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La Manzana

Carmilla, fiel a su palabra, al día siguiente acompañó a Penelope hasta la entrada de la empresa.

—Penélope, recuerda: el trabajo dignifica. No te sientas humillada por trapear, no le des el gusto a la señora Morgana. Evita a tú sabes quién. Si estás en problemas escribe, yo haré lo posible por ayudarte. Ya sea con mi presencia o mis palabras —le dijo Carmilla guiñando un ojo.

—Prometo hacer mi mejor intento —contestó la joven.

—¡Bien! Has todo lo posible y cuando te falle la voluntad o sientas la tentación, llámame. Todo es provisional. Todo pasa. No estarás en el departamento de limpieza para siempre.

Penelope asintió. Entonces se despidieron con un abrazo, Carmen cruzó la calle, al Morgan Building, mientras ella entró a la Torre Rousel. Sin prestar atención a las miradas, fuesen hombres o mujeres, fue directo al departamento de ablución, apenas viendo hacia los lados, solo lo suficiente para no tropezar con nada o nadie. Escuchó murmullos, gente andando de aquí para allá, el sonido del motor eléctrico del ascensor. Nada de eso importaba. Eran elementos abstractos en un ambiente neutro que fabricó para sí misma. Al entrar a la "oficina", la señora Rodríguez le entregó un paquete.

—Son tus botas de seguridad. De hoy en adelante no tienes por qué trapear con tacones.

—Exactamente por eso me traje unos tenis, por ser más cómodos.

—Sí, puede ser, pero por normas de seguridad debes usar los que te otorga la empresa —dijo la señora con autoridad.

—¿Por qué no me los dio ayer?

—Tú sabes por qué. Órdenes de arriba. Te tiraron a sacar muchachita, pero aguantaste. Estoy orgullosa de ti.

Penélope se percató de la maldad implícita en la acción. Entendiendo que la señora Blanca no tenía la culpa. Solo había seguido instrucciones. Suspiró y tomó el referido calzado. Efectuó el cambio de ropa, colocándose el uniforme; se calzó las botas y observó que le quedaban poco menos que perfectas. Si bien eran de seguridad, con su correspondiente punta de hierro, eran de corte bajo, razonablemente cómodas y femeninas hasta cierto punto. Sí, podría con ello.

—¿Le puedo pedir un favor señora Blanca?

—Por supuesto. Dígame, ¿qué será?

—Le pido me exonere de limpiar en el piso veintiséis. Allí están usted sabe quiénes y quisiera evitar malos entendidos.

—Pues eso precisamente te iba a decir. Estamos pensando lo mismo. Me agrada que lo tomes así. Debes alejarte del peligro. No te preocupes, le diré a Toñita que se encargue.

—Otra cosa, ¿puedo usar audífonos?

—¡Claro! Mientras todo esté limpio y reluciente no importa la música que escuches. La Antonia oye reguetón a todo volumen, pero hace bien sus labores.

—¡Gracias! No se preocupe, solo escucho románticas, chatarritas y boleros. Tengo espíritu de viejita.

La señora sonrió e hizo una mueca sarcástica.

—¡Hey! ¡Vieja tu abuela! Yo escucho lo mismo. Si me dices vieja otra vez te pongo a trapear en tacones de nuevo.

Penélope echó a reír, tomó sus implementos y partió a las tareas designadas. No sin antes dar un abrazo a la confundida señora. Ésta no le correspondió la muestra de cariño, no porque le desagradara la muchacha, sino porque le tomó por sorpresa.

—Ya, ya. No exageres, porque me abraces no te voy aumentar el sueldo. No está en mi poder. Lo único que puedo aumentarte es el trabajo.

—Ni siquiera he cobrado la primera vez.

—Firma por acá la recepción de tus implementos de seguridad. Si aguantas hasta la quincena, podrás tener tu primera paga.

