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CAP 12 - Contingencia.

—Seguramente, se trata de los mismos zombis que Dylan y Greg mencionaron. Si es así, esto está saliéndose de control. Tienen hambre, y quieren comer. Es muy probable que los zombis que nos atacaron en las barricadas, también estén con ellos.

—O huyen de ellos —opina Karla—. Según recuerdo, Greg dijo que vio una horda de zombis huir despavoridas de algo. Supongo que ese mismo algo, es lo que atacó al escuadrón de Terry anoche.

—De ser así, esas cosas están queriendo devorar todo lo que encuentren, y a su vez, somos las presas de ambos tipos de criaturas. ¿Qué está sucediendo aquí? Un día estamos peleando contra zombis, y resulta que quizás no sea una sino dos especies.

—Pero, ¿Por qué una horda atacaría justo después de la otra? No lo entiendo.

—Quizá los otros sólo estaban usando a estos para probarnos, y luego atacaron para dejar un mensaje. Karla, apenas lleguemos a la base, ordena a los puestos de control fuego rápido y letal. Tenemos dos puntos vulnerables, así que tendremos que reforzarlas y prepararnos para una posible invasión.

—Será de inmediato Deiler —responde la joven.

—Debemos estar preparados para un posible ataque, necesito organizarnos bien. Esas cosas van a atacar... En cualquier momento, pero van a atacar.



Sin hacerse esperar, apenas llegan a la base Karla envía la orden de fuego rápido a los puestos de control que protegen las barricadas. Luego de ello, solicita a varios cadetes que reúnan a un grupo de personas con el fin de levantar nuevamente las barricadas destruidas.
Dos horas después, llega un soldado con un sobre proveniente desde la enfermería. El sobre contiene dos hojas dobladas por la mitad, una lleva el título de "Medicinas" y la otra lleva "Insumos y Artefactos Médicos". Karla al ver la lista se queda un tarto perpleja, jamás pasó por su mente que necesitaran tantas cosas.
Deiler toma la lista y al ver tantos nombres exhala pesadamente. Le hace un gesto al soldado, afirmando que hará lo posible por conseguir lo necesario.

—Esto está muy mal, no pensé que estuviéramos tan graves así. Pronto la comida empezará a escasear. Si mando varios escuadrones afuera, quedaremos vulnerables —continúa hablando el pelinegro—. Tengo que buscar una solución a esto rápido.

—Deiler, le diré al escuadrón de Micneya que se prepare para salir, los mandaremos a ellos por las medicinas. Que vayan tan lejos como sea necesario, pero que traigan lo suficiente.

—Bien, de igual forma ya ellos solicitaron esa misión con anterioridad. Lo otro importante, es que hemos sufrido muchas bajas, no puedo mandar escuadrones por comida y otros recursos. Quedaríamos prácticamente vulnerables ante un ataque.

—Deberías hacerlo, últimamente ha estado haciendo mucho frío, y así como los zombis, nosotros también tendremos hambre en algún momento—sugiere Karla, mirando fijamente al pelinegro—. Sin alimentos, también seríamos vulnerables.

—Al parecer no queda más que arriesgarse —responde Deiler.




Domingo, 18 de enero.
13:10 hrs


Micneya, Dylan y Mayreth llegan a la base. Deiler los espera justo en la entrada, con los brazos cruzados y a su lado, está Karla con el sobre en la mano. Los tres jóvenes caminan hacia dónde está el pelinegro quién los mira seriamente.

—Quita tu cara de malhumorado, ayer exterminamos un montón de zombis —dice Dylan, sonriendo.

—La situación no está para sonreír, ahora si estamos en problemas. No tenemos nada de medicina ni insumos médicos, por lo que su misión principal es conseguir y traer medicinas. Si consiguen un laboratorio activo, hagan lo posible por saber si están buscando una cura.

—De eso nos encargaremos —dice Micneya, mirando fijamente a Karla, quién se acerca a ella y le entrega dos sobres.

—En este hay una lista de los insumos y medicinas que necesitamos. Y en este otro, están los lugares más cercanos dónde probablemente consigan lo necesario. Traigan lo que puedan, y si es posible, más —dice Karla—. Les he asignado un grupo de ocho cadetes que ya entrenaban con nosotros desde la base aérea, y dos furgonetas. Los cadetes están esperándoles en la entrada de la barrica.

—Por mi parte está bien —habla May—. Así podrán ayudarnos en lo que respecta con el cargamento.

