CAP 15 - Primer Golpe.
Cuando el último niño sale corriendo, Micneya les hace señas a las mujeres para que esperen unos segundos. La joven detalla que todas allí quizá no superan los 20 años de edad, y que quizá la mayor allí efectivamente, es la señorita Watford. Un escalofrío recorre el cuerpo de Micneya al recordar las marcas que la joven tiene en su espalda, no quiere ni imaginarse cuánto le ha tocado sufrir en todo el tiempo que llevan aquí encerrados.
Micneya exhala pesadamente y nota que el cadete que espera al final del pasillo se acerca a ella.
—Me acaban de confirmar que los nueve niños están todos a salvo en la minivan.
—¿Nueve? Se supone que son diez niños y seis mujeres. ¿Dónde demonios está el otro? —pregunta Micneya, sin entender—. ¡Corre rápido y diles que cuenten bien!
—Enseguida —responde el cadete, retirándose.
Micneya observaba ansiosa cómo el cadete se aleja rápidamente. Sabe que cada segundo perdido cuenta, y no es buena idea perder a nadie a esas alturas. Se pregunta dónde está el otro niño, por lo que decide cerrar la puerta, de pronto escucha dos disparos, por lo que corre rápido hacia las escaleras.
Observa al cadete tirado en el suelo mientras agoniza, puesto que recibió el primer disparo en el hombro izquierdo y el otro en el estómago. Micneya apoya las manos en la herida que tiene en el abdomen, mientras el joven balbucea.
—No, no, quédate conmigo... ¡Quédate conmigo! —exclama, la joven.
Uno de los cadetes entra rápidamente tras escuchar el disparo y exclama a Micneya que tenga cuidado, mientras apunta al otro lado de la sala. La joven voltea hacia el cadete y luego hacia donde este apunta. Ahí observa al padre, abrazando a uno de los niños.
—¡¡Usted!! —exclama Micneya enojada, de pronto nota al joven cadete toser sangre, este le sujeta la mano.
—N...no... quiero... morir...
Micneya apenas escucha las palabras del cadete, se percata de que muere en sus manos. La ira que recorre su cuerpo no es normal, coge la pistola de su compañero y se pone de pie. Aun tratando de contenerse, voltea hacia el padre, clavando la mirada en los ojos del contrario.
—Usted es un miserable —dice la joven en un tono de voz amenazante.
—Ustedes son los miserables. ¿Qué hacen llevándose a los niños? ¿No ven que yo soy su medio de salvación? Ese hombre puso sus asquerosas manos en esta indefensa criatura de Dios.
—Y usted ha abusado de una mujer, eso es una aberración, mi cadete sólo salvaba a ese niño de sus manos —responde Micneya, alzando la pistola y apuntándole.
—Yo no abuso de nadie, purifico su cuerpo a través del castigo, ella es... el sacrificio mayor a pagar por esta plaga apocalíptica... La estoy preparando para su sacrificio. Pero ustedes, tenían que llegar con su delirio de salvadores a arruinar todo... ¡Especialmente ese insolente soldadito!
—Ese insolente soldadito... ¡Usted es un miserable! —exclama el otro cadete, apuntándole, a lo que el padre coloca al niño frente a él—. Si me disparas, al niño lo matas...
—¡Suéltelo! —exclama Micneya.
—No. Ustedes se irán, dejarán a esas mujeres y a los niños libres, pueden llevarse a Watford si quieren, ya no me sirven... ¡Pero dejan a los niños y a las otras jóvenes acá! O si no —apunta al niño con la escopeta y este empieza a pedir clemencia en inglés, no entiende nada—. Lo mato a él, ahora, me iré...
El padre retrocede y escapa al otro lado de la iglesia con el niño quién llora y grita por ayuda, desesperado. El cadete intenta ir tras ellos cuando de pronto, otro cadete ingresa informándoles que se acaban de escuchar muchos disparos a lo lejos. Micneya inmediatamente sospecha lo peor, por lo que inmediatamente le ordena a aquel que, junto con el otro soldado, se retiren en la minivan, mientras ella y el cadete buscan a las jóvenes. De pronto, escuchan disparos afuera, y los tres salen a ver qué sucede.
Se llevan la sorpresa de que de todos lados están saliendo zombis dirigiéndose a la minivan, los niños, asustados empiezan a llorar y gritar dentro del auto por lo que el conflicto inicia, impidiéndole a los cadetes cumplir las órdenes de su líder.
