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CAP 25 - Frustración.

—Así que el sábado —reafirma Deiler.

—¡Mierda! No podemos perder tanto tiempo, nos creerán muertos si no regresamos hoy —comenta Gabriel, muy preocupado—. A parte de que hay que atenderle la pierna a Noel.

—No solo la pierna de él, tu cara también, tienes todo el párpado inflamado —dice Kevin.

—Oye Mic, ¿habrá alguna forma de poder hacer que por lo menos ellos sean atendidos? —pregunta Dylan, caminando hasta la reja y luego sujetando con ambas manos las barras de la misma.

—Podría pensar en algo, pero de igual manera, tendrán que dejar que nosotras actuemos. Prometo sacarlos de aquí, o por lo menos adelantar la pelea.

—No, necesito información —interrumpe Deiler—. Nosotros podríamos aguantar encerrados aquí hasta la pelea del sábado, pero, necesito que averigüen lo que ya han comentado. ¿Cómo sobrevivieron tanto tiempo acá sin ser atacados? Todo el secreto, averigüen todo lo que ellos saben, también saquen a Noel y a Gabriel de aquí.

—Pero Deiler —cuestiona Dylan.

—Tengo un plan, pero necesito que todos actúen bien. Acá sucede algo extraño, y necesito saber qué es... Lamentablemente no estoy afuera para investigar por eso necesito que todas ustedes sean mis ojos y oídos, y ustedes dos, apenas salgan, tienen que conseguir el camión y tratar de que no asesinen a nuestro rehén.

—¡Entendido! —dicen Noel y Gabriel al mismo tiempo.

Uno de los pandilleros se acerca a las chicas y les exige que se retiren, es entonces cuándo al verlas pasar, los demás pandilleros a los alrededores empiezan a gritarles obscenidades y demás. Los chicos se preguntan qué sucederá entonces, y si realmente podrán sacarlos de allí, parte del plan está en que atiendan a Gabriel y a Noel.

—Me pregunto quién de todos esos sujetos será el carnicero —habla Dylan, observando a los demás prisioneros—. Sin contarnos a nosotros, cuento a unas treinta personas encerradas.

—Entre ellos debe estar ese famoso carnicero —prosigue Moisés—. Puede ser cualquiera, incluso el que menos uno piense.

—Yo no me preocuparía por eso, debemos esperar y analizar la situación desde otro punto de vista. Todavía me pregunto si es verdad lo que dicen sobre no haber enfrentado contagiados.

—Ellos le llaman "los podridos", claramente los han enfrentado —acota Gabriel.

—O quizá no —opina Jesua—, recordemos que en la base hay un gran sin número de civiles que están allí y no han estado cara a cara con ninguno.

—Sí, pero creerle a alguien que a estas alturas no han enfrentado por lo menos a un contagiado, es casi imposible —opina Dylan.

—Puedo decir que, según lo veo, está el factor de que los contagiados se han aglomerado en las grandes ciudades, y no solo desde ahora, si no desde antes de unirnos a la resistencia —comenta Jesua.

—¡Es cierto! ¿Recuerdan ese pueblito dónde pasamos la noche? —continúa Moisés—, probablemente, y es una teoría, los contagiados se han asentado en las ciudades porque eran los lugares donde conseguían más rápido contagiar a otros.

—Contagiar y matar... —suspira Dylan, volteando a ver a los demás—. Nuestros compañeros han caído allá afuera y no hemos estado para auxiliarlos.

—Tal vez si hubiésemos estado, también estaríamos muertos —dice Anderson, sentándose en el suelo.

Daniela llega a la celda junto con dos hombres, quienes abren la misma y preguntan por Gabriel y Noel, cuándo los ubican, los levantan de manera un poco brusca y los sacan, posteriormente cerrando y retirándose junto con Daniela de allí. Dylan y Deiler sonríen casi en simultáneo, las chicas están haciendo lo suyo.

Por otra parte.

Micneya y Oscar sostienen un enfrentamiento de precisión en el patio trasero de la hacienda, disparándole a varias botellas de licor que funcionan como blanco. Micneya sonríe, recordando que así fue como inició su entrenamiento con Jesua un par de años atrás, y que ese ha sido uno de los tantos métodos para perfeccionar su puntería y estilo.

