CAP 14 - Patrones.
Lunes, 19 de enero.
13:10 hrs
Desde hace varios meses, Moisés siente la curiosidad de saber lo que está pasando tanto dentro como fuera de la base, pero debido a que es quién supervisa los puestos de control, debe mantenerse al margen por órdenes, gracias a eso, no tiene tanto acceso a toda la información que maneja la resistencia.
Ese lunes en la mañana se entera por rumores de los soldados de turno que Dylan y los demás partieron a una misión, esto le hace mucho ruido, debido a que él siente que está perdiendo el tiempo allí dentro en vez de salir afuera y por lo que decide encarar a Deiler, no soporta más estar encerrado haciendo el trabajo monótono que lleva desde hace ya varios meses.
Luego de realizar el primer paseo de supervisión, el pelicastaño deja a otro soldado a cargo, informándole que tiene que ir a resolver algo y que ya regresa. Toma su moto y se dirige al interior del pueblo, llega a la base en busca de Deiler, quién le recibe en la sala de reuniones junto con Karla quién le explica algunas cosas. No obstante, no algo en su interior le impide hacer esperar a Moisés puesto que su presencia allí, le hace sentirse extrañado.
—Moisés, me sorprende tu visita, casi nunca te veo por acá si no se trata de alguna reunión. ¿Alguna novedad? —pregunta Deiler, acercándose a él.
—No del todo —responde Moisés, entrando a la sala y dirigiéndose a la mesa. Toma una silla y se sienta—. Esta mañana me enteré que enviaste a Dylan y sus amigas con un escuadrón afuera. ¿Encontraron algo?
—Al contrario, van a buscar algo. Nos estamos quedando sin recursos médicos, y es verdad lo que Karla dice, el frío cada vez es más fuerte, no tardaremos en tener muchas personas con resfriado o cualquier otro tipo de cosas —comenta Deiler, mientras se levanta y le hace señas para caminar un poco.
Moisés sube las escaleras tras él, mientras escucha a Deiler comentarle sin muchos detalles los últimos acontecimientos, luego salen al patio de aquella casa que usan como base.
Deiler echa un vistazo a su alrededor mientras se cruza de brazos, por su parte, Moisés le mira de reojo, con cierto fastidio y exhala pesadamente para luego hablar.
—Tú y yo sabemos perfectamente que el ataque anterior a las barricadas no fue más que un... recordatorio de que no estamos solos. Y es cuestión de tiempo para que nos ataquen más y más hordas hasta exterminarnos.
—Yo más que nadie lo sé, no necesito que me lo repitas —responde Deiler—. Pero por ahora no puedo hacer nada más que observar, vigilar y esperar, no puedo lanzar un ataque sin conocer bien al enemigo. No puedo cometer la locura de arriesgarlos.
—Pero si enviaste a tu mujer y a Dylan a misiones con altas probabilidades de que no regresen. ¿No? —acota Moisés en un tono sarcástico.
—¿Qué intentas decir? —pregunta Deiler volteando a verlo, un poco irritado por aquellas palabras.
—Que no estamos haciendo nada más que escondernos detrás de esa línea de escombros a esperar nuestra muerte. Los zombis saben que estamos aquí, tarde o temprano atacarán y nos asesinarán.
—No lo harán, para eso estamos entrenados, para sobrevivir y que nadie dentro de estos límites pierdan las esperanzas. Si viniste a sermonearme con ideas estúpidas, pierdes el tiempo.
—No lo malinterpretes, no estoy aquí para hablar de cosas triviales, tampoco vengo a sermonearte. Escucha, mi pequeño equipo y yo hemos estado monitoreando algunos zombis que deambulan alrededor de las barricadas.
—¿Y qué hay de nuevo con ello? —pregunta Deiler, curioso—. ¿Han mostrado interés en acercarse o ustedes los han asesinado?
—Ni lo uno ni lo otro. Hemos notado un patrón en los zombis, y es que siempre vienen desde el sur o el oeste. Pero desde el este no hay mucha actividad, los veríamos a la distancia ya que hay mucho camino y el terreno está despejado, no obstante, si hemos visto pequeños grupos de zombis dirigirse hacia el norte ignorando por completo a la barricada.
—¿Y cómo son esos zombis que nos ignoran? —pregunta Deiler, mostrándose interesado—. Físicamente hablando.
—Pues, como los que siempre hemos enfrentado...
—Entiendo —responde el pelinegro—. Entonces, sugieres que concentremos toda nuestra atención en las barricadas sur y oeste.
—Sí, lo que me preocupa es saber qué hay hacia el norte.
—¿Por qué tanto interés del norte? —pregunta Deiler, curioso.
—Como ya dije, los zombis que van hacia el norte rara vez voltean hacia la barricada, literalmente nos ignoran. Es como si... —Moisés se detiene, buscando las palabras correctas— ...como si estuvieran hipnotizados.
Deiler frunce el ceño con extrañeza, analizando las palabras que dice Moisés, de ser cierto eso, podría explicar los movimientos de esos zombis hacia el norte. Quizás haya algo allí que aún resuena con ellos, pero entonces, ¿qué está sucediendo con la otra clase de zombis?, ¿por qué ellos son tan diferentes?, ¿tendrá que ver con lo que Moisés le informa?
Deiler se sumerge un poco en sus pensamientos, para luego ser interrumpido por Moisés, quién le llama por su nombre varias veces.
—Lo siento, me quedé pensando algunas cosas.
—Lo supuse, en fin, quiero ir a investigar —dice Moisés—. Quiero saber qué los lleva hacia allá. No quiero llevarme la sorpresa de que se estén reuniendo para formar un ejército o algo así y venirnos a atacar. Ya he visto cómo cae un pueblo por una invasión a gran escala, no quiero repetir lo mismo.
—De ser así, ¿con quiénes irías? —pregunta Deiler.
—Los mismos de siempre, esa gente se ha portado leal y a la altura en cuanto a misiones se refiere —responde Moisés, sonriendo con cierta arrogancia.
—Cuándo todos vuelvan de sus misiones, volveremos a reunirnos. Tengo mucho qué hablar con todos, especialmente porque tenemos que redefinir nuestras estrategias y prepararnos para cualquier cosa —continúa hablando Deiler con voz firme a pesar de la incertidumbre que se cierne sobre ellos—. Si los zombis están cambiando sus patrones, eso significa que algo está alterando el equilibrio. En algo tienes razón: no podemos permitirnos ser complacientes.
—Exacto. Y mientras más sepamos, mejor preparados estaremos. No solo para defendernos, sino para tomar la iniciativa y si es necesario, evitar un enfrentamiento.
—Bien —Deiler dirige la mirada hacia el frente—. Prepara a tu equipo, quiero que partan al amanecer. Cuanto antes descubramos qué está pasando, mejor.
—Me parece una gran decisión, lo haremos —responde Moisés, esbozando una leve sonrisa.
Con un gesto de asentimiento mutuo, Moisés se retira del lugar, dejando al pelinegro a solas. Cada uno está perdido en sus pensamientos, cada uno a su manera lleva consigo el peso de una pérdida en el pasado, y de un futuro incierto.
A pesar de ser muy opuestos y no dirigirse mucho la palabra, ambos sin saberlo, pasan por el mismo duelo: la pérdida de un hijo.
Después de que Moisés se retira del lugar, Deiler exhala pesadamente y da la vuelta, dirigiéndose a la base. La responsabilidad de liderar a los supervivientes cada vez pesa más sobre sus hombros. Sabe que las decisiones que tome no solo afectarán su destino, sino el de todos en esa localidad.
El pelinegro baja las escaleras, entra a la sala de reuniones notando que ya no hay nadie. Suspira, se sienta en uno de los ordenadores y comienza a revisar cada uno de los mensajes recibidos, está cansado de que sus compañeros salgan y arriesguen su vida por conseguir recursos, y le llena de rabia el hecho de que Smith no de su brazo a torcer y preste una ayuda.
Mientras revisa detenidamente no se percata de una figura que le observa en silencio desde la puerta. Karla, cuya expresión se muestra un poco tranquila y con una leve sonrisa dibujada en el rostro, observa al pelinegro concentrado. Ella también entiende lo que está en juego, sin embargo, por un momento sólo se limita a separarse de su deber como parte de la resistencia, y deja que sus sentimientos se liberen un poco.
Deiler finalmente levanta la vista y gira levemente el rostro, notando a Karla quién ya está de vuelta.
—¿Qué haces ahí? —habla Deiler, con un tono curioso y divertido—. ¿Estás espiándome?
—No, simplemente no quería interrumpirte —responde ella, con voz firme.
Deiler hace un gesto con la mano y ella entra, se acerca a él observando el ordenador, posteriormente, se sienta en la silla que está al lado.
—¿Has encontrado algo?
—No exactamente —responde Deiler—, Moisés ha estado estudiando a los zombis que suelen rodear la barricada, y me ha informado que tienen un patrón diferente. Le di la orden de preparar a su equipo y salir a investigar mañana temprano. Sin embargo, estoy algo preocupado.
—Por Daniela, ¿verdad? —pregunta Karla, bajando levemente la mirada.
—No tanto —Deiler se endereza, cruzando los brazos—. No dejo de pensar en los zombis que han estado mencionando y si tienen algo que ver con esto del cambio de patrón en el comportamiento de, efectivamente, los zombis en general.
—Y eso es lo que Moisés va a averiguar, supongo.
—Exacto, tenemos que saber qué está pasando allá afuera, antes de que se convierta en algo peor. Por otra parte, creo que tendré que ir a hablar con el coronel Smith nuevamente. Esto de tener dos clases de zombis ya empieza a fastidiarme y quiero saber qué es lo que está sucediendo.
Lunes, 19 de enero.
13:40 hrs
La señorita Watford mira a su alrededor, asegurándose de que la puerta esté bien cerrada y que nadie más pueda escuchar. Su voz es apenas un susurro cuando finalmente empieza a hablar.
—No debería decirles esto, pero el padre Theodor... no es lo que parece. Todos pensábamos que él era nuestra salvación, pero... —se detiene, tragando saliva, claramente luchando por continuar—. Él... él sólo se aprovecha de la situación.
Micneya interrumpe, su expresión es una mezcla de incredulidad y horror al notar cómo la joven se quita el abrigo y muestra cómo sus brazos tienen marcas de latigazos, y tanto su cuello como su pecho tienen marcas obscenas causadas por los labios de aquel hombre. Dylan aprieta el puño, siente mucho asco hacia aquel hombre.
—¿El abusa de ti? —pregunta Mayreth, tratando de consolarla.
La señorita Watford le mira fijamente, luego baja la mirada y asiente lentamente, las lágrimas comienzan a formarse en sus ojos. De pronto balbucea algunas palabras en inglés, para luego voltear a ver a las demás mujeres en la sala y los niños. Posteriormente les dice que por favor no digan nada y que lo mantengan en secreto. Los tres jóvenes se miran a la cara extrañados, a lo que la joven Watford se da la vuelta y se quita el suéter, mostrándose que no viste nada más que un sostén. Dylan y Mayreth se espantan al ver que en su espalda y nuca hay muchas marcas hechas por la boca, mordiscos y también cicatrices de látigos.
La hermana de la joven se acerca a ella y la abraza, para luego mirar a los tres recién llegados, como si tratara de pedirles ayuda con la mirada.
Por su parte, la joven Watford prosigue hablando tras limpiarse los ojos.
—Pero...
—Cada que se enoja con los niños, me castiga a mí, y si está de buen humor, sólo... soy su amante —responde, volviendo a ponerse el suéter.
—No imagino todo lo que has pasado —dice Micneya, acercándose a ella y abrazándola.
—Decidí sacrificarme para que no coloque sus manos en ninguno de ellos—su voz se quiebra—. Él está obsesionado con los niños, dice que son la clave para la salvación, varias veces sacrificó niños del orfanato alimentando a los zombis.
—Está loco —Dylan habla demostrando la ira que siente tras escuchar eso—. Debemos detenerlo. No podemos permitir que continúe con esto.
—Lamentablemente, no podemos escapar —comenta la joven—. Los zombis deambulan por la ciudad, y escapar del padre Theodor no es fácil.
—Para eso estamos aquí —le dice Micneya, tratando de reconfortarla—. No esperábamos encontrarnos esta situación, pero vamos a hacer todo lo posible por sacarlos de este lugar.
—Por cierto —interrumpe Dylan—. ¿Sabes algo sobre una clase de zombis diferente?
—¿Diferente? —pregunta la joven, sin entenderlo—. Hace mucho que no hemos visto a ningún zombi, no hemos salido de esta iglesia en todo este tiempo.
—Claro —exhala Dylan resignado, luego de ello levanta la mirada y con un tono un tanto emotivo se dirige a la joven Watford—. Oye, una pregunta: ¿Si llegases a salir afuera recordarías dónde está ubicada una farmacia?
—Creo que sí —responde la joven—. Pero... no puedo salir. Es imposible con el padre Theodor.
—Yo me encargaré de que salgan... todos ustedes —dice Dylan a la joven, para luego voltear a ver a las personas a su alrededor—. Saldrán de aquí.
Lunes, 19 de enero.
15:30 hrs
Luego de una leve reunión con los soldados que vigilan la iglesia, Dylan les informa del plan para rescatar a las personas allí, por lo que les sugiere mantenerse alerta ante cualquier novedad. Posteriormente, Dylan decide reunirse con el padre Theodor, por lo que le indica a Micneya que lo acompañe junto con la señorita Watford, mientras May espera la señal en la habitación, con las otras personas.
La señorita Watford los guía hasta el lugar dónde el padre se encierra, toca la puerta. Y el padre tarda en salir. Finalmente, abre la puerta y observa con cierta ira contenida a la joven, para luego dirigir la mirada hacia Dylan, quién lo mira fijamente a los ojos.
—Sé que nuestra presencia no es bienvenida aquí, sin embargo, vengo a informarme que la señorita Watford nos acompañará a la farmacia más cercana —habla Dylan, tratando de contener las ganas de golpearlo allí mismo—. Nosotros no conocemos esta ciudad, ella es quién puede guiarnos.
—No, es demasiado peligroso —responde el hombre, con una expresión facial inescrutable—. Ella es vital para nosotros aquí, y no puedo arriesgar su seguridad.
Dylan da un paso adelante, situándose a unos cuántos centímetros de aquel hombre. Notablemente, el padre Theodor es mucho más alto que Dylan, sin embargo, el joven no se intimida, pues sabe que acercándose de esa manera, invade su espacio, señal de que se impone ante la autoridad de aquel.
—No me interesa si ella es importante o no, necesito esas medicinas, si no llevamos eso, muchas personas sufrirán las consecuencias. Usted es un hombre creyente, debería prestar su apoyo y ayudarnos a que podamos salvar a mi gente —habla el joven.
El padre frunce el ceño, hay un momento de silencio tenso antes de que alguno siquiera diga una palabra. Ninguno de los dos se quita la mirada, a lo que el padre exhala pesadamente y dirige la vista hacia la señorita Watford, quién voltea la mirada hacia otro lado.
—Ella irá. Pero apenas tengan sus medicinas, se largan de mi iglesia, y de mi pueblo. ¿Entendido?
—Entendido —responde Dylan, para luego voltear hacia sus compañeras, y dirigir la mirada hacia Watford—. Vámonos.
Sin esperar mucho, se retiran rápidamente de la iglesia mientras el padre, con una mirada que denota desagrado, sólo se queda mirando mientras los jóvenes salen y cierran la puerta tras de sí.
Ya afuera, uno de los soldados informa al trío de jóvenes que no ha ocurrido ninguna novedad, por lo que empiezan a planificar cómo rescatar a las personas allí dentro. Micneya sugiere que ella debe quedarse en la iglesia junto con algunos cadetes mientras que Dylan, Mayreth y los demás soldados van junto con la señorita Watford a buscar las medicinas, para poder así distraer al padre mientras los prisioneros escapan, la idea de Micneya es abandonar a ese hombre dentro de la iglesia.
—Pero no entiendo —pregunta Dylan—. ¿Por qué te vas a quedar con algunos soldados? ¿No sería mejor que los dejara vigilando?
—Necesito ojos dentro y fuera de la iglesia, mientras ustedes buscan las medicinas, puedo proteger a los que están dentro. Los cadetes se mantendrán alerta ante cualquier cosa y ustedes dos —habla Micneya, señalando tanto a Dylan como a Mayreth—. Se encargarán de todo lo demás. Dylan, estás a cargo del equipo de búsqueda.
—Perfecto —responde el joven.
—No tarden, y cuídense mucho, no sabemos si hay zombis cerca—Micneya abraza a Dylan, y luego a Mayreth—. Yo me encargaré de sacar a las personas allá adentro.
—Nos veremos después de recuperar las medicinas, fuera de este pueblo —dice Mayreth, esbozando una sonrisa.
—Bien, a trabajar.
El grupo se pone manos a la obra y la señorita Watford los guía por varias calles, adentrándose mucho más en aquella localidad. De pronto, les señala el lugar donde se encuentra una farmacia, Dylan echa un rápido vistazo a su alrededor, realizando un estudio del área.
Todo está en completo silencio.
Dylan procede a dar algunas órdenes a las personas que tiene a su disposición. Luego de ello, bajan de la minivan y se mueven con rapidez. Al llegar a la puerta de la farmacia, notan que está cerrada, por lo que toca terminar de romper el vidrio de una de las ventanas laterales, para luego entrar.
La farmacia está a oscuras, usando linternas, buscan rápidamente los medicamentos necesarios. Mayreth, que lleva la lista, les indica a sus dos compañeros lo que deben buscar mientras ella y Watford buscan lo demás.
Uno de los cadetes sube al techo para poder vigilar desde las alturas. La luz del sol ilumina cada una de las solitarias calles, en las que sólo se escucha el sonido de las aves, las latas sobre el suelo movidas por el viento.
Conforme consiguen todas las medicinas, las van subiendo a la minivan, llenándola con todo lo que consiguen. De pronto, la señorita Watford sugiere que vayan al centro de la localidad, dos calles más al noroeste, puesto que hay dos farmacias más.
En efecto se dividen para buscar más medicinas. Sin embargo, el ambiente cada vez se torna más silencioso, incluso las aves que por ahí pasaban, dejan de cantar. Empiezan a buscar más medicinas, cuando de pronto una horda de zombis pequeña ataca al grupo.
La matanza de zombis es frenética e intensa, pero aquellos disparos no hicieron más que atraer más zombis hacia el sitio, por lo que deciden volver con lo que tienen.
Por su parte, Micneya coordina con dos soldados para que vigilen afuera ante cualquier ataque, mientras que otros dos vigilan en puntos diferentes dentro de la Iglesia, uno en el salón de rezo y otro en la puerta dónde el padre suele pasar la noche.
Como no hay ningún tipo de movimiento, Micneya decide sacar a las mujeres y niño de forma sigilosa, uno por uno. Ella es consciente de que el padre Theodor está armado y él conoce mejor que ellos todo en la iglesia.
Por lo que inician el escape uno a uno.
A pesar de ser un solo hombre, Micneya no quiere iniciar un conflicto con el padre Theodor porque cualquiera puede salir herido, y tampoco quiere un derrame de sangre innecesario.
—Vamos, salgan, salgan...
Empieza por los niños, quienes trotan lo más ligero posible y van saliendo uno a uno de la iglesia. Mientras sus cadetes, ubicados en puntos estratégicos, vigilaban y esperaban a los niños para guiarlos hacia el siguiente cadete y que suban finalmente a la minivan.
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