CAP 24 - Los Chicanos.
Lunes, 25 de enero.
00:41 hrs.
Harold despierta agitado. Se levanta de la cama sudando frío, trata de calmarse respirando profundamente, no obstante, al parecer los nervios le han traicionado mientras dormía. Se levanta, camina hacia la ventana y la abre. No entiende qué le pasa, pero lleva ya varias noches en lo mismo, durmiendo pocas horas y trasnochándose hasta más no poder.
—Berenice, mi querida Berenice... ¿Estaré haciendo lo correcto? —se pregunta a sí mismo, apretando ambos puños.
La brisa tenue sopla, observa la luna, brillante en su estado más puro. Voltea hacia su cama, y se dirige hacia ella. Sabe muy bien que necesita descansar, tiene que empezar a tomar mejores decisiones y planear las siguientes misiones, misiones dónde él ha decidido estar al frente.
Por otra parte...
Tras ser llevados en contra de su voluntad, los jóvenes bajan de los vehículos, siendo apuntados por los "secuestradores", y se encuentran con una localidad muy iluminada, incluso más que la base militar. También se ven rodeados por muchas personas, que los observan con curiosidad, como si fueran extraños a la vista.
Muchos se ven sorprendidos de ver rostros nuevos en ese lugar. Después de todo, hace ya mucho tiempo que sólo ven a las mismas personas todos los días, y al parecer no han salido de este pueblo, más allá de las barricadas.
—¡¡Personas nuevas!! —exclama un anciano, de cabello canoso, y aspecto muy hippie, delgado, algo bajo de estatura con el cabello largo, canoso y una barba mostacho bien arreglada—. ¡Carajo! ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que vimos rostros nuevos? ¿Diez, veinte años?
—¡Ya al viejo Weedsucker se le fundieron los tornillos! —exclama otro tipo, a unos cuántos metros del anciano.
—¡Cállate, chicano! —exclama el viejo.
—¡¡Silencio todos!! —exclama de manera imponente aquel hombre que hace unos momentos les exigió a los jóvenes de la resistencia su rendición—. ¡¡Esta gente viene de bien lejos!! Seguramente traen buenas armas, municiones, y unas ricuras de jainas...
Los hombres de la multitud empiezan a gritar emocionados, observando a las damas del grupo. De inmediato, Dylan se coloca justo delante de Mayreth para que no la miren, observando a todos con una cara de pocos amigos. Mayreth sonríe ante ese gesto, sintiéndose protegida por él. Por otro lado, Micneya le hace un gesto vulgar con el dedo a todos los hombres que le siseaban y lanzaban besos, mostrando así que estaba dispuesta a golpearle la cara a quién se atreviera a tocarla.
—¡¡Esperen, grupo de imbéciles!! —exclama el hombre, nuevamente, quitándose su sombrero de tejano de lana negra, decorado con una cinta dorada en el dentro de la corona—. A las mujeres no me las toca nadie, pero a los vatos, a estos hay que ver de qué están hechos. ¡Llévenlos al coliseo!
Su rostro, de rasgos mestizos entre indígena y blanco, al igual que el de la mayoría de personas allí, tiene el cabello rapado, un tatuaje de una cruz muy grande en el cuello, al costado derecho. Su rostro tiene una barba y bigote típico del usado por las pandillas chicanas.
Sus compañeros igualmente tienen una vestimenta parecida y cortes de cabello similares, ya sean rapados o con poco cabello, tatuados en el cuello, brazos y con bigotes en el rostro. Algunos son delgados, otros algo regordetes. Al parecer son la defensa de ese lugar. Es en ese momento cuándo muchos de esos hombres se acercan a ellos, para empezarlos a encaminar hacia algún lugar, apuntándoles con sus armas, mientras el líder de estos sigue alardeando y hablando de lo que planea hacer con todos ellos.
Los jóvenes observan que no todas las personas allí tienen esa apariencia o manera de vestir, puesto que también notan varias personas de etnia blanca y negra. Quizá llegaron también a ese lugar buscando escapar de los contagiados, o también hayan sido secuestrados. Fuera como fuera, algo es seguro, estos tipos al parecer no sienten agrado por los chicos de la resistencia, puesto que después del rato de sorpresa, los ven con cierto enojo, desprecio e incluso hasta con aires de burla.