—¡Abran fuego! —exclama uno de cadetes.
—¡Tengan cuidado con los niños, con los niños! —exclama otro.
El conflicto es frenético, entre los cuatro tras lograr posicionarse estratégicamente logran aguantar el ataque enemigo. Los zombis aparecen desde todas las direcciones, uno de los cadetes lanza una granada hacia el otro lado de la calle la cual explota matando a varios cuyas partes vuelan por doquier. Micneya aprovecha el tiempo para dirigirse al Camaro estacionado frente a la entrada de la iglesia. Trata de abrir la puerta, pero recuerda que Dylan tiene la llave
—Mierda, necesito mis armas.
Mientras tanto, el padre encuentra un escondite en el piso superior, subiendo por unas escaleras que están al final de la esquina de la iglesia, al otro lado del altar. Dicho escondite, conocido solo por los más antiguos miembros de la iglesia. El niño sigue llorando a lo que el padre le abofetea exigiéndole silencio, posteriormente, cierra la puerta y se dirige a la parte delantera de ese pequeño cuarto, dónde hay una pequeña ventanilla. Desde ahí, escucha el tumulto que ocurre afuera.
En el exterior, los disparos continúan, pero ahora suenan más cercanos. El grupo que fue por las medicinas regresa perseguido por una horda de zombi a la cual se encargan de dispararles. Los cadetes, al ver la llegada de sus compañeros, se motivan aún más para combatir. Micneya sonríe, la minivan frena delante de ellos y Dylan es el primero en bajarse.
—¿Ya están todos? —pregunta el joven.
—No, sólo los niños, las mujeres están abajo y el padre tiene a uno secuestrado —informa Micneya—. Uno de los cadetes murió por un disparo del anciano.
—Esto cada vez es peor, tenemos que sacar a esas mujeres, pero sé hemos causado mucho escándalo y se escuchan gruñidos de zombis acercándose —opina Mayreth, quién se acerca a ellos.
—Necesito mis armas —dice Micneya.
Dylan echa un vistazo a su alrededor y junto con sus compañeras, va al auto, abre el capó y sacan todo lo que necesitan, preparándose para el conflicto. Con las armas en mano, Micneya y Mayreth intercambian una mirada de entendimiento mutuo. Sabiendo que ahora cada segundo importa y que tienen que actuar rápido, Dylan llama a todos los presentes y sugiere un posicionamiento específico para enfrentar a los zombis que se acercan. Micneya está de acuerdo con eso y da la orden, por su parte Mayreth sobreentiende lo que debe hacer, por lo que inmediatamente se sube al techo de la minivan, preparando la ametralladora.
Mientras tanto, Micneya y Dylan avanzan hacia la entrada principal de la iglesia. Los gruñidos de los zombis se hacen más fuertes, y pueden sentir la presencia de la muerte acercándose rápidamente. En un momento, todo se queda en silencio y de pronto, estalla el enfrentamiento. El estruendo de los disparos resuena por todo el lugar, atrayendo la atención de más hordas. Desde la distancia, otros zombis se giran hacia el nuevo ruido, dirigiéndose hacia el punto de enfrentamiento.
—¡Ataquen! —exclama Dylan, disparando frenéticamente.
—¡No dejen de disparar! —exclama un cadete, disparando en un acto frenético todas las balas.
Lunes, 19 de enero.
16:37 hrs
Los zombis, atraídos por el estruendo de la lucha y el olor de los vivos, avanzan en una masa desordenada, hacia la iglesia. Sus gruñidos guturales llenan el aire, un coro grotesco anunciando que la inminente batalla está lejos de terminar.
—¡Más zombis se acercan! ¡Mantengan la formación! —grita Micneya—. ¡Apunten a sus cabezas! ¡No dejen que se acerquen! ¡Mátenlos a todos!
—¡Capitana, al ritmo que vamos, nos quedaremos sin municiones! —exclama un cadete.
—Mic —expresa Dylan, agitado, terminando de asesinar a un zombi—. Debemos recatar a los demás allá adentro, no podremos retenerlos aquí afuera, son muchos.
—Mierda, tienes razón...
—Yo iré —dice Dylan—, Mic, guía el contraataque, preparen los vehículos, nos iremos de aquí.