—¡Esta cabrona me lleva! —exclama Oscar, tirando la pistola al suelo tras quedarse sin balas.

—Te lo dije: hagas lo que hagas, no podrás ganarme.

—¡Es una asquerosidad! —reprocha Oscar.

—Vale, cumple tu palabra —Micneya se detiene frente a él, observándolo fijamente—. Una apuesta es una apuesta.

—Bien, el camión está bien guardado en el garaje de uno de los compas, están esperando que yo de la orden para empezarlo a desarmar, ya que no sirve para nada... a ver pero ¿por qué tanto interés en el camión?

—Es nuestro transporte para irnos, por eso te pregunto —responde la chica, volteándose y disparándole a la botella de licor que Oscar tenía en la mesa.

—¿¡Pero qué haces, mujer!? ¡Ese era un buen ron! —exclama Oscar, lamentando lo que ella hizo.

—Era...

—¡Jefe! —exclama uno de los pandilleros—. Resulta ser que ellos tenían a dos heridos, uno fue baleado en la pierna, y el otro tenía un chichón en el ojo.

—¿Y qué hicieron con ellos? —pregunta Oscar, encendiendo un cigarrillo.

—Pues lo que las señoritas pidieron, llevarlos a que los atiendan. Usted apostó con ella que, las peticiones de ellas se cumplían, siempre y cuando no tuvieran que ver con la libertad de los detenidos, ya que usted es un hombre de palabra.

—Excelente, cangrejo, excelente. Mantengan vigilados a todos los que están en el coliseo, quiero verlos el sábado.

La joven respira profundamente, y abandona el lugar. Oscar, extrañado, camina tras ella y trata de sacarle conversación. Micneya simplemente usa palabras simples para responderle a todo lo que dice, mostrando cierto fastidio hacia su presencia. Durante todo lo que va de la mañana, no se ha visto el Sol, puesto que las nubes oscuras cubren todo el cielo. De pronto, se puede escuchar a lo lejos el sonido de los truenos.
Micneya entra a la enorme casa junto con Oscar, de inmediato corta la conversación con él diciéndole que va a estar en el sótano con sus compañeras, aunque más adelante puede que acepte beber una copa con él, posteriormente, baja las escaleras y cierra la puerta que lleva al sótano.

—Chiquilla del diablo, te juro que vas a ser mía.

Empieza a llover, tan fuerte como si el cielo quisiera caerse con la lluvia.

Tras cerrar la puerta, Micneya sonríe. Si el camión no ha sido desarmado, tampoco han visto lo que está dentro de él. Las chicas al verla sonreír así, inmediatamente le preguntan el porqué, a lo que ella les cuenta. Todas se preparan entonces para iniciar con la fase dos del plan. Para este punto, son Mayreth y Liz quienes se ofrecen a buscar la manera de obtener armas lo más pronto posible.




Luego de que atienden a Gabriel y a Noel, el primero de ellos espera durante un buen rato, quizá una o dos horas, durante todo ese rato, les hacen revisiones y limpian sus heridas, especialmente la de Noel.

La chica que los ha atendido, les dice que por los pocos recursos que tiene, volverá en dos horas para ver cómo están y suministrarles medicamentos y calmantes, posteriormente, los deja solos para que descansen. Así mismo, ambos se ponen de acuerdo para poder investigar. El muchacho sale de la habitación y camina por el pasillo, de pronto, al doblar para bajar las escaleras, se tropieza con la chica que hace un momento les atendió.
Asustada, ella hace el amague para correr, sin embargo el moreno le toma del brazo atrayéndola hacia él, y le tapa la boca.

—No te haré daño, te lo juro por Dios que no te haré daño —dice Gabriel—. Pero necesito que cooperes, ustedes, todos están en peligro. ¿Me ayudarás?

Ella asiente con la cabeza, a lo que ambos entran en la habitación. Gabriel le explica lo que vio y vivió afuera, haciendo mucho énfasis en que hay muchos contagiados, una ciudad repleta de contagiados y que son muy peligrosos. La chica, en su ingenuidad no lo entiende, por lo que Gabriel repite varias veces que no hay tiempo y tienen que retirarse con ellos a la base para sobrevivir, pero que necesitan llegar al transporte para poder mostrarles algo.
La chica, nerviosa y asustada, accede a llevar al joven al lugar, con la condición de que esperen hasta la noche. Gabriel sonríe y ella se retira.