—En el sobre también encontrarán un mapa cuatro posibles lugares donde podrán encontrar lo que buscan. Eviten, por favor, entrar a cualquier ciudad grande —sugiere Karla.

—Y no intenten ir a Hope City, yo me encargaré de ellos —acota Deiler, mirándolos seriamente—. Los conozco bien a ustedes tres y sé lo curiosos que son.

—Deiler, ya que estaremos unos días afuera, no tenemos con quién dejar a Shiro —habla Micneya, mirándolo seriamente—. Es un cachorro obediente, pero necesita igual de atención.

—Vale, me encargaré de cuidarlo —responde el pelinegro, tomando al perro por la correa.

—Hermano —habla Dylan, acercándose a él. Le estira la mano, con intenciones de estrechar la mano—. Te prometo que todo saldrá bien.

—Sólo encárguense de la misión —el pelinegro le estrecha la mano, hablándole en un tono muy serio.

Dylan asiente con determinación, mientras May y Micneya se despiden del cachorro, posteriormente, los tres se retiran. Saben perfectamente que esta es una tarea peligrosa y arriesgada, pero también una oportunidad de demostrar que son un excelente equipo. Los tres jóvenes suben al Camaro y Dylan arranca el motor, que ruge con fuerza. Luego, se pone en marcha mientras Micneya contacta con la tropa que los espera en la salida de la barricada, a través de la radio. Estos jóvenes, equipados con el suficiente armamento, están listos y ansiosos por salir afuera y cumplir órdenes.

—Aquí Micneya, ¿me reciben? —habla la joven por la radio.

—Le recibimos, capitana. Estamos listos para salir —responde un joven.

—Bien, vamos acercándonos a la barricada. Estén atentos, apenas vean un Camaro amarillo acercarse, enciendan motores. Vamos a hacer esta misión de forma rápida y efectiva.

—Entendido —confirman todos los demás.

—Vamos allá —dice Dylan, y pisando el acelerador.


No tardan mucho en llegar a las barricadas, los jóvenes escuchan primero el motor y luego divisan el bólido amarillo, que se acerca a gran velocidad. Rápidamente suben a los autos, los encienden y entonces, los militares que custodian la entrada abren las puertas.
El Camaro sale disparado de la barricada, seguido por las furgonetas blindadas donde iban los otros cadetes, quienes gritan con euforia al salir por primera vez de misión.

El viaje comienza con ellos dirigiéndose hacia el oeste, específicamente a Luisiana. Micneya sugiere que vayan hacia esa zona, ya que está más cerca de Texas, así que van hasta allá. Viajan en convoy, manteniendo la comunicación por la radio. El Camaro de Dylan va en cabeza, marcando el rumbo y el ritmo. Las furgonetas blindadas le siguen, protegiendo los flancos y la retaguardia.

El camino hacia Luisiana es largo y peligroso. Mientras más se alejan, tienen que atravesar zonas infestadas de zombis, evitando los ataques de los zombis con los que se topan.
También tienen que sortear los obstáculos y los restos de la civilización, como puentes rotos, carreteras bloqueadas y abandonadas. Lo que los hace desviarse muchas veces del camino e incluso pensar que están por perderse.

No ven señales de ningún sobreviviente por donde pasan, más que solo abandono y muerte.

—¿Qué tal están, chicos? —pregunta Micneya por la radio, dirigiéndose a los jóvenes.

—Bien, señora —responden ellos, nerviosos y emocionados.

—No me llamen señora, llámenme Micneya. Que no soy tan mayor a ustedes. Y no estén tan tensos, esto es solo el principio. Van a ver cosas que nunca han visto, y van a aprender cosas que nunca han aprendido. Esta es una oportunidad única, y tienen que aprovecharla —responde la joven, para finalizando así la comunicación.

El día se les pasa rápido al desviarse tanto, por lo que Dylan decide llevarlos hasta una estación de servicios que divisa a lo lejos. Dylan les comenta a sus compañeras la idea de hacer una parada en ese sitio y descansar un poco. Las jóvenes aceptan y Micneya pasa la información a los jóvenes a través del radio.
Al bajar de los vehículos, se dividen en grupos de dos para poder explorar un poco los alrededores, mientras que Dylan y Mayreth exploran el interior de la tienda, notando que todo está vacío, inclusive en el almacén, de donde salen algunas ratas, siendo perseguidas por gatos.