—¿Qué demonios es el coliseo? —pregunta Anderson, a uno de los hombres.
—Calma, sin broncas compadre. El coliseo es el bajo mundo, un lugar dónde nosotros apostamos buena lana, por algún luchador y ustedes tienen pinta de eso, así que veamos qué pasa —responde otro de ellos.
Justo entonces se escucha el sonido del motor del bólido amarillo, Dylan inmediatamente voltea y detiene el paso, preocupado. Todos allí observan con asombro ese auto, especialmente por sus formas, ya que los autos más vistosos en aquel pueblo son coches como el Impala, Monte Carlo, Cadillacs o Ford, todos de años entre el 67' y el 73'. Colores como el rojo con flamas amarillas, negro, verde limón, verde agua, azul eléctrico o morado, decoran aquellas reliquias que, seguramente esos tipos usan para seguir con sus festividades y no dejar morir su cultura a pesar de la situación.
—¡Pero cuánto poder tiene ese motor! —exclama uno de aquellos sujetos.
—¡Espera! —exclama Dylan, a lo que todos sus compañeros voltean a verlo, no vaya a ser que cometa lo mismo que hace unos años atrás, con los militares—. ¿Qué le harán a mi Camaro?
—¡Nada! —dice otro de ellos—, nosotros no usamos ese tipo de coches, está bonito y ruge mucho, pero sólo es pura estética, lo nuestro es cultura, hijo...
Dylan se queda en silencio, observando cómo meten el coche en un garaje. Deiler por otra parte se mantiene en silencio, caminando junto con los otros. Nota cómo aquel tipo cierra todas las puertas del vehículo de transporte y lo llevan a otro lugar. Exhala profundamente y sigue caminando junto con sus compañeros.
Luego de caminar por bastante rato, todos son llevados por la calle principal tomando varios desvíos, entonces notan a la distancia una casa, inmensa, realmente grande, decorada en todo su exterior con grafitis, en uno de ellos se puede leer en grande y muy claramente la palabra "Los Santos". Posteriormente, doblan en una esquina y son llevados a una estación de policía.
Al entrar, todos se dan cuenta que el lugar está arreglado, puesto que después de pasar por la puerta principal, caminan por un pasillo que los lleva a un patio rodeado por muchas rejas que contienen a varios hombres encerrados allí, y que el centro de ese patio es el mismo lugar dónde ocurren las peleas clandestinas, esto por la cantidad de sangre seca que hay en el suelo.
—Ahora van a esperar que el jefe se encargue de ustedes. Mientras que, a las señoritas, nos las llevaremos a la residencia.
Así mismo, entre protestas del grupo, y las amenazas de los armados, todos los jóvenes son encerrados en el lugar, mientras que las mujeres son retiradas de allí, siendo llevadas a la casa de hace unos momentos.
Lunes, 25 de enero.
08:21 hrs.
Ninguno de los muchachos pudo dormir durante la noche, en parte por la preocupación de no saber qué pasaría con sus compañeras, y otra parte, porque los demás encarcelados no paraban de hacer ruidos, hasta que bien pasada la madrugada, cesaron los gritos e insultos, y optaron por dormirse.
Cabe recalcar que los ocho chicos estaban encerrados en la misma celda, y que la misma no era muy grande para todos, por lo que de cierto modo estaban casi amontonados. Dylan, que es el que está al fondo, recuesta la cabeza contra la pared y respira profundamente, empezando a reírse.
—¿Qué te pasa Dylan? —pregunta Gabriel, extrañado.
—Que definitivamente esos sujetos no saben con quién se metieron —responde el muchacho, con mucha confianza.
—Micneya —habla Moisés.
—¿Qué hay con ella? —pregunta Kevin, extrañado.
—Micneya no es una chica ordinaria, de hecho, opto por pensar de que ella está por encima de cualquiera de nosotros en términos de habilidad y fuerza —dice Jesua, con calma.
—¿Tan pequeñita? —pregunta Noel, curioso.
—Sí, tan pequeña y frágil como se ve.
