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Trágame

De suerte que tenía las vendas aun puestas en el rostro. ¡Dios! ¡Qué vergüenza! ¿Por qué Axel tuvo que entrar en ese preciso instante? Lo más triste del caso: no llegó al orgasmo, o sea que ni eso le quedó. En vez de ser despertada por un agradable clímax lo hizo por una aparatosa vergüenza. ¿Y ahora cómo sacaba la mano de la sábana? Más importante aún: ¿Cómo sacaba los dedos de su cosita? ¡Santo Cristo de la papaya! ¿Por qué pensó en la palabra papaya? En Venezuela a la papaya se le llama lechoza o mejor dicho a la lechoza en otros países les dicen así. Eso era culpa de la Rosa de Guadalupe. Nota mental: ver menos ese programa y mantener intacta la identidad nacional. Aunque siendo justa la frase "Santo Cristo de la lechoza" como que no pegaba. Papaya entonces.


—Señorita Penélope —le saludó Axel.

 
¡Le había hablado por primera vez! De la impresión que le causó, extrajo la mano de manera brusca, produciendo un sonido semejante al que se oye cuando quitas el chupón de un bebé renuente. ¡Plop! Quiso que la sensación de haber oído un sonido líquido, contentivo de viscosidad, hubiese sido producto del nerviosismo, pero notó que el señor Axel lo había escuchado también. Él cual, hizo un gesto entre divertido y extrañado.


—¿Qué fue ese ruido? —preguntó él, levantando la sábana.


¡Ya estuvo! ¿Qué más podía pasar? Ella no estaba vestida, tenía las piernas abiertas, motivada por su faena anterior, fue tan rápido y sorpresivo el movimiento que no pudo cerrar a tiempo las susodichas extremidades. ¡Desde esa posición le vería hasta el útero!


Y hablando de cosas que podría ver, trató de recordar si había afeitado la zona. ¡Ay no! Sintió sentir unos pelitos cuando retiró los dedos. ¿Qué tan alta estaría la maleza en su jardín? ¡Santo Cristo de la papaya, la auyama, la papa y la yuca! ¡Claro, si hacía tres días que no se rasuraba! Esos condenados doctores y enfermeras, si la iban estar viendo a cada rato, pudieron haberle hecho el favor. "¡No, mejor no!" Pensó de manera inmediata, al imaginarse como le tocaban sus partes íntimas estando ella dormida. ¡Qué pensamiento tan embarazoso!

 
Pasó de un sueño estimulante a lo sublime de su aparición, de lo incómodo a lo vergonzoso, en tres segundos. Nada más faltaba que Axel sacara su teléfono y le tomara fotos, así como estaba. ¿Por qué a veces le llamaba señor Axel y a veces solo Axel? ¿Cuál sería la forma apropiada para dirigirse a él?


—¿Por qué esta desnuda la señorita?


—No lo sé Axel. Son cosas de los médicos, parte del procedimiento clínico. ¡Qué sé yo! Además, no está del todo desnuda, tiene una bata quirúrgica, solo que está abierta. Por cierto: ¡baja la cobija! ¿Qué tanto ves?


No reconoció la voz. Quizá era la señora Morgana. Era una mujer, eso era evidente; estaba detrás de él, por lo cual no la vio al inicio. "Necesito mis lentes" pensó, "no veo nada sin ellos".
—Tienes razón Alexa, tiene una bata, pero está corrida —dijo Axel, sonriendo y remarcando la palabra: "corrida".


Ya estuvo de nuevo. El señor Axel dedujo lo que había acontecido debajo de la cobija. Aunque, no se había corrido, faltó poco, eso sí.


—¡Axel! —le amonestó la hermana.


—¡Esta bien! ¡Está bien! Ya la cubro. ¿Para qué me entretienes con tus cosas? Si no me dices lo de la bata no me quedo viendo.


Penélope la vio mejor, más allá de su ceño fruncido y la evidente molestia, Alexa era tan hermosa como su gemelo, muy hermosa.


—Disculpe usted a mi hermano. Tiene un humor tan cáustico como su curiosidad. ¿Cómo se siente? Esto debe ser tan confuso como inesperado. ¿Le duele?


—No —contestó a media voz —. Increíblemente no, gracias a los medicamentos y cuidados.
Axel se sentó en una silla habida al lado de la cabecera de la cama. Con una actitud de aburrimiento se dispuso a revisar las carpetas que estaban en una mesita.


—No ha firmado el contrato —dijo de improviso.


—¿Es verdad? ¿No ha firmado el contrato?


Penélope negó con la cabeza.


—¿Está disconforme con alguna cláusula? —preguntó Alexa.


—No es eso. Primero estuve muy débil para sostener siquiera un bolígrafo y luego tan sedada que lo olvidé por completo —contestó ella.


—Entiendo —dijo Alexa, con tono condescendiente —. ¡Axel, ayuda la señorita!


—¿Yo por qué?


—Es lo menos que puedes hacer después del golpe que recibió por tu culpa.


—¡No fue mi culpa! ¡Fue culpa del mono ese!


—Querrás decir Lotario.


—¡Ese mono!


—Pues el mono dice que fuiste tú. ¿A quién le creo?


—Pues a tú hermano gemelo, los monos son mentirosos. ¿Cuándo te he mentido mi amor?


La referida frunció el ceño y cruzó los brazos.


—¡Bah! ¡No importa! —protestó Axel —Venga señorita, deme su mano.


Penélope no reaccionó a tiempo, él tomó la referida extremidad, acercándole el documento. Ella no se había limpiado los dedos y fue evidente que Axel percibió la viscosidad, los restos del fluido, con los cuales se impregnó los suyos propios. "¡Trágame tierra!" pensó Penélope. "¡Qué vergüenza!" Otra más.


Él no dijo nada al respecto, pero con descaro le guiñó el ojo derecho, fuera de la línea visual de la hermana, quien no se percató de la seña de complicidad. Penélope, presionada por toda la situación, firmó todas las hojas, queriendo que todo acabase lo más pronto posible.


—¡Listo, es oficial! Es usted empleada del Consorcio Morgan-Rousel —exclamó el joven CEO.


—¡Te felicito Penélope! Eres bienvenida a la empresa. Encontraremos un puesto acorde a tus capacidades. ¿Verdad, Axel?


—Claro que sí, ya sé que es muy hábil con los dedos.


Penélope se sonrojó, o al menos eso creyó. ¡Las vendas! ¡Gracias a Dios por las vendas! Así no podrían observar su cara colorada.


—¿Qué dices? —preguntó extrañada Alexa.


—Aquí lo dice, en su currículo: habilidades en taquigrafía, mecanografía y origami.


El currículo no decía nada de eso. Lo estaba inventando, le estaba diciendo a Penélope: "sé lo que estabas haciendo cuando entramos, picarona".


—¡Deja la payasada! ¡Vamos! Permitamos descansar a la señorita Mármol —indicó Alexa —. ¡Gracias por su tiempo! Deseamos su pronta recuperación y estaremos al pendiente de la misma. ¡Felicidades! No se aflija. No hay mal que por bien no venga.

 
Axel se despidió con la mano, le abrió la puerta a su gemela y luego que ella salió se pasó el índice por la nariz, aspirando con fuerza. Lo hizo de tal manera que Penélope pudiera verlo con claridad. Luego movió sus labios, sin vocalizar palabra alguna, pero haciendo indudable la frase que articulaba: "qué rico". Sonrió, se chupó los dedos, guiñándole de nuevo el ojo, esta vez el izquierdo.


"¡Apúrate Axel!" Gritó la chica fuera de la habitación. Él salió y Penélope pudo entonces limpiar su mano y llorar de vergüenza, de dolor en el amor propio. Se sintió tonta, ilusa, víctima de sus fantasías; calenturienta y necesitada.

 
Como la puerta quedó abierta, escuchó con claridad los reclamos de la mujer al hermano: "¿Por qué tardaste tanto en salirte? ¿Estabas viendo debajo de la cobija otra vez? ¡Igual no sé qué tanto puedes ver entre tanto pelo! ¡Qué desagradable espectáculo!" El hombre no respondió, pero Alexa continuó echándole en cara su actuación. Poco a poco los gritos se fueron alejando por el pasillo.

 
Deseó entonces que entrara una enfermera, un doctor o el conserje del edificio, cualquiera, menos una persona de su familia o amigos, y le inyectara alguna cosa para dormir. No importaba si levantaban la sábana y veían su cosita, total, ya la había visto medio pueblo.
Conforme a sus deseos, entró una enfermera.

 
—¿Señorita, se ha sacado el catéter?


—¿Qué? ¡No!

 
Ante la negativa, la mujer le enseñó el mencionado dispositivo fuera de su sitio.


"¡Coño!" Pensó. Lo había extraído sin querer en su acto masturbatorio. Nota mental: no tener más sueños húmedos.


—¿Va reinsertarlo? ¿Eso duele? —preguntó, nerviosa.


—Este no. Ya se contaminó. Me tocará usar uno nuevo y afeitarle sus partes privadas. Ha crecido mucho vello. No se preocupe, el proceso es incómodo, pero no doloroso.


La mujer salió, regresando minutos después. Penélope aprovechó para limpiarse su delicada flor. Se deleitó con el olor, el aire acondicionado hacía que este quedara impregnado en el ambiente. "El perfume del sexo, pero sin sexo" pensó. Culminada la acción lanzó la servilleta que había utilizado en sus labores de higiene personal. El tiro quedó corto y el trozo de papel arrugado se quedó tirado en el piso. Suspiró. Nunca fue buena en baloncesto. Oyó a la enfermera regresar. Se cubrió con la cobija y simuló normalidad.


La mujer realizó el procedimiento con mucha profesionalidad. Tenía razón fue embarazoso en extremo, sobre todo la parte donde hubo de rasurarla, luego de eso lo demás fue sencillo.


—Listo. Procure no moverse mucho. No tengo idea como se pudo haber salido, eso no pasa, así como así.


Penélope asintió, que otra cosa podía hacer. Al menos pudo descansar, el sedante hizo efecto. Nada de erotismo onírico ni preocupaciones.


Según le había dicho el médico, retiraría las vendas en la mañana del siguiente día. Sería la hora de la verdad. Sabría si era un monstruo o si al menos podría verse en un espejo sin querer arrancarse los ojos.

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