CAP 16 - Rareza.
Lunes, 19 de enero.
16:40 hrs
Moisés informa a Deiler que ya están listos para partir, a lo que el pelinegro le hace saber que también irá con ellos, también la curiosidad invade su mente. En un principio Moisés se niega a que el comandante sea partícipe de la misión, sin embargo, y tras Deiler dejarle en claro que el que va a tomar las decisiones afuera será Moisés, el castaño acepta.
Tras cortar la comunicación, Deiler empieza a revisar todos los informes nuevamente, para después revisar los correos recibidos, al leer los títulos se percata de que son provenientes de otras partes del mundo. No obstante, ignora todos buscando algo que tenga que ver con Daniela, sin embargo, no hay nada hasta ahora que venga de ella o el escuadrón que está en misión.
—Tal vez aún no han llegado —dice Karla, quién entra y lo ve allí.
—Puede ser, no dejo de preocuparme. Al no haber comunicación en ciertas zonas, no puedo evitar pensar que... algo ha sucedido.
—Están con un buen escuadrón, dudo que les suceda algo en realidad —responde Karla, regalándole una tierna sonrisa al pelinegro—. Debes descansar.
—No puedo, también tengo que organizarme, decidí ir mañana de misión con Moisés, tengo curiosidad.
—Con más razón deberías descansar, ¿no lo crees?
—Karla, agradezco mucho que te preocupes por mí, pero si soy el líder, debo estar al pendiente de todo —responde el pelinegro sonriéndole—. Iré a ejercitarme un poco, más tarde dormiré. Si estarás aquí, infórmame si llega alguna información.
—Vale —responde Karla mientras exhala, viéndolo irse.
Deiler se retira de la sala. Karla, sola ahora, escucha los pasos de Deiler subir las escaleras, lleva sus manos al rostro, ocultando su expresión del mundo. Sus ojos se cierran, y por un momento, se permite ser vulnerables, dejando que sus pensamientos fluyan sin restricciones.
A pesar del tiempo transcurrido y de saber que Deiler tiene una vida con otra persona, los sentimientos de Karla hacia él persisten. Sin embargo, ella reconoce la realidad de su situación; las circunstancias actuales demandan fortaleza y enfoque, no hay espacio para los asuntos del corazón. Consciente de que Deiler está comprometido, Karla entiende que expresar sus emociones sería inapropiado, un desorden en medio del caos que ya los consume.
Así, con un suspiro cargado de todos sus pensamientos, Karla alza la mirada y nota que un correo ha llegado, siendo este de Daniela. Lo abre y lee lo que dice el informe, entendiendo por las primeras palabras del mensaje, que debe dejar atrás esos sentimientos no correspondidos. Es una decisión dolorosa, pero necesaria, una que toma con la certeza de que la supervivencia y el deber deben prevalecer sobre los anhelos de su corazón.
—Deiler tiene que saber de esto —se dice para sí misma, levantándose de la silla, y saliendo en busca del comandante.
La joven abandona la sala, cada paso que da es más rápido que el otro. Finalmente corre y llega hasta el gimnasio de la base, dónde ve a Deiler sin camisa haciendo press de banca, mientras escucha una música de ritmo lento, Karla no tarda en reconocerla, tratándose de "Think" del dúo Kaleida. Se detiene un instante en la puerta, y lo observa.
—¿Sucede algo? —pregunta el pelinegro, volteando levemente a verla sin parar el ejercicio.
—Daniela ya se ha reportado, envió un correo —dice la joven, acercándose a él.
Deiler continúa hasta terminar esa serie, sin responderle. Lleva la barra hasta su sitio y se sienta en la banca. El pelinegro agarra una toalla, se limpia la cara. Karla observa algunas cicatrices en su cuerpo, producto quizá de los combates del pasado, o quizás de los entrenamientos. También observa sus tatuajes en el brazo izquierdo, siendo una fecha y un nombre en particular "Liam". También varios rostros de leones que van hasta su antebrazo.