—Puedo decir que esos tipos están metidos en problemas —acota Gabriel—, por eso no me preocupo tanto por ellas si están con Mic, no obstante, Noel, tenemos que salir de aquí, tu pierna necesita revisión médica urgente, y a parte, tenemos que evitar un conflicto en el coliseo, no perder tiempo.
—De hecho —interrumpe Dylan—, me gustaría tratar de ver si podríamos hacer una alianza con ellos.
—Dudo mucho que lo quieran hacer, están tan concentrados en su mundo, que se han aislado de todo lo demás —opina Anderson.
—Cuándo le dije a Deiler sobre la posible idea de que hayan más sobrevivientes afuera, no esperé algo como esto, pero al menos es algo —vuelve a hablar Dylan—. Quisiera intentarlo, sólo si claro, el capitán lo permite.
—Y en caso de que yo lo permita, ¿qué tienes en mente? —habla Deiler.
—Tenemos una razón muy buena dentro de uno de los camiones —responde el muchacho.
Todos allí sonríen ante la idea del joven, quizá en su imprudencia, Dylan no sea tan tonto como parece. Entonces, sin mucho más, empiezan a planificar qué y cómo hacer que esta gente los escuche, y más importante aún, cómo lograr la alianza.
Por otra parte, las chicas, que fueron llevadas a la casa, son encerradas en el sótano, mismo dónde pasan la noche. Luego, dos jóvenes van a despertarlas bien temprano y las llevan al salón principal de dicha casa. Lo más impresionante de la misma, cabe decir, es lo grande que es, para estar en un pueblo parece más una hacienda que una casa.
En dicha sala, están al menos 10 hombres, y entre ellos, el líder que anduvo hablando toda la noche.
—Vaya, vaya preciosas... Ustedes no parecen ser gringas, tampoco mexicanas... —dice uno de ellos, acercándose a Livia, quién se ruboriza por la vergüenza.
—Te recomiendo que mejor la dejes quieta —dice Daniela, con autoridad.
—¿Ah sí? —responde el hombre.
—Calma, calma todos, ya sé que a todos nos atraen estas chicas... hay que aclararles que el que entra a Los Santos, no sale jamás. Me presento, soy Oscar "el Salvaje" Pérez. Soy el líder de la pandilla y de todo este pueblito que ven acá, Los Santos, yo lo bauticé así. Seguimos con nuestras costumbres tradicionales, y por circunstancias, hemos adoptado nuevas...
Oscar se sienta en el mueble más grande, que está en el centro de la sala, acompañado de dos hermosas mujeres que le sirven el desayuno, dándole la comida en la boca. Micneya observa a cada uno de los hombres con el semblante serio, analizando a cada uno.
—¿Qué harás con nuestros amigos? —pregunta Kendall, de repente, dando un paso adelante.
—Pues, depende de cómo se comporten ellos y ustedes. Allí en prisión tenemos a unos cuántos que han querido irse de aquí, sabiendo que afuera están los "podridos" —responde.
—¿Podridos? —pregunta Sandra, con curiosidad.
—Sí —habla uno de los pandilleros—, los llamamos así, además de oler horrible, son contagiosos y comen personas.
—Escucha, nosotros somos militares de la resistencia —habla Daniela—. Tanto nuestros compañeros como nosotras hemos buscado sobrevivientes, nos hemos topado con muchos "podridos", como les dicen, pero ahora que los hemos conseguido, me parece que sería inteligente forjar una alianza.
—Créenos cuándo le decimos que no nos interesa una alianza con extranjeros, sólo nosotros y nuestra manera de vivir —responde otro de ellos—. Hemos logrado que se alejen de nuestro terreno, la muralla los mantiene alejados.
—¿Hace cuánto que no ven alguno? —pregunta Kendall.
—Bueno, realmente, no nos hemos topado con ninguno, siempre que salimos a patrullar y ver a nuestros camaradas, todo está en orden, excepto esa noche —responde Oscar.
—¿Cómo han hecho para sobrevivir todo este tiempo acá, sin ser invadidos? —pregunta Micneya—. Tenemos registro de que son buenos trepando, saltan alto y son rápidos al correr.
Todos se quedan en silencio, ahí mismo entre ellos empiezan a preguntarse el por qué durante estos dos años no han sido atacados y han podido seguir viviendo tranquilamente. Al no tener respuesta alguna, vuelven a tocar temas que no tienen nada que ver con la supervivencia.
Tanto Micneya como Daniela se frustran de no poder hablar bien con ellos, por lo que Micneya desiste siquiera de proponer que liberen a los muchachos, puesto que los chicanos no van a acceder a ninguna petición de ellas.
—Esta preciosura realmente se ha enojado, jefe —dice un pandillero, acercándose a Micneya. Es algo regordete, calvo y con la barba de mostacho bien grande.
Justo entonces, estira el brazo para acariciarle la mejilla, cuándo entonces Micneya responde rápidamente, sujetando su muñeca y doblándole el brazo, sometiéndolo con suma facilidad. El hombre inmediatamente se arrodilla, permitiéndole a la chica doblar más su brazo, ejerciendo tanta fuerza que el pandillero empieza a sentir cómo poco a poco, su hombro se va dislocando.
—¡A ver pendejo! ¿En qué momento te permití tocarme la cara? ¡Trátame con más respeto, cabrón! —exclama Micneya, ejerciendo más fuerza.
—¡Lo siento, lo siento! —golpea con el otro brazo el suelo, repetidas veces, mientras siente cada vez más su hombro salirse de lugar.
—¡Mic! —exclama Mayreth.
Micneya le disloca el brazo y posteriormente lo suelta, inhala profundamente y exhala, de pronto, otro pandillero se acerca a ella, abofeteándola. A lo que Micneya, voltea a verlo y sonríe, impactándole un fuerte golpe con su puño izquierdo, en el rostro, rompiéndole la nariz. Todas se sorprenden, e incluso los mismos hombres allí.
—¿Quieren más? —dice Micneya, limpiándose la boca.
—Esta pendeja.
Dos más se acercan a ella, la chica sonríe y golpea con fuerza al primero, pateándole justo en los cojones, para después golpearle la cara con el codo, posteriormente lo empuja hacia el otro que se acerca a ella, usándolo como distracción, para tomarlo por sorpresa y golpearlo con fuerza. El hombre le responde y ella le patea justo en la rodilla, dislocando su rótula y luego le golpea la cara nuevamente.
—Es una fiera —dicen los otros.
—¡Jefe, es el mismo diablo en persona! —exclama el regordete retorciéndose del dolor.
Oscar no puede más que verla sorprendido, preguntándose a sí mismo qué tan peligrosos serán los que vinieron con ella, para que ella sea así de fuerte. Sonríe, se levanta de su asiento y camina hacia ella.
—Bien, accederé a lo que ustedes me pidan.
—Libera a nuestros compañeros —exige Micneya, de manera tajante y agresiva.
—Oh no, eso no será posible, los vatos tienen que ganarse su libertad.
—Pero... Oscar... la alianza —replica Daniela, sin entender nada aún.
—Consideraré la alianza, pero... Su libertad, tienen que ganárselas ellos.
Lunes, 25 de enero.
12:16 hrs.
Las jóvenes van a visitar a sus compañeros en las celdas, ahí mismo empiezan a conversar todo lo sucedido. Anderson, Noel y Kevin se sorprenden por lo que ha causado Micneya, y Dylan les repite varias veces "¡Se los dije!". Luego de darse cuenta que están bien, Micneya y Daniela les comentan sobre la posible alianza, a lo que todos se sienten aliviados.
—No obstante... —interrumpe Kendall—. No todo es color de rosas, chicos, hemos tratado de negociar pero Oscar, ha sido tajante con su decisión: tienen que ganarse su libertad,.
—¿Ganárnosla? —pregunta Moisés.
—Sí, en una pelea clandestina —comenta Livia.
—Una única pelea del más fuerte contra el más fuerte —acota Daniela, observando a Deiler fijamente con cierta preocupación.
—Deiler —habla Micneya—, el soldado más fuerte de la resistencia eres tú, por lo que hemos dicho que tú pelearás.
—¿Y cuándo será la famosa pelea? —pregunta el capitán, con su característica actitud tranquila.
—El sábado por la noche —responde Daniela.
—Contra un sujeto a quién ellos conocen como "el carnicero" —dice Micneya, observando a Deiler fijamente.
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