La chica estuvo muy nerviosa al principio de su jornada laboral. En muchas ocasiones creyó ver a Axel en los pasillos y oficinas. No fue así, no era él, ni siquiera se parecían un poco. Él era único, ¿cómo osaba ella compararlo con sus burdos compañeros de trabajo? Aun así, si creía verlo por la derecha, cruzaba hacia la izquierda, subía o bajaba de manera estrepitosa por las escaleras, haciendo acrobacias con las estopas y baldes. Cundía el pánico en su mente, por más que cada cierto tiempo recibía un mensaje de Carmilla. Sin embargo, también comenzaron a llegar mensajes de Pedro Miguel. De ella eran bien recibidos, pero los de su ex no tanto. ¡Qué fastidio! Insistía en volver, se deshacía en promesas y solicitudes de perdón. Lo bloqueó. No quería saber más nada de él, ni de ningún hombre, excepto Axel. ¡No! ¡No! De él tampoco. No debía. Menos mal que no tenía su número, así no caía en la tentación de ver sus estados.

Culminó ese día martes, también el miércoles, jueves, como cualquier otro más. Su nerviosismo inicial fue remitiendo poco a poco para ser sustituido por una sensación de vacío.

Sin apenas darse cuenta ya era viernes, llegaba el fin de semana y no había visto al señor Axel. Estaba bien, esa era la meta. Debería estar feliz, orgullosa de ella misma, como lo estaba Carmilla. No obstante, se sentía triste. Lo extrañaba, muy a pesar de lo ocurrido con anterioridad.

Para su lamento, a quien si había visto todos esos días fue a Pedro Miguel. En las tardes le esperaba en la hora de egreso, en su moto, estacionado frente al Edificio Rousel.

Sin embargo, Carmilla no solo le acompañaba al entrar sino también en la salida del recinto de trabajo y su sola presencia le valía de escudo, su ex no se atrevió nunca acercarse o hacer nada. Penélope desestimó denunciarlo, a pesar de la insistencia de su amiga que lo hiciera, en el fondo le daba lástima. Sí, era un hombre infiel, pero no una mala persona.

Sin embargo, ese viernes, Carmilla le había avisado que estaría ocupada en un evento fuera de la ciudad y no podría acompañarla. Antes de irse le dio un sin fin de recomendaciones, entre ellas que saliera esa tarde por el Morgan Building en vez de la salida normal.

—Cruza el puente que une a los edificios, en el piso veinte y listo. Te mezclas con la muchedumbre, eso despistará a tu insistente ex novio y sí no dile a los guardias de seguridad. Yo les he alertado del asunto y ellos están atentos. Tú sabes, ningún hombre se resiste al yo pedirle un favor —señaló Carmilla.

Siguiendo los consejos recibidos, decidió, dar un trapeado en la zona del puente a mitad de mañana, así, como quien no quiere la cosa. Cruzaría el puente, en un saltito, eso le permitiría inspeccionar el terreno y estar mejor preparada.

Cuando concluyó que nadie la observaba, dejó el balde y las cosas en un rincón del pasillo y cruzó raudamente el susodicho voladizo. Lo primero que notó fue que el Morgan Building estaba diseñado de una forma totalmente distinta. Era algo que pudiera parecer obvio para cualquiera, pero en su inocencia arquitectónica, llegó a pensar que habría similitudes. Se internó en el corredor sur, llegó a la esquina, nada, allí no estaban los ascensores, como sí ocurría en la Torre Rousel. Se dirigió al costado norte, igual, otro largo pasillo, aunque por lo menos vio unas escaleras a mitad del mismo.

Ya había invertido más tiempo del que podía disponer. Era hora de volver. De ser posible lo intentaría en la tarde. Se devolvió a media carrera, hacia el cruce. Sin embargo, chocó contra una masa imponente de músculos, grasa, piel y cabello. Lo reconoció de inmediato, nunca había hablado con él, pero era imposible no estar al corriente de quien se trataba. Era el señor Lotario, a su lado, la hermosa Alexa, la gemela, la prometida, la manzana de la discordia. Motivo de la pelea que le cambió la vida y el rostro.

Penélope casi se orina del susto. Estaba en un lugar que se suponía no debía estar. Al menos no en horas laborales. Y chocaba no solo con uno, si no con dos de los jefes.

—Señorita Mármol —le saludó el hombretón.

—Se... Se... Señor... —tartamudeó la joven de limpieza.

—Cárdenas —completó Alexa con jovialidad.

Los novios sonrieron y se vieron a los ojos. Penélope sintió sana envidia, eso pensó al menos, la mirada de ambos reflejaba un amor, admiración y felicidad absolutas. Cosa que ella no había experimentado, ahora lo sabía. Pedrito nunca le vio así y ella tampoco lo vio de esa manera. De eso estaba segura.

A pesar del contraste de piel, de la evidente diferencia de edad, se veían bonitos juntos. Agarrados de la mano, como los dos tiernos enamorados que eran. Él tendría unos cuarenta y bastantes años y ella tenía unos dulces veintiséis, pues si Axel tenía veintiséis, ella también.

Se recriminó mentalmente: "obvio, pendeja".

—Mi vida, ve a tus asuntos, yo me quedo un rato con la señorita Penélope, quisiera hablar con ella. Tú sabes, cosas de mujeres —dijo Alexa.

Su voz era tan parecida a la de Axel que Penélope no pudo evitar estremecerse. Algo más suave, más dulce la entonación y una ternura que emanaba de todo su ser. La recordaba exuberante, de la fiesta, de la visita en la clínica. Ahora le veía en una forma distinta, cobijada con el esplendor del amor. Brillando como nunca antes.

El señor Lotario se despidió de su novia con un beso. A Penélope le pareció chocante ver aquellos labios grandes y gruesos, posarse sobre la pequeña boca de Alexa. Era un contraste muy fuerte. Casi que la bella y la bestia. Él no era especialmente feo, pero tampoco bonito o atractivo. Casi le doblaba la edad, era moreno y ella blanquita, con su cabello ensortijado y ralo, mientras ella abundaba en belleza y elegancia. Hasta en la vestimenta se diferenciaban enormemente, él vestía un sobrio traje marrón con una chistosa corbatita, tipo profesor de las películas de Hollywood. Y no filmes modernos, sino de los años cincuenta.

En definitiva, Penélope no entendía cómo esa hermosa princesa, llena de magia y luz, podía estar enamorada de ese señor plano y austero. Bueno, ni tan plano era, tenía una incipiente barriga, si no se veía gordo era por la altura y corpulencia. O sea, Alexa, con esa innata belleza podría hacer un casting y escoger al hombre de su preferencia.

Por momentos entendió a su ángel, a la reticencia y desacuerdo con la unión de su hermana con el señor Cárdenas. Está bien, está bien, no era su ángel. La propia Penélope se regañó por haberlo nombrado así en pensamientos. Era el ángel, pero de Morgana "la muérgana" Morgan, no de ella.

En fin, Alexa estaba desmejorando la raza con esa elección. "Eso no es problema tuyo, muchacha entrépita. Mientras sean felices, nada más importa. Y si no son felices, también sigue sin ser problema tuyo. Déjalos fluir. Además, hace un rato pensaste que se veían bonitos juntos. No seas contradictoria". Pensó.

—Venga conmigo señorita Mármol. ¿Te puedo decir Penélope? —preguntó Alexa.

—Sí, no hay problema. ¿Adónde vamos? No es por ser desobediente, pero no puedo ausentarme mucho de mi zona.

—No se preocupe por eso. Yo lo arreglo. Entremos a la oficina de mi prometido. Está por acá.

Penélope, sin muchas opciones, siguió a la bella patroncita. No tuvieron que bajar o subir un piso, en realidad, estaba bastante cerca del puente. Apenas entraron, le pidió que se sentara mientras ella levantó el teléfono, marcó un número y esperó.