—Señor Dylan —habla la joven Watford—, yo le acompaño, para poder hablar con mis hermanas.
—Tsk.... No queda más que arriesgarnos, agarre su escopeta y vamos ya.
La joven Watford asiente y Micneya le hace señas para que entren rápido. Ambos entran a la iglesia con prisa; Watford corre delante de Dylan, bajan las escaleras y llegan al sótano, sin percatarse de que el padre, aún escondido, los observa. La joven toca la puerta y pronuncia algunas palabras en inglés; su hermana abre y, al verse, se abrazan. Por el tono y los gestos de la señorita, Dylan deduce que las está apresurando, deducción que se confirma al ver cómo las mujeres comienzan a tomar algunas pertenencias y salen corriendo del lugar. Acto seguido, suben las escaleras a toda prisa.
Se percatan de que el conflicto afuera ha comenzado, pues se oyen disparos nuevamente. Dylan nota que la puerta está abierta y que una de las jóvenes comienza a gritar al oír el alboroto exterior, lo que provoca la entrada de algunos zombis. La joven Watford dispara contra ellos, y el joven aprovecha para rematarlos mientras va acercándose a la puerta. Echa un vistazo afuera y observa que el conflicto exterior es peor de lo imaginado; de repente, dos zombis se dirigen hacia él. Alza el arma, aprieta el gatillo, pero no quedan balas, así que retrocede. Uno de los zombis salta y cae sobre él; Dylan forcejea y saca un cuchillo, clavándoselo en el cuello al zombi repetidamente. Cuando se libera, ve al otro zombi acercándose.
Un disparo resuena en el salón y todos miran hacia el origen del sonido: el padre, al otro lado de la sala, junto con el niño.
—¡Padre! —exclama Dylan, con una leve sonrisa—. ¡Finalmente actúa como un hombre de Dios!
Dylan se coloca de pie y aprovechando el momento de calma, corre hacia la entrada de la iglesia, viendo que sus compañeros hacen lo posible por mantener a raya a los no muertos. Sin embargo, son muchísimos zombis acercándose a la distancia.
—¡Leonard! —exclama Watford, refiriéndose al niño quién corre a abrazarla.
—Kyndra, no te vayas, quédate, que se vayan ellas no importa, tú quédate —habla el padre, mirándola con angustia casi como rogándole—. Tú eres la elegida de Dios para... limpiar este mundo de este infierno, eres mi elegida. He dejado a este niño libre, sólo por ti.
—Ya no quiero estar aquí, quiero irme a un lugar mejor con mi hermana y los niños, no quiero ser la elegida, sólo quiero irme —responde la joven, con lágrimas en los ojos.
—Kyndra Watford, no te dejaré ir, es la voluntad del señor.
—¡Ya no quiero ser la voluntad del señor! ¡He decidido irme! —exclama la joven.
Un cadete le hace señas a Dylan de que ya pueden salir y que los autos están listos, Dylan asiente y dirige la mirada hacia todos en el interior, sin saber que interrumpe un tenso momento con sus palabras, les hace señas de salir.
—¡Oigan salgan de aquí, ya! —exclama el joven.
Las mujeres comienzan a correr, saliendo de la iglesia. Un cadete las insta a subir al vehículo cuando, de repente, una explosión retumba desde el otro lado de la calle: un cadete ha lanzado una bomba que detona en el momento preciso. La mayoría de los zombis son lanzados por los aires y sus miembros desmembrados quedan esparcidos por doquier, mientras que los restantes son abatidos por la resistencia. La explosión hace que algunas mujeres reingresen a la iglesia en busca de refugio.
—¡Ahora! ¡Avancen! —ordena Micneya, aprovechando la confusión para iniciar el contraataque.
Dylan se dirige a Mayreth para entregarle las llaves del auto, pero un cadete le informa que varias mujeres se han ocultado dentro de la iglesia tras las explosiones.
Los disparos continúan; los zombis no dan tregua. Micneya insta a todos a apresurarse. Dylan le hace señas a la joven Watford para que ella y el niño suban a la otra furgoneta. Sin embargo, esta se niega, gritando que su hermana ha vuelto al interior y que el padre aún está allí, por lo que deja al niño allí y corre de vuelta.
—¡No! ¡Deténgase! —exclama el joven, empezando a correr hacia la joven—. ¡Señorita Watford espere!
