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CAP 21 - Desesperados.

Domingo, 25 de enero.
10:54 hrs

Livia observa por la ventana durante todo el camino, va pensativa, quizá aún está asimilando todo lo vivido la noche anterior, lo que sí, es que trata de no pensar en lo sucedido la noche anterior frente a esas criaturas, también piensan en lo que pudo haber pasado con sus compañeros muertos, ¿por qué los matarían?, trata de deducir la razón, pero nada le aclara sus dudas, a parte, el silencio durante el viaje también deja que su mente divague más de lo normal.

— Elinyer —Gabriel interrumpe el silencio.

—¿Si?

—Detén el auto, mira hacia allá.

Elinyer frena en seco y observa hacia dónde Gabriel le dice, todos los demás allí dentro levantan la mirada también. Frente a ellos, un grupo pequeño de contagiados corre hacia el este, salvajes como siempre. Noel maldice en voz baja, Ariangel asustada, empieza a orar pidiendo que los otros ni se percaten de que a unos cuántos metros, esos jóvenes se encuentran dentro del vehículo, y cuándo todos pasan, esperan un rato más en silencio, posteriormente, el moreno acelera sacándole toda la velocidad posible al carrito.

Finalmente, cuándo se alejan de aquel punto, Livia les indica a todos que observen por la ventana.

—Es hermoso —comenta Ariangel, sorprendida.

Todos se quedan boquiabiertos al ver la ciudad desde lejos y de día. Esto se debe a que tras salir de la misma, cruzan un puente, y bajo de este fluye un río cuyas aguas cristalinas permiten que se pueda observar cómo nadan los peces en abundancia.

Viendo las cosas desde otra perspectiva, que la actividad humana se haya paralizado de manera masiva todos estos años ha curado a la naturaleza, el aire es más puro y el reino animal poco a poco se va recuperando.

—Por ahí bien decían que la naturaleza siempre recupera lo que le pertenece, y realmente todo se ve hermoso a pesar del apocalipsis que estamos viviendo —expresa Kendall, maravillada.

—Bien, esperaremos a Manfred aquí —sugiere Elinyer.




Por otra parte...

El vehículo militar finalmente llega a la base, es recibido por los guardias en la puerta, e inmediatamente ingresa en la base. Apenas abren las puertas, Kenny baja del vehículo, su rostro muestra demasiado cansancio, su ropa está desgarrada y tiene heridas por todo el cuerpo. Kenny camina débilmente, tambaleándose. Los soldados le abren el paso, horrorizados por cómo se ve aquel.

—¡Miren, es el capitán Kenny! —expresa uno de los soldados, sorprendido.

—¿El Capitán Kenny? ¡Capitán Kenny! ¿Y los demás hombres? —pregunta otro de ellos.

—E-ellos... —Kenny no dice más, sus ojos se ponen blancos y cae al suelo, desmayado.

Entre dos soldados le auxilian llevándolo a enfermería, otro va directamente a la torre uno a informarle a Karla y al Comandante Harold que Kenny ha regresado.

Uno de los soldados observa dentro del transporte y se da cuenta que no hay nadie más dentro, a parte de que el asiento del piloto está embarrado de sangre, los demás allí observan eso y esperan lo peor ya que Kenny ha perdido mucha sangre.

Pasado un buen rato, Karla llega a la enfermería y recibe la información de que Kenny está inconsciente y que están tratando de mantenerlo estable, aunque con los escasos recursos dudan mucho que él sobreviva.




Domingo, 25 de enero.
12:34 hrs

Han esperado por bastante rato y nada que regresa Manfred, tampoco escuchan disparos. Noel sugiere que sigan avanzando, no vale la pena esperar. Resignado, Elinyer acelera el auto y se retiran del lugar. El silencio predomina entre ellos y simplemente dan por sentado que Manfred ha muerto.

Por otra parte, Manfred se mantiene de pie, exhausto, sobre el techo de una de las tiendas que allí están a unos 5 mts de alto. Tiene una herida en el brazo izquierdo, producto quizá de alguna caida o quizá algún contagiado le causó daño con sus uñas.

