Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ultimátum

«De nuevo en Morgan Rousel Incorp». Dijo parasí mismo el comisario Martínez. No esperaba volver tan pronto. La duda y la sensaciónextraña que percibió en el anterior caso revivía con lentitud. «¿Qué pasa enesta empresa? Dos muertes en poco más de un mes». Estaba raro. Por más que calificaroncomo suicidio el primer deceso, la intuición policiaca, si tal cosa existía, ledecía que algo más podría estar en juego. Sino había vuelto era por lasmúltiples tareas inherentes su profesión y posición. Sin embargo, allí estaba, otravez, a merced de los caprichos del destino. «No es cuando tú quieras Fermín, escuando se debe». Pensó.

Saludó al personal de seguridad,quienes, de manera muy amable, le mostraron el acceso al estacionamiento deejecutivos. Encontró a su pupilo, el detective Morales. Un oficial muy animoso,recién añadido al equipo, parlanchín y pronto para el sarcasmo. No que fuesemuy bueno en ello, pero de vez en cuando decía algo con gracia. Aunque eso eralo de menos, al comisario le interesaba la parte suspicaz, espontánea einconforme del muchacho.

—¿Qué tienes para mí, Sergio?

—Gertrudis Santana, setenta ytres años, viuda; cargo: secretaria de presidencia. Muerte por intoxicación conmonóxido de carbón. Se quedó dormida en su vehículo, una camioneta Land RoverDefender, modelo 1988.

—¿Esa que está allí?

—Esa misma, gran jefe.

—Cuándo comprenderá la genteque, si dejas el motor en ralentí, produce mayor cantidad de anhídrido decarbono. ¿Quién la halló? ¿Los oficiales de vigilancia?

—No, no me lo va a creer. Lamuchacha de la vez anterior: Penélope Mármol —dijo Morales, sonriente.

Fermín Martínez hizo una muecade sarcasmo.

—Qué mala suerte tiene esachica.

—Ni que lo diga jefe. Ahoritamismo Ángela está tomando su declaración, en enfermería.

—Es lógico. Debe estarconmocionada. Oye, ¿Qué es esto? —preguntó el comisario, señalando dentro delvehículo.

—Exactamente lo que usted cree.La doña, hasta donde se pudo establecer, presentaba una fase inicial de cáncery le fue recomendado el uso de cannabis para mitigar los síntomas.

—Por lo visto estabacomprometida con su tratamiento. ¡Eh! ¿Cuánto contiene la bolsa? ¿Medio kilo?

—Aun no llegan los forenses, perosí, a vuelo de pájaro uno diría que esa es la cantidad.

Fermín bufó, haciendo esaextraña expresión entre sarcástica risa y desapruebo, característica en él.

—Bueno, eso explica por qué sedurmió la señora en el vehículo sin percatarse de la fuga del escape. Ellamisma emitía más humo que el motor —dijo, separándose del rústico.

Se agachó dónde estaba el cuerpoy levantó la manta. Pobre doñita, no la mató la enfermedad sino el tratamiento.Una gran y cruel ironía de la vida. Gertudis Santana tenía el semblanteapacible, al menos había muerto en paz. Vio las manos crispadas sobre la pipa. «¡Vaya!Eso se llama fumar mota con estilo».

—Ya llegan los forenses —anuncióMorales, al verlos surgir del ascensor.

—¡Bien! Te los encargo. Voy asaludar a la plana mayor. Luego pasaré por servicios médicos para entrevistar ala testigo. ¡Pendiente con las huellas!

—¡Claro que sí, gran jefe!¡Cuente con ello!

Fermín Martínez subió hasta elpiso veintiséis, ya conocía el camino y a la gente que iba a visitar. Al menoseso pensaba. Cuando entró al despacho notó a una cuarta persona, alguienextraño: Un hombre gordo de unos cincuenta años, alto, corpulento y peloensortijado. Su presencia era chocante entre tanta juventud y belleza. «BuenoFermín, al menos no serás el único viejo y feo de la partida». Pensó,refiriéndose a él mismo en tercera persona. «Aunque si serás el más bajito. ¡DiosSanto! ¿Por qué todos son tan altos? Bueno, no todos, la señora Morgana es detamaño normal». Suspiró aliviado.

—Bienvenido comisario. Tomeasiento por favor. Lamentamos que tenga que volver a nuestras instalacionesante circunstancias tan aciagas. Desearíamos recibirlo con mejores noticias ysin dolencias en el corazón —dijo Alexa Rousel.

Era una dulzura esa niña. Si conla muerte de Carolina Pérez le vio conmocionada, ahora estaba triste, de unamanera muy visible.

—No se preocupe, no sé rehúye altrabajo. Es un infausto deber, pero deber al fin.

—Esto ha sido una gran pérdidapara nosotros. La señora Gertrudis Santana era fundadora de Manufacturas RouselC. A. Última miembro activa del equipo original. Cuidó de nosotros cuandoéramos pequeños, no solo era la secretaria de papá, sino la tía estricta quenos jalaba los cachetes y las orejas. Siempre presente en nuestras vidas. Yahora no va a estar —expresó Axel Rousel.

«Mira tú. Es que sabes hablarsin que te dé permiso tú mujer. Me sorprendes». Pensó el comisario.

—¿Hace cuánto la señora Santanaconsumía marihuana? ¿Ustedes estaban al tanto de eso?

—Hace unos meses... ¿Cuántos mi vida?—dijo Morgana, mirando a su esposo.

—Dos meses, poco más, poco menos—respondió este último.

—Verá, su médico de cabecera lediagnosticó cáncer, cosa que no aceptó, se peleó con él y entonces recurrió a variosmédicos. Usted sabe, por segundas opiniones. Para nada porque no aceptó ningunade ellas. Cansada de los matasanos, como ella los llamó, optó por métodosalternativos. No sabemos cómo o cuando, pero alguno de estos charlatanes, vendepócimas y fanáticos de las hierbitas, le sugirió esa droga, como tratamientopara el dolor, los malestares y síntomas. En general se lo presentaron como unapanacea y no como el placebo que es —completó Morgana.

—Lamentablemente se aficionó demás —opinó Alexa.

—Entiendo. ¿Qué medidas tomaronal respecto?

—Usted no la conoció Comisario,tenía un carácter demoledor. Intentamos hacerla entrar en razón. Le propusimosel retiro y se pusiera en tratamiento con médicos de verdad. Con la salvedadque recién habíamos adquirido la Clínica Santa Clara. O sea, tendría todas lasventajas posibles, cuidado personalizado y podríamos tratarla como una reina—dijo Alexa—. Sin embargo, fallamos en convencerla y solo logramos, a regañadientes,que aceptara una asistente.

—Y es allí donde contratamos aCarolina Pérez, con el doble propósito que la ayudara y la chica tomaseexperiencia para optar por el cargo, una vez retirada Gertrudis —confirmóMorgana.

—Si recuerdo que hubo una menciónal maltrato laboral al cual fue sometida la primera víctima. Veo acá un patrónde indiferencia de parte de ustedes, dónde descuidan a su personal —acotóMartínez.

—Puede parecer así. Sin embargo,tomamos todas las medidas que pudimos o nos parecieron pertinentes —opinó Axel.

—Yo creo que usted tiene razón,fuimos muy condescendientes con Gertrudis. Nos dejamos avasallar por supersonalidad y por el amor que le prodigábamos. Las medidas que tomamos nofueron suficientes y dos vidas se han perdido en el proceso. ¿Cómo vislumbrarsemejante catástrofe?

—Entiendo su punto, señoritaRousel. No fue una elección fácil. Hábleme del automóvil de la señora —inquirióFermín.

—Es casi tan viejo como lo eraella. Un buen vehículo, venido a menos por los años de uso y falta demantenimiento. Precisamente, a sugerencia nuestra, Gertrudis estaba realizandorestauración del mismo.

—Aunque empezó al revés, deafuera hacia dentro —opinó el señor bigotón—. Latonería, pintura y tapicería,dejando de lado al motor. Yo lo hubiera hecho al revés.

—No lo dudo —le reprochó Axel.

—¿Qué dijiste? —preguntó elhombretón, algo enojado.

—Siempre haciendo las cosas mal—contestó el joven Rousel.

Morgana y Alexa se levantaron deinmediato, interponiéndose entre los dos hombres. Una, frenando a su esposo yla otra, deteniendo al gordito. Él ambiente se puso un poco cargado. A Fermínse le hizo evidente que aquellos dos hombres se odiaban. Con la intervención delas mujeres, se sentaron de nuevo y no hablaron más durante el resto de lareunión, aunque se dedicaban miradas furibundas de vez en cuando.

«Los ricos y sus conflictos».Pensó Fermín Martínez, comisario de la policía técnica. Se fijó en la actitudde las parejas, pues eso eran, parejas. Allí estaba: el conflicto. Alexa Rouseltenía alguna relación con el señor gordito y el hermano no lo aprobaba. Esoexplicaría por qué en la primera reunión y en esta, los hermanos estabanseparados. Hombre, que son gemelos. Se supone que tienen una conexión especialy eso no se percibía para nada. Todo lo contrario, estaban desconectados, habíapoco contacto visual y mucho menos dialéctico. ¿Sería eso importante para lainvestigación? Cualquier evaluación al respecto resultaría prematura. Loarchivaría como algo notable en su memoria.

—Lo cierto es que novislumbramos estas desgracias. Más allá de cualquier consideración, quisimoshacer lo correcto y sentimos mucho los resultados. Gertrudis era difícil,regañona y algo amargada, pero la queríamos. Fue secretaria, tía, abuela, amigay una conciencia refunfuñona. En sus correcciones y actitud sarcástica habíauna intención, una búsqueda de la excelencia. Y eso fue ella, una excelentepersona. Los años no pasan en vano y su forma de ser se tornó en acritud eintolerancia. Y, aun así, le respetábamos y amábamos; nuestro sentimentalismonos jugó una mala pasada, debimos ser más fuertes con ella —dijo Alexa muysentida.

—¡Amen! —expresó Morgana, conlágrimas en los ojos.

«Vaya, la dama de hierro tienesentimientos». Pensó Fermín sorprendido.

—Una última pregunta.

Todos asintieron.

—¿Creen que la señora Gertrudishubiera cometido suicidio?

Todos negaron en silencio.

No hubo más preguntas, sedespidió cortésmente. Hora de hablar con la señorita Mármol.

Le halló, de nuevo, en el áreade observación de los servicios médicos del edificio. Saludó a la agenteFlores, quien iba de salida, recibiendo de sus manos la declaración de lasusodicha. La chica movió los ojos para verlo. Estaba paralizada, no movió otracosa que sus globos oculares.

—Comisario Fermín Martínez —sepresentó él.

—Lo recuerdo —contestó ella.

—¿Cómo se siente?

—La verdad, verdad, no sé. Mesiento rara; confundida o triste. No lo sé.

Martínez leyó la declaración.

—¿Le era muy cercana la señoraSantana?

Penélope volteó, rompiendo lalasitud de su cuerpo

—Era mi jefa, mi mentora. Meayudó en muchas cosas y aprendí otras.

—Esa no fue la pregunta que lehice. Responda con más claridad, por favor.

—Sí, era cercana. Me la llevababien con ella, al principio le tenía miedo, pero luego le agarré la vuelta oella a mí. Aún no lo sé. Por ratos era una relación jefa/subordinada y en otrosera como la abuelita protectora y yo la nieta sumisa. Era algo confuso.

Martínez asintió, comprensivo.Su abuela era así, no le importaba que fuese funcionario. Cada que podía loamonestaba o directo le daba un pescozón. «¿Qué? ¿Me vas a meter presa?» Ledecía desafiante. Extrañaba a su viejita. «Recuerda pasar por su casa y lleva floresen la visita, como disculpa de tanto abandono».

—Aquí reporta que, en diferentesocasiones, al subir al vehículo de la señora, usted se percató del olor agasolina.

—Sí, por regla general y pornecesidad, yo abría los vidrios para ventilar la cabina. Ella misma me lorecomendó. O sea, mi jefa estaba más que consciente de la fuga. A veces me eratolerable y otras parecía que iba a asfixiarme. Como la brisa, al conseguirvelocidad la camioneta, disipaba por completo el olor, dejaba de prestarleatención al poco rato.

—Cuando observó la nueva rutinade la señora, para tomar su medicina, en el estacionamiento, no se le ocurrióllamarle la atención sobre los peligros que corría al fumar dentro delautomóvil con los vidrios subidos y sin ventilación.

—¿Yo? ¡No! O sea, si quisedecirle algo, pero no llegué muy lejos, enseguida me calló y me envió a la...

—¿A la mierda?

—No. A la oficina. Usted no laconoció, esa señora era candela pura.

«Ya van dos veces que me dicenlo mismo: usted no la conoció». Hizo memoria, era verdad, la llegó a ver dereojo, también al gordito. «¡Mira! Allí estabas, ¿por qué no llamaste mi atencióncon ese tamañote?». Se dijo a sí mismo. La detective Flores le tomó declaracióna la señora en aquella ocasión. Le preguntaría más tarde por su impresión de laahora occisa.

—Era más fácil remontar unacascada nadando que llevarle la contraria a Gertrudis Santana, qué Dios latenga en su gloria —dijo la señorita Mármol, rematando la idea anterior.

En esos momentos entró Morales,llamó la atención del comisario, quien se levantó para recibir una informaciónen baja voz.

Penélope supo que fuese la pregunta que fuesedebía responderla con sinceridad. No podría eludirla, el detective le estabadiciendo algo importante al Comisario Martínez.

—¿Usted era la encargada decomprarle la droga a la doña?

—Yo... Yo... Yo...

—Sin yoyear. Encontramos huellassuyas en la bolsa.

La chica bajó la mirada.

—¡Señorita Mármol! ¡Responda!

—No que fuese una idea mía o yoestuviera de acuerdo. Simplemente una tarde se quedó sin su medicina y se metióa mi barrio, con camioneta y todo, y me hizo comprarla.

—¿Quién la proporcionó?

—No los conozco, solo susapodos, son unos malandrines del Barrio La Democracia.

Fermín le hizo señas para quecontinuará. Ella le dijo los apodos que recordaba, omitiendo a Carlitos, noquería involucrarlo. El comisario tomó nota.

—¿Cómo describiría su relacióncon Gertrudis Santana?

—Buena, todo lo buena que pudohaber sido.

Penélope no se percató que, enlíneas básicas, era la misma pregunta que le había hecho antes el comisario. Larespondió con candidez pues eso era más fácil. Decir la verdad es más sencillo,una mentira requiere esfuerzo mental.

—¿Qué significa eso? —preguntóMartínez.

—Debe haberlo escuchado, doñaGertrudis tenía un genio volátil y una lengua pronta y mordaz.

«Sí, ya me lo han dicho comodiez veces». Pensó Fermín, sin agregar nada, dejó hablar a la testigo.

—Yo le caí bien desde el inicio,no por mi cara bonita, sino por mi trabajo. Era una señora que valoraba laeficiencia. Y fue tanto así, que hasta el aventón me daba. Ahora que no está,me sentiré desprotegida.

—¿Por qué?

—Ella, no solo solicitó micambio, sino que lo defendió, junto a la señorita Alexa, frente la directiva.

Fermín asintió, asimilando todala información posible.

—¿Hubo rechazo de parte de losdirectores de la empresa para su nombramiento? —preguntó luego de un rato.

—Tengo entendido que sí, aunqueno estuve allí cuando pasó y no tengo los detalles —afirmó Penélope.

Prefirió no decirle el asunto delos celos de la señora Morgana, le dio un poco de vergüenza. Allí sí, laverdad, aparte de incómoda, no le pareció relevante para el caso. No fue lainseguridad de la muérgana lo que mató a la señora Gertrudis, sino su afición ala mala hierba.

—Eso es todo señorita Penélope,puede reincorporarse a sus labores. Si la doctora está de acuerdo —expresómirando al otro cubículo, donde estaba la misma.

Se reencontró con su ayudante,Sergio Ramón Morales, ya de salida.

—¿Y ahora gran jefe?

—Pues dejar a los forenses yperitos hacer su trabajo. No creo que haya mucho que investigar, por másextrañas que son dos muertes accidentales, ocurridas en tan poco tiempo y enuna misma empresa, parecen ser eso: terribles coincidencias.

—¿Y la chica Penélope?

—Lo mismo. Ha tenido la mala suertede estar en el sitio correcto a la hora incorrecta. Las muertes de ambasmujeres parecen estar ligadas a circunstancias inevitables. Una señora aferrándosea su trabajo, como forma de vida, y una chica con problemas personales que lesobrepasaron, todo ella en una interactuación con consecuencias. Dos bombas apunto de estallar que coincidieron en un mismo espacio y tiempo. Nada más, nadamenos.

—Comisario... ¿No pudiéramostomar acciones contra la señorita Mármol?

—¿Por el asunto de la compra dedrogas?

—Sí.

—No. Sería una tontería. Ningúnjuez aceptaría dictar un auto de detención por cuatrocientos cincuenta gramosde marihuana. La chica se vio obligada a ello por su jefe directo. Además, erapara consumo no para revender. Eso sí, vamos a buscar a los vendedores. Tenemoslas huellas, ¡atrapemos a esos malandrines!

—Entendido gran jefe. Así loharemos.

Penélope, luego de la"entrevista", no se reincorporó a su sitio de trabajo, fue al MorganBulding. Mientras caminaba tecleó un mensaje a Carmilla para hablar un rato.Como siempre, necesitaba de su presencia y apoyo. Se encontraron en el puentedel piso veinte.

La rubia le abrazó con fuerza.

—Mi dulce Penny, ¿Cómo tesientes? Ha debido ser horrible, encontrar fría a la vieja cacatúa.

—¡Oye! No seas mala. La pobre falleció.

—Viva no me importaba, imagínatemuerta. La que me importa eres tú.

—Estoy bien, todo lo que puedo.Sí, sorprendida, conmocionada, un poco asustada.

—¿Asustada? ¿Por qué?

—No me ha bajado.

—¿El periodo?

Penélope asintió, con tristeza.

—Me tocaba hoy y tú sabes: soymás puntual que reloj suizo —afirmó.

—¡Bueno, bueno, bueno! Qué nocunda el pánico. No vamos a salir como locas a comprar pañales y biberones, porun día de retraso. Espérate, dale tiempo a tu cuerpo. Con tantas emocionescualquiera se descontrola. No seas tan estricta contigo misma.

—Pero...

—Pero nada, mañana te baja, dejala paranoia. Tienes que tomar en cuenta que esas pastillas son muy invasivas.Puede que sea eso: un efecto secundario.

—¿Tú crees? No es la primera vezque las uso y nunca me había causado ningún efecto secundario. Al menos no tandrástico.

—Claro que lo creo. Tienes quetomar en cuenta que no todos los días ni todas esas ocasiones te conseguiste elcadáver de un carcamal seco. Ve, culmina el día de trabajo y veamos que decidenlos jefes. Si con Carolina decretaron un día libre, con la vieja marihuaneraesa, una semana, mínimo para la casa.

—¡Carmilla! ¡Un poco de respeto!La difunta no se puede defender.