—¡Cuidado Dylan! —grita un cadete.
Dylan voltea justo a tiempo para ver a un zombi que salta hacia él por detrás. Con un movimiento rápido, se agacha y toma un madero roto que encuentra en el suelo, usándolo como escudo para bloquear el ataque del zombi. La madera cruje bajo la fuerza del impacto, pero Dylan resiste, empujando al zombi hacia atrás. Lo que da tiempo a que el cadete le dispare varias veces a la criatura.
—¡Gracias! —exclama Dylan, sonriéndole agradecido.
—¡No hay de qué, necesita un arma! —exclama el cadete, lanzándole una pistola.
Dylan la atrapa, quita el seguro y con el madero en brazo, se dispone a volver a la iglesia, no obstante, Watford tendrá que esperar, puesto que el resto de zombis atacan salvajemente a los jóvenes. El combate se extiende más de lo pensado, y poco a poco se van quedando sin balas. Mientras tanto, Micneya, cuyas balas se han terminado, empieza a combatir cuerpo a cuerpo contra los que se acercan a ella, usando su espada. Se mueve como un torbellino entre los zombis, su espada corta el aire con un silbido mortal. Su destreza es tal que cada movimiento es tanto defensivo como ofensivo, parando mordiscos y garras con la guardia de su espada y respondiendo con estocadas precisas. Su rapidez es impresionante, y su fuerza, inusitada para su aparente fragilidad, sorprende a todos los presentes.
—¡Ahora, Micneya! —grita Dylan, abalanzándose contra otros, disparándoles. El joven se protege con el intento de escudo improvisado que lleva—. ¡Peleen!
Micneya asiente y luego de abrirse paso, se coloca junto a Dylan, espalda con espalda. Los dos forman una unidad impenetrable; mientras Dylan bloquea y empuja con el madero, Micneya corta y despeja con su espada. Los zombis caen uno tras otro, a parte de los cadetes que también se unen al combate hasta finalmente, matarlos a todos.
—Son unos malditos... —dice Dylan respirando mientras busca recuperar el aire—, eran muchísimos, pensé que moriríamos esta vez.
—Tenemos que irnos ya —responde Micneya—, ya no tenemos municiones, un enfrentamiento como este, y nos van a matar a todos.
Se escuchan varios disparos de escopeta desde adentro de la iglesia, Dylan recuerda que adentro está Watford y el resto de mujeres, por lo que rápidamente corre hacia allá. Entonces se percata de que el padre ha matado a dos zombis. Micneya, que llega junto a su compañero, les ordena que salgan de allí, y tras un cruce de palabras entre la joven Watford y el padre, esta decide retirarse junto con su hermana y sus compañeras.
—¡Está bien Kyndra, tú ganas! —exclama el padre—, vete si es lo que deseas.
Dylan le mira seriamente, y le da la espalda, abandonándolo allí.
Con el corazón latiendo a un ritmo frenético, se abren paso entre el caos, dirigiéndose hacia los vehículos. La esperanza brilla en los ojos del resto de mujeres al vislumbrar la posibilidad de escapar de la pesadilla y se alegran más al ver a sus compañeras por estos años, alegres. Se gritan palabras en inglés de forma emotiva, rápidamente empiezan a abordar los vehículos, mientras los cadetes, manteniendo vigilancia en caso de un avistamiento, ignoran por completo todo lo demás.
El padre Theodor hace acto de presencia afuera de la iglesia, con escopeta en mano. Dirige la mirada hacia la multitud de mujeres que suben al auto, se percata de que Dylan está dentro del Camaro y que Micneya está comentando algo al resto de cadetes. Finalmente, sus ojos ubican a la señorita Watford.
—Lo siento, Kyndra —dice con voz quebrada—. Tú no te irás, eres el sacrificio salvará a muchos, esa es la voluntad de Dios.
Antes de que alguien pueda si quiera reaccionar, el sonido de un disparo de escopeta rompe el silencio y Kyndra cae al suelo. Acto seguido, un grito desgarrador se escapa de los labios de la joven quién ha recibido el disparo en la espalda.
—¡No! No, no, no —grita Dylan, saliendo del auto y corriendo hacia la joven—. ¡Maldita sea, no!
