CAP 13 - Luisiana.
El resto de la noche transcurre en completo silencio. Ninguno de los presentes quiere cerrar los ojos, aun sabiendo que los zombis ya se han alejado del lugar. Dylan recuesta la cabeza de la pared, bosteza y se queda mirando a la nada.
—¿Qué hora marca el reloj? —susurra Micneya.
—Doce y media —responde algún soldado.
—Sugiero que deberíamos descansar un poco —sugiere Micneya—. Dudo mucho que nos ataquen, ya se han ido.
—Mic —susurra Mayreth.
—Continuaremos la guardia según el orden establecido, pase lo que pase, no duden en avisar —ordena Micneya.
Dylan exhala pesadamente y se acuesta en el suelo, escucha cómo los demás se acomodan y hacen lo mismo mientras los otros dos soldados se juntan para hacer la guardia. Finalmente, se duerme.
Unas horas más tardes, los jóvenes son despertados por los dos últimos soldados en cubrir la guardia. En un principio varios de ellos se despiertan un poco exaltados, incluyendo a Dylan, quién luego de darse cuenta de que ya a amaneció, se relaja un poco. Algunos están estirando sus músculos y bostezando.
Micneya se levanta y se dirige al baño de la estación de servicio. Se mira al espejo y se pasa una mano por el cabello castaño. Sus ojos cafés reflejan cansancio, y en ese momento, siente su cuerpo un poco pesado y dolor en las extremidades.
—Me está doliendo mucho el cuerpo, esto no es bueno —se dice para sí misma, mirándose al espejo—, tienes que aguantar Micneya, tienes que aguantar.
Se lava la cara y luego se coloca los anteojos, los necesita, su vista está cansada.
Cuándo abre la puerta para salir del baño, siente el dolor recorriendo desde la punta de sus dedos hasta el hombro izquierdo. Cierra los ojos, aguanta, y respira varias veces de manera profunda mientras cierra la puerta.
Mayreth se acerca a ella, notando algo extraño, sin embargo, Micneya lo disimula bien y sigue su camino, saliendo de la tienda. Afuera se encuentra con Dylan, quién está revisando junto con otro soldado los vehículos, mientras los demás revisan que todo en el interior aún esté intacto.
—Buenos días, Mic —saluda Dylan.
—Buenos días, Dylan —responde Micneya—. ¿Alguna novedad?
—Ninguna, estamos listos para salir —responde el joven, percatándose del lento andar de su amiga—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Apenas May salga del baño, nos vamos. No quiero quedarme aquí más de lo necesario —comenta la joven.
—Capitana —dice un cadete—, los soldados ya están listos para irse.
—Perfecto.
—¿Podrías darme un medicamento para el dolor? Puede ser diclofenaco o ketoprofeno, si es que los hay —solicita Dylan, mientras se acerca a Micneya.
—De inmediato, señor...
Micneya se sorprende de escucharlo, y voltea a mirarlo con cierta intriga. Al parecer, tras haberle confesado a Dylan su condición, este se percata con facilidad cuándo ella no está en condiciones, sin embargo, le preocupa que los cadetes empiecen a sospechar que ella padece algo.
Cuándo ella se dispone a reclamarle, Mayreth hace acto de presencia, acomodándose el cabello mientras camina hacia ellos.
—Espero que tengas razón y realmente te sientas bien —dice Mayreth, mirando fijamente a Micneya.
—Estoy bien, May, sólo me duele un poco el brazo —responde Micneya en voz baja.
El cadete regresa con una caja de pastillas de Ketoprofeno y se las entrega a Dylan. Posteriormente Micneya da la señal de subir a los autos para irse del sitio. Acto seguido, abandonan el lugar.
Ya bien avanzados en el camino, Micneya se toma una pastilla y se recuesta en el asiento. Mayreth, que está de copiloto, voltea a verla mostrándose un tanto preocupada.
—¿Te duele mucho? —pregunta.
—Siempre duele y lo sabes. Sólo que hay días en los que no siento dolor y otros en los que, duele mucho —responde Micneya esbozando una leve sonrisa.
—¿Cuándo se lo dijiste a Dylan? —pregunta Mayreth, volteando a ver a Dylan.
—No se lo dije, lo descubrió por sí mismo hace días.
—¿Por qué no me lo dijeron? —interrumpe Dylan.
—Porque no queríamos que te preocuparas —responde Micneya—, además, he lidiado con esto toda mi vida, lo que menos quiero es que sientan lástima por mí.
—¿Y desde cuándo May lo sabe? —pregunta el joven, sin apartar la vista del camino.
—Nos conocemos desde niñas, siempre lo he sabido —responde Mayreth, volteando a ver a Micneya—. Ambas acordamos no decírtelo.
—Lo único que no entiendo es cómo, si Mic padece eso, es tan fuerte. ¿No se supone que deberías ser más frágil? —pregunta Dylan, con mucha curiosidad.
—La verdad, ni yo lo sé, sólo sé que algo ocurrió durante los dos años de entrenamiento militar que tuvimos. No sabría cómo explicarlo —responde Micneya mirando hacia el techo—, pero puedo decir que hay momentos en los que siento mi cuerpo... diferente.
Lunes, 19 de enero.
10:11 hrs
Los autos se acercan a la entrada de Luisiana, una ciudad que en su momento fue próspera y llena de vida, pero que ahora está desolada y en ruinas. Conforme más se adentran en la ciudad, ven todo el deterioro del sitio, las calles están llenas de vehículos quemados y restos esqueletos por doquier.
Está tan destruida y obstaculizada, que los mismos no permiten que los autos avancen con libertad.
—Esto es un desastre —dice Dylan.
—Sí, realmente está destruida —comenta Micneya, mirando por la ventanilla
—¿Qué creen que pasó aquí? —pregunta Mayreth.
—Tal vez este lugar pudo haber sido un campo de batalla, estoy casi seguro de eso —responde Dylan.
—En realidad, tienes razón —prosigue Micneya—. Algunos autos están tan quemados que pudieron funcionar como "carros bomba", o algo por el estilo. Y la cantidad de huesos en el suelo, no es normal.
—¿Creen que hayan enfrentado zombis como los de anoche? —pregunta Mayreth.
—Probablemente —responde Dylan.
El equipo sigue avanzando por la ciudad, esquivando los obstáculos en su camino. De vez en cuando, utilizan el claxon de los autos esperando respuesta alguna, pero todo eso es en vano. Luisiana está completamente abandonada.
Después de unos minutos, llegan a una calle despejada, lo que les permite avanzar más rápido. Finalmente, pasan por una calle donde se encuentran lo que parece ser una catedral. Esta tiene las ventanas rojas y muchas pinturas en grafiti con palabras como: "El Apocalipsis llegó", "Dios nos ha abandonado", en inglés.
En la puerta de madera hay un escrito con pintura roja que dice "El castigo divino llegó, la evidencia está tras la puerta", lo que llama la atención de Micneya, quién se da cuenta que .
—Espera, espera —dice la joven.
—¿Y ahora qué? —pregunta Dylan.
—Necesito ver algo —responde la joven.
Dylan detiene el auto, y los tres bajan, seguido de los cadetes que rápidamente toman una formación indicada por Micneya. La joven camina hacia la iglesia, sube unas escaleras, y se percata de que la puerta está cerrada con candados y una cadena.
—¿Por qué sellarían una catedral de esta manera en pleno ataque zombi? —pregunta la joven.
—Quién sabe —responde Mayreth, mirando a los alrededores.
—Pues, somos la resistencia, vamos a averiguarlo —responde Dylan, tomando su pistola y disparándole dos veces al candado. Debido al ruido, las aves que estaban en lo alto de la catedral toman vuelo, huyendo despavoridas del lugar—. Listo, averigüemos lo que hay tras esta puerta.
—Ustedes, se quedan aquí a vigilar —ordena Micneya—, cualquier cosa que vean o suceda, llámennos.
Las cadetes asienten tras recibir la orden de Micneya, acto seguido, Dylan empuja con cierta dificultad la puerta de madera mientras sus compañeras apuntan al frente, preparadas para cualquier cosa. Sin embargo, lo que ven adentro sólo los deja sorprendidos: restos de cuerpos vestidos con túnicas religiosas, atados o encadenados a los asientos. Ingresan al interior de la catedral y se asombran más al darse cuenta de que hay más restos de infantes que de personas adultas.
—¿Qué demonios? —pregunta Micneya.
—¿Intentaron hacer un sacrificio religioso o algo así? —pregunta Dylan.
—No lo sé, pero es horrible todo en esta ciudad —responde Micneya—. Desde que llegamos sólo encontramos cosas cada vez más extrañas.
—Me da escalofríos —habla Mayreth, mirando todo a su alrededor—. En todo mi tiempo siendo una miembro de la resistencia, no había sentido tanto pavor cómo en este lugar.
—Mic, tú eres la que nos hizo entrar, ¿qué esperabas encontrar? —pregunta Dylan.
—Realmente no lo sé, personas refugiadas, o en su defecto algún zombi, pero no esto. Me dio curiosidad lo que decía en la puerta —responde Micneya mientras avanza, observando los asientos—. Tal vez estaba equivocada o...
—¿O? —preguntan Dylan y Mayreth al unísono.
—¿Y si no era un sacrificio? —pregunta Micneya, volteando a verlos.
—¿Qué quieres decir? —responde Mayreth.
—¿Y si lo que estaban atando aquí eran personas contagiadas? ¡Miren a su alrededor! Todos los restos están encadenados, y al parecer son personas religiosas.
—¿Quieres decir que lo que golpeó al mundo, pudo haber sido causado por la iglesia? —pregunta Dylan.
—No lo sé —responde Micneya—, lo veo algo improbable, pero tampoco lo descarto. En lo que sí puedo enfatizar, es que esos no son rasguños normales, las cadenas también tienen restos de mordidas. Quizá en un intento por salvar a esta ciudad, los lugareños los metieron en la iglesia pensando que estaban...
—Poseídos —responden Dylan y Mayreth al mismo tiempo.
—Exacto. Sin embargo, supongo que tal vez hubo un padre que intentó exorcizarlos, y al ver que no funcionaba, decidieron cerrar las puertas.
—Es una buena suposición —escuchan una voz provenir desde el fondo de la catedral—. No está tan alejada de lo que realmente sucedió.
El equipo se sobresalta al escuchar la voz que proviene del fondo de la catedral. Se giran y ven a un hombre no muy mayor, vestido con una sotana negra y deteriorada, caminando hacia ellos con una cruz en la mano y una escopeta en la otra. Tiene el pelo medio canoso y desaliñado, la barba larga y los ojos hundidos. Su rostro refleja una mezcla de tristeza y locura.
—¿Quién es usted? —pregunta Micneya, apuntándole con su pistola.
—Soy padre Theodor, último sacerdote de esta ciudad —responde el hombre con un español muy limitado.
—¿Qué hace aquí? —pregunta Dylan, mirándolo de forma amenazante—, una ciudad completamente abandonada, una catedral con las puertas cerradas y sólo usted es el único que está aquí.
—Lo sé muy bien, hijo. Yo los he visto. Yo los he combatido. Yo los he encerrado —dice el padre Mateo.
—¿Qué quiere decir? —pregunta Mayreth.
—Quiero decir que yo fui el que los trajo aquí. Yo fui el que los ató a las cadenas. Yo fui el que intentó exorcizarlos —responde el padre, acercándose a ellos.
—¿Está loco? ¿Cómo pudo hacer algo así? —pregunta Micneya, sin bajar el arma.
—Porque era mi deber, hija. Porque era la voluntad de Dios —responde el viejo, acercándose más rápido.
—¡Deténgase ahora! —exclama Micneya.
—¿La voluntad de Dios? ¿Qué clase de Dios quiere que se torture a sus hijos? —pregunta Mayreth.
—Un Dios justo, hijo. Un Dios que castiga el pecado y la impiedad. Un Dios que envió esta plaga para purificar el mundo —responde el padre, deteniéndose a secas.
— ¿Qué no se enteró que lo mismo que sucedió acá, también pasó en todo el mundo? —pregunta Dylan, dando varios pasos desafiantes hacia adelante—. Esto no es causado por ningún Dios.
—Sí, lo sé. Lo sé muy bien. Pero te equivocas, eso no cambia nada. Eso solo confirma que el mundo entero estaba podrido y merecía ser castigado —dice el padre, para luego alzar la cruz—. Un castigo divino se puede manifestar de muchas maneras, como lo es este apocalipsis.
Dylan se queda en silencio tras escuchar eso, mientras tanto, el padre con un movimiento rápido aprovecha que ha dejado desconcertado a todos y le apunta a Dylan con la escopeta.
—¡Suelten sus armas y entréguense como sacrificio para el creador! —exclama con autoridad.
—¡No lo creo! —exclama Micneya apuntándole—. Baja el arma al suelo y tírala hacia acá, si das un movimiento en falso, no dudaré en volarte la cabeza.
—Yo que usted, le hiciera caso, padre —dice Dylan, con un tono de voz algo jocoso.
De pronto, escuchan una voz femenina desde el fondo, hablando en inglés. El padre responde también con un tono de voz alto, y deja de apuntarle a Dylan. Posteriormente, ven a una mujer mucho más joven que el padre, salir desde el fondo, ella viste de forma más casual mientras se acerca con algo más de calma, lleva también una escopeta, pero a sus espaldas.
El trío se queda viendo la escena algo extrañados, y escuchan a los dos extraños hablar entre ellos sin quitarles la mirada. Notan que la mujer baja la mirada al hablar con el padre y su voz es muy sumisa.
Micneya entonces procede a interrumpir la conversación, hablándoles en inglés, indicándoles que ella los puede entender.
—¡Menuda mierda! —exclama el padre—. La señorita Watford no quiere que los sacrifique. Tienen suerte, hijos.
—¿Hay más personas sobreviviendo acá? —pregunta Mayreth.
—Sí, nos refugiamos en el sótano de la catedral durante las noches —responde la mujer, con un español mucho más fluido, dirigiéndose a Mayreth.
—¡Genial! —exclama Dylan—, al menos alguien está cuerdo acá.
Horas más tarde.
Tras decidir que se quedarían a investigar en ese lugar, los cadetes proceden a asegurar bien las furgonetas, luego de esconderlas en la parte trasera de la catedral según cómo la señorita Watford les ha indicado. Acto seguido, todos entran a la catedral y sólo Dylan, May y Mic van al interior del sótano.
Micneya se da cuenta que el padre no está muy a gusto con eso, puesto que su cara muestra disgusto total, luego el hombre les mira con cierto fastidio antes encerrarse en una habitación.
Por su parte, la señorita Watford les muestra el interior del sótano a los jóvenes, quienes se dan cuenta del espacio muy amplio que hay, muy similar a los calabozos de los castillos.
Conforme más se adentran en el lugar por petición de Micneya, la señorita Watford procede a responder el por qué el padre Theodor junto con otros sacerdotes y monaguillos, capturaron a personas que inicialmente presentaron el síntoma. Indicando que los ataron y encadenaron a los asientos con el fin de echarles agua bendita y exorcizarlos, pero no funcionó, debido a que el síntoma no era una posesión demoníaca, sino algo más.
Watford recalca que las personas infectadas padecían fiebre, se le brotaban las venas en el cuerpo y que muchos expulsaban espuma por la boca. Y al darse cuenta de que no funcionaba, los abandonaron allí, hasta su muerte.
—Sigo pensando que fue una idea estúpida —comenta Micneya.
—Lo es.. por cierto, señorita, usted dijo que había más sobrevivientes, pero sólo la hemos visto a usted y a más nadie —dice Dylan, mirándola fijamente.
La joven baja la mirada y les hace señas para llevarlos más al fondo.
Llegan hasta una puerta de madera, y ella golpea dos veces, se escucha otra voz femenina desde adentro hablarle en inglés, y esta responde de igual forma. Luego se escucha que mueven algunas cosas del otro lado, y finalmente abren la puerta.
El grupo es testigo de cómo la señorita Watford se abraza con la otra chica, quizá de su misma edad. De pronto, la otra joven fija la mirada en los tres jóvenes y la señorita Watford le sonríe.
—Es mi hermana, está nerviosa. Hace mucho tiempo que no vemos a nadie más que solo nosotros —dice, para hacerle señas de que entren.
Tras aquella puerta, están otras mujeres de edades similares o más jóvenes, y un grupo de niños de entre 7 y 12 años. En un principio, les parece agradable lo acogedor del lugar, pero pronto se dan cuenta de que algo no está bien. Las mujeres y los niños se muestran algo temerosos.
La señorita Watford cierra la puerta tras de sí y les explica a todos que deben estar en calma, que estas personas les ayudarán a escapar del padre Theodor.
Micneya voltea a ver a sus compañeros extrañada de lo que dice la mujer, por lo que le interrumpe.
—Cuéntanos qué es lo que está sucediendo aquí, sin reservarte nada. Quiero saberlo todo.
—No —responde la Señorita Watford mostrándose temerosa—, sólo quiero que todos escapen. Por favor.
—¿Escapar de los zombis, del padre? ¿Qué sucede? —pregunta Dylan, sin entender nada aún—. ¿Qué está sucediendo aquí?
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