—Todo está despejado —reporta Dylan, saliendo de la tienda.

—Sí, y en los alrededores igual —reporta Micneya, a través del radio, mientras se acerca a la posición inicial—. Descansaremos aquí, está atardeciendo y será mejor parar un poco.

—Hay que llenar los tanques —sugiere Dylan.

—Es verdad —dice uno de los cadetes.

El anochecer se hace presente, Dylan ve la hora, el reloj marca 15 para las 19:00 hrs. se pregunta en qué momento el día se pasó tan rápido. Luego de llenar el tanque, se une a los demás que están sentados alrededor de una fogata. Mayreth le pasa a Dylan un enlatado para que coma algo, el joven la toma y empieza a comer, escuchando la conversación que mantienen los cadetes con sus compañeras.

—Definitivamente, salir de misión siendo cadetes aún, es algo que no me esperaba —dice uno de los soldados.

—Por cierto capitana... ¿Qué vamos a hacer exactamente en Luisiana? —pregunta uno de los jóvenes, mirando directamente a Micneya.

—Buscaremos farmacias, supervivientes y quizá un laboratorio que esté operativo —responde Micneya, mirándolos fijamente.

—Esta es una estación de servicio, quizá haya algunos productos médicos o de primeros auxilios —dice uno de los jóvenes, observando la tienda—. Puede que nos sirvan de algo.

—Es verdad —responde Mayreth—, hace un momento Dylan y yo estuvimos dentro, pero no nos percatamos de lo que había por estar revisando si habían zombis.

—Podríamos ir a ver —sugiere Micneya—. Mientras Dylan come un poco, se puede quedar vigilando aquí con los demás.

—Vale —responde Dylan—, por mí está bien.

—Cualquier cosa, no duden en avisarme —responde Micneya.

Todos asienten, inclusive Dylan, quién esboza una leve sonrisa, para continuar comiendo. Los jóvenes dos cadetes se levantan, toman sus armas y se posicionan unos metros adelante, vigilando en ambas direcciones. Los otros se levantan también, preparándose por si en algún momento sucede algo repentino.
Uno de ellos, se dirige a sus amigos en voz baja, sonriéndoles de forma pícara.

—¿Qué les parece Mayreth? —pregunta—. Digo, es una chica muy linda, ¿no? Y muy valiente, también. He escuchado que ella es muy buena en lo que hace.

—Sí, es cierto —responde otro cadete, con el mismo tono—. Tiene unos ojos preciosos.

—Las veces que ha estado en el campo de entrenamiento, ha sido con Micneya. Dicen que son familia o algo así escuché —acota otro.

—Hermanas, eso escuché yo —responde el segundo—. Eso no importa, creo que no tiene pareja, y no me importaría invitarla a tomar algo luego de la misión, es una chica muy hermosa.

—Y con un cuerpo de infarto —acota un cuarto cadete—. Si te atreves a decirle, yo te apoyo, hermano.

—Cuando salgan, le hablaré....

La conversación de ellos se ve interrumpida cuándo Dylan tose y se levanta, tirando la lata en una cesta de basura. Escuchar esos comentarios le ha causado cierta molestia de la cual no entiende aún la razón. Hasta donde sabe, no se considera a sí mismo como alguien celoso, pero escuchar a los cadetes si hizo que su sangre hierva. Siente unas leves ganas de golpear al cadete, pero sabe que es incorrecto. Y entonces, sonríe levemente, para luego volverse a ellos.

—Y bien... Espero que estén listos para mañana —dice el joven a los cadetes—, mañana estaremos en Luisiana. Hemos evitado bien a los zombis, pero no sabemos que nos espere allá.

—Sí señor —dicen los cadetes.

Dylan continúa hablando con ellos, haciendo tiempo para que Mayreth y Micneya regresaran. Luego de un rato, ambas jóvenes salen con algunas cestas llenas de medicinas y algún que otro producto de primeros auxilios. Dylan y otros dos soldados corren inmediatamente hacia ellas para ayudarlas.

—Esto fue todo lo que encontramos, hay que subirlas en la furgoneta y bueno, ya mañana estaremos en marcha, así que será mejor equiparnos con todo lo necesario —sugiere Micneya.

—Perfecto, vigilaremos por turnos de dos horas. Somos once personas aquí ¿no? Nos turnaremos en pareja, la última guardia la hará una sola persona ¿de acuerdo? —dice Dylan, mirándolos a todos fijamente.

—¡SI SEÑOR! —responden todos al unísono, incluyendo los dos que iniciaron la vigilancia.

—Por cierto, amor —dice Dylan, dirigiéndose hacia Mayreth—. ¿Haces el siguiente turno conmigo?

La joven se sonroja y voltea hacia él, mirándolo con una sonrisa tímida e incrédula. No esperaba escucharlo decir esa palabra fuera de la casa, y mucho menos frente a un grupo de cadetes e incluso, de Micneya, quién también se ve algo sorprendida.

—Sí cariño —responde Mayreth, sin dejar de sonreírle. Marcándose aún más los hoyuelos que se forman en sus mejillas cada vez que esboza una sonrisa.

Los cadetes que hace un momento hablaban de Mayreth, se quedan boquiabiertos, especialmente el que insinuó atreverse a tomar algo con ella luego de la misión. Ellos son testigos de cómo Mayreth y Dylan se alejan, llevando una cesta hacia el Camaro.

—Sí, no son los únicos... Yo también me sorprendí —comenta Micneya, aún sorprendida.




Domingo, 18 de enero.
22:25 hrs

La noche es silenciosa, pero no tan oscura, sólo iluminada por la tenue luz de la luna creciente. Ese silencio, sólo se ve levemente interrumpido por la conversación en voz baja que mantienen Dylan y Mayreth, sentados en el suelo casi al borde de la calle, acompañados nada más que con su armamento.

—Hacía tiempo no nos sentábamos a solas para hablar, siento como si hubieran pasado años —expresa el joven, mirando al frente.

—Dylan, no puedo dejar de pensar en todo el esfuerzo que la resistencia hace por sobrevivir, son muchas personas que hay que cuidar y estamos arriesgándonos mucho, muchísimo.

—Lo sé, si te soy sincero, tengo fe de que en algún momento vamos a encontrar una cura, y esto terminará.

—Me da mucho, ¿sabes? A veces quiero retirarme y dejar de arriesgar mi vida. Simplemente no quiero continuar luchando contra los zombis, no quiero morir —se sincera la joven, bajando la mirada—. Quizá digas que soy una cobarde, pero a diferencia de Mic, yo no disfruto hacer esto. Ella es... perfecta para esto, y tú también.

—Creo que es normal que tengas miedo, yo también tengo, y te aseguro que Micneya también. Tú eres muy buena en lo que haces. No te voy a negar que también quiero dejar todo esto y escapar lejos, contigo. Pero todos están aquí luchando y yo no pienso quedarme atrás.

—¿Escapar... conmigo? —pregunta Mayreth, mirándole fijamente.

—Sí.

—La verdad, supongo que no suena tan mal eso... Quiero que todo esto termine pronto.

—Creo que todos queremos lo mismo, no descansaré hasta matarlos a todos —suelta el joven, de repente.

—Dylan, ¿no te da miedo morir?

—No... lo que me da miedo es verlos morir a ustedes ante esas cosas, y no poder hacer nada.

—¿Crees que algún día acabará todo esto? —le preguntó Mayreth, mirándolo fijamente.

—No lo sé —le contesta el joven, levantando la mirada al cielo—. Tengo fe que sí. Ojalá que algún día podamos vivir en paz, sin tener que seguir peleando por sobrevivir.

—¿Y nosotros? ¿Qué haríamos entonces? —le pregunta ella, con una sonrisa esperanzada.

—¿Nosotros? Pues... podríamos viajar por el mundo, conocer lugares nuevos. Podríamos hacer lo que quisiéramos, lo que nos hiciera felices.

—Eso se escucha muy bonito —dice May sonriendo con cierta ilusión.

—Sería muy bonito.

De repente, un rugido a lo lejos interrumpe la tranquilidad del momento. Ambos jóvenes se levantan y observan detenidamente, acto seguido, escuchan nuevamente el mismo grito, y luego muchos gruñidos y bufidos.

Los zombis van hacia ellos.
Y no parece que estén muy lejos.

—¿Qué es eso? —pregunta May, preocupada.

—Hay que alertarlos —dice Dylan, colocándose de pie—. Los zombis vienen hacia acá, hay que prepararnos.

—Sí...

Los jóvenes se apresuran en despertar a los demás, quienes preparan el armamento. Uno de ellos toma el binocular de visión nocturna, se sube en el techo de una de las furgonetas y observa. De pronto, suelta un "que dios nos proteja", puesto que divisa una horda de zombis corriendo hacia ellos. Eran muchos, tantos que no puede contarlos.

