CAP 5 - Malas noticias.
Deiler se queda viendo a aquel hombre perplejo, no entiende aún cómo o porqué esa persona está allí, y mucho menos sabe dónde está, por lo que voltea para observar aquel lugar, dándose cuenta que se encuentra en una sala, al parecer de una casa y que está rodeado por cuatro personas, incluyendo al hombre que le habló hace unos instantes. Lo primero que hace es levantarse lentamente y sentarse ya está acostado en un mueble, y lleva sus manos a la cara, se frota los ojos y luego los mira fijamente a todos.
—¿Anderson? ¿Qué haces aquí? ¿Y dónde estamos? —pregunta seriamente.
—¡De nada, Deiler, salvarte no fue la gran cosa! —exclama una mujer, la cual está de pie al otro lado de la sala.
Ella es una mujer que mide 1,78 cm de alto, de cabello negro y lacio, de piel muy blanca. Cuerpo robusto pero muy bien definidas sus curvas. Su nombre es Liz, y por su forma de hablar se puede notar que es alguien un tanto sarcástica y de carácter fuerte.
—Calma Liz —habla el primero en decirle algo a Deiler, luego de que este último despertara—, Deiler estamos en la casa de Liz. Estás inconsciente desde el día de ayer.
Aquel que habla, es Anderson un joven alto, aproximadamente 1,80 cm de altura, de piel morena y cabello corto, cuerpo trabajado en el gimnasio aunque un poco más delgado que Deiler. Es una persona temeraria, un poco reservado para hablar y con una actitud serena. Es del tipo de persona que trata de arreglar cualquier asunto hablando, sin llegar a discutir o alzar la voz, pero también es muy bromista, muy bueno para escuchar y aconsejar.
—¿Desde ayer? —pregunta Deiler, exaltándose y levantándose bruscamente del mueble—. No, no, no... ¿Y Liam? ¿Qué pasó con el vuelo a México? ¡Daniela! Ah —vuelve a caer en el mueble, colocando la mano izquierda en el centro de su frente—. Me duele la cabeza, ¿qué pasó?
—Ninguno de nosotros sabe qué sucedió, de hecho, nos topamos con tu auto volcado y a ti inconsciente, varios metros de él, como si te hubieras arrastrado en el suelo —habla otro sujeto, con una voz grave, sin embargo, su forma de hablar es algo afeminada—. ¡Qué horrible fue! Te juro que pensamos que estabas muerto.
—Saben que yo no soy tan fácil de matar—responde Deiler a ese comentario, luego sonríe levemente— ¿Y a dónde iban ustedes?
—Recibimos una llamada de la madre de Liam, porque no llegabas y nosotros también íbamos para el aeropuerto para encontrarnos contigo. ¿Si recuerdas que nos avisaste dónde nos veríamos? —responde otro de los muchachos que estaba allí en la sala.
—Sí, sólo que... no recuerdo qué más pasó ahora —suspira y observa a Anderson—. ¿Vieron a mi familia?
—Lo siento Deiler, no llegamos hasta allá.
—Ninguno de nosotros sabe algo de nuestras familias hace semanas —habla otro de los muchachos que allí estaba, de la misma altura de Deiler (1,75 cm), mucho más musculoso, piel morena y cabello trenzado en forma de "dreadlocks"—. Hemos dado por hecho que han muerto, y supongo que deberías hacer lo mismo.
—No —responde tajante Deiler, levantándose del mueble—. Iremos hasta allá, a mi casa, y si no están vivos, buscaremos cómo salir de aquí. Seguramente Dylan y Daniela ya están en México y...
—¿México? —pregunta el moreno—. ¿Mandaste a Daniela tan lejos?
—Sí, Jesua, a México. Allá está a salvo, Dylan también está allá y él tiene amistades que les pueden auxiliar un tiempo —responde, rascándose la nuca mientras estira un poco los brazos—. Me cuesta admitirlo, pero a veces agradezco haber conocido a ese chico, Daniela está mejor allá que aquí.
Miércoles, 20 de julio.