El padre deja caer el arma mientras de sus ojos caen lágrimas y en sus labios se dibuja una sonrisa sádica. Entonces, se arrodilla en el suelo y abre los brazos mirando hacia el cielo. Empieza a orar en voz alta en inglés, para luego pegar la frente en el suelo.
—Ella es el sacrificio —grita con todas sus fuerzas—. Tu voluntad se ha hecho mi señor, los zombis, desaparecerán de esta tierra. He sacrificado según tu palabra, al cordero más sano y hermoso de mi rebaño, Kyndra Watford.
—Ese hombre, su obsesión la llevó a matarla —dice Mayreth, tratando de consolar a la hermana de Kyndra, quién se aferra al cuerpo de su hermana.
—¡Que su sangre y su cuerpo sean la justa ofrenda para que limpies el mal de este mundo! —dice el padre mientras levanta un poco el cuerpo, elevando los brazos al cielo, su mirada está perdida, desquiciada—. ¡Venga a nosotros tu reino, amado padre!
La confusión y el horror se apoderan del grupo. La tragedia se cierne sobre ellos como una sombra implacable. La hermana de Kyndra llora sobre el cuerpo de su hermana, mientras Dylan observa al padre con una sensación extraña recorriendo su cuerpo: ira, odio, miedo, impotencia. No sabe lo que siente, no es capaz de razonar lo que siente. Micneya, nota que Dylan se pone de pie y corre directo al padre, quién lo ignora, de pronto, lo tira al suelo y empieza a golpearlo salvajemente en la cara.
El padre, paralizado por la fuerza del primer golpe que recibe en la cara, cae al suelo y recibe los fuerte puñetazos de un Dylan cegado por la ira. Cada impacto que recibe en la cara le duelen, siente como si fuera a quedarse inconsciente, sus ojos solo ven la furia en los ojos del joven que lo agrede.
—¡Basta, Dylan! —la voz de Micneya resuena con autoridad, deteniendo el brazo del joven en pleno aire—. ¡Basta, lo vas a matar! ¡No ensucies tus manos con su sangre!
Dylan se detiene, su aliento está entrecortado, su rostro lleno de sudor y sangre, posa la mirada en los ojos de su amiga y luego voltea a ver el rostro desfigurado del padre, quién está inconsciente.
—Pero él... él la mató... sin razón alguna —dice Dylan, tratando de controlar el llanto—. ¡La mató Mic! ¡¡LA MATÓ SIN RAZÓN!!
Exclama para luego dar un grito con fuerza, dejando que su ira e impotencia se desvanezcan con el grito. Micneya lo abraza, ofreciéndole un consuelo silencioso. No hay palabras que puedan calmar aquella situación, y de hecho lo entiende, entiende que él siempre trata de proteger a todos a su alrededor y que esta vez, ha fallado.
Tras un rato en el que tratan de calmarse, Dylan decide que ya es hora de volver.
La hermana de Kyndra, con los ojos nublados por las lágrimas, insiste en darle a su hermana un adiós digno. Micneya acepta y pide que traigan el cuerpo del otro cadete, posteriormente, los envuelven, preparándolos para la cremación. El fuego consume lo que una vez estuvo lleno de vida, y las llamas se elevan como un lamento mudo hacia el cielo. Dylan, con la mirada perdida en el fuego, sugiere esposar al padre y abandonarlo a su suerte, un castigo que parece pálido en comparación con la magnitud de su crimen. El grupo de cadetes se niega, puesto que abandonarlo no garantiza que pague por sus crímenes, así que deciden tomar acciones con él, así que lo esposan y lo atan en el techo de una delas furgonetas.
Los vehículos arrancan, llevándose consigo el peso del duelo y la pérdida. El sonido de los motores se mezcla con el eco de un disparo que ha cambiado el destino de todos aquellos que rescataron, marcando un antes y un después en sus vidas. No obstante, aquellos cadetes prometen a las jóvenes, que harán que el padre pague por lo que le hizo a Kyndra.
Por otra parte, Dylan observa por la ventana mientras Micneya conduce, el joven nuevamente siente que ha fracasado en su intento de rescatar sobrevivientes.
—Micneya...
—¿Si?
—¿Alguna vez salvaremos personas sin que ninguno muera? —la voz de Dylan se entrecorta—. Odio que sin importar cuánto nos esforzamos, algo sale mal... ¡Y no podemos salvarlos a todos!
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