Lamentablemente y no sólo para ellos dos, sino también para la misión, llega la noche, y aquella mujer no aparece.
El desespero y la ansiedad que esto genera en Gabriel es tan palpable que el mismo Noel se preocupa por su compañero, intenta ponerse de pie, pero no puede hacerlo. Esto también le genera impotencia a Noel.

—Tienes que mantener la calma Gabriel.

—O quizás descubrieron que nos ayudaría. ¡No lo sé! Maldición...

—Si tan sólo pudiera moverme con facilidad, te diría que saliéramos de aquí y nos centráramos en conseguir información.

Gabriel se queda en silencio, se acuesta en la cama y espera. Las horas de la noche transcurren y finalmente desiste de continuar con el plan. Al día siguiente, el moreno vuelve a ser encerrado, frustrado y enojado. Esto no hace más que desesperar a los jóvenes, que de por si están muy estresados por estar encerrados y comer poco.

Ese miércoles transcurre lento y no logran conseguir nada que los ayude. Sin embargo, gracias a algunas conversaciones que Moisés tuvo con los prisioneros de la celda que está justo al lado de dónde están ellos, logran saber que la mayoría de los prisioneros, son en realidad hombres honrados, trabajadores y profesionales a los que, por no seguir las leyes de Oscar, son apresados y agredidos tanto por sus hombres, como por "el carnicero", que no se encuentra en ninguna de las celdas ya que solamente aparece para matar al que los pandilleros decidan que muera.

También se enteran de que Oscar y sus pandilleros, de cierto modo protegen al lugar ya que son la única fuerza armada, no obstante, utilizan eso para también hacer sus fechorías, infundir temor en las personas, obtener a las mujeres que quieran y arremeter contra aquellos que no cumplan con las leyes que él ha impuesto sobre todos los habitantes de allí.

En estos últimos 8 meses, gracias a acciones de Oscar, logran mantener a los contagiados muy lejos gracias a que mantiene un método de vigilancia cruel, ya que mandan a muchos prisioneros afuera como carnada, así logran cazar a los podridos que ataquen a los mismos




Jueves, 28 de enero.
12:45 hrs.


El calor es terrible.

Harold opta por no pasar el día en su oficina, especialmente porque le preocupa el hecho de que Karla no se ha pronunciado hace ya dos días, desde que empezó correr rumores entre los soldados de que los integrantes del escuadrón n°1 están muertos. Se dirige entonces al cuartel, y allí se encuentra con Linares, quién está observando el entrenamiento de los jóvenes que quieren unirse a la armada.
Conversan por mucho rato, más no tocan el tema del escuadrón 1 ni de los demás escuadrones. Luego de ello, se colocan en un lugar más apartado.

—¿Qué se trae entre manos, comandante? Lo noto muy extraño, como preocupado o indeciso—pregunta Linares preocupado.

—Linares, la verdad no me he sentido completamente bien. Tratar de mantener todo esto estable, liderar a los militares y aprobar las misiones. No lo sé, siento que estoy tomando las decisiones que no son correctas.

—¿A qué se refiere, comandante? —pregunta confundido.

—Siento que he mandado a todos mis hombres a morir allá afuera injustamente. Y todo ha sido por sólo mantener a todos aquí sobreviviendo, los recursos escasean cada vez más, el hambre abunda en este lugar y mis hombres mueren trayendo comida de lugares que están lejos, corriendo peligros.

—Comandante, todos los que han caído afuera, lo han hecho por una buena causa, y todos los que estamos aquí. Hemos salido y regresado con todo el éxito porque hemos actuado bien...

—Linares, los contagiados. Mucha gente va a morir aquí si llegasen a este lugar, no tenemos más a dónde ir... Me temo que tarde o temprano nos encontrarán —finaliza el comandante, bajando la mirada.

—¿Qué lo tiene tan preocupado, comandante? —pregunta Linares, extrañado de verlo con esa actitud.