15:30 hrs
El grupo parte directamente hacia la zona donde está ubicada la casa de Deiler, llueve mucho por lo que el camino se torna en algunos momentos tedioso para el pequeño Fiat Palio de color azul en el que iban los cinco jóvenes. En varias ocasiones casi pierden el control del vehículo al esquivar contagiados durante el trayecto, atropellando a muchos de ellos a medida que avanzan hacia su destino.
Finalmente llegan a la zona donde Deiler ubica su casa, y sólo ven cuerpos en el suelo destrozados y en estado de putrefacción, esto causa un impacto en Deiler quién inmediatamente baja del auto en un acto desesperado y corre en dirección hacia la que es, o era, su casa.
—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede estar pasando! —corre hasta la puerta de su casa y cuándo intenta golpearla, se da cuenta que no está cerrada—. ¡Liam! ¡Liam! ¡Abre la puerta, Liam!
Imagina lo peor, sube rápidamente a la habitación y no encuentra nada, la casa está destrozada. Empieza a buscar en todas las habitaciones, esperando que Liam esté oculto junto con su madre en algún lugar, pero nada. Resignado, Deiler baja a la sala, notando que sus compañeros ya están ahí con sus armas preparadas.
—Estás loco —reclama Jesua—, con esas cosas merodeando ahí afuera, tú te metes a esta casa sin protección ni armamento alguno.
—Eso no importa ya —responde Deiler, terminando de bajar las escaleras y sentándose en el último escalón—, no están y no puedo evitar pensar en si están muertos o...
—Huyeron —responde Liz tratando de consolarlo—, seguramente huyeron y están a salvo. Ahora... nosotros tenemos que irnos, aquí estamos expuestos a...
Liz se queda fijamente mirando a la cocina, todos voltean hacia donde ella miraba y notan a una mujer observándolos fijamente. Esta se había sentado sobre la mesa del comedor sin causar ningún ruido. De sus ojos corre sangre, sus pupilas están completamente dilatadas y tiene rastros de sangre por todo el cuerpo.
—Carajo, carajo ¡Díganme que no soy el único que está viendo esto! —exclama Anderson, retrocediendo paso a paso.
La mujer los observa y esboza una sonrisa, macabra, ladea la cara de forma exagerada, a tal punto en que pareciese que su cuello va a desprenderse por lo tan inclinada que tiene la cara. Es entonces cuando suelta una pequeña risa. Jesua y Anderson apuntan sus armas hacia ella dispuestos a matarla, pero son detenidos por Deiler.
—¡Esperen, no la maten! —El muchacho observa a la mujer y nota algo extraño en ella.
—No es como los otros... Aún no ha perdido la cordura por completo.
—¡Ay! ¿¡Ahora eres experto en caníbales!? —exclama Anderson, sin dejar de apuntarle.
—No, pero he estado muy cerca de esas cosas y ella no nos ha atacado —comenta Deiler acercándose lentamente hacia la cocina, sin dejar de mirar a la mujer—, tal vez sepa si...
Ella grita repentinamente aturdiendo a los muchachos, y salta de la mesa en dirección hacia Deiler, buscando morderlo. Este la toma de los brazos y forcejea con ella, cayendo al suelo. Ante esto, Anderson le dispara varias veces, matándola en el acto.
—¡Dios santo! —exclama Liz, horrorizada— ¿Estás bien Deiler?
Deiler se levanta del suelo, manchado por la sangre de la mujer. Se limpia la cara y los labios con la camisa.
—¡Por poco no la cuento! Puaaj, me cayó de su sangre en la boca —escupe varias veces, y luego va a la cocina para buscar lavarse la cara, abre el grifo—. ¡Genial! No hay agua.
Abre la nevera y saca una jarra con agua, finalmente se lava la cara y la boca.
Un grito similar al que hizo aquella mujer se escucha afuera en la calle, y luego otro, y otro. Finalmente se escuchan muchos gritos desgarradores tanto cerca como lejos, Jesua voltea y se da cuenta de que en la entrada hay un contagiado observándolos fijamente, por lo que dispara, matándolo en el acto y cierra la puerta.
—¡Maldición Deiler! ¡Ahora vienen más! —exclama.
Una angustiada Liz se acerca a la ventana observando que se acercan muchos contagiados corriendo.
—Hay que sellar la puerta y evitar que...