—Bueno, creo que he acabado con todos. Probablemente algun auto siga funcionando —exhala pesadamente y como puede, utiliza su brazo herido para poder revisar el cartucho de su arma y revisar cuántas balas le quedan—. ¡Solo dos balas! Maldición...

Se acerca hasta la orilla del techo y nota que hay cuatro contagiados observándolo fijamente, de pronto un grito, como una especie de rugido ronco se escucha provenir desde adentro de una de las tiendas. Manfred se sorprende, entonces se da cuenta que aquellos cuatro se alejan un poco, como mostrando miedo.

Manfred no lo entiende, se siente confundido. De pronto ve cómo de la tienda, sale una criatura enorme, de manera agresiva y observa a todos los contagiados a su alrededor, posteriormente alza la mirada hacia el techo y tiene contacto visual con un Manfred que al verlo, traga saliva en seco. Ese contagiado ladea un poco la cabeza hacia su izquierda y camina tranquilamente hacia dónde está él joven.

Su postura es diferente: mientras que los otros contagiados caminan encorvados y se mueven de manera desesperada y un tanto salvaje, este camina de manera erguida, elegante, como si fuera una persona normal. Manfred también nota ciertos rasgos físicos diferentes a los que tienen los demás, a parte de que es una criatura muchísimo más alta que cualquiera que hayan visto antes, e incluso que una persona normal. No obstante, lo que más le intimida es que aquel contagiado mantiene el contacto visual con el joven.

Manfred siente por primera vez, más que miedo, intimidación por parte de esas criaturas.

"Ese monstruo.... tsk... Me preocupa bastante, debe medir más de dos metros de alto. Es completamente diferente a los demás, es enorme. Tengo que matarlo aquí mismo... aunque sólo me quedan dos balas y no creo que con eso pueda matarlo" —piensa mientras revisa nuevamente sus municiones, luego se prepara para dispararle, notando que se acerca a él—. "Además, suponiendo que llegase a matarlo con estas dos balas, no me quedará nada para defenderme de esos contagiados. Bueno, ya veré qué hacer. Debo alcanzar a los otros."

Manfred se prepara para atacar, pero entonces nota que por el costado del edificio, un contagiado ha trepado, y ya arriba, se dirige hacia él. Manfred dispara, fallando. Por lo que al ver que la criatura salta hacia él, ambos forcejean. Manfred como puede, logra safarse, y le dispara, asesinándola en el acto.

Al momento de caer, la criatura se sujeta del chaleco del joven, jalándolo para que caiga del techo.

—¡¡No!! —exclama. Estira el brazo izquierdo para tratar sujetarse del borde del techo, sin embargo, el dolor hace que ni siquiera pueda agarrarse bien y esto ocasiona que termine cayendo.

No le da tiempo de nada y todo el peso de su cuerpo se deposita sobre su pierna izquierda, que recibe el impacto de la caída, dislocándose el tobillo y rompiéndose la tibia. Grita desgarradoramente, lleva sus manos hasta el tobillo, ignorando por completo que está rodeado de contagiados.

—¡Malditasea! Ahhhh, ahhhh...

De pronto siente una respiración en su nuca. Aún quejándose, voltea y nota al contagiado que lo intimidaba, observándolo fijamente, a escasos centímetros de su rostro. El miedo lo paraliza, lo enmudece, sólo puede ver aquellos profundos ojos azules y ese rostro completamente pálido observándolo fijamente y luego aquellas fauces abriéndose para morderlo.

Manfred cierra los ojos y se cubre la cara esperando lo peor. De pronto, el contagiado se separa y dirige la mirada hacia el norte, esboza una leve sonrisa y se separa del joven, dirigiéndose hacia otro lado. El muchacho abre los ojos, observando cómo la criatura se aleja, intuye lo peor, que alguno de sus compañeros regresó, por lo que intenta ponerse de pie. Es ahí cuándo recuerda que también hay cuatro contagiados alrededor de él, por lo que alza la mirada, percatándose de que estos corren hacia él.

—No, no.... ¡¡NOOOO!!

