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CAP 27 - Peticiones.

—¿Por qué tantos autos? —pregunta Daniela, sin entender nada.

—Mientras más seamos, más posibilidades hay de cuidarnos entre todos muchachos —responde Oscar colocándose unos lentes de Sol.

Ya listos, inicia la travesía de regreso a la base.
Aunque en un principio muchos suponían que el trayecto se tornaría tedioso, terminó siendo un poco vistoso debido a las ocurrencias de los chicanos y sus coches. Especialmente por el hecho de que muchos seguían el ritmo de la canción "Lowrider" de Cypress Hill, balanceando sus autos de arriba abajo sobre sus ruedas traseras.
Para nadie es secreto que ver aquel espectáculo es algo muy llamativo y curioso, de hecho, quizá si el mundo no estuviera pasando por ese caos, este sería un espectáculo demasiado vistoso y atractivo.

Por un momento, gracias a los chicanos se relajaron un poco y viajaron tranquilamente. Después de todo, quizá no es tan mala idea moverse de locación, a las personas de la base les hace falta relajarse un poco y desenvolverse en un diferente entorno, ya son dos años encerrados en la base. El único problema, quizá, sea la estúpida ley que Oscar tiene allá.

El viejo Weedsucker respira pesadamente observando a través de la ventana, siente la brisa acariciar su rostro, luego voltea a ver a Dylan, quién se ve algo más tranquilo.

—¿Te sientes feliz, chico? —pregunta.

—Algo, sí. Solamente que aún estoy pensando en lo que dijiste sobre los contagiados.

—No lo pienses mucho, chico. Pero ¿a qué te refieres?

—A eso de que los grandes poderes políticos y científicos sabían sobre esto y aun así no hicieron nada. ¿Sabes cuánta gente hemos perdido?, ¿Cuántas personas inocentes han muerto?

—Espera, no afirmes nada, chico. Son sólo conjeturas mías, pero sé de muchas cosas que no creerías.

—Soy muy crédulo, a decir verdad —responde el muchacho, sin quitar la vista del camino—. Me gustaría saber lo que tú sabes.

Greg lo mira seriamente, y luego voltea la cara de nuevo hacia la ventana. No dice nada más.
Ante esa acción, el joven exhala pesadamente. Por su mente corren muchos pensamientos, uno de ellos, que aquel anciano posee más información de la que cualquiera puede imaginar y que quizá él sepa de algo. No obstante, tampoco sabe cómo sacarle información a alguien como él, concluyendo en que quizá él no pueda pero alguien como Micneya si podría, para Dylan, ella es la persona más lista que conoce.




Jueves, 28 de enero.
18:30 hrs.


Kevin presiona el botón del claxon del camión en repetidas ocasiones, dicho sonido llama la atención de los soldados que vigilan las puertas, quienes fijan la mirada en el vehículo que se acerca.
La escena es magistral, el silencio que hace unos momentos se apoderaba del indeciso color del atardecer cuya hora precede al crepúsculo, se interrumpe por el sonido del claxon y la imagen lejana del camión, junto con los demás autos a su alrededor.

—¿Qué demonios? ¿Serán ellos? —se pregunta uno de los soldados en voz alta.

Uno de ellos agarra unos binoculares y observa a través de los mismos, esbozando una enorme sonrisa que no puede contener.

—¡¡Santo cielo, si son!! ¡¡El escuadrón uno ha regresado!! —exclama con euforia—. ¡¡El escuadrón número uno ha regresado y con ellos traen una flota de autos!!

—¿Cómo dices? ¿El escuadrón número uno? ¡Los creían muertos! —responde uno de sus compañeros.

—¡¡Avísenle al comandante, el escuadrón ha regresado!! —vuelve a exclamar el primer soldado.

—¡¡Abran las puertas!! —exclama otro.

—¡¡Entendido!! —responde uno desde el control, preparándose para abrir.

