Cap 17 - La Palabra.
Deiler se queda en silencio un momento, voltea a ver a sus compañeros dentro de los autos y luego dirige la mirada al frente, respira profundo y luego alza un poco la voz. Moisés, por su parte, observa la situación minuciosamente, esbozando una leve sonrisa.
—En efecto, he venido a negociar, a cambio de solicitar un apoyo —exclama el pelinegro.
—Aceptada su petición, comandante Deiler —responde el coronel, con un tono de voz burlón—. Bajen las armas ellos son viejos amigos.
El aire se llena de un silencio expectante mientras las armas se bajan lentamente. Deiler sonríe, sube al vehículo y nuevamente son guiados hacia el edificio central, donde están las oficinas del coronel. Apenas salen del túnel, la vista de Moisés se ve deslumbrada por todo lo que hay a su alrededor, la ciudad para él es perfecta, una utopía hermosa. Nada que ver con lo que ha visto en la base y posteriormente en Los Santos, ver el armamento actualizado, los vehículos en la zona, las personas paseando por las calles y viviendo su vida tal como si no estuviera pasando nada. Para él, es como si acá, el apocalipsis zombi nunca hubiera llegado.
Inmediatamente divisa un grupo de mujeres trotando dirección oeste, y conforme más se adentra, más encantado se queda del lugar, del orden que hay y de la vida de lujos que llevan.
Esto es lo que él quiere, lo que siempre quiso, una vida tranquila, cómoda y llena de lujos. Sonríe levemente, sin embargo, tan rápido como un parpadeo, su sonrisa desaparece. De pronto viene a su mente un recuerdo de su pequeña Camila, extraña a su hija, lo sabe, y por un momento, recuerda que ella hubiera sido feliz en un lugar como este. Entonces, sintiendo cómo su corazón se acelera, recuerda cómo la encontró: sin vida, en el salón de clases, y todo por no haber llegado a tiempo.
–Ella no está por tu culpa —susurra el pelicastaño entre dientes sin quitar la vista de la ventana.
Llegan rápidamente hasta el edificio dónde están las oficinas de Smith, quién es el primero en bajar de su todoterreno blindado de color negro, seguido de dos escoltas. Posteriormente, los soldados de la resistencia también bajan de los autos. Smith le hace una seña a Deiler y ambos caminan primero, dirigiéndose al interior del edificio, seguidos por los demás quienes llevan una distancia prudente.
—¿Qué le trae por acá, comandante? ¿Accede a nuestra propuesta? —pregunta el coronel, sin mirarlo a los ojos, mientras caminan hacia el ascensor.
—No vamos a sacrificar a nadie —responde Deiler, tajante—, sin embargo, quiero negociar un apoyo afuera, en el campo de batalla. Tenemos la certeza de que algo grande se está cocinando en el subterráneo con relación a los zombis, y nosotros somos el plato principal.
—No es de mi interés en lo absoluto compartir armamento o tecnología, si algo sucede, nosotros estamos preparados para enfrentar a los zombis, y a ustedes también si la situación lo amerita.
—Podemos pasar toda la mañana discutiendo e incluso, iniciar un conflicto tonto entre nosotros. Pero, lo que hay allá afuera sólo está esperando una debilidad para exterminarnos —habla Deiler—. Escúchame, ni siquiera ustedes están listos para enfrentarlos.
—Patrañas —responde Smith, con un tono burlón mientras avanza delante del pelinegro—, sabes bien que si inicias un conflicto entre nosotros, perderás tontamente. No pienso poner en riesgos mis recursos ayudando una causa estúpida.
—¡Coronel, le digo que no! —exclama Deiler, colocando la mano en el hombro de aquel, deteniendo su avance—. No es una causa estúpida, estamos luchando por sobrevivir. ¿Acaso hacer que la seguridad e integridad de la nación no es la principal prioridad del ejército americano?
El coronel gira levemente el rostro a su hombro izquierdo, mirando la mano del comandante, para luego girar su cuerpo lentamente mientras la mirada recorre toda la extensión del brazo de Deiler, hasta llegar a chocar mirada con él.
—Comandante, le voy a decir dos cosas. Uno: no vuelva a tocarme —mueve el hombro, retirando la mano de Deiler—. Dos: No vuelva a tocarme. No confunda las cosas, comandante, el ejército americano ahora no sigue esa prioridad, el territorio americano se esfumó apenas esas cosas nos acorralaron aquí y si no vino a negociar quiénes van a entrar a mi territorio, no pienso seguir escuchándolo.