Uno de ellos le muerde en el brazo, otro justamente sujeta su cabeza, jalando con fuerza, mientras que entre dos lo sujetan por el brazo y el tronco. Manfred forcejea, grita, no quiere morir solo, y el desespero causa que entre en llanto mientras las criaturas poco a poco van desgarrando su cuerpo. Tanto es el forcejeo de las criaturas, que terminan separándole la cabeza junto con el cuello del resto del cuerpo, callando así su solitario sufrimiento.




Domingo, 25 de enero.
14:04 hrs

—¡Definitivamente es una belleza! —exclama Moisés observando el auto de Dylan—. Me imagino que estás muy feliz ¿no?

—En parte si, tengo lo que siempre quise, pero en las circunstancias equivocadas.

—Creo que no todo es como uno quiere —expresa Mayreth.

—Hablando de eso —interrumpe Micneya—, hace un momento de camino acá, vi llegar el transporte dónde salieron Gabriel y los demás, pero solamente vi bajar a Kenny y no estaba en muy buenas condiciones que digamos.

—¿Qué sólamente regresó Kenny? —pregunta Dylan, exhaltado—. No, no puede ser.

—No me dirán que... —May se queda en silencio, no quiere decir lo peor, mucho menos pensar que Gabriel y los demás hayan muerto.

—Quizás murieron allá afuera, los contagiados cada vez son más peligrosos—suelta Moisés, de repente.

—¿De dónde sacas tú eso? —voltea Dylan a verlo, preguntándole de repente—. Gabriel es muy astuto, seguramente salió ileso de esta, capaz está escondido o...

—Sí, claro... ¡Deja de ser tan ingénuo! —le reclama Moisés a Dylan, harto ya de que el chico siempre intente hacer creer a los demás que todo va a salir bien y que la vida es color de rosas—. Tú apenas y lograste salir con vida, y eso porque Micneya te salvó el culo, pero nadie en ese equipo tiene a alguien como Micneya o como Deiler allí, si acaso Kenny y mira como regresó.

Dylan se prepara para replicarle a su compañero, cuándo de pronto se ven interrumpidos por Karla, que antes de hablar respira profundamente varias veces, recuperando el aliento. Los jóvenes se muestran extrañados de verla allí.




—¿¡QUE GABRIEL Y ELINYER ESTÁN MUERTOS!? —exclama Dylan, de repente.

—Según palabras de Kenny, sí —responde Karla—. Despertó hace una hora más o menos, y obtuve información de él. Sin embargo, aún no está del todo consciente.

—No puede ser —Dylan empieza a caminar de un lado a otro.

—¿Dylan? —Mayreth se acerca a él.

—Tenemos que buscarlos —Dylan se detiene junto a May observándola preocupado—. ¡No podemos quedarnos aquí! No creo que estén muertos... ¡Karla, dime en qué dirección fueron!

—Necesitan de su capitán, no es algo que...

Moisés finalmente llega al lugar, interrumpiendo a Karla. El pelicastaño llega junto con Daniela y Deiler, quién la saluda, Karla responde el saludo y antes de que siquiera pudiera darle la información, Deiler habla primero.

—¿Hablaste con el Comandante sobre lo que te dije?

—Si, dice que es una idea descabellada pero que podría resultar, de hecho quiere iniciar esa misión y él liderarla, no obstante requiere a todos los escuadrones para eso. Dijo que apenas Kenny regresara con su escuadrón, iniciaría la planificación de esa misión a gran escala.

—Me parece bien, escuché que el transporte del escuadrón número ocho regresó, supongo que nos reúnes para eso ¿no?

—No, lamentablemente, sólo regresó Kenny y está gravemente herido. Hace una hora despertó pero no estaba muy consiente que digamos.

Ya con el capitán allí, Karla empieza a contar con todos los detalles sobre la poca información que pudo obtener de Kenny, dando por sentado que sólo él es el único sobreviviente de su escuadrón. Deiler se mantiene en silencio, escuchando todo y analizando las palabras de Karla, entonces nota que Dylan entra a la carpa, y luego sale con su arma, un abrigo y se dirige al Camaro.

—Espera, espera... ¿tú a dónde vas, vato? —pregunta Karla, sin entender aún la acción del joven.