Harold no dice nada, simplemente se voltea y le da la espalda, retirándose del lugar. Linares no entiende nada de lo que sucede, por lo que decide abandonar la supervisión de la clase y seguirlo. Sin mediar palabra alguna, ambos van hasta el centro médico. Al llegar y preguntar por Kenny, ambos se enteran que su condición ha tenido mejoría y que probablemente pueda salir en unos cuántos días.
Acto seguido, entran a la habitación y se encuentran con un Kenny que, al verlos allí, se ve sorprendido.

Linares cierra la puerta tras de sí.

—Comandante Harold, Comandante Linares, no esperaba su visita.

—Me alegra mucho saber que se encuentra bien, Capitán Kenny.

—Sí, he evolucionado bien a pesar de todo. Comandante, sobre lo que hablamos. Los zombis. Muy probablemente...

—¿Sí? —pregunta Harold extrañado.

—Siento que ellos ya no quieren contagiar, si no alimentarse... Ninguno de mis compañeros caídos en batalla fue contagiado, tanto René como Camille, murieron devorados por esas cosas. Y probablemente los demás también hayan caído así. Yo regresé con suerte, pero salir de allí no fue algo fácil.

—Hace cuatro días —se escucha la voz de Karla quién abre la puerta—, el escuadrón uno fue en busca de sobrevivientes de su escuadrón, capitán Kenny. ¿Cree usted que sobrevivan? No hemos sabido nada de ellos en todo este tiempo.

Kenny mantiene el silencio por un momento, está completamente anonadado por esa noticia.

—Si se fueron, sólo encontrarán a nuestros compañeros muertos, y si no han regresado —Kenny alza la mirada, observándolos a todos—. Muy probablemente tengamos más muertos a los que conmemorar.

Karla baja la mirada, quiere llorar, pero se contiene mordiéndose el labio inferior. Siente frustración y miedo al pensar en que han muerto.

—Los zombis cada vez son más agresivos, y tienen hambre, comandante... tenemos que acabar con ellos como sea posible.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Karla con pavor, fijando la mirada hacia Kenny.

—Tarde o temprano llegarán acá.




Varios pandilleros se acercan a la reja dónde se encuentran los muchachos, abren la misma y los sacan a todos, diciendo que son órdenes de Oscar. Deiler se mantiene en silencio, observando todo, no sabe que sucede y prefiere esperar. Uno de los pandilleros observa que Dylan no se mueve, y que parece estar en mal estado, curioso se acerca a él y el olor que emana lo aleja.

—¡Este como que se murió! ¡Está podrido!

—Ah, murió por una infección. No lo sabíamos, y tampoco dijo nada —dice Jesua, mirando fijamente a los pandilleros.

—Bueno, ya vendré a sacarlo, ustedes, sigan caminando —exclama, saliendo detrás de ellos y dejando la celda medio abierta para así actuar más rápido cuándo tenga que sacar el cuerpo.

Son llevados hasta una plaza dónde el jefe los espera, al llegar, se encuentran con sus compañeras siendo apuntadas por varios pandilleros, y con Oscar sentado en el centro, esperando tranquilamente. También ven a una multitud de personas alrededor, observando todo.
Mientras caminan entre las personas y se acercan más al centro de la plaza, Gabriel se percata de que al lado de Oscar está la chica que los estuvo atendiendo y a la que le contó todo con el fin de calmarla y que los ayudara.

Traga saliva, sabe que cometió un error.

—Si hay algo que detesto, es que extraños toquen a las mujeres de este lugar. ¡No lo permito! —exclama—. Dime quién es el que te agredió, querida.

La chica asiente, y mirando fijamente a Gabriel, lo señala. Acto seguido, uno de los pandilleros lo hace caminar hasta el centro de la plaza, varios metros delante de Oscar, y otro lo golpea con una bate de baseball en el abdomen, haciendo que se arrodille.

—¡No! ¡Gabriel! —exclama Livia.

—Así que tenían planes de sacar información, y escapar de aquí ¿no? Todo este lugar me pertenece y si no ha sucedido nada, es porque nosotros hemos hecho lo posible por mantenernos protegidos y que nadie sufra ni un poco... ¡Todo estaba en paz! Hasta que ustedes llegaron a nuestras fronteras, y se toman el atrevimiento de querer sabotear todo lo que hemos logrado.