La flota finalmente llega hasta las puertas de la base, mismas que ya están abiertas, permitiéndole el ingreso a todos. La mirada de Oscar al ver aquel lugar, al principio es de asombro y luego se torna un poco más ambiciosa, el cangrejo, en cambio, se muestra algo intimidado por cómo está tan bien organizado el lugar y la cantidad de militares allí.

Detienen los vehículos, y se disponen a bajar. Un grupo de militares los rodea y entonces empiezan a aplaudir cuándo ven salir a todos los tripulantes del escuadrón de los vehículos, y se sorprenden más al ver bajar a los chicanos, aplaudiéndoles también.

—Sonrían muchachos, sonrían —dice Oscar a sus hombres—, no está tan mal este lugar.

Anderson saluda a todos con mucha alegría, puesto que por primera vez en tanto tiempo extrañaba estar en la base.
En medio de todo aquello, muchas más personas se acercan al sitio para saber qué sucede, sorprendiéndose algunos y emocionándose otros. Es entonces que llegan tanto Linares, como Harold y Karla, junto con dos soldados más, sobre un Jeep militar descapotado. Se abren paso entre las personas y entonces, captando la atención de todos los presentes, Harold se acerca unos metros ante los soldados del escuadrón.

Karla al verlos siente un gran alivio y mucha alegría, puesto que la responsabilidad de esa misión estaba sólo sobre los hombros de ella, quién les permitió la salida aun habiendo notificado a Harold. Luego de sonreír por un momento, carraspea la garganta y se acerca a todos un poco más que su padre, mirándolos a cada uno con una seriedad que llega a ser intimidante.

—¡Me parece una falta de respeto perderse por tanto tiempo, capitán Deiler! Los habíamos declarado muertos, creímos que sería una gran baja para la protección de esta base —habla Karla con autoridad, drenando con las palabras todo lo que sintió en este tiempo—, no obstante, los veo llegar como si fueran un grupo de héroes que sobrevivieron a la guerra, ¡nefasto!

—Señorita Karla, de hecho, si sobrevivimos a una guerra —habla Dylan, interrumpiendo la palabrería de Karla delante de todos.

—¡Cállate idiota! —exclama Moisés ante la imprudencia del joven, dándole un fuerte zape—. Perdónelo, ya sabe que está bien imbécil.

—Pero...

—Él tiene razón en parte —habla Liz dando un paso al frente y realizando el saludo militar—. Sé que hemos estado afuera por varios días cuándo se supone que la misión sería ida y vuelta, pero, nos hemos topado con muchas situaciones que nos han atrasado en el regreso.

—¿¡Cuatro días!? —exclama Karla.

—Karla, Comandante Harold —habla Deiler—. Logramos encontrar un pueblo afuera, es lo suficientemente grande y tiene un terreno amplio para poder albergarnos a todos.

—¿Ah sí? —pregunta Linares, notando que Harold sólo se mantiene en silencio—. ¿Cómo sabremos que no hay contagiados allá?

—Porque...

—Porque somos gente de ese pueblo, Los Santos los esperan —habla Oscar, interrumpiendo a Deiler, caminando directamente hacia dónde están ellos, sin embargo, no mira a ninguno de los militares, si no a Karla, con cierto descaro.

Harold da un paso hacia adelante, esto llama la atención de Oscar, quién fija su mirada en él, sintiéndose intimidado por cómo Harold lo observa, es como si quisiese decirle con solo mirarlo que ni siquiera se le ocurra hacer lo que sea que tenga en mente.

—Dígame —habla Harold—. ¿Tú eres?

—El jefe de los Santos, Oscar "El Salvaje" Pérez, a sus servicios —responde de manera burlesca.

—Comandante Harold —habla Deiler, dando un paso adelante—. Tengo una idea muy grande que podría traer beneficios para todos. De hecho, traje a estos hombres con el fin de poder iniciar una alianza.

—Te escucho —responde Harold, observando a Deiler mientras levanta una ceja.