—Señora Blanca. ¿Cómo me le va? No, no le habla mi hermano. Soy Alexa... No sé preocupe, tenemos la voz muy parecida, es natural que se confunda. Sí, claro... Mire, tengo por acá a la señorita Mármol, la voy a necesitar de apoyo un rato. A la brevedad posible le envío de regreso... Sí... Gracias. Es usted un amor. Saludos y besos.

Colgó y le dirigió una sonrisa cómplice.

—Listo, solucionado el asunto de su tiempo. Ahora me cuenta qué hacía tan lejos de su zona de trabajo habitual, que es la Torre Rousel —le preguntó.

"Ya estuvo", pensó Penélope. No sé le ocurrió ninguna excusa, además esa mirada, de alguna forma, le impedía decir mentiras. Decidió decir la verdad, era más sencillo, rápido y, a fin de cuentas, no era algo malo.

—Estaba buscando los ascensores.

—¿Y eso para qué? O sea, es evidente que sirven para bajar y subir. Me refiero es a la necesidad de buscarlos aquí, en Morgan Building. ¿Los ascensores de la Torre Rousel están dañados?

—No, no, están operativos. Lo que ocurre es lo siguiente, señorita Alexa...

—Llámame Alexa, a secas —le interrumpió.

—Alexa... —expresó Penélope con nerviosismo.

—Así está mejor. Prosiga.

—Hace poco terminé con mi novio y me escribe todos los días.

—¿Y eso que tiene que ver con los ascensores de este edificio? —preguntó Alexa, interrumpiéndola de nuevo.

"Sí me dejas hablar te lo explico". Pensó Penélope, algo fastidiada.

—Como no le contesto los mensajes o llamadas a mi ex, todos los días me espera en la salida de la empresa. Si no me ha abordado es por la presencia de mi amiga Carmen.

—Carmilla —le corrigió.

"Sí, sí, sí. Carmilla Mirelles. Ya lo sé". Penélope asintió, sin decir lo que había pensado.

—Lo cierto es que hoy, Carmilla no me podrá acompañar en la hora de salida y, dada esa circunstancia, me sugirió que saliera por la puerta del Morgan Building para despistarlo.

—Es una buena idea y una excelente amiga. Pero tengo una mejor propuesta.

Penélope quiso preguntar, sin embargo, se abstuvo. De una u otra forma le dio vergüenza.

—Cuando culmine el horario laboral, pasas por acá, por esta oficina y yo misma te acompaño. Así obturamos cualquier posibilidad que se acerque a ti —propuso Alexa con firmeza.

—No quisiera molestarla con mis problemas —respondió apenada Penélope.

—No es molestia. No puedo permitir que una de mis empleadas sufra de acoso y frente a mi empresa, menos.

—No sé si llamarlo acoso. Solo que es incómodo.

—Eso es acoso mi niña, aquí y en Pekín —dijo la empresaria—. Ahora cuéntale a tía Alexa que ocurrió con ese muchacho. No omitas detalles, sino no te puedo ayudar.

Penélope, estimulada por el trato cariñoso, la voz, el parecido y el parentesco con Axel, habló de lo ocurrido con Pedro Miguel. Cómo lo conoció, sus antiguos problemas de sobre peso y autoestima. Y los múltiples deslices que cometió, hasta el último con su madre.

—¿Con tu mamá? ¿Es en serio? —preguntó Alexa, sorprendida—. Ese muchacho es toda una estrella.

Penélope asintió, una vez más.

—Mi mamá lo negó, él también, pero la duda fue muy grande y ya, fue lo último que le aguanté.

—Ya, ya. Sin embargo, no me has dicho todo. Hay otra razón por la cual terminaste con ese muchacho, luego del incidente y la operación.

—¿Qué insinúa?

Ella sabía muy bien a qué