—A buscar a nuestros amigos —responde el muchacho, sin voltear a verlo, abriendo la puerta del auto y metiéndose en él—. Yo sé que ellos no están muertos, algo me dice que no es así...

—Lo siento, pero no vas a ir a ningún lado, wey. No dejaré que salgas de aquí, ya no hay nada qué hacer. Si haces eso, pondrás a la resistencia en riesgo con tu acto impulsivo, Dylan.

—Un amigo está allá afuera y no dejaré que muera, no lo dejaré —responde Dylan, volteando hacia ella, observándola fijamente—. Tú no vas a detenerme.

—¡Entonces tendré que matarte por ese acto de desobediencia! —exclama Karla, enojada.

—Intentalo —interrumpe Micneya.

Ante esa amenaza, la joven se para al lado del chico, observando fijamente a Karla. La tensión en el ambiente es más que palpable. Dylan mira de manera desafiante a la joven quién no retrocede a su posición.

—Dylan no seas impulsivo, ni siquiera sabes dónde están —habla Daniela, acercándose a ellos—, piensa bien las cosas, si Karla te asesina, Micneya no dudará en matarla a ella y entonces iniciará una revuelta dentro de la resistencia.

—Te lo preguntaré una sola vez, ¿Hacia dónde les fue asignada la misión? —habla Dylan, ignorando las palabras de Daniela.

Karla mantiene el silencio por un momento pensando cuidadosamente qué decir, luego voltea a su izquierda y fija la mirada en Deiler, quién observa la escena con fastidio. El pelinegro sabe bien que Dylan tiene agallas y mucho más cuándo tiene arranques impulsivos, no obstante, le parece que Karla está actuando fuera de lugar al decir esas palabras de amenaza.

—Están actuando como niños de kinder, todos. Y más tú, Karla. Tú más que nadie sabes que ése tonto de allí no se detendrá, y debes saber bien que él es mi amigo y no permitiría que nada ni nadie le haga daño —expresa Deiler de forma clara, con esa actitud tranquila que lo caracteriza.

La joven entiende que a pesar de todo, él y Dylan son muy buenos amigos. Exhala resignada y muestra una sonrisa amable a Deiler. Posteriormente, voltea a ver al muchacho, mantiene el silencio un momento.

—Nosotras estamos listas para acompañarlo —le interrumpe Mayreth—. Hace rato quiero salir de aquí y ver a los contagiados.

—Igual yo iré —se ofrece Moisés.

—Lamentablemente, el Capitán soy yo, así que soy quién decide si van o no, y no van a ir...—habla Deiler con autoridad, observándolos a todos—. No van a ir si no voy yo. Y no solo yo, el escuadrón completo irá nuevamente a una misión de rescate.

Las palabras de Deiler sorprenden al joven, quién sonríe con arrogancia al sentirse apoyado por aquel. Su mirada se posa nuevamente sobre una Karla que también se sorprende de escuchar esas palabras del Capitán, incluso la misma Daniela queda descolocada ante esas palabras de su amado.

—Bien, irán al noroeste, realmente no sé el lugar ni a cuántos kilómetros de aquí, así que están a su suerte. Sólo les diré que tengan mucho cuidado, no sabemos qué o quiénes estén allá afuera, espero los demás estén vivos—dice Karla, aún resignada.

—También espero lo mismo—responde Dylan.

Karla se retira del lugar, luego de indicarles que saldrán en una hora.

Deiler respira profundamente y le ordena a sus compañeros que se preparen, incluso a la misma Daniela, mientras él busca a los demás. Ya todos saben el punto de encuentro, por lo que deben estar allí en treinta minutos.

Pasado ese tiempo, todo el escuadrón se reune en la salida de la base. Dylan observa caras que no había visto hace un buen tiempo ya, como la de Jesua o la de Liz. El saludo entre todos es corto, puesto que inmediatamente Deiler toma la palabra.

—¡Bien, esta será la tercera misión del escuadrón! Tenemos refuerzos con nosotros de otros escuadrones, y no a cualquiera, si no a nuestros amigos, puesto que ahora tenemos que rescatar a dos de nuestros compañeros que están allá afuera. No les diré más, ya saben qué hacer... ¡Andando!




Domingo, 24 de enero.
17:54 hrs

Elinyer, dentro del auto, exhala con frustración y reposa la barbilla en el volante del auto. Se encuentran ya varios kilómetros al sur, muy lejos del puente dónde se supone esperarían a su compañero. Aún se mantienen con una vaga esperanza de que Manfred los alcance en algún carro o algo por el estilo. No obstante, conforme avanzan las horas y el calor aumenta, simplemente pierden toda esperanza de salvarse.

—¡Vamos enciende, enciende! —exclama Gabriel, levantando el capó del auto. Se han quedado varados en mitad de la autopista bajo la luz del Sol. El calor es sofocante, y el muchacho se frustra tanto, que patea varias veces el parachoques—. ¡Maldición, no tiene agua!

—Gabriel... cálmate —expresa Livia, tratando de calmarlo, acercándose a él y colocando una mano sobre el hombro del joven— sólo hay que pensar en algo, tú siempre tienes la solución para todo, sólo cálmate un poco.

—No puedo calmarme, no sé qué hacer. Estamos en medio de la nada, desde que nos detuvimos en el puente, este auto ha empezado a presentar muchas fallas y ahora, nos hemos quedado sin combustible. ¡De cualquier manera, estamos muy lejos de la base! —exclama con impotencia.

—¡Calma por favor! —Livia lo abraza con fuerza, apegándolo más a ella—. También estoy preocupada, pero me dijiste que saldríamos de esta, que todo iba a estar bien, y yo confío en ti.

El silencio predomina en el lugar, a parte, el calor intenso ocasiona que ambos se separen debido al sudor que brota de sus cuerpos. Las horas pasan, el calor dentro del auto se intensifica un poco más debido a que todos están allí dentro. Conforme desciende el Sol y la temperatura disminuye, los chicos salen del auto para poder tomar algo de aire.

Derrotados por el hambre, la sed y el cansancio, los muchachos se sientan en el suelo, a mitad de aquella abandonada autopista, observando al horizonte, bajo la luz de un Sol que parece que nunca fuera a ponerse. Inmediatamente, y en medio de la desesperación, Gabriel se levanta del suelo, va hasta la puerta trasera del auto, toma su arma y se acomoda la camisa que tiene atada en la cabeza.

—¿A dónde vas? —le pregunta Elinyer, extrañado.

—Iré a buscar ayuda, sólo no desesperen, volveré con la resistencia.

—¿¡Estás loco!? —exclama Camile, de repente—. En auto nos toma casi un día llegar hasta acá... ¿pretendes irte caminando hasta la base? Morirás en el camino.

—Más vale intentarlo a quedarnos aquí... Si no hacemos algo moriremos deshidratados, el calor es terrible.

—Más rápido morirás si caminas todo eso sin una gota de agua, lo mejor que podríamos hacer ahora, es... esperar a que anochezca y no sé —sugiere Elinyer.

—Quizás avanzar de noche nos ayude —opina Ariangel.

—¿De noche? —preguntan todos al unísono, anonadados por lo que sugiere Ariangel.

—Sí...

—Creo que el Sol te afectó ya —responde Gabriel, en negación a la idea de Ariangel—, faltan algunas horas hasta que anochezca, si muero en el camino, será porque así tenía que ser. Al menos intenté salvarles la vida.

—De nada vale que mueras en el camino, si nosotros también moriremos aquí —le replica Ariangel.

—Ellas tienen razón Gabriel, lo mejor es quedarnos juntos y pensar en algo —dice Livia.

Elinyer se acuesta en el suelo, observando al cielo, apretando los dientes y los puños hasta más no poder. Gabriel se resigna y grita con impotencia, para luego arrodillarse en el suelo, Livia lo abraza y cierra los ojos tarareando suavemente una canción.

—Hey, espera —dice Gabriel, separándose así de repente, cortando la inspiración de la joven.

—¿Sucede algo? ¿Huelo mal? —pregunta ella, apretando los brazos contra su cuerpo.

—No, es sólo que... De verdad no sé qué hacer, estamos perdidos pero me niego a aceptarlo, me frustra no tener la solución para algo, y más aquí, en medio de la nada.

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