Entran al ascensor el cual tiene vista hacia el exterior, y suben hasta el último piso. Mantienen el silencio mientras observan todo afuera, mientras se elevan. Smith entonces se percata de que Moisés observa todo en silencio con un semblante serio. Luego mira de reojo a Deiler, quién ignora la vista al exterior. La mueca que hace Moisés al quitarle la mirada, llama la atención del coronel, quién empieza a sospechar algo.
Cuándo están en el último piso, las puertas se abren y el coronel camina junto a Deiler quién se detiene bruscamente. El coronel voltea, dándose cuenta de que Moisés camina hacia la ventana y mira todo a su alrededor apretando el puño, para luego voltear a verlos, percatándose de que el coronel le sigue con la mirada.
Deiler entonces, toma una postura más dominante, al acercarse unos cuantos pasos más al coronel, invadiendo su espacio, posteriormente, procede a hablar con un tono de voz más calmado.
—Yo no soy una persona que le gusta pedir mucha ayuda, de hecho, no suelo hacerlo. Este mundo se ha ido a la mierda y personas como usted no hacen más que aprovecharse de la situación perjudicando con su egoísmo a los que tanto luchamos por sobrevivir.
—¿Te he dicho alguna vez que eres muy gracioso, comandante? —responde Smith, volteando a verlo seriamente—. El mundo humano siempre ha sido así, todo es un negocio, un intercambio de intereses: ¿proteger al territorio americano? Tiene sus intereses. ¿Ayudar al prójimo? Tiene sus intereses. En este caso, a ti te interesa una alianza para tu beneficio, a mí me interesa salvar a los que yo considere que valen la pena ser salvados para mi beneficio. En caso de negociar, debería considerar proponer algo que implique un punto donde ambas partes salgan beneficiadas, del resto...
—No pienso negociar más. Pero sepa algo, si logramos conseguir la cura, usted y su gente serán los primeros en la lista en no tener beneficios —interrumpe Deiler, para luego darle la espalda. El enojo que carga en esos momentos es palpable por todos, a pesar de mantener un semblante tranquilo.
—No se te ocurra volver a darme la espalda a mí, ¡SOLDADO! —exclama el coronel, hablándole total autoridad y un tono de voz alto.
Deiler se detiene, el que lo llamara soldado es una clara señal de que no lo considera comandante y de que lo rebaja de su rango. Deiler voltea bruscamente, sus ojos oscuros se encuentran con los azules ojos del coronel Smith, quién saca el pecho al cruzar los brazos por detrás mientras esboza una media sonrisa arrogante. Moisés se exalta un poco al ver que Deiler camina hacia el coronel a pasos rápidos. Rápidamente se desplaza hacia Deiler, buscando impedir el posible intercambio de golpes.
—Si me convences de que lo que hay allá afuera es realmente un peligro para la humanidad, consideraré acceder a una alianza contigo, hasta entonces... estás solo, comandate Deiler —dice el coronel, sin inmutarse de tener a Deiler a escasos pasos.
Deiler exhala pesadamente para luego notar que a la derecha está Moisés, extendiendo el brazo por delante de su pecho frenando su avance. El pelinegro no dice nada, simplemente hace el amague de saludo militar, da la vuelta y se retira, seguido de los otros soldados. No puede creer que alguien fuese tan indiferente y despreciable en una situación así.
Llegan al ascensor. Deiler posa la mirada en el coronel quién no deja de mirarlo arrogante, y luego lo pierde de vista apenas bajan. El coronel camina hacia la ventana mientras uno de sus subordinados prepara una copa.
—¿Tinto, señor? —pregunta el subordinado.
—No, quiero algo más... amargo —sonríe—. Amargo como el desenlace que va a tener esta historia.
—¿A qué se refiere, comandante? —pregunta curioso, mientras busca ron en el estante.
—Pude sentir cierta... inconformidad en la resistencia, un punto de quiebre, vulnerable, pero importante. Fácil de tentar... Sólo hay que esperar el momento correcto, pero creo que, esa pieza clave podría facilitar las cosas, y encontrar un buen espécimen para el proyecto "Z".
El equipo llega abajo, sale del ascensor y suben a los autos retirándose del lugar.
Moisés observa todo a su alrededor, buscando esconder cuán maravillado está con el lugar. Voltea de reojo y ve a un Deiler que está callado, muy pensativo.
—¿Qué piensas hacer ahora? —pregunta Moisés.
—No lo sé. Estoy tratando de organizar las cosas que tengo en mente —responde Deiler, mientras fija la mirada en el exterior.
—Por lo que escuché, creo que quiere que le traigas un zombi. Cabrón, quiere un zombi para considerar prestarnos una ayuda. O eso interpreté yo...
—La prioridad es encontrar una cura, y salvarnos. Esta gente... no va a cooperar, no va a aceptar que los salvemos.
—Tal vez lo consideren si vamos por los zombis que vio Dylan, arriesgarnos y traer uno de ellos.
—¿Confirmar que hay dos especies? No lo creo, es perder más tiempo y recursos, arriesgarnos a algo peor.
—Viejo, literalmente te humilló delante de todos nosotros, ¿nos vamos a retirar así y ya? —pregunta Moisés—. En parte entiendo lo atrevido que es Dylan, situaciones así requieren riesgos grandes.
—Ese es el asunto con Dylan, es muy reaccionario, impulsivo.
—Y tú siempre quieres adelantarte a las cosas y tener todo planificado. Las cosas desde hace tiempo ya no se pueden planificar, comandante, hay que actuar.
—Dijiste que él quiere que le mostremos el peligro de afuera ¿No? —Deiler voltea hacia Moisés.
—Sí, bueno, eso entendí a lo que se refiere —dice el pelicastaño, subiendo los hombros.
—Si él quiere evidencia, le pondremos un jodido zombi en su escritorio —finaliza el pelinegro.
Martes, 20 de enero.
12:05 hrs
—Hagamos una pequeña parada —sugiere el conductor de la furgoneta, tras alcanzar al bólido amarillo—, hace muchísimo calor, a parte, no sabemos si el padre Theodor esté vivo, ha estado atado en la misma posición durante horas y llevando el sol directo, se debe estar cocinando ahí arriba.
—Vale, bájenlo del capó, aunque es menos de lo que merece ese miserable —ordena Micneya, con cierta rabia. Micneya nunca ha sido muy creyente de los religiosos, y la acción de este hombre solamente la aleja más de confiar en cualquiera que predique.
—Sigo insistiendo que no haremos nada con ese hombre en Los Santos, sólo va a perjudicar —dice Dylan, sin voltear a ver a ninguno—. ¿Qué quieren hacer con él?
—Que pague por lo que hizo, obviamente —opina otro cadete—. Abusó y mató a una mujer, debería pagar por ello.
—Dénselo de comer a los zombis, o abandónenlo aquí. No lo sé, por mi parte alguien como él no merece la pena.
La tropa se queda en silencio, contemplando las opciones. La justicia en tiempos de supervivencia se vuelve un concepto difuso, pero la humanidad aún resuena en sus corazones. Sin embargo, Dylan y Micneya sienten que aquel hombre es un estorbo para ellos.
—No somos como él —interviene Mayreth con firmeza—. Si lo abandonamos o lo entregamos a los zombis, ¿en qué nos convertimos nosotros?
—Es un monstruo —insiste otro cadete—, pero tienes razón. No podemos perder lo que nos hace humanos. A final de cuentas, si no hubiera matado a la señorita, lo hubiéramos salvado, ¿o no?
—Las circunstancias, y sus acciones, son diferentes ahora —responde Dylan—, pero sea lo que sea que elijan, es su decisión, yo ya di mi opinión.
Con un gesto de Micneya, dos cadetes salen del auto, desatan y bajan con cuidado al padre Theodor, quién tiene la cara muy quemada por insolación. Le ofrecen agua, que él bebe con avidez, pero su mirada es desafiante, sin un ápice de arrepentimiento. De pronto, dirige la mirada hacia Dylan, y le sonríe. Su rostro está inflamado tras los golpes que recibió por parte del joven.
—Que sepas, que no me arrepiento de nada —escupe el padre Theodor con desdén—. Kyndra era el instrumento de la salvación divina. Yo, yo iba a salvarnos a todos, a todos... Ustedes... ustedes son los verdaderos monstruos. Dios los castigará por haberla alejado de mí.
—¡Cállese! —exclama uno de los cadete.
—A ti, a ti que me golpeaste, y que la alejaste... A ti te maldigo mil veces, tú serás la maldición de todos ellos, eres lo peor, muchacho, lo peor de la humanidad y pagaras por ello. ¡¡LO PAGARÁS!!
Sus palabras caen como veneno entre los soldados, y por un momento, el aire se llena de tensión. Dylan se vuelve hacia él, su rostro es una máscara de ira contenida, sale del auto y se dirige hacia el padre, Mayreth inmediatamente sale tras él buscando detenerlo.
—Te voy a dejar algo en claro, miserable —dice Dylan, agachándose a escasos centímetros de él—, no eres nadie para hablar de Dios, si esta es una plaga que ha caído sobre la humanidad por obra del cielo, pues nosotros, los humanos, nos levantaremos en armas contra ella.
—¡¡MALDITO SEAS, CUCARACHA!! ¡¡MALDITO SEAS!! Kyndra Watford, mi sagrada Kyndra está muerta por tu culpa, la sedujiste al mal, y le quitaste su pureza divina. ¡¡MI KYNDRA ESTÁ MUERTA POR TI!!
—¡Cállate asesino! —exclama Dylan, dándole una fuerte bofetada—. Abusaste de ella, la maltrataste y la asesinaste, eres un asesino. Para mí, deberías morir en este lugar.
Dylan se voltea y se pone de pie, voltea a ver a sus compañeros y les ordena que amarren al anciano en algún lugar para que no pueda desatarse, mientras camina en dirección al auto. Mayreth lo observa, y luego observa al padre quién empieza a agitarse y a gritar desesperado que no lo dejen ahí. Ponen de pie al padre y lo llevan hasta un poste, así que empiezan a atarlo fuertemente.
—Espera, espera... ¡Yo tengo conocimiento de dónde y cuándo empezó el apocalipsis zombi! —exclama de repente.
Dylan detiene el paso y Micneya, quién en esos momentos observa todo desde dentro del auto, sale del mismo sin quitar la mirada del padre Theodor. La joven desenvaina la espada y la ubica justo bajo la nuca del hombre, quién no le quita la mirada.
—¿Disculpa? —pregunta Micneya—. ¿Dices la verdad o sólo es otra mentira?
—Yo sé dónde empezó todo. Mi misión divina en la tierra es ayudar a la humanidad a sobrevivir a este apocalipsis zombi, pero —le mira fijamente, agitado y con miedo—. Si me matan, no podrán saber dónde inició todo, es verdad, se los juro por la palabra de mi Dios.
Micneya voltea hacia Dylan quién le responde con un gesto de no saber qué hacer, a lo que la joven retira la espada del cuello del anciano, la envaina y con el cuchillo que carga en su cinturón, le hace una cortada en la mejilla.
—Estás sentenciado a muerte, aquí y dónde sea que te llevemos. Una mentira, un movimiento en falso, y te mataré.
La joven se da la vuelta y hace una señal para que lo vuelvan a amarrar en el techo. Dirigiéndose finalmente a Los Santos. Insolado, el padre atado al techo solo mira al cielo. Lágrimas descienden por sus ojos mientras ríe, preguntándole a la nada en voz alta si esto también es parte del sacrificio que debe hacer para salvar a la humanidad.
Martes, 20 de enero.
16:52 hrs
Conforme el camino se alarga y siente que no puede más, aquel hombre siente el ardor en su rostro, la sed también se hace presente causándole cierto desespero. El padre sigue mirando hacia arriba, como si buscara respuestas en las nubes. Su risa se mezcla con el viento, creando una melodía extraña y perturbadora.
—¿Es esto lo que querías, Dios? ¿Ver a tu hijo sufrir para que otros puedan vivir?"—, grita, pero su voz se pierde con el viento.
Echa un último vistazo al cielo y decide cerrar los ojos.
Unas horas después, finalmente llegan a los Santos. Dónde son recibidos por los soldados que custodian la puerta. Entran, saludan a todos y posteriormente bajan al padre del techo, quién al verse apresado vuelve a mirar hacia el cielo.
Dylan les indica que de ahora en adelante, ellos llevarán al padre, por lo que lo meten dentro del auto.
Unos minutos más tarde, llegan a la base, sorprendiéndose de que sea Karla quién los recibe.
Tras desembarcar, se ponen al día para realizar el informe de la misión. Luego de ello, encierran en la vieja prisión al padre Theodor, dejándolo a solas en el lugar.
Por otra parte, en la sala de reuniones.
—Nunca pensé que volverían a usarse esta prisión, pero por ahora, es el lugar correcto para este sujeto —dice Karla.
—Que lo vigilen algunos cadetes, y que no le permitan salir, es un hombre peligroso —dice Mayreth.
—¿Esperaremos a que llegue Deiler para el interrogatorio? Él dice saber dónde empezó el apocalipsis zombi —pregunta Dylan, observando a sus compañeras—. Aunque es un miserable asesino.
—Sí, es necesario tener a todos aquí. Depende de lo que él diga, Deiler decidirá qué haremos— responde Karla.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro