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CAP 11 - Capturados.

Lunes, 25 de julio.
19: 05 hrs

Ingresan a la localidad de "San José de Raíces", una vez allí, transitan por toda la vía principal observando que aquel lugar está completamente abandonado. Agotados de tanto viajar, con hambre y ganas de estirar un poco el cuerpo, Anderson estaciona el vehículo frente a una casa y bajan de él. Ingresan en ella. Inmediatamente Jesua se encarga de probar la electricidad, efectivamente y para alivio de todos, hay luz, por lo que se encarga de encender todas las luces de la casa. Inmediatamente se dan cuenta de que es inmensa por dentro por lo que se apresuran en acomodar sus cosas.

Dylan, Gabriel y May se dirigen a la cocina con las bolsas de comida, para preparar algo de cenar, mientras los demás preparan lo demás a su comodidad. Luego de media hora, todos se encuentran en la sala, sentados ya sea en el mueble o el suelo, cenando. Cenan en silencio, sus rostros muestran mucho cansancio y estrés. Sin más que decir, y como si todos se hubiesen puesto de acuerdo se van a dormir casi al mismo tiempo. Los únicos en quedar despiertos son Deiler y Daniela quienes friegan los trastes y dejan todo limpio.

—Estoy agotada, muy agotada.

—No tenías porqué fregar conmigo, podía haberlo hecho solo.

—Solamente quería estar un rato a solas contigo, hace días que no hablamos cómodamente entre nosotros.

—Lo sé, he estado muy concentrado en todo lo que sucede a nuestro alrededor que de cierto modo he descuidado lo nuestro, te he descuidado a ti.

—No me has descuidado, pero no hemos hablado nada más que de sobrevivir y eso —coloca los últimos platos en su sitio, para que escurran el agua y se sequen. Levanta la mirada y sonríe de medio lado. Empieza a juguetear con su cabello—Deiler...

—¿Sí?

—Te extraño —clava su mirada en él, su voz, sonrisa y forma de acercarse es muy juguetona.

—Espera, por qué me... Oh... —inmediatamente sonríe ampliamente.

—Ven, vamos a bañarnos —le dice ella, mordiéndose el labio inferior y luego besándolo.

Daniela toma de ambas manos a Deiler y empieza a caminar rápido con él por el pasillo de la casa y lo lleva directamente hacia donde está el baño. Una vez allí, ella abre la puerta y entra, empezando a quitarse la camisa, tras ella entra él, besándola con lascivia y cerrando la puerta tras de sí.

Martes, 26 de julio.
07: 45 hrs


—¡Buen disparo! —exclama Jesua, observando la precisión con la que Micneya disparó a una botella de plástico usando la Glock—. Aprendes demasiado rápido, ¡mucho! Diría yo.

—Tengo práctica. Antes iba al Paintball así que ya ves —sonríe con orgullo.

—Bien, terminaremos ese cartucho y no practicaremos más, no nos quedan muchas balas ¿va? —menciona Jesua.

—Me parece bien —responde Micneya.

—Bien, cambiaremos el método de entrenamiento. Ahora vas a disparar a todos los blancos, mientras avanzas.

—¡Entendido! —exclama Micneya, emocionada.

—Me encantaría practicar también —expresa Mayreth con cierta emoción, mientras se acerca a ellos—. También quiero aprender a usar un arma, quiero ser de ayuda para el equipo.

Mayreth está observando el entrenamiento de Micneya desde muy temprano, dos calles más debajo de dónde se estaban quedando, con el fin de no interrumpir el sueño de los demás. Con anterioridad, Micneya le había comentado sobre lo sucedido con Jesua y Moisés días atrás. Al principio no está segura de hacerlo, pero luego de un buen rato viéndolos, también siente que debe intentarlo. Tras escuchar las palabras de ella, ambos voltean a verla, Jesua respira profundo mientras Micneya simplemente sonríe con más entusiasmo. Elinyer desde el otro lado hace señas a Jesua de que acepte, por lo que a este no le queda más remedio.

—Bueno, mientras más aprendan a usar armas, será mucho mejor para nosotros —comenta Jesua, para luego entregarle su arma y explicarle poco a poco cómo debe accionar todo.

Así, ambas jóvenes proceden a seguir con el entrenamiento. Por otra parte, Dylan, Anderson y Gabriel hacen ejercicios anaeróbicos desde flexiones de pecho, sentadillas, abdominales y trote, esto con el fin de mantenerse en forma y tener condiciones para poder correr. Moisés hacía el debido mantenimiento de su moto, revisando que no tenga ningún detalle y que todo esté bien. Liz está en una de las habitaciones encerrada, posiblemente dormida.

Por otra parte, Deiler se para en el marco de la puerta de la casa, observando a sus compañeros hacer ejercicios. En su mano lleva una taza de café.

—Vaya, hasta que aparece el Inspector Jefe —dice Anderson con un tono burlesco—. ¿Dormiste bien?

—Más de lo que crees —responde Deiler, con una amplia sonrisa—. Eso, sigan haciendo ejercicios a ver si se ponen en forma, grupo de sedentarios.

—¡Tú cállate! —exclama Dylan a modo de queja, mientras realiza las flexiones de pecho.

Deiler empieza a reírse.

Si, la mañana transcurre tranquila. Luego de un buen rato, terminan de entrenar. Entonces Gabriel, cuyo sentido del oído está muy bien desarrollado debido a su talento musical, se percata de que todo alrededor está en silencio, por completo. Ya no se escucha el eco de los disparos, por lo que supone que quizá aquellos hayan terminado la práctica. Posteriormente, escucha a lo lejos el eco de las voces de las muchachas y el sonido de la moto encendida de Moisés.

—¿Se han dado cuenta que en todo este rato hemos estado escuchando todo lo que sucede a nuestro alrededor? —comenta Gabriel.

—Sí —responde Anderson, quitándose la camisa—, parece mentira, pero si da un poco de escalofríos estar solos en un lugar tan grande como esta ¿ciudad?

—De una manera u otra —continúa Deiler—, hay algo que me tiene pensativo aún y es que con todo el ruido que hemos hecho, no hemos atraído ni a contagiados, ni a nadie más.

—¡Muero de hambre dios mío! —exclama Dylan, caminando hacia la casa, ignorando la conversación.

—Ya todos van a comer, cálmate —responde Deiler ante el comentario de su compañero.

Por otra parte, Moisés termina de limpiar la moto, entonces, por medio del reflejo del retrovisor ve algo que llama su atención por completo, a lo que voltea hacia aquella dirección y se percata de que están volando en círculos una gran bandada de zamuros. Moisés respira profundo, tiene un mal presentimiento.




Pasado un buen rato, todos se encuentran dentro desayunando tranquilamente. Moisés interrumpe el silencio del desayuno y observa a todos.

—¿Se percataron de que hay zamuros volando en círculos en el cielo en aquella dirección? —indica con el brazo, hablando seriamente. Observa que todos niegan, entonces continúa hablando—. Dos cosas: O hay muchos cadáveres por allá, o hay un gran cúmulo de basura en esa zona, y yo opto por lo primero.

—Cierto, ahora que me doy cuenta —habla Jesua—, toda la mañana he sentido que nos han observado, pero no le he puesto el debido interés.

—Bueno, de alguna u otra manera tenemos que seguir adelante. Salir de aquí y buscar a las personas con las que Gabriel habló—comenta Deiler.

—Hay que ir a investigar —interrumpe Anderson de pronto—, posiblemente también hayan visto eso y se acerquen allí a investigar.

—O posiblemente traten de alejarse de allí —acota Micneya.

—De una forma u otra, creo que esta calle lleva hacia allá —vuelve a hablar Moisés, levantándose de donde estaba—. Así que, piensen bien qué haremos, yo me quiero largar de aquí, este silencio me incomoda.

—Bueno, entonces vayan preparándose, salimos en una hora. Procuren estar preparados para lo que nos encontremos más adelante —dice Deiler.




Martes, 26 de julio.
10: 14 hrs


Ya todos listos, suben al vehículo. Dylan enciende el auto, empieza a conducir por aquella calle, dobla la esquina y continúa hacia detrás de Moisés quién en la moto, guía el camino hacia donde están los zamuros volando en círculos. Conforme avanzan, se percatan de cosas que no fueron evidentes calles más atrás, como por ejemplo el desastre causado en las tiendas, los vidrios rotos, las manchas de sangre salpicadas en la pared. Al doblar a la esquina nuevamente, observan algunos cuerpos sin vida, este camino los lleva directamente hacia una parte de la ciudad, frente a un centro de salud.

—No puede ser —dice Daniela observando horrorizada la escena frente a ellos.

—No puedo creerlo... No pueden ser ellos...

Frente a ellos, una gran cantidad de cuerpos sin vida, putrefactos, siendo devorados por zamuros, yacen en el suelo en una amplia línea recta. El hedor es tan fuerte que apenas y pueden soportarlo. Anderson abre la puerta, baja del auto y vomita.

—Será mejor que nos vayamos de aquí, ya entendemos porqué hay tantos zamuros volando —comenta Moisés.

—Chicos... tenemos visitas —dice Anderson.

Deiler y Jesua son los primeros en bajar de la combi, con sus armas listas. Al fijarse bien, sonríen con sorpresa y alivio. A unos 20 metros frente a ellos estaba un grupo de militares armados, apuntándoles. Tanto Deiler como Jesua alzan las manos en señal de rendición, posteriormente los demás salen del vehículo y al verlos inmediatamente alzan las manos.

—¡Se los dije! —exclama Gabriel—. ¡Les dije que encontraríamos a esa gente!

—¡Tenías razón, Gabriel! —exclama Dylan sonriendo.

Desde los techos de las edificaciones allí presente también se dejan ver soldados armados, apuntándoles al grupo de jóvenes. Uno de los militares da un paso al frente y se quita el casco, un hombre maduro de al menos unos 40 años, cabello corto pero canoso. Físicamente es alto, al menos 180 cm, piel bronceada por estar tanto tiempo bajo el Sol.

—¿Quiénes son ustedes? —dice aquel hombre con un tono de voz fuerte, imponente y muy serio.

—Somos un grupo de sobrevivientes, mi nombre es Deiler —habla el pelinegro, tratando de tomar las riendas de la situación. Su tono de voz es algo fuerte, sin embargo, no quería sonar imponente para evitar así entrar en conflicto con aquel.

—Tu manera de hablar no es local ¿extranjeros quizá? —pregunta.

—Sí, mis amigos y yo sólo buscamos una oportunidad para sobrevivir —responde Deiler.

—Venimos desde Venezuela, señor —exclama Dylan, interrumpiendo la conversación. Deiler voltea a verlo seriamente, como queriendo decirle que no siga hablando.

—¿Venezolanos? ¡Qué novedad! —exclama el militar—. Espósenlos a todos, quiten sus armas y cubran sus caras.

—¡Ya escucharon todos, de rodillas! —exclama el que parece ser el segundo militar al mando.

Entonces, unos cuantos militares se acercan a ellos apuntando sus armas, posteriormente hacen que se arrodillen y empiezan a esposarlos.

—Esperen, pero... —exclama Micneya sin entender nada.

—¡Con calma, no somos ilegales, no somos ilegales! —dice Anderson, tratando de que los escuchen.

—¡Silencio! —dice uno de los militares.

—Oigan yo soy el que contactó con ustedes vía telefónica —exclama Gabriel señalando el teléfono—. Yo soy Gabriel...

—¡Calladitos y cooperando, muchachos! —dice otro Militar.

Entre varios se acercan y esposan al grupo de jóvenes, luego les colocan unas capuchas, cubriéndoles el rostro. Cuándo están todos encapuchados, los hacen caminar poco a poco.

—¡Bien hecho imbécil, nos metiste en problemas! —exclama Moisés con enojo.

—Bien, súbanlos a las camionetas. ¡Nos retiramos!