—No obstante —prosigue hablando el pelinegro—, todos mis compañeros y yo estamos realmente muy exhaustos, quisiéramos poder descansar de todo lo que hemos pasado estos días, asearnos y, más tarde, poder reunirnos sólo los líderes para hablar.

—Siempre usando las palabras precisas para poder obtener lo que quieres, capitán. Perfecto, no obstante, todos ellos irán a la torre uno de una vez, en dos horas, quiero el reporte de misión. Nos reuniremos mañana a primera hora para escuchar tus planes.

Deiler asiente, y todos hacen un saludo. El comandante se da la vuelta y se retira junto con Karla, quién echa un último vistazo al escuadrón, antes de subir al jeep y retirarse del lugar. Es entonces que las personas vuelven a aplaudirles, Deiler y Daniela se abrazan y besan. Los demás se estrechan las manos, finalmente están en la base, con vida. Livia abraza a Gabriel, al mismo tiempo que Dylan abraza con todas sus fuerzas a Mayreth y le da un beso en la frente.

—P-pero Dylan ¿Y esto? —pregunta la joven, sorprendida por la acción del muchacho.

—Estoy feliz de que todos estemos bien.

Micneya sonríe ante la escena, posteriormente interrumpe ese abrazo tocando el hombro a Dylan, quién voltea y recibe por sorpresa una fuerte bofetada por parte de su amiga. Mayreth se sorprende e inmediatamente empieza a reírse por lo ocurrente que resulta la escena en ese momento.

—¡Serás menso! —exclama Micneya, su tono de voz es una mezcla entre enojo y alivio—, por un momento realmente creímos que habías estirado la pata, no manches.

—¡Es que fue parte del plan! —exclama Dylan, sobándose la mejilla—. Fue algo improvisado, sólo que... Ninguno de ellos estaba dispuesto a hacer el trabajo sucio.

—A pesar de eso, a mí realmente me iba a doler perderte, no sabría cómo seguir adelante sin tus ocurrencias —confiesa Mayreth acercándose a él, y besándole justo donde Micneya le golpeó, para después darle un suave golpe en el pecho y seguir hablándole, con su voz suave y su manera de hablar tan calma y tranquila—. Definitivamente tú estás mucho más loco que tus amigos.

Dylan se queda en silencio y asiente con la cabeza, entonces sus ojos divisan a unos cuántos metros por detrás de la espalda de Micneya al viejo "Weedsucker", quién observa todo a su alrededor en completo silencio y con mucha calma. Al verlo, recuerda lo que por un momento pasó por su mente cuándo venían de regreso. Inmediatamente, se separa de sus compañeras y se acerca al anciano, insistiéndole en que quiere presentarle a alguien. Ambos vuelven a dónde están May y Micneya. El anciano las ve y exhala, bajando la mirada. No quiere hablar con nadie más, aun así, con la insistencia de Dylan, acepta hablar con ellas.

—Mic, quiero presentarles a alguien... Él es...

—El viejo "Weedsucker" —finaliza Micneya—. Sí, lo vi... Soy Micneya, un gusto, ella es mi amiga Mayreth.

—Un gusto señor —continúa Mayreth, presentándose con una sonrisa.

—El gusto es mío, mi nombre es Greg. Por cierto chico, ¿Por qué me presentas ante tus compañeras? —voltea el anciano en dirección a Dylan, quién sonríe con algo de emoción.

—Porque tengo el presentimiento de que tú y Micneya se van a entender muy bien.

—¿Y eso por qué? —preguntan Micneya y Greg al mismo tiempo.

—Pues porque usted tiene muchas teorías conspirativas referentes a lo que sucede con los contagiados en estos momentos y Micneya es la persona más lista que conozco. Sabrán entenderse.

—Teorías no, simplemente conjeturas mías —corrige el anciano—. Solamente porque te dije lo de los políticos y científicos, ya crees que tengo la verdad.

—No es tan descabellado, he estado pensando mucho en eso, posiblemente se desató gracias a un experimento mal realizado, quizá al principio lo mantuvieron en secreto sólo que no esperaban que se saliera todo de control —responde Micneya.

El anciano al escuchar su respuesta, sonríe más por sorpresa que por felicidad y ambos empiezan a conversar. Por otra parte, Dylan divisa a Deiler y se acerca a él con el fin de estrecharle la mano. Deiler se detiene por un momento, lo mira con aprobación, admitiendo para sí mismo que, aunque sigue siendo imprudente, realmente se esfuerza mucho por lograr los objetivos en cada misión, mostrando un compromiso muy grande con todos.

—Nada mal Dylan, nada mal.

—Capi, cada vez estamos un paso más cerca de encontrar una solución a esto y poder liberarnos de los contagiados —dice el joven, sonriéndole a su amigo.

—Sí, creo que empiezo a creer en tus palabras —estrechando su mano—, a ustedes les toca descansar. Yo me encargaré de todo de ahora en adelante.

—Espera...

—¿Qué sucede?

—Deiler quiero que al presentar el informe, solicites una audiencia al público, quiero hablar. Si te parece, puedes hacer todo lo demás tú, pero yo quiero hablar y presentar a nuestra "amiga".

—¿Estás seguro de eso? ¿Y por qué una audiencia pública? No voy a permitir que digas una tontería y comprometas la alianza o al equipo—advierte Deiler, tratando de no comprometerse.

—Lo sé, lo sé perfectamente. Pero esta vez estoy pensando con cabeza fría todo lo que diré, por eso quiero hacerlo.

—Si tan solo no fueras tan imprudente... Pero está bien, sólo, no lo arruines —dice el pelinegro, sin entender las palabras del joven.

—Tranquilo, déjamelo a mí —finaliza el joven sonriendo.




Jueves, 28 de enero.
20:40 hrs.


Deiler termina de dar el reporte de la misión, Harold exhala con cierta molestia por todo lo que ha escuchado, especialmente por las bajas y el tiempo que perdieron estando allá. Pero también admite abiertamente el sentirse aliviado y agradece que aún están con vida. Linares da por hecho que deben mantenerse en descanso y sugiere que los demás escuadrones deberían salir a explorar más terreno. Harold medita la sugerencia de Linares, entonces, Deiler interrumpe.

—Comandante Harold, Subalterno Linares, quiero proponer algo mucho más factible y más prometedor que el hecho de salir a misiones.

—¿A ver? —pregunta Harold, con curiosidad.

—Nosotros estuvimos encerrados durante casi cuatro días en un pueblo, cuya población es menor a la que hay aquí en la base. El territorio del lugar es lo suficientemente amplio para abarcarnos a todos nosotros, por lo que sugiero... un traslado.

—¿¡Un traslado!? —se levanta linares de su asiento, exclamando con fuerza—. ¿Acaso tienes idea de la magnitud del disparate que estás sugiriendo?

—No es tan descabellada la idea —comenta Karla, observando a su padre—. Sí, es verdad que suena loco trasladar a casi novecientas personas a otro territorio, costaría mucho combustible y no contamos con muchos vehículos. Pero de ser así, y de haber los recursos necesarios para nuestra supervivencia, estaríamos ahorrándonos muchos problemas en el futuro.

—Si es que lo hay —responde Harold, posteriormente, dirige la mirada a Deiler—. Respóndeme algo, Capitán de escuadrón: ¿Crees que valga la pena arriesgarnos a ese traslado? Has estado afuera, has enfrentado muchos momentos difíciles... ¿Crees que vale la jodida pena? Te recuerdo que tú me pediste una misión para conseguir un laboratorio y buscar la cura... ¿Crees que todas esas peticiones valdrán la pena?

—Lo creo, y no sólo yo... Lo creen todos mis compañeros.

—Dylan —dice Karla en voz baja.

—¿Jhmmm? ¿Quién es ese Dylan? —pregunta Linares con curiosidad.

—¿No es ese el chico al que casi matan a golpes mis hombres hace años? —pregunta Harold.

—Sí ese mismo —responde Karla—, es un soldado engreído, impulsivo e inmaduro. No sé cómo quedó entre los diez mejores soldados, y cómo aún sigue con vida.

—Tiene agallas —responde Deiler—, de hecho, él quiere una audiencia pública. Tiene ansias de presentar una idea o algo así, ni yo sé bien qué es lo que tienen en mente, pero me pidió con insistencia que le solicitara eso con urgencia.

—Veamos qué tiene en mente —responde Harold, voltea hacia Karla—, solicita una audiencia para dentro de tres días, con todos los escuadrones. El punto de reunión será a quinientos metros de la zona de entrenamiento de tiro. Es el lugar más amplio. Linares, quiero una reunión para mañana con los visitantes, ya estoy demasiado agotado, por último, prepara todos los vehículos posibles para el traslado.

—Vale —Karla hace un saludo militar y se retira.

—A sus órdenes, comandante.

—No sé qué se traigan en mente, capitán, pero están haciendo lo correcto. Buscar soluciones. Yo mismo planificaré cuándo y cómo se hará el traslado, tienes mucha razón. Nos iremos de aquí. Ahora retírese —finaliza.

Deiler no dice nada más, hace un saludo militar y se retira.
Luego de un rato, llega hasta la tienda, se encuentra con Dylan quién está afuera junto con Moisés, sentados en el suelo, al parecer llevan rato esperándolo. El joven al notar que el capitán se acerca a ellos, alza la mirada y hace un ademán con la mano, por su parte, Moisés voltea también y se mantiene expectante.

—En unos días harás tu audiencia, por favor, no nos comprometas.

—¿Exactamente cuándo? —pregunta Dylan.

—El domingo por la mañana, así que tienes dos días para poder preparar algo bien y que por favor lo que vayas a decir, no sea una tontería.

—Confía en mí —dice Dylan, sonriendo con confianza.

—En estos momentos, ni yo lo hago —dice Moisés.

Ambos, Deiler y Moisés se ríen, Dylan por su parte, mantiene un semblante tranquilo. Su sonrisa es un poco más leve, demostrándoles que está tranquilo a pesar de todo.
Deiler suspira y mira hacia el horizonte, nota que los demás vienen acercándose al lugar. Sus compañeros, con los que inició este viaje de supervivencia, y su amada. Anderson lleva en la mano uno de los collares que Elinyer solía usar, ya que es lo único, además de algo de ropa, que queda de él.

—Amor, todo esto es lo que pudimos conseguir —comenta Daniela.

—¿De qué? —pregunta el pelinegro extrañado. Su rostro es claro indicador de no entender a lo que Daniela se refiere.

—Decidimos reunirnos todos aquí y pasar el rato —habla Liz, bajando la mirada—, perdimos a uno de nosotros. Y la verdad si nos hemos sentido afligidos por ello.

—Es una lástima no darle un funeral digno, ni siquiera sabemos dónde está su cuerpo, pero deberíamos honrarlo por lo menos —dice Gabriel.

—Bueno, sí, es verdad —admite Deiler—, creo que todos acá tenemos que brindarle un minuto de silencio y respeto al nombre de nuestro compañero. Sabemos que allá afuera nos espera la muerte, no sabemos dónde, ni cuándo, pero es más que seguro.

—Aun así, pienso no debemos rendirnos, ni afligirnos por aquellos que dieron la vida para que estemos un día más en este mundo aún con vida —continúa Daniela, tomando la mano de Deiler y sonriéndole amablemente—. No todo está perdido.

—Eso es cierto —habla Anderson—, nadie ha muerto en vano, ninguno de nuestros compañeros de escuadrones, ni Elinyer, ninguno. Tenemos que honrarlos sobreviviendo, luchando y peleando por sobrevivir cada día.

—La verdad tengo miedo de morir —admite Dylan, alzando la mirada al cielo, observando las estrellas que brillan intensamente—, pero en el fondo sé que lograremos encontrar la manera de librarnos de esta pesadilla, la pesadilla que los contagiados han traído al mundo.

—Si tan sólo pudiéramos conseguir la razón del porqué todo el mundo se volvió loco, y si solamente esto ocurrió en toda América —dice Jesua.

Mayreth y Micneya llegan agitadas al lugar, todos voltean a verlas extrañados a lo que Livia se acerca a ellas, preocupada.

—¿Y a ustedes qué les pasó? —pregunta Dylan.

—El anciano weedsucker —habla Mayreth, luego toma una bocanada de aire.

—Él dice que fue mala idea haber traído al contagiado acá —continúa Micneya—. También dice que nada es lo que parece ser realmente, y que el misterio que está detrás de los contagiados puede ser mucho más cruel de lo que a simple vista se ve.

—¿A qué se refieren ustedes dos? —pregunta Deiler, mirándolas seriamente.

—Quizá les parezca algo loco lo que les diré, e incluso fuera de lugar pero... cuándo estuvimos hablando con el señor "Weedsucker", él dijo algo que me causó mucha curiosidad y no sé qué signifique realmente.

—¿Y eso qué es? —pregunta Micneya curiosa, ella también estuvo ahí, sin embargo, no entiende a lo que se refiere su compañera.

—Los políticos corruptos y los científicos codiciosos. Todos viendo las cosas desde un punto de vista diferente, pero tienen algo en común al final —responde Mayreth, ahora menos agitada.

Deiler se queda en silencio, analizando esas palabras. ¿Qué habrá querido decir el anciano con eso? ¿Acaso hay algo que todos allí desconocen completamente? ¿Qué tanto sabe él y porque incluye a la religión en este asunto? Algo si es seguro, nadie sabe realmente cómo o porqué inició este apocalipsis, nadie sabe qué pasó con las personas allá afuera y porqué de repente se volvieron agresivos y salvajes.

—Necesitaré hablar con el señor "Weedsucker" —dice Deiler.

—Es un poco complicado —comenta Micneya.

—Sí, de hecho, no es una persona que hable mucho con los extraños, supongo que tienen que llamar su atención o causarle interés, durante toda la conversación, yo me sentí excluida —continúa Mayreth.

—Hablando de eso ¿cómo es que tú lograste hablar con él? —pregunta Micneya a Dylan, mirándolo curiosa.

—Simplemente nos topamos en un garaje dónde estaba el camión y al parecer ambos estábamos buscando algo allí, y coincidimos.

—Tienes un talento muy extraño para juntarte con gente rara —dice Liz riendo.

—Quizá tienes razón, en fin... Tenemos que ir preparando todo para presentar a todos a nuestra amiga, todos tienen que saber a qué nos hemos enfrentado todo este tiempo allá afuera —dice Dylan, mirando a todos y cada uno detenidamente.

—Bien, entonces nosotras iremos a ver al anciano —sugiere Micneya, de pronto dirige la mirada hacia Deiler—. Seguramente nuestro capitán querrá venir e intentar entablar una conversación.

—Si me interesa —responde Deiler sin vacilar.

—Entonces ya está —habla Mayreth.

—Bien, mientras nos encargamos de organizar esto, ustedes conversen con el anciano —sugiere Moisés.

—Por cierto, ¿nuestra amiga está bien cuidada no? —pregunta Micneya—. No vaya a ser que alguien se le ocurra abrir la puerta del transporte y acercársele por mera curiosidad y termine contagiándose.

—Necesito que Jesua, Anderson y Liz custodien el camión dónde está la contagiada ¡Que a nadie se le ocurra acercarse a ese vehículo! —ordena Deiler.

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