El pelinegro se levanta, le da la espalda, Karla nota que también hay un tatuaje que recorre toda su columna vertebral, tratándose de algunos símbolos egipcios, que finalmente son tapados por la camisa que se pone el comandante.
—Veamos qué dice Daniela —responde el pelinegro, sonriéndole amablemente.
Ambos llegan a la sala, Deiler se acomoda en la silla y empieza a leer el correo, una sonrisa se dibuja en su rostro al leer el contenido del mismo. Karla se queda atrás, fingiendo revisar algunas carpetas.
El contenido del correo es el siguiente:
>>"Deiler cariño,
Aprovecho la tranquilidad de nuestro descanso para poder escribirte que finalmente llegamos a Bakersfield, así que procedo puedo informarte de nuestra situación: todos hemos llegado sanos y salvos, necesitamos un poco de municiones, pero creo que acá, que nos han recibido muy bien, nos pueden proveer algo.
Quiero decirte que cada paso que dábamos hacia Bakersfield era una completa odisea, hemos enfrentado un montón de obstáculos, pero hemos sabido superarlos. El camino nos puso a prueba una vez más cuando llegamos a un río solo para encontrar el puente colapsado. Pero Gabriel y Liz supieron tomar cartas en el asunto y terminamos cruzando por otra zona, recortamos camino.
Pero los zombis, han sido una constante plaga molesta, se encuentran por doquier y hemos tenido que enfrentarlos directa e indirectamente. Anderson se ha lucido comandando el ataque al enemigo, sin embargo, casi morimos en alguna ocasión al vernos rodeados por hordas gigantescas.
Este pueblo realmente se ha valido de muchos esfuerzos para mantenerse en pie, y aunque no entiendo lo que hablan, fue buena idea que Gabriel viniera, maneja el idioma y se ha comunicado perfectamente con ellos. Aun así, necesitan ayuda, tienen muchos artefactos que nos hacen falta en Los Santos, pero no tienen cómo defenderse por lo que estamos pensando en quedarnos un tiempo para compartirles nuestro conocimiento y apoyarlos un poco.
A final de cuentas, nuestro deber es... ser la resistencia de la humanidad ¿No? Espero puedas venir aquí también, pronto y nos apoyes, quisiera verte fortalecer la alianza que estamos forjando acá.
Un abrazo, Daniela."
Deiler sonríe al finalizar de leer y voltea a ver a Karla, quién le regresa la mirada, atenta ante lo que él vaya a decir.
—Mantente comunicada con Dani y no dejes de estar atenta a lo demás, dile que en lo que termine la misión de mañana, iré a Bakersfield.
—Está bien, por cierto, también han llegado correos de otras partes del mundo, algunos países han decidido iniciar la guerra contra los zombis. Y de ser así, creo que con todo lo que ha acontecido, y con el armamento que tenemos, deberíamos iniciar también.
—Pensaré en tus palabras, pero que iniciar una guerra sin saber qué es lo que enfrentamos y a cuántos, simplemente va a perjudicarnos más, de igual manera, no descarto que tarde o temprano enfrentemos a los zombis directamente y de una vez por todas —responde Deiler, mirando hacia la pantalla—. Llegará el día en que nos levantaremos en armas, toda la humanidad, y acabaremos con esta amenaza.
—Y sé que ganaremos, sobreviviremos todos.
—Sí, claro que sí. Por cierto Karla, cuándo te sientas con más energías, trata de comunicarte con más lugares, averigua si han conseguido curas en otros países, cómo están las situaciones, averigua cómo comenzó el brote del virus zombi en cada país que contactes.
—Sí, lo haré. Bueno, iré a casa para estar con mi padre el resto de la tarde. Mañana temprano, te veré antes de tu partida y me encargaré de pedir todo lo que necesitas.
—También quiero que avises a Jesua que desde hoy a la media noche está a cargo de toda la resistencia y Los Santos —finaliza el pelinegro, levantándose del asiento y saliendo de la sala—. Ganaremos, Karla, te lo aseguro.
Lunes, 19 de enero.
21:23 hrs
La noche cae y un silencio tenso flota en el aire. Los jóvenes deciden refugiarse en la misma estación de servicio dónde pasaron la noche anterior. Realizan una inspección profunda dentro de la tienda, verificando que todo esté fuera de peligro.
—Al parecer todo está despejado —dice uno de los cadetes.
—Vale, descansaremos aquí, haremos las guardias como siempre —habla Micneya.
—Antes de eso, llenaremos el combustible de los vehículos. Y compartiremos la comida con nuetros sobrevivientes esta noche. Ellos se refugiarán en el almacén de la tienda hasta el amanecer, y uno de nosotros permanecerá con ellos —añade Dylan, delineando el plan con claridad.
—Entendido —responden los cadetes al unísono.
Mientras los cadetes se organizan y junto con Dylan y Mayreth realizan las tareas pendientes, las mujeres y niños, agotados y agradecidos, se dirigen al almacén guiados por Micneya y el cadete que se quedará cuidándoles. A pesar de aún llorar a la señorita Watford, la solidaridad y compañerismo entre todos ellos es palpable, una chispa de humanidad y pureza en un mundo consumido por la oscuridad. Dylan observa la escena, y aprieta el puño lamentando en su interior la pérdida de Kyndra, quién estaría muy feliz de dirigirse con estas personas, a un lugar mejor.
—Mierda —dice Dylan en voz baja, casi en un susurro—, mierda, mierda... No pude...
Mayreth se da cuenta de que Dylan está cabizbajo, se acerca a él y le coloca la mano en el hombro, mientras se coloca a su lado, buscando el rostro del joven.
—¿Estás bien? —pregunta...
—Para nada... no pude proteger a nadie, no pude salvarla. Por mi descuido un cadete murió también.
—Pero a salvaste a todos los demás, y te has mantenido firme a pesar de todo, Mic es la líder, pero tú eres el pilar de esta misión y todos confiamos en ti, ella se apoya en ti, y yo creo en ti. Todos lamentamos la pérdida de ellos dos, es terrible, y te entiendo, sé lo que sientes.
—Quiero matarlo...
—No pienses en esas cosas, no merece que tú te ensucies las manos —reprocha Mayreth, abrazándolo.
—Oigan par de tórtolos —habla Micneya desde la puerta de la tienda—. Si ya terminaron, sería hora de que entren en la tienda.
—¿Y qué haremos con el padre? —pregunta Mayreth.
—Lo dejaremos allí —responde Dylan sin vacilar, entrando en la tienda.
El padre Theodor se percata de que lo ignoran, y cómo también lo amordazaron, no emite palabra alguna más que ruidos y bufidos, agitándose más de lo normal al escuchar cómo los otros se encierran dentro de la tienda y lo dejan afuera a su suerte.
La noche transcurre, sólo se escuchan algunos ruidos lejanos, aullidos, el viento soplar y algún movimiento dentro de la tienda, posiblemente causado por roedores. Los turnos se rotan como ya previamente ha sido pautado el orden y poco a poco, el amanecer cada vez más se acerca.
Martes, 20 de enero.
06:45 hrs
La tropa de Moisés llega a la entrada de la base, donde son interceptados por Deiler acompañado de diez soldados. El pelicastaño ubica al pelinegro con la mirada, ambos se saludan con el típico saludo militar seguido de un apretón de manos. Karla y Jesua también están en el sitio, ella con el fin de darle instrucciones a todos sobre la misión que harán, liderados por Moisés. Posteriormente, Deiler indica que Jesua y Karla serán quienes tengan el control de Los Santos, confiando en que ellos tomarán la mejor decisión ante cualquier situación que se presente.
Finalmente, parten con dirección al norte, siguiendo a Moisés, quién se desplaza en su motocicleta.
