartir con nosotros. Nos vemos pronto. Te ama, Daniela.»
Luego de enviarlo, exhala mientras acaricia su vientre con ambas manos. No puede esperar a estar en el lugar que por ahora es su casa, con su amado esposo. Liz se acerca a dónde está Daniela, acomoda una silla y se sienta a su lado.
—¿Él lo sabe? —pregunta Liz, sin apartar la mirada.
—¿Deiler? —voltea hacia Liz y luego redirige la mirada hacia su vientre—. Sí, si lo sabe. Por esa razón no quería que viniera, pero...
—También es tu lucha... Vas a decir eso ¿No?
—No, bueno... Es sólo que ya no sé qué hacer para...
—No tienes que hacer nada, sólo estar a salvo —interrumpe Liz, extendiendo la mano hacia el hombro de Daniela—. Ya no deberías arriesgarte, amiga, estás embarazada.
—¿Embarazada? —pregunta Anderson, quién pasaba por ahí casualmente—. ¿Dani está embarazada? ¡Genial! ¡Chicos, Dani está embarazada!
—¿¡En serio!? —pregunta Gabriel, sorprendido—. Esto es una maravilla, los muchachos estarán felices de saber que viene un bebé en camino, este nacimiento nos traerá más esperanzas.
—Espera, espera... ¿Embarazada? —la cara de Abel pasa repentinamente de estar normal, a un rostro pensativo.
—Si —responde Anderson, sin entender su pregunta.
—Es sabido que los salvajes prefieren mantenerse alejado de los pálidos, les temen... Pero esa reacción del pálido —habla Abel consigo mismo, pero proyectándose con todos—. Es como si se hubiera dado cuenta de algo, algo fuera de lugar.
—Doctor Abel, no estará pensando en que.... —habla Vicky, acercándose a él.
—¿Cree que el embarazo de Daniela tuvo que ver con la reacción del zombi? —pregunta Gabriel.
—Es sólo una suposición, y en caso de ser correcta, explicaría muchísimas cosas —responde Abel, mirando fijamente a Daniela—. ¿Estarías dispuesta a acercarte nuevamente a la criatura con fines de estudio?
—¿Acaso está loco Abel?, no permitiremos eso —exclama Anderson, interponiéndose entre ellos.
—Acepto —responde Daniela.
—¡Pero Daniela! —exclama Liz, tomándola del brazo—. No deberías, si te pasa algo... Deiler.
—Deiler no está aquí y quién quedaría a cargo de la misión soy yo, por rango militar vendría siendo su líder así que... Vamos a realizar el experimento... Tenemos que aprovechar todo lo posible cualquier señal que esas criaturas nos den y sacarle beneficio a ello.
Ellos entienden la decisión de Daniela y, basándose en los hechos y la posición en la que están con respecto a los zombis, ella tiene razón: cualquier señal es buena y hay que ver cómo sacarle provecho hasta lo más mínimo.
Ya en el laboratorio, la atmósfera se percibe algo tensa. El doctor Abel, con una expresión grave, se dirige al equipo allí dentro:
—Por favor, todos retírense. Voy a realizar un experimento delicado.
El equipo, entre la intriga y la confusión, se retira del laboratorio, dejando al doctor Abel, Liz y Daniela libres de poder actuar con la criatura.
Liz, con una mezcla de curiosidad y temor, es la primera en acercarse según el plan de Abel. Da un paso adelante, luego otro, hasta estar a pocos centímetros del zombi. La criatura no mostró ninguna reacción, ni un movimiento, ni un sonido, solo la mira fijamente e incluso hace un leve gesto para morderla. Liz retrocede cuándo Abel se lo indica, y aliviada pero aún nerviosa, acata las ordenes.
El doctor Abel se acerca entonces, observando atentamente al zombi. Sus pasos son mucho más cómodos que los de Liz. Cuándo se acerca a la criatura que sólo lo mira fijamente a los ojos, sin parpadear, como si tratase de entrar en él a través de sus ojos. Al notar que esta no reacciona más allá de un leve gesto de querer morderlo, retrocede.
—Veamos si contigo reacciona nuevamente igual, Daniela.
Danielaasiente. Con el corazón latiendo con fuerza, se acerca lentamente a la criatura.Apenas alcanza estar a un metro de distancia, el zombi comienza a emitirsonidos guturales ahogados y empieza a moverse de tal forma que inclusive elotro zombi parece mostrar signos de temor. Daniela retrocede rápidamente,asustada mientras los soldados allí se acercan para retirarla y protegerla. Lacriatura, al verla alejarse, empieza a sollozar, un sonido desgarrador queresuena en el laboratorio.
En el piso de arriba, sus compañerosempiezan a consolarla.
—Eso fue horrible —expresa Daniela, agitada—. Pensé que rompería las cadenas.
—No pasó nada, gracias a Dios —dice Liz, quién de pronto voltea hacia el doctory se dirige hacia él de forma amenazante—. ¡Es un imbécil, ella está embarazaday usted la pone en riesgo!
—Espera Liz, espera —interviene Gabriel, tomándola por el antebrazo—. Creo queAbel tiene un punto, y quiero saber cuál es su teoría.
Abel se toma un momento para pensarlas cosas bien, todo lo sucedido para él no tiene sentido alguno, sin embargo,frente a sus ojos está el hecho de una reacción no antes vista de un zombipálido hacia una mujer embarazada. Toma una bocanada de aire, llenando suspulmones, luego exhala y se relaja un poco, empezando a hablar.
—Una posible teoría sobre por qué el zombi se altera al estar cerca de unamujer embarazada podría estar relacionada con la percepción que estas cosastienen sobre su alrededor, y sobre la vida misma en sí —toma una pausa,tratando de analizar lo que acaba de decir—. No sé cómo explicarlo, pero tengola corazonada de que esas cosas aún en su estado tan irracional y agresivo,tienen una percepción extra sensorial mucho más avanzada que la humana...
—Lo que quiere decir —interrumpe Vicky, con algo de ansias.
—Lo que quiere decir, que tal vez ellos puedan sentir a una mujer embarazadacomo una doble fuente de vida, esto explicaría por qué se confunde o altera, yaque contrasta fuertemente con su propia existencia vacía —responde Abel, buscandodarle sentido a todo lo sucedido—. Eso o sólo la ve como una presa más fácil. Deigual forma es sólo una teoría, la realidad es que, si vamos a ir a Los Santos,debemos cuidar mucho más a Daniela, y evitar que esas cosas nos detecten
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