—¡No! –exclama tajante el pelinegro—. Tenemos que salir, ir al vehículo y largarnos de aquí. Si nos quedamos, moriremos.
—Deiler tiene razón —acota Jesua, revisando sus cartuchos—, la mejor opción que tenemos es irnos de acá y buscar ayuda...
—¿No tienen algún arma para mí? —pregunta Deiler—. Perdí la mía, no sé dónde.
—La verdad contamos sólo con las nuestras, y tampoco es que tengamos muchas municiones —comenta Liz.
Deiler exhala con cierto grado de frustración, se lleva las manos a la cabeza y trata de pensar en algo, de aclarar su mente. No tiene forma de comunicarse con la madre de Liam ya que también perdió su celular, tampoco tiene un arma para defenderse y no ser un estorbo para sus compañeros.
—Bien, bien, esta es la situación: Estamos atrapados en mi casa, y hay contagiados, zombis, criaturas o lo que sean esas cosas allí afuera queriendo entrar a matarnos ¿Okay? Bien, tenemos que llegar al auto, sin embargo, uno tiene que ser distracción para que los demás puedan subir al vehículo y que el camino no se vea obstaculizado.
—¿Por qué? ¿Por qué no salimos todos? —pregunta Liz.
—Tu auto es muy pequeño y ligero, una horda completa puede volcarnos y matarnos allí. Yo seré quién los distraiga, conozco perfectamente esta zona, si ustedes siguen la calle por donde vinimos se darán cuenta de que hay unas escaleras que dan con la vía, espérenme allí.
—Deiler toma —Liz se acerca a él y se quita el chaleco antibalas y se lo da, junto con su arma y dos cartuchos—, necesitarás esto más que yo.
Deiler la mira fijamente y sonríe de medio lado, respira profundo y se coloca el chaleco, quita el seguro de la pistola y se dirige hacia la puerta.
—Por favor, no mueras —le dice Liz.
—No soy tan fácil de matar, y lo saben.
Abre la puerta y dispara, asesinando con precisión a dos contagiados, para luego empezar a correr calle arriba y gritar con fuerza, llamando la atención de ellos. Efectivamente, los estos cosos corren tras de él, persiguiéndolo por un callejón que lleva directamente hacia otra calle, los disparos se escuchan por toda el área, cosa que atrae a más de ellos hacia Deiler.
El joven empieza a subir unas escaleras, corre lo más rápido que puede y se topa con varias criaturas en el camino, asesina a dos frente a él y luego, al verse rodeado, salta desde el borde de la escalera hasta el techo de una casa ubicada varios metros al lado de la escalera. Al caer, inmediatamente asesina a varios que le persiguen y se levanta, corriendo hacia el otro extremo del techo, allí se da cuenta que las casas alrededor no tienen un techo de concreto si no de tejas o zinc, a parte, voltea nuevamente para darse cuenta que más contagiados lo rodean, por lo que empieza a dispararles matando los más puede hasta que queda sin balas.
—¡No es cierto!
Se ve rodeado por muchos de ellos, por lo que da varios pasos hacia atrás, mientras se replantea en su mente saltar a uno de esos techos sin importar el riesgo. Un paso más y se da cuenta que está al borde del techo.
—Que sea lo que Dios quiera...
Disparos.
Los diez contagiados frente a él caen ante sus ojos y puede ver en la escalera a Jesua, quién agitado le hace señas para que lo siga. Deiler exhala aliviado y le sonríe, acercándose lo más rápido que puede. Jesua le tiende la mano y Deiler la toma, logrando así llegar hasta la escalera con ayuda de su compañero.
—Gracias viejo, de verdad estaba considerando saltar.
—¿En serio ibas a hacerlo? ¡Estás loco! —comenta Jesua, riendo— ¿Y ahora hacia dónde?
—Sigamos subiendo, allá luego corremos calle abajo, y bajamos las escaleras que llevan hacia donde nos deben estar esperando los demás —responde Deiler.
—Entendido.
Anderson ya estaba angustiado por no saber de sus compañeros cuándo de repente escucha a Deiler gritar a lo lejos. Es entonces cuando grita el nombre de "Elinyer" ordenándole abrir la puerta para sus compañeros.
Elinyer, es el nombre del cuarto sujeto que Deiler vio al despertar, al igual que Anderson y Jesua, tiene la piel morena, es de la misma altura que Deiler y Jesua (1,75 cm), a parte, tiene el cabello oscuro y lacio, el cual llega hasta sus mejillas, cuerpo definido y trabajado en el gimnasio. Es una persona alegre, carismática y muy directa al momento de hablar. Junto con Anderson, Liz y Jesua, son compañeros de Deiler en el campo laboral, siendo también funcionarios policiales en el área de criminalística. Ese grupo lleva años conociéndose ya, por lo cual saben entenderse y trabajar en equipo, siendo claramente Deiler el funcionario con mayor rango.
Elinyer sale del auto para abrirle la puerta a sus compañeros que bajan corriendo las escaleras, estos al llegar entran y Elinyer es el último en entrar y cerrar.
—¡Vámonos, vámonos, vienen más de ellos! —exclama Jesua.
Así, Anderson acelera el vehículo y huyen del lugar.
Sábado, 23 de julio.
11:30 hrs
Daniela revisa su teléfono mientras exhala con cierto desdén, lleva varios días sin recibir reporte alguno de Deiler y esto hace que empiece a pensar en lo peor. Trata de socializar lo más que puede con los muchachos con el fin de distraerse un poco y ser más optimista. A parte, le ha dado esperanzas a Dylan de que Deiler volvería con su familia, por lo que siente que debe mantenerse firme a su palabra.
—¡Oigan chicos! —grita Dylan desde el baño—. ¡Tengo malas noticias! ¡Ya no hay agua!
—Dylan, esas no son malas noticias —exclama Daniela riendo, mientras baja las escaleras hacia la sala.
—¡Tampoco hay agua en el tanque! —vuelve a gritar.
—Esas si son malas noticias —dice Daniela, volviendo a reír.
—¡Muchachos! —exclama Gabriel desde la sala, ya que estaba ordenando sus cosas mientras escuchaba la radio de su teléfono—. ¡Chicos vengan rápido!
Todos acuden al llamado de Gabriel en la sala y este sube el volumen del radio un poco, todos allí se quedan en silencio escuchando con atención.
–"...así que debido a lo sucedido esta mañana en varios estados del sur de México, el presidente del país ha decidido cerrar las fronteras. Le pedimos a todos los ciudadanos no salir de sus casas hasta que las autoridades determinen que no hay peligro alguno y que se podrá seguir con las actividades cotidianas."
—¿Qué sucedió? —pregunta Dylan completamente preocupado.
—Hay muchos contagiados, declararon todo el sur de México como pérdida total —responde Gabriel, con desánimo.
—Si cerraron las fronteras puede que Deiler...
—No lo digas Daniela —interrumpe Moisés—, vendrán, y tú lo sabes bien.
Tocan a la puerta, de inmediato Dylan va y abre la puerta con cuidado, y al ver que se trata de Micneya y Mayreth abre la puerta en su totalidad y les deja entrar.
—¿Están bien? —pregunta Micneya abrazando al joven.
—Si —responde el muchacho—. ¿Ustedes cómo están?
—Nosotras bien —responde Mayreth, saludando con un beso en la mejilla al muchacho—. Fuimos desde muy temprano al Centro de Control y preguntamos por los nombres que nos dieron. Sólo hay uno, es el de su amigo, Deiler creo que es el nombre.
Al escuchar el nombre, Daniela exhala con alivio e intentando contener la emoción, observa a Dylan quién no muestra expresión alguna en su rostro.
—¿Estás segura que no estaban los otros nombres? —pregunta Moisés, acercándose a May y sujetándola por los hombros—. De los tres nombres que te dimos ¿Sólo estaba el de Deiler?
—Sí, es que... —responde Mayreth asustada por cómo Moisés reaccionó.
—¡Oye imbécil! —exclama Micneya, colocándole la llave justo en el cuello a Moisés—. Más te vale que quites tus manos de ella.
Moisés al verse sorprendido por la reacción de Micneya, suelta a Mayreth con delicadeza, y luego ambos observan a Dylan quién observa a Moisés con enojo en la mirada. Mayreth de inmediato se acerca al joven y lo abraza.
—Tal vez, sólo tal vez...
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