Martes, 26 de julio.
12: 25 hrs


Luego de dos horas de viaje, finalmente los vehículos se detienen. Empiezan a bajarlos de los vehículos y los hacen caminar hasta algún lugar. Los nervios hacen que Liz llore, el no saber qué les pueden hacer o qué les va a pasar tiene a todos asustados. Luego de caminar por un buen rato, los detienen uno delante de otro y al mismo tiempo les quitan las capuchas. La luz del sol espabila los ojos del grupo de muchachos quienes entonces parpadean varias veces y cuándo finalmente sus pupilas se adaptan a la luz, observan que están en una especie de campamento militar. Y delante de ellos, están cinco militares sentados cómodamente en unas sillas, observándolos fijamente, al parecer todos de alto mando. En el centro, está el primero que habló con ellos hace unas horas y detrás de los jóvenes, hay unos militares apuntándoles con pistolas.

—Así que estos son los venezolanos —habla el que está al lado derecho de aquel militar.

—Sí, Linares, estos son. ¿Qué hacemos con ellos? —pregunta.

—Yo opino que deberíamos matarlos, mientras menos personas sin ganas de vivir vengan aquí, mejor para nosotros —comenta otro militar, observando a cada uno de ellos con una sonrisa enorme.

—¡No lo veo justo! —exclama Dylan, tratando de alzarse. Si hay algo que lo caracteriza, es que siempre que se siente vulnerable actúa de manera impulsiva, queriendo incluso pasar por encima de los demás—. Nosotros no estamos aquí porque no tengamos ganas de vivir ¡Estamos aquí porque simplemente buscamos sobrevivir ante lo que está sucediendo!

Aquellos hombres bien cómodos observan a Dylan, y sus compañeros también voltean a verlo.

—Has silencio, cabroncito —dice el militar tras él.

—Dylan, no sigas hablando —ordena Deiler, observándolo seriamente.

—¡No me callaré, Deiler! Lo siento, pero no voy a dejar que me maten así por así, sin siquiera decirle algo a este grupo de idiotas —la mirada de Dylan se fija en aquel militar que está en el centro—. ¡Hemos venido de muy lejos huyendo de esas cosas y hemos enfrentado a muchas de ellas! Puedo apostar y estoy seguro a que ustedes no han enfrentado a ninguno de los contagiados —sigue gritando el joven, con impotencia.

—¡Qué te calles, pinche pendejo! —exclama el militar, golpeándolo con la cacha de la pistola en el hombro, y luego dándole en el rostro—. Querías llevar putazos, ¿no?

Dylan cae al suelo, y el militar empieza a patearlo varias veces en el estómago, para después ponerlo de rodillas a la fuerza, sujetarlo por el cabello y apuntarle el arma en la frente.

—¡Basta no! —exclaman al unísono Mayreth y Micneya, impotentes por no poder hacer nada. Inmediatamente Micneya voltea a ver con odio al militar al que Dylan le hablaba.

—Señor, sólo deme la orden y lo mando con Dios —dice.

—¡No lo haga, por favor! —grita Mayreth, con lágrimas en los ojos—. Ya sabemos que es medio tonto e impulsivo, pero es buen chico no de la orden, se lo suplico.

Los demás observan en silencio, Deiler trata de mantenerse en calma y pensar en alguna forma de negociar con esos sujetos a cambio de que le perdonen la vida a todos ellos. El militar en el centro se levanta de su asiento y da varios pasos hacia adelante, sonríe de medio lado y observa fijamente a Dylan.

—¡Hey, espere! —exclama Deiler—. No va a dar esa orden, si lo hace le juro que...

—¿Qué harás? —pregunta el Comandante—. ¿Matarme? Estás en desventaja, este muchacho ha abierto su boca, si tiene las agallas de hacerlo, tiene las agallas para recibir su sentencia —voltea la cara y observa a ver a Dylan—. Si así eres para hablar, ¿Eres así de capaz para luchar y forcejear aún si tu vida corre peligro no?

Dylan se queda en silencio, observándolo fijamente. Está asustado, sus ojos lo demuestran.

—El Comandante Harold te ha hecho una pregunta, ¡contesta cabroncito! —exclama el militar abofeteándolo.

—Yo... pase lo que pase, tengo que sobrevivir. ¡Así tenga que enfrentarme a ustedes! —responde Dylan.

—¡Basta! —exclama Deiler entrando en desespero— Dylan, ya basta ¿por qué nunca haces caso? ¡Si sigues hablando nos van a matar! 

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