—¡Ah no! No me exijas consideración,que eso fue lo menos que se ganó la "Geriátrica Santurrona". Por unlado, me juzgaba de la peor manera y por otro se drogaba. Fin de la hipocresía.

—Gertrudis Santana, querrásdecir.

—¡Esa misma! Gertrudis Satanás.

Penélope se ahorró emitir uncomentario, los antagonismos que no se corrigieron en vida, la muerte no lospodría remediar. Al menos eso le pareció. Abrazó a su amiga, muestra de cariñoque la misma respondió con gran intensidad.

—No eres mi amiga, eres mihermanita. No lo olvides, puedes hacer amistades, como no, pero ninguna podráquererte más que yo y sustituirme menos. Soy Carmen Morales y tú mi Penny.

—Pensé que te llamabas CarmillaMirelles.

La rubia le guiñó un ojo.

—Así es... Tampoco lo olvides.

 Con algo tan sencillo como un abrazo ella eracapaz de devolverle color a su alma. Tenía razón, no era una amiga, sino lahermana que nunca tuvo.

La empresa aprendió de suserrores. No se hizo una reunión, ni se dieron permisos indiscriminados.Invitaron a seis hombres de la oficina, con el exclusivo honor de cargar elféretro. Y quién manifestara su deseo de asistir al entierro, se le hizo firmaruna carta de compromiso.

Al día siguiente, aparte de loschicos convocados, solo fueron diez personas. Penélope, obvio que fue, Alexa,Morgana, Diana, Silvia, Axel, Lotario Cárdenas, dos diseñadores deldepartamento de modas de dudosa masculinidad y Carmilla. Eso sorprendió aPenélope.

—Vine a asegurarme que leecharán bastante tierra, no vaya a querer salirse —comentó con sarcasmo.

—Carmi, eres incorregible. ¡Quécosas dices! No me hagas reír que la ocasión es sería.

—Si me incluye en su testamentopuede que la recuerde bonito, mientras... No. Más bien me dan ganas de bailarun fandango sobre su tumba. Yo solo vine por ti, mi Penny. Nada más.

—¿Qué? ¿Qué es eso de fandango?

—Un baile típico de España.

—Ya, ya. Comportémonos, es unentierro.

—Está bien —murmuró entredientes Carmilla.

Alexa fue la encargada de darunas palabras. Al no haber parientes, ella asumió la responsabilidad. ¡Quélinda! Los hijos de la doña cacatúa, digo, Gertrudis, fueron avisados, pero alvivir en el exterior, no llegarían hasta el día siguiente.

—Señorita Mármol, venga acá —lepidió Morgana, aprovechando el discurso de la pelirroja.

La llevó hasta una capillacercana, sin embargo, lo suficientemente alejada como para que no les oyeranadie.

—Luego de un intenso debate,accedí a la propuesta de otorgarle el puesto de secretaria de presidencia.Mañana haremos oficial eso.

Penélope no se emocionó, no erablanco del cariño de la señora Rousel, así que esperó el zancadillazo.

—Contrataremos una asistentepara que pueda apoyarla con presidencia y vice presidencia.

«¿Apoyarme o vigilarme?»

—Espero profesionalidad de su parte.Será la sustituta de una gran mujer.

—Claro señorita.

—¡Señora! ¡Señora de Rousel!

«Y dale con la corregidera,Muérgana Muérganosa de Rousel».

—¡Sí, señora!

—Mejor. Y ya que estamos en elcementerio —le dijo, acercando mucho su rostro—. Respétame la cara. Cómo noteque ves a Axel con ojitos de deseos, te entierro.

Penélope asintió repetidasveces, intimidada a más no poder.

—Y no es que te voy a botar dela empresa. ¡Te mato! ¿Oíste? Soy capaz de todo para defender a mi hogar. ¡Temato y te entierro al lado de tu jefecita!

De nuevo Penélope asintió, másveces aún. La mirada de doña Rousel no mentía.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro