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Tempistica

Fermín Martínez sorbía su taza de café con deleite, en la zona de serviciosde la estación. Pocas cosas en la vida le causaban más placer que esa humeantebebida negra. No sabía si la leyenda era cierta, pero gracias a Dios por lascabras que se comieron las semillas y el monje curioso que las vio, al queluego se le ocurrió lanzar al fuego los frutos del cafeto, para aromatizar suestancia. Le gustó tanto el olor que decidió preparar una infusión y así laprimera taza de café. Benditos sean, monje, cabra y Etiopía.

Esta vez, primero el placer, luego eltrabajo. Además, así hacía esperar al joven empresario y ponerlo nervioso. Riopara sus adentros. «Esta amargo, y delicioso».

Dejó la taza vacía en la mesa de lacafetera. «¡A trabajar, Fermín!» se aupó. Saludó a sus pupilos y se aprestó arealizar la tarea postergada. En su oficina lo esperaba el protagonista de lamisma.

—¡Buenas tardes, señor Rousel!

—¡Comisario! —respondió Axel, muy serio.

—Cuénteme sobre lo sucedido.

—Ya me tomaron la declaración, ¿Deborepetir todo otra vez?

—Entrevista.

—¿Qué?

—Ahora le llamamos entrevista. A algúnpolítico, que de seguro no sabe nada de leyes ni de policía, se le ocurrió labrillante idea de cambiar el nombre. Imagino que así suena más bonito—respondió amargado Fermín—. En fin, no preste atención a esas pequeñeces. Meinteresa saber su perspectiva del asunto.

Axel suspiró como muestra de fastidio.

—Pues no sé qué más decirles. Hoy llegué tempranoa la empresa y me conseguí con una situación inesperada. Mi secretaria...

—Su amante... —interrumpió Martínez.

El joven hizo una mueca de desagrado yresopló. Se tomó algo de tiempo para continuar.

—...Mi amante, como dice usted, ysecretaria de presidencia había renunciado a su puesto, luego de una discusióncon mi hermana y su esposo, aparte de algunas vejaciones que fueron propiciadaspor el personal de oficina. Alarmado, fui a buscarla a su casa. Antes de llegara su domicilio, cerca de una cuadra, poco más, poco menos, la encontré hablandocon su ex. Bueno, más bien él la retenía contra su voluntad. El tipo se pusoagresivo, me defendí, lo derribé, y, aun así, a pesar de su injustificadoataque, le ayudé a subir a su vehículo. Él se fue y entonces quise hablar con misecretaria...

—Su amante...

Martínez vio como Axel entornaba los ojos.Obvio que no le gustaba que lo interrumpieran. «¡Aquí no eres el poderoso CEO!Aquí mando yo, Axelito. Por cierto, ¿Qué carajos significan esas siglas? C. E.O. Me toca buscarlo en internet luego». Pensó.

—Sí, mi amada Penélope Mármol —contestócon fastidio—. Me arrodillé ante ella para pedirle que fuese mi novia. No quieroque la llamen más la amante, quiero darle el puesto que le corresponde.

—Eso luego que, convenientemente, suesposa murió.

—Fue un accidente, usted lo sabe. No tuvenada que ver. Mi relación con Penny no es su problema. En todo caso, ser infielno es un crimen.

—Lo era. Adulterio, lo llamaban. Solo quemuy pocas denuncias se llevaban a cabo y muchas menos llegan a instanciasjudiciales y ahora sirve únicamente para divorcios y pensiones alimentarias. Sinembargo, no es por eso que está aquí. Disparó a quemarropa contra un menor deedad desarmado.

—¿Cómo qué desarmado? El tipo tenía unrevólver. Además, con ese tamaño me pareció bastante adulto. No es que lepudiera pedir la cédula para establecer si era o no menor de edad. Me apuntabaa la cabeza, estaba inmovilizado, ni siquiera podía verlo de frente.

—El revólver no tenía balas.

—¿Y cómo iba a saber eso? Lo mismo que laedad, no que le pudiera preguntar, "oye, ¿Tiene balas?" Es absurdo. Aprovechéun descuido, el tipo quería darme con la cacha, me libré de su agarre y usé miarma para proteger mi integridad física.

Fermín suspiró, la otra reacción posibleera asentir, de eso ni hablar. Atacó, no podía ni quería darle respiro.

—Su amante...

—Novia —interrumpió Axel.

Martínez sonrió con ironía. «Me salióvengativo el tipo. Y medio infantil». Pensó.

—...Su novia le gritó que el arma no teníabalas.

—Sí, pero fue casi simultáneo a la acciónde yo desembarazarme de su agarre y disparar. Además, en una situación depeligro como esa, uno reacciona por instinto más que por raciocinio. Usteddebería saberlo, por experiencia, digo, asumo que en algún momento habrá estadoen un tiroteo.

El comisario, por más que admitió para símismo que el empresario poseía la razón, no se la dio ni nada dijo al respecto.Además, si bien había usado su arma en operaciones de diversos tipos, noconsideraba haber estado en un tiroteo y mucho menos le había disparado aquemarropa a nadie.

—Había muchos chismosos...

—Testigos —corrigió Fermín.

—Eso... Ellos podrán decirle.

Sí, mucha gente fue testigo del incidente,pero no sé pusieron de acuerdo respecto al momento del grito, incluso algunosno lo escucharon. Sin embargo, era algo que no podía decirle al empresario.

—Señor comisario, para mí era un asunto devida o muerte, era él, o yo. No tenía ni cabeza, ni tiempo para ponderar unacosa así. ¿Además, a quién se le ocurre atracar con un revólver sin balas? Yolo tomé como lo que era: una amenaza real.

Se dio cuenta que por ese lado no iba a conseguirnada. Martínez decidió abordar el siguiente punto.

—¿Conocía usted a los fallecidos?

—¿Fallecidos? Que yo sepa maté a uno solo.

—No, señor Rousel, Pedro Miguel Garcéstambién murió.

La argucia no funcionó. Axel realmentepareció consternado. No sabía del deceso del joven moto taxista. Fermínpercibió la reacción como natural y no fingida.

—¿De qué murió? —preguntó preocupado—.Digo si fue por una conmoción cerebral sería yo culpable. Cuando lo lancé alpiso, se golpeó la frente muy fuerte.

—No, minutos después de su pelea y a pocascuadras, fue víctima de un accidente de tránsito. Lo arroyó un camión y quedóatrapado bajo las ruedas delanteras del mismo.

—¡Qué alivio!

El comisario frunció el ceño.

—No me mal entienda. Me causa alivio nohaberlo matado, no que haya muerto.

—Está bien, le creo, repito la pregunta:¿Conocía usted a los fallecidos?

—No. Sabía que Penny había tenido un noviollamado Pedro y en una ocasión supe que fue expulsado de las cercanías de laempresa por acosador. Sin embargo, no lo conocía en persona.

—¿Y a Carlos Mota?

—Mucho menos, no sabía que existía.

Fermín no estaba consiguiendo nada y, dadoque los múltiples testigos corroboraban la versión de Axel, desistió.

—Su arma la retendremos por unos días pormeras cuestiones técnicas, le llamaremos para que la venga a buscar. Puederetirarse.

—¿Y Penny?

—Espérela en recepción, apenas culmine suentrevista podrá llevarla con usted.

—Gracias. Es usted muy amable.

La entrevista de Penélope Mármolculminó poco tiempo después de la suya propia, por lo cual Axel se reencontrócon ella en la zona de recepción.

Martínez, desde la ventana de sudespacho, observó a la adúltera pareja con detenimiento mientras tomaba otrataza de café. No tenía nada personal en contra de ellos, pruebas tampoco, noobstante, le desagradó la visión. Un empresario poderoso y rico, reciénenviudado, abrazaba su amante, cuyo ex novio y el padre de su hijo bastardohabían muerto el mismo día. No le gustaba tanta conveniencia, las casualidades quese amontonaban como escombros aleatorios de una demolición mal planeada. Algono estaba bien o, mejor dicho: todo estaba mal. ¿Eran esas muertes producto delcaprichoso azar o de brillantes, y malévolas mentes?

Con el choque dos obstáculos parala adúltera relación fueron removidos: Morgana Morgan y el bebé en gestación yen el otro incidente, dos obstáculos más: el Ex y el padre de la criatura.¿Estaría siendo víctima de una paranoia de conspiración? Sacudió la cabeza.

Llamó a la agente Ángela Flores.

—¿Qué me cuentas de nuestraamiga Penélope?

—Lo dirá jugando, pero a estasalturas la he entrevistado tantas veces que ya la siento como amiga.

—Cuidado Flores, no debemosencariñarnos con los testigos e investigados.

—Eso lo sé, comisario. Es soloque tiene un aura de indefensión que me provoca un efecto muy curioso y me danganas de protegerla.

Fermín se mantuvo serio eimpasible. Leyó la declaración con atención.

—Bueno, parece que a nivelpolicíaco no podemos hacer mucho.

—¿Eso lo frustra, jefe?

—Un poco. Me choca elencadenamiento de sucesos y el hecho de que todos encajen.

—Le entiendo, aunque usted no locrea. Sin embargo, las pruebas, testimonios y grabaciones nos remiten a un casode defensa legítima y otro de un lamentable accidente.

El comisario sonrió con ironía,que más que una risa pareció el bufido de un toro exacerbado.

—No te digo: es chocante.Tenemos más ángulos y más videos que cualquier caso del edificio Rousel.¿Cuántas?

—Ocho —respondió Ángela Flores.

—Ocho celulares y más de unadocena de testigos.

—Y todos los videos nos muestranlo mismo, jefe. Se ve con claridad como Pedro Garcés intercepta a PenélopeMármol, cerca de las nueve de la mañana, en la avenida principal del Barrio laDemocracia, justo en el Cruce de la calle doce. Ella quiso continuar hasta sucasa y él lo impidió, sujetándola por el brazo.

—Eso tipifica como acoso. ¿Tedijo por qué no lo denunció nunca?

—Porque no quería perjudicarlo.Eso me dijo.

—Bueno, ahora el señor Garcésestá muerto. Más perjuicio que la muerte no hay. Si su intención no era causarledaño, falló totalmente. Una denuncia hecha a tiempo quizá hubiera evitado todaesta tragedia. En fin... Continúa Ángela, disculpa la interrupción.

—No pasa nada, jefe. Lo ciertoes que, Carlos Mota entra en escena, al parecer el chico estaba conmocionado.Su forma de andar es errática.

—¿Conmocionado o drogado? ¿Quédicen las pruebas toxicológicas?

—Resultaron positivas.

Fermín asintió concondescendencia. Y le hizo señas para que continuara.

—Aquí lo vemos, primero discuten,pelean y Carlos lleva la peor parte. Se va, auxiliado por la señorita Mármol.

—Fue a buscar el revólver.

—Eso creo, señor. Su intención,muy posiblemente, era usarlo contra Garcés.

—Solo que a quien encontró a suregreso fue a Axel Rousel, de rodillas, declarándose a la chica de sus sueños.Penélope Mármol cuidó del chico de niño y este creó una fuerte atracción porella, u obsesión según se vea.

—Es correcto, pero antes, la segundapelea, si podemos llamarla así, ocurre por un intento de agresión de Garcéscontra el señor Rousel, este reacciona y lo derriba.

—Y entonces viene el detallazo: loayuda para que se vaya. ¡Sí hasta le acomoda el casco! ¡Un tipazo el Axel!—exclamó Fermín.

La detective asintió.

—Comisario, mire esta toma, enella se nota que Garcés no estaba en condiciones óptimas para conducir. Sutrayectoria es errática y desequilibrada —comentó la detective, haciendo clicen el video correspondiente.

—Este vídeo no lo había visto.

—Yo no había notado ese detalle,fue Sergio quien lo hizo. Está al final de uno de tantos vídeos.

—Ese carajito tiene buen ojo.Prosiga.

—Es posible que la pérdida decontrol se deba a la conmoción craneal. ¿Podríamos acusarlo de homicidioculposo?

Martínez le miró conresignación.

—No creo. Es meramentecircunstancial. Ningún juez se va a pronunciar al respecto, pero es un buen dato.Tengámoslo en cuenta, por si acaso.

—Entiendo, jefe... Y entoncesllegamos al momento culminante. Mota reaparece en escena, toma desprevenido aRousel, en plena declaración, le sustrae el anillo y, según lo que sabemos, leexige la entrega de la llave de la camioneta.

—El audio no se entiende, haymuchos gritos, de ella, de Carlos Mota, de la gente curiosa, no logro captar elmomento en que ella le dice a Axel que el revólver del agresor no tiene balas—se quejó Fermín.

La agente pausó y echó a andarlos vídeos y sus diferentes ángulos, uno por uno, probando.

—Tiene razón, jefe. Se escuchanmás los gritos de la gente que de los protagonistas. Esto debido a que, muyposiblemente, sostenía sus celulares muy cercanos a los rostros y, por lo tanto,de sus bocas. Tendrían los peritos que aislar los sonidos.

—¿Se puede hacer?

La agente se encogió de hombros.

—No lo sé. Tocaría preguntar aldepartamento técnico, en fin, Axel se libera, dispara a quemarropa y se acabóla contienda.

—¿A todas éstas, ¿cómo sabíaPenélope Mármol que el revólver no tenía balas? —preguntó el comisario con cara constreñida.

—Según declaró, el occiso se lodijo en una oportunidad. El chico quería presentarse como rudo y le mostró elarma. Luego quiso tranquilizarla, confesando que no tenía balas.

—¡Vaya! ¿Y la procedencia delarma?

—La estamos rastreando —contestóel detective Sergio Ramón Morales, que recién entraba al despacho.

—¿Y?

—Va a estar difícil, esa arma hapasado por más manos que prostituta de pueblo. Tiene huellas, sobre huellas,sobre huellas, sobre huellas.

—Sergio, que desagradable.

—¿Qué? Es una parábola.

—Metáfora —respondieron alunísono Flores y Martínez.

Morales hizo una mueca graciosay se llevó la mano a la cabeza.

            —Bueno,ustedes me entendieron. Está más manoseada que biblia para ciegos.

            —Apenas,Sergio, apenas te entendimos —dijo Ángela.

            —Hazteun favor, no digas más chistes intolerantes. Al menos no en mi presencia.

            —Estábien jefe, sorry. Entonces, ¿caso cerrado?

            —Técnicamenteno, sin embargo, poco podemos hacer al respecto. Al menos en lo que refiere alseñor Rousel. Ahora, Penélope Mármol puede que esté en problemas.

            —¿Lamadre del muchacho?

            —Sí,Ángela. El chico estaba en malos pasos, era drogadicto, malandrín y todo lo quetú quieras, pero era menor de edad.

            —Entiendo,la señora pudiera demandarla por abuso de menores —afirmó la detective.

            —¡Leyespendejas! Estoy seguro que el tal Charlie no se quejó cuando esa belleza se lemontó encima.

            —¡Sergio!A veces dices unas cosas que me provocan meterte preso. Sí no fueses tan buenagente te aplico castigo administrativo. Y, bueno, porque puede que tengasrazón. La ley apesta en ocasiones, pero la ley es la ley. Todo ahora depende dela señora. ¡Ángela!

            —¡Ordene!

            —Tetoca enfrentar ese dilema. Confío en ti. Debes tener mucho tacto, la señora acabade perder a su hijo, no importa lo que fuera. Todas las madres son leonascuando se trata de su cachorro.

            —Asílo haré, señor. No lo decepcionaré.

            —¿Yyo? —preguntó Sergio Morales.

            —Búscamecafé.

            Eldetective cumplió con la orden, antes que de verdad el jefe lo enviara a unacelda o mandara que le dieran de latigazos.

            FueraPenny subió una vez más a la camioneta, aquella donde alguna vez empezó lahistoria de ambos. Si se pudiera llamar historia en común tantas cosasextrañas, negativas, muertes, traiciones y malas decisiones. ¿Debería desistir?Una pequeña, muy pequeña voz en su cabeza le decía que así debería ser; sinembargo, mirar a su Ángel, allí, con ella, acallaba esa idea. Quedaba unsusurro, como un mosquito a media noche zumbando en la oreja, podría ahuyentarlocon una palmada, pero sabiendo que volvería una y otra vez.

            —Penny,mírame.

            Ellaobedeció, con los ojos brillosos fijos en los de él.

            —Todoesto ha sido horrible, pero juntos haremos que cambie. Te necesito, en mi vida,en mi empresa y en todo. ¿Te quedas?

            Ellaasintió, sin decir nada.

            —¿Lospolicías te preguntaron por el momento exacto de tu advertencia? Digo, cuandome gritaste que el revólver no tenía balas. Estaban muy interesados en eserespecto.

            —Sí.

            —¿Quéles dijiste?

            —Quetodo pasó muy rápido y no podía asegurar nada. Ellos insistieron con el temapor un rato, pero yo sabía que, si decía que fue antes del disparo, te podríameter en problemas. Me negué.

—Bien.

            —¿Axel,te puedo preguntar algo?

            —Claro,mi amorcito.

            —¿Porqué le disparaste, sabiendo que no tenía balas el revólver? Pudiste simplementereducirlo, tienes la fuerza, la habilidad y el tamaño.

            —Quizá,Penélope, quizá. No obstante, tienes que ponerte en mi lugar. ¿Cómo se yo quelo que tú me dijiste era verdad? No había tiempo para pensar, solo actuar y esohice. Esquivé el golpe y disparé. Ya luego me di cuenta que tú tenías razón.

            —¿Seguro?¿No lo mataste a sangre fría?

            —Claroque no mi Penélope. ¿Cómo se te ocurre? ¿Hubieras preferido que fuese el muerto?

            —Yo...yo... yo...

            —PenélopeYoyo, no será que aun albergas sentimientos por ese muchacho, digo, por algo erael padre de tu hijo.

            Esecomentario la desarmó por completo.

            —Yo...yo... yo... ¡No! ¡No! Ya te dije, ese encuentro fue fortuito, producto de midespecho y borrachera.

            —¿Osea que fue mi culpa?

            —¡Sí,fue tu culpa! ¡Te casaste con la muérgana esa! ¿Cómo querías que me sintiera?

            Élsonrió. Ella hizo un ademán de pegarle.

            —¿Porqué te ríes? —preguntó frustrada.

            Axelno respondió, atajó la mano agresora y la besó con pasión. Ella correspondió. «¡Note dejes Penny! ¡Te quiere amansar con un beso!» Pensó, mientras luchaba, consu único brazo libre, por deshacer la acción. Esa voluntad combativa le durópoco y la siguiente alocución terminó de someterla.

            —¡Teamo, Penélope Yoyo! ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!

            Segúnella no iba a dejar de pelear, sin embargo, escuchó a su boca repetir laspalabras, de idéntica forma, la misma cantidad y con más intensidad.

            Élsonrió y esa fue la bala final. No podía hacer frente a esa sonrisa, a lamirada, al toque apasionado de su lengua, al ardor de esos labios y las manosinquietas. Axel intentaba, en vano, de tomar su seno izquierdo. «¿Por qué legustará tanto mi teta izquierda?»

            —Elcabestrillo no me deja. Que malo.

            —Losiento —respondió ella, compungida.

            —Note preocupes, de a poco encontraremos la dinámica, la forma y nuestro ritmo.¿Sí? Por ahora vamos, te llevo a tu casa, deben estar preocupados por ti.

            —Gracias,mi amor.

            Noera la primera vez que lo llamaba así: mi amor. Sin embargo, la sintió como laprimera; la primera vez que era real.

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