Oscar hace mención sobre Noel y su condición, también menciona que de no ser por la fidelidad de todas las personas allí, quién sabe qué hubiera pasado en ese lugar si ellos lograban su cometido. Posteriormente, camina hacia el muchacho y lo sujeta por el cabello, haciendo que alce la cara.

—Te gusta acosar a mujeres que no son tuyas ¿verdad? ¡Perfecto! Si eres tan macho para eso, eres macho para encarar al "carnicero".

La multitud se queda en silencio al escuchar eso, y los pandilleros empiezan a corear "sangre, sangre, sangre". De pronto, a la plaza llega un hombre, estatura promedio, con demasiadas cicatrices en su cuerpo. Tiene muchos tatuajes de cruces y rosarios en toda la espalda, pecho y brazos, a parte, lleva una máscara de lucha libre en su rostro. Aquel hombre posee una corpulencia mucho más grande que la de Jesua o Deiler.

Deiler —susurra Jesua—. Si no hacemos algo, van a matar a ese chico.

En el rostro de Gabriel se puede notar el dolor y el miedo que siente en esos momentos. Tanto así que se arrepiente de haber hablar con la mujer, pudiendo haberla noqueado o capturado. Justo entonces, "el carnicero" se detiene justo frente a él y cuándo Oscar procede a permitir que ocurra aquella masacre en público, Deiler interrumpe.

—Es un acto cobarde que alguien como tú ejecute públicamente a un chico que sólo busca ayuda, Oscar —habla Deiler, sonriéndole de forma burlona.

—¿Qué insinúas? —responde Oscar, observándolo.

—Insinúo que quieres que ese muchacho se lleve una golpiza hasta la muerte, por el simple hecho de que temes que tu gente te de la espalda.

—A mí nadie me va a dar la espalda. Si no fuese por mí, todo este pueblo estuviera repleto de podridos.

—Y si no haces nada, una enorme horda de contagiados atacará este lugar. Los métodos que usas solamente atraen a más y más de ellos —responde Deiler con total seguridad—. Apuesto a que cada vez más, a las fronteras se acercan más y más de ellos ¿o no?

Oscar se queda callado, mirándolo con mucha bronca, sus hombres preparan sus armas y les apuntan. Deiler se da cuenta de que ese hombre no es de los que aguanten ese tipo de presión, por lo que le sonríe con mucha confianza.

—No vas a matarnos, dudo mucho en que lo hagas. Eres un cobarde que solo utilizas a los prisioneros como carnada para que tus hombres localicen y maten al o los contagiados que siquiera se acerquen a este lugar. Me imagino cuántos hombres inocentes han caído en ese proceso.

Las personas allí, empiezan a murmurar, preguntándose si lo que dice aquel es verdad o no, también se escuchan muchos murmullos de personas que se preguntan qué ha sido de sus familiares, y por qué no se les es permitido visitarles al lugar dónde los llevan, es entonces cuando se escucha la voz de un niño gritar.

—¡¡Mi papá no ha regresado desde que uno de ellos se lo llevó!! —exclama el niño, de pronto su madre lo calla, tapándole la boca.

Así mismo, personas empiezan a gritar cosas, y preguntan que han hecho con sus familiares, especialmente las mujeres. Es entonces que varios hombres de Oscar alzan sus armas y amenazan con disparar a todas las personas que allí protestan, apuntándoles. Con esto logran mermar el escándalo ocasionado.
Deiler aprovecha entonces para encarar a Oscar frente a todo el mundo.

—Utilizas el miedo para poder mantenerte en tu posición, Oscar, pero sólo eres un cobarde —opina Jesua, desafiante.

—¡Calla! —exclama Oscar—. ¡Tú no eres más que sólo un extranjero uniformado, lameculos!

—Cualquiera de nosotros tiene más agallas que todos ustedes, grupo de cobardes —exclama Deiler.

—¡Ustedes no tendrán oportunidad de ser perdonados, tanto ustedes como las perras de sus compañeras serán asesinados allá afuera por los contagiados, como he hecho con todos los que no cumplen mi ley! —condena Oscar.          

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