CAP 18 - Preparaos...
Miércoles, 21 de enero.
09:06 hrs
La espera, que se había hecho larga hasta la mañana del miércoles, finalmente llega a su fin. El ruido de los motores alerta a los soldados en la puerta. Uno de ellos toma los binoculares y confirma el retorno de Deiler y el escuadrón de Moisés a través de los radios.
El grupo se apresura a abrir las puertas, y los vehículos entran en la base, levantando una nube de polvo. Deiler y el equipo descienden, visiblemente agotados. Su estadía en aquel sitio no dura mucho, tras un leve intercambio de palabras, se ponen en marcha hacia la base, donde seguramente Karla los espera.
La noticia de su retorno no tarda en circular por todo el pueblo.
Su llegada a la base es recibida por Jesua quien, junto a Karla, estuvo a cargo de todo mientras el pelinegro no se encontraba en Los Santos.
El pelinegro baja del auto, ve al moreno de dreadlocks sonreírle de medio lado, estrechan las manos fuertemente y luego un abrazo.
—Me contenta ver que aceptaste mi petición y te hiciste cargo de todo —habla Deiler, esbozando una sonrisa.
—No es un trabajo tan complicado el que tienes aquí, sólo recibir información, leer, y estar al tanto —responde el moreno—. La misión de Dylan fue un completo éxito, aunque trajeron un prisionero. Un payaso que dice ser creyente religioso. No me fio de él. Regresaron con sobrevivientes, mujeres y niños, ninguno habla español. Según Micneya, Dylan quiere matar al prisionero, pero parece tener información muy valiosa.
Deiler se sorprende de que hayan regresado con sobrevivientes. Sin embargo, el encarcelamiento del padre y el testimonio de este es algo que le causa intriga desde el primer momento.
Ya dentro de la sala, acompañado de Jesua, se pone al tanto de los últimos acontecimientos, también revisa el informe de la misión de Dylan y se alegra del éxito en la obtención de los medicamentos. Sin embargo, A pesar de su cansancio, Deiler decide continuar y convoca una reunión con algunos líderes de escuadrón mientras se prepara para la misma.
Miércoles, 21 de enero.
11:19 hrs
A la reunión se presentan todos los líderes de escuadrón acompañados de algunos soldados más de sus equipos. La reunión ya lleva un rato en marcha, por lo que los jóvenes están bien adentrados en el tema que Deiler les expone. El pelinegro procede entonces, a explicar un documento que muestra en la pantalla.
—Si pueden ver acá, este informe redacta textualmente las palabras que dijo el coronel Smith en referencia a la posible alianza. Por ende, probablemente tengamos que arriesgarnos a una misión más grande y peligrosa: cazar zombis.
—Definitivamente está loco, comandante —expresa Sandra—. Nosotros somos las presas de esas cosas.
—Sí, es cierto, pero podemos contraatacar ahora. Vamos a actuar antes de que ellos esperen siquiera que algo va hacia ellos. ¿La razón? Tengo como objetivo formar una fuerte alianza con algunas personas, y necesito un pez gordo que les interese a ellos: un zombi, pero no los comunes.
—Espera, Deiler... ¿Estás loco? —pregunta Dylan, abriendo los ojos como platos. Por su mente pasan los recuerdos de aquel zombi.
—No. Viendo la situación y la falta de recursos que tenemos, especialmente en armamentos. Hay que arriesgarnos un poco. Tal y como tú lo haces —agrega Deiler, fijando la mirada en Dylan.
Todos voltean a ver al joven quién en vez de agrandarse, se encoje un poco. Sabe que en parte, su forma de actuar tan reaccionaria ha metido a todos en algunos problemas, y sabiendo lo que vio afuera hace unos días, no quiere sentirse nuevamente responsable de algo.
—Iniciar una cacería de zombis, implica también salir por las noches para atraparlos —opina Micneya.
—O entrar a los edificios —sugiere Sandra—, cuando salí de misión enfrenté aquellas malditas criaturas y se escondían dentro de los edificios. Si vamos a cazarlos, y matarlos, hay que atacarlos desde sus refugios.
—Es un riesgo muy grande —responde Moisés.
—Es la única maldita forma de traernos uno sin necesidad de atacar de noche, por alguna extraña razón, no les gusta el Sol y prefieren ocultarse —responde Sandra.
—Es cierto —prosigue Dylan—, esas criaturas suelen moverse con libertad en la noche, y por alguna razón, los otros zombis prefieren mantenerse alejados de ellos e incluso evitan un enfrentamiento directo en la noche, debe existir algo aquí que no estamos viendo.
—Tal vez, la luz del Sol los dañe —opina Mayreth, dudosa.
—De hecho, puede ser una razón muy lógica según lo que dicen, Mayreth—responde Karla.
—O somos los cazadores, o somos sus presas —habla Dylan—. Hay que actuar a nuestro favor ahora y cambiar cómo van las cosas.
—Nosotros somos lo que decidimos si queremos seguir peleando por sobrevivir, o si queremos vivir en paz nuevamente. Y yo quiero vivir en paz —opina Moisés.
—Sea como sea, he tomado una decisión y vamos a hacer lo posible por salir de este infierno. Prepárense lo suficiente. Partimos el sábado, aún debo ponerme al día con algunas cosas —finaliza el pelinegro.
Miércoles, 21 de enero.
13:00 hrs
—Por cierto Dylan, ¿has pensado en reforzar algo del Camaro? —pregunta la joven alzando el rostro mientras quita la mirada del libro y dirige sus ojos hacia el joven—, no lo sé, sugeriría reforzar la parte delantera, como vamos a cazar zombis...
—No, nunca se me pasó por la mente —responde el muchacho, levantándose del mueble frente a ella para echarle un vistazo al auto desde la ventana—. No estoy seguro si tenemos el tiempo y los recursos para hacerlo.
—Unos refuerzos adicionales podrían marcar la diferencia entre la vida y la muerte, tal vez Hugo pueda ayudarnos un poco —sugiere Micneya, volviendo la vista al libro.
—¿Quién es Hugo? —pregunta Dylan, volteando la cara hacia su compañera de forma exagerada.
—Un amigo nuestro, es herrero —responde Mayreth, bajando las escaleras—. Fue quién le forjó la espada a Micneya.
—Jhmmmm —Dylan apoya la cara sobre sus manos—. ¿Sugieres entonces reforzar el Camaro? Tiene que ser material ligero pero fuerte. No creo que haya.
Micneya le lanza el cojín, golpeándolo en el rostro.
—No seas tonto, vamos a ir, no perdemos nada con intentarlo —replica la joven—. Así también aprovecho y llevo mi katana para afilarla un poco más, no le caería mal, sabiendo que vamos a enfrentarnos a muchos zombis allá afuera.
Tras ser convencido, el grupo se dirige al taller de Hugo.
Al llegar, salen del auto y se encaminan hacia la entrada del taller. Una vez dentro, observan a todos los trabajadores concentrados en sus tareas. El sonido de martillos y herramientas llena el aire, creando una sinfonía de trabajo. Uno de los herreros, al percatarse de la presencia de los jóvenes parados en la puerta, voltea por completo, los reconoce y los saluda con una sonrisa. Luego, grita el nombre de Hugo, quien no tarda en aparecer, limpiándose las manos en un trapo y con una expresión de curiosidad en el rostro sale a ver de quién se trata.
—¡Micneya! ¡Chicos! —exclama el joven, acercándose a ellos mientras se limpia la cara con otro trapo aparte—, ¿Qué los trae por aquí?
—¡Hola, Hugo! —responde Micneya amablemente—, necesitamos tu ayuda. Queremos reforzar un auto.
—Vaya, con que un auto —responde Hugo.
—Sí, —prosigue Dylan—. Vamos a salir a cazar zombis en unos días y queremos estar lo más preparados posible.
—Hmm, entiendo —responde el joven rascando su mejilla—. Pero, ¿qué tipo de refuerzos están pensando?
Los tres muchachos se miran entre sí, intercambiando una expresión de incertidumbre antes de voltear a ver a Hugo. Con un gesto de encogimiento de hombros, indican que no tienen idea de cómo proceder. Hugo, percibiendo su confusión, comienza a explicarles los diferentes tipos de materiales que pueden utilizar para reforzar el auto. Les habla sobre la resistencia del acero, la ligereza del aluminio y las propiedades avanzadas de los materiales compuestos.
Mientras describe cada opción, Hugo detalla las ventajas y desventajas de cada material, ayudándoles a comprender cuál sería la mejor elección para su proyecto, es entonces cuándo Dylan le interrumpe.
—Mi auto es rápido, mucho. ¿Tienes algo que no añada demasiado peso pero que nos dé un poco más de protección? Que sea resistente —pregunta el joven, con cierta incertidumbre notoria por el herrero.
Hugo asiente, comprendiendo la preocupación de Dylan.
—Entiendo, quieres mantener la velocidad y agilidad del Camaro sin sacrificar la protección. En ese caso, te recomendaría usar fibra de carbono. Es un material extremadamente ligero pero muy resistente.
—Entonces, hagámoslo así —dice Dylan, decidido
—Perfecto... ¿Y para cuándo lo necesitan?
—¡Para el sábado! —dicen los tres al unísono.
—¿¡Qué!? ¿¡Para el sábado!? —exclama Hugo—. ¡Órale! Será un trabajo duro, pero podremos hacerlo.
—¡Gracias Hugo! Sabía que podíamos contar contigo —expresa la joven.
—No tienen de qué preocuparse, ¿trajeron el auto? —pregunta.
—Sí, está afuera.
—Abramos el portón para meterlo aquí y empezar a trabajar.
Ya en el portón del taller, lo abren ampliamente entre los cuatro. El sonido del portón al abrirse resuena en el ambiente, mezclándose con el eco de los martillos y las chispas de las soldaduras. Dylan se sube al Camaro, encendiendo el motor con un rugido potente. Con cuidado, maniobra el auto hacia adentro, asegurándose de no golpear nada en el proceso. Una vez dentro, apaga el motor y sale del auto, observando el interior del taller con más libertad.
Mientras tanto, Micneya le pide las llaves a Dylan y se acerca a Hugo, quien echa un vistazo al auto caminando alrededor del mismo.
—¿Qué? —pregunta la joven, riendo levemente por el gesto del muchacho.
—No pensé que fuera a trabajar con uno de estos en esta situación.
—Hugo, además de trabajar en el auto, ¿podrías ayudarme con mi espada? —pregunta Micneya, abriendo el maletero del auto. Saca la espada, la desenfunda, revelando que hoja aún está bien cuidada, pero muestra algunos desgastes.
—Vale, está bien —responde, tomando la espada y llevándola a la afiladora—. Empezaré con tu espada primero, es más fácil y rápido, estará lista para la tarde.
—Mic, si quieres puedes quedarte y esperar, como va a estar lista, creo que así podrás poner a prueba la espada, mientras, Dylan y yo podríamos ir por algunas cosas —sugiere Mayreth.
—Vale, perfecto. Sólo no se pongan tan juguetones ustedes —responde Micneya en tono pícaro.
Mayreth se sonroja visiblemente ante el comentario de Micneya, pero rápidamente recupera la compostura y asiente.
—No te preocupes, Mic. Volveremos pronto —responde, tratando de ocultar su rubor.
Dylan ríe descaradamente ante la interacción de ambas, y luego se dirige hacia la puerta del taller, seguido de cerca por Mayreth. Mientras salen, Hugo ya está trabajando en la espada de Micneya, afilándola con precisión y cuidado. Micneya exhala tras despedir a sus compañeros y se dirige a dónde está Hugo.
—Definitivamente ustedes los de la resistencia están locos —comenta Hugo sin voltear hacia Micneya—, mantén tu distancia, es peligroso,
—De acuerdo. Y bueno, sí, un poco. Dylan es muy tonto y May a veces suele ser muy inocente.
—Lo pude notar, pero no me refería a ello. Me refería a que están locos por enfrentar a los zombis, entrenarse y trabajar por y para ello.
—Hay muchas cosas afuera que quisiera no ver, pero, siento que son esas mismas cosas las que nos unieron y nos mantienen juntos a pesar de no vivir en tranquilidad. Vivir con incertidumbre de no saber en qué momento los zombis se antojarán de atacarnos, no es una sensación agradable, y mucho menos para los que estamos diariamente manejando información respecto a ellos.
—Los rumores sobre ti, los he escuchado. Dicen que eres la soldado más fuerte de la humanidad.
—No me gusta que me llamen así, o sea, sí soy fuerte, mucho más que algunos, de mis compañeros, pero...
—¿Pero? —pregunta el joven, sin voltear a verla.
—Decir que soy "la soldado más fuerte de la humanidad" es un título que considero muy equívoco —responde—. El mundo es muy grande, y las posibilidades de que haya alguien más fuerte que yo son muchísimas.
—¿Y sabes el origen de todo ese? —pregunta nuevamente.
—Supongo que es por el simple hecho de ser más hábil y tener una fuerza física destacable por encima de incluso muchos compañeros hombres, pero es sólo algo que desarrollé durante los años de entrenamiento como soldado, en México —explica la joven sin apartar la vista del trabajo que realiza el joven.
El sonido del metal contra la piedra de afilar es casi hipnótico. Después de unos minutos en silencio, Hugo retira la espada de la afiladora y se la entrega. La joven observa, esboza una leve sonrisa y luego realiza un movimiento de brazo, cortando el aire con la espada.
—Hay que ponerla a prueba.
—Tenemos algunos cauchos de camión en la parte trasera del taller. ¿Quieres probar con ello?
—¡Perfecto! Veamos qué tan fácil puede cortarlo.
Micneya sigue a Hugo hasta el patio trasero del taller. Mientras caminan, observa que hay varios materiales sin utilizar esparcidos por el lugar, lo que le da una pequeña idea de las posibilidades que ofrece el espacio. Hugo continúa avanzando hasta llegar al fondo del patio, donde divisan un par de cauchos grandes y desgastados.
La joven se acerca a uno de los cauchos y, con un esfuerzo leve, lo levanta del suelo, viéndose ayudada por Hugo quién no tarda en auxiliarla, sorprendiéndose de la facilidad con la que ella ha movido aquel enorme objeto tan solo unos instantes.
Por otra parte, ante los ojos de la joven, estos cauchos parecen ser la opción ideal para someter la prueba. Con una mirada decidida, Micneya se prepara para desenvainar y dar un primer golpe, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Sabía que este sería un momento crucial para evaluar no sólo el filo de la espada, si no cuánto ha mejorado.
Con la katana firmemente sujeta en sus manos, se concentra en el caucho frente a ella. Hugo, aún impresionado por su fuerza, observa con atención, curioso por ver la qué tanta destreza tiene ella a la hora de usar un arma.
Un movimiento rápido y preciso por parte de Micneya, quién lanza el primer golpe. La espada corta el aire con un silbido antes de impactar el caucho. El filo de la espada no solo penetra la superficie del caucho, sino que lo atraviesa por la mitad de un solo tajo. Hugo, anonadado, suelta un silbido de admiración.
—¡Caray! Eres realmente formidable y tienes una destreza increíble —Hugo observa el corte en el caucho, limpio y recto—. La piel humana no será ningún problema para esa espada acompañada con tu fuerza.
—Y eso que no usé tanta —agrega la joven, observando el filo de la espada.
—¿Qué opinan tus amigos sobre ti?
—Hmmm, veamos —la joven fija la mirada en Hugo, tratando de encontrar una respuesta a su pregunta—. Se sienten seguros, sí, es algo que puedo notar. Especialmente Dylan, creo que es al que más siento que se apoya sobre todos nosotros, especialmente sobre mí o Deiler.
—El comandante ¿No?.
—Sí.
—¿Y tú? —se acerca Hugo a Micneya—. ¿Qué opinas de ellos?
—Son como mis hermanos, todos, los que llegamos aquí, pero tengo mucho apego por May y por Dylan... Creo que cada uno complementa al otro a su manera. Todos nos apoyamos como familia y eso es lo que nos ha ayudado a sobrevivir.
—Puedo entender eso... Bueno, debo empezar con los muchachos a trabajar en el auto de tu amigo, si necesitas quedarte un rato para practicar, hazlo —sugiere Hugo, mientras empieza a caminar de vuelta al taller—. Y si necesitas otra cosa, no dudes en pedirlo aquí siempre hay algo que puede ser útil.
—Gracias, y sí —responde la joven—, quisiera quedarme un rato más para practicar con estos cauchos.
—Está bien.
El joven se retira, escuchando detrás de sí cómo la katana corta el caucho con precisión. Una hora más tarde, Micneya entra al taller, algo sudada por el esfuerzo. Camina por el lugar mientras observa a los herreros trabajar, admirando cómo preparan los materiales que usarán para reforzar al bólido amarillo. Sus ojos buscan a Hugo entre el bullicio del taller, finalmente lo encuentra concentrado en su trabajo, se acerca a él y le hace saber que se retira. Intercambian algunas palabras referente a la espada de Micneya y finalmente, la joven se va.
De camino a casa, nota a Dylan y a Mayreth que regresan conversando entre ellos mientras comen un helado. Al verlos, Micneya siente algo de curiosidad. Se acerca a ellos, y estos al verla empiezan a hablarle sobre una pequeña heladería a dos calles de allí.
—¿Y son buenos los helados? —pregunta la joven, mientras camina con ellos hacia el lugar—. ¿Seguro valen la pena?
—Para alguien que no acostumbra comer nada de dulce y muy pocos helados —habla Mayreth, con una sonrisa traviesa—, se ha comido tres.
—¿¡Tres!? —Micneya pone las manos en las caderas y lo mira con fingida indignación alzando una ceja—. ¿Y los que yo preparo no sueles comerlos?
—Pero es que estos también están buenos.
—¡Si serás menso!
La joven exclama entre risas y le da un golpe en el estómago a modo de broma. Sin embargo, por la emoción del momento, no controla la fuerza del golpe, haciendo que el joven no solo se arrodille, quedándose sin aire, sino que también suelte el helado. Doblándose del dolor.
—Mic, no es por nada, pero... Creo que esta vez sí se te pasó la mano...
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