El ruido de los motores rompe la tranquilidad del paisaje abandonado, sus ojos son testigos de ese mundo apocalíptico en el que se encuentran, apreciando la naturaleza que a duras penas, se abre paso ante lo que acontece. Son testigos de encontrarse deambulando en algunas zonas, animales que se han escapado de los zoológicos, alejándose apenas escuchan el ruido de los motores.
Tras conducir por un buen rato, se adentran finalmente en una zona cuyas calles edificios abandonados que se alzan como tumbas de concreto, son el único testigo que queda en pie de la civilización que hace pocos años habitó el lugar. La naturaleza reclama lo que una vez fue suyo, con enredaderas y musgo cubriendo las fachadas. De repente, la vanguardia se detiene; una horda de zombis se mueve varios metros adelante, ignorando a los recién llegados por completo. Moisés empuña la pistola, notando que los no-muertos avanzan hacia el norte y que, a unas calles a la derecha de su posición, también avanza un pequeño grupo también, cuyos integrantes alzan la mirada por unos instantes, cruzando la vista con los soldados, y después, continúan su camino.
Sin emitir ni una sola palabra, Moisés da la orden con un gesto, y la tropa sigue a la horda a distancia.
Deiler está anonadado, no entiende lo que está pasando e inmediatamente pone su cerebro a trabajar, pensando, indagando y teorizando lo que está sucediendo. ¿Qué demonios está pasando aquí? Se pregunta una y otra vez.
Seguir a los zombis los lleva hasta una zona amplia, como una plaza, rodeada de muchos zombis que están quietos. Todos voltean a verlos, gruñen y nuevamente los ignoran, de pronto, Moisés se percata que todos están rodeando algo, y se da cuenta de que se trata que es la entrada a una estación de tren.
El ambiente se percibe tenso, peligroso, son testigos de un conflicto de entre dos zombis peleándose, ninguno de ellos sabe por qué, luego se unen dos para atacar a uno, al cual terminan matando.
—Es el mismo infierno —dice uno de los soldados.
—¿Y bien? —pregunta Deiler a Moisés, tras abrir la ventana del jeep.
—Lo que sea que atrae a los zombis, está en este lugar —responde Moisés, sin dejar de mirar lo que sucede frente a ellos—. Mira, están entrando al subterráneo, tal vez si los seguimos.
—¿Estás seguro de que seguirlos es prudente? —pregunta Deiler, con un tono irónico.
—Es la única manera de entender su comportamiento y encontrar su origen —responde Moisés con firmeza.
—Es una idea tonta, meternos al subterráneo sin saber qué hay abajo, y peor, con todos esos zombis, sería nuestra sentencia de muerte.
—¿Qué es lo que sugieres tú, entonces? Comandante. Necesitamos respuestas y adentrarnos, puede ser una buena forma de encontrarlas.
—Por ahora, observar y prepararnos para lo que sea. Si no vemos nada que responda nuestras dudas, nos retiraremos, ni con todo lo que tenemos de munición aquí, bastaría para acabar con todos y salir vivos.
—Es verdad —comenta un soldado—. ¿Quién sabe cuántos más habrá bajo tierra? Tal vez, cientos o miles de ellos. Tal vez se trate de un refugio de zombis.
Deciden quedarse allí durante un rato, esperando algún movimiento de los zombis. La espera se transforma en largas y tensas horas. Cada ruido los hace activarse, llevando dedos al gatillo, pero los zombis, por alguna razón desconocida pasan por el lado de ellos y les ignoran, como si una fuerza invisible los mantuviera a raya, o quizás algo más urgente sea de mayor atención para ellos. Los cadetes intercambian miradas, preguntándose si su presencia allí aún tiene sentido.
Martes, 20 de enero.
11:15 hrs
Deiler, con una mirada que ha visto demasiado, finalmente están a punto de retirarse cuando de pronto, un grito gutural, profundo y desgarrador corta la quietud de aquella mañana. No es un sonido zombi ordinario, Deiler inmediatamente recuerda aquella noche, durante su primera misión de rescate al grupo de Daniela, hace un año atrás. Un grito espantoso como si no perteneciera a este mundo. Ese grito es una mezcla entre furia y desesperación, un grito que hiela la sangre. Los allí presentes pueden notar que los zombis en el área gimen demostrando miedo y sumisión, sin alejarse del sitio, al contrario, se empujan y forcejean por tratar de entrar al subterráneo.
Deiler y Moisés intercambian una mirada que no necesita palabras. Esta ha sido una clara señal de que deben retirarse de ahí. Han confirmado lo que necesitan, ahora la incógnita es qué carajos está sucediendo debajo de sus pies. Pero todos están de acuerdo con que por ahora, lo mejor es no llamar la atención y aprovechar que aún ya vistos, son indiferentes para los "no muertos".
Aún con sus corazones latiendo al ritmo de la incertidumbre, se alejan del perímetro que los separa de los zombis. A medida que se alejan a través de las calles silenciosas, y mientras más lejos están del tumulto de zombis, van notando que ya no hay nada moviéndose por las calles y que la ciudad está completamente sola. El sonido de los motores es lo único que sus oídos escuchan, dándoles la aterradora sensación de ser los últimos sobrevivientes en el mundo.
—¿Crees que sea algo peor que ellos? —pregunta Moisés a Deiler, sin dirigirle la mirada.
—Es probable, recuerdo haber escuchado algo así antes. No los vi, esa vez, pero supuse algo así. Más no sé si tenga que ver con lo mismo... Estamos muy lejos de aquella zona, muchísimo.
—Es horrible, no me imagino deambular por un mundo así yo sólo, sin ningún otro ser vivo, o muerto —dice uno de los soldados.
—No eres el único, camarada, a veces creo que realmente somos los últimos sobrevivientes —responde otro soldado, que va conduciendo.
—Les puedo asegurar que hay más gente luchando a su manera —dice Deiler, con un tono de voz serio, pero lleno de esperanza—. Daniela ha llegado a un sitio con sobrevivientes y pronto iremos allá, pero antes de regresar a casa... Moisés ¿no te gustaría acompañarme con tus soldados a un lugar? Quiero negociar con alguien, y esta vez tendrá que escucharme.
—Bueno... ¿A dónde iremos? —pregunta el pelicastaño, mostrando cierto fastidio.
—A Ciudad Esperanza —responde el comandante con una mirada decidida.
Inmediatamente Deiler les indica la dirección que lleva hacia Hope City, embarcándose en un viaje tedioso que, al principio, no parece agradar mucho a Moisés, pero la conversación fluye no sólo entre ellos dos, sino también entre los demás soldados dentro del auto. Con cada kilómetro que recorren, Moisés se siente más intrigado por este lugar según las cosas que cuenta Deiler, notando cómo su interés en la ciudad aumenta por cómo se maneja todo allá adentro.
Tras dos largas horas de viaje, finalmente llegan al túnel. Deiler les indica que avancen y así lo hacen. Todo sigue estando a oscuras cómo la primera vez que llegaron a ese lugar. De repente, las risas se convierten el silencio y el ambiente se pone tenso.
Nervios de punta.
El sonido de un disparo seguido del posterior impacto de bala en uno de los parabrisas, advierte al equipo de detenerse, inmediatamente se detienen y al notar que no hay otro disparo, Deiler baja del auto, alzando la mano derecha en señal de saludo.
No hay respuesta alguna, acto seguido, las luces del túnel se encienden. Todos pueden ver que a unos 70 metros están los guardias militares, quienes al ver a Deiler, lanzan un primer aviso por megáfono advirtiéndole primero en inglés y luego en español, que no siguiera el paso o abrirán fuego.
—¡Soy el comandante de la resistencia! ¡He venido antes, solicito una reunión con el coronel Smith! —exclama el pelinegro con autoridad.
—Denegado –responde uno de los militares—. Tenemos órdenes de no tratar con nadie, así que retírense o abriremos fuego.
—Pero...
—¿Ha venido a negociar comandante? —se escucha un megáfono interrumpiendo a Deiler.
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