—No vamos a poder pelear contra ellos —se baja del capó—. Están muy cerca, no tardan en llegar.

—¡Ocultémonos en la tienda! —exclama Micneya.

Todos corren hacia la tienda, y luego entre todos empujan dos estantes hasta la puerta con el fin de evitar que entren. Posteriormente, se colocan en posiciones estratégicas, con sus armas preparadas; en caso de que tengan que enfrentarlos.
Desde adentro, todos pueden ver cómo los zombis llegan al sitio, corriendo, moviéndose incluso cerca de la puerta de la tienda, saltando sobre los autos, incluso, sobre el techo del lugar donde se refugian.
Pueden ver algunos mutilados, otros con heridas sangrantes y otros más completamente intactos. Algunos de ellos llevan ropas rasgadas, otros andan desnudos, pero todos tienen una cosa en común: una mirada de hambre, rabia y locura en sus ojos.

Todos sin excepción, se sienten aterrorizados al escuchar los gritos y gruñidos de los zombis.
Lo que más les sorprende a todos, es que estas criaturas tienen un aspecto delgado, desaliñado y la piel pálida, tan pálida que, con la tenue luz de la luna, pareciese que su piel tiene tono grisáceo, confirmándose finalmente que existen dos clases de zombis.
Sin embargo, ninguno de ellos se espera contemplar lo que sucedería a continuación: Entre tres zombis arrastran a uno de aspecto más salvaje, más como los que acostumbran combatir siempre. Aquel zombi emite ciertos quejidos de dolor, y trata de zafarse. De pronto, uno de ellos intenta morderlo en el brazo, y los otros dos le gruñen. Acto seguido, los tres empiezan a pelearse encima del zombi justo al frente de la tienda, al parecer, para determinar quién lo devora primero.

El disturbio es aterrador, ninguno quiere seguir viendo, pero algo les impide quitar la mirada de la escena, la cual se detiene ante el agresivo rugido de algo más.
Aquellos jóvenes, son testigos de cómo entre el tumulto de "no muertos" se abre paso uno de ellos, completamente diferente.

Un alfa.

Aquel zombi se diferencia de todos los que han visto hasta ahora: es enorme.

Fácilmente, aquel zombi puede superar los 2 mts de altura y a pesar de que también presenta las mismas características que los otros, su corpulencia es mayor, siendo bastante notoria la diferencia.
Aquel zombi camina entre todos, y se percata de los autos, lo que le llama la atención. Los demás zombis sólo observan al alfa, quién rodea los autos y luego se sube al techo del Camaro. Observa a los alrededores y finalmente, fija la mirada hacia el interior de la tienda.
En ese momento, Dylan cree que la criatura los ha pillado, y que incluso hace contacto visual con él. Siente cómo si no pudiera respirar más, su cuerpo se tensa y su cuerpo empieza a temblar.
No sólo él tiene miedo, todos allí sienten pánico. Y todo se pone peor cuándo de pronto, todas las criaturas voltean la cara hacia la tienda al mismo tiempo, como si estuvieran coordinadas, mirando fijamente al interior.

Todo está casi en completo silencio, escuchándose sólo los quejidos del zombi que yace en el suelo. Aquel gigante baja del Camaro, sin quitar la mirada de la tienda, se acerca al zombi y coloca un pie en su espalda. Una leve sonrisa se dibuja en su rostro, y aún sin quitar la vista del interior, se agacha y con las dos manos sujeta la cabeza del zombi, apretando con mucha fuerza.
Los gritos de la criatura son desgarradores. Nunca, ninguno de ellos escuchó en otro momento los lamentos de un zombi, de pronto. El gigante tira con fuerza los brazos hacia arriba, escuchándose un crujido, seguido del enmudecimiento del zombi.
Los jóvenes son testigos de cómo aquel gigante le ha arrancado la cabeza de forma sádica, para después rugir de tal manera que todos adentro se asustan y cierran los ojos esperando lo peor. Entonces, escuchan el sonido de las mandíbulas masticando y mordiendo.

Se están devorando aquel cuerpo e incluso, algunos hasta pelean por un bocado de aquel cuerpo. Ninguno quiere mirar, nadie quiere saber lo que sucede afuera.
Sólo les queda esperar y dejar pasar lo que tenga que pasar.
Después de un largo rato, que para ellos se les hace eterno, todo el sitio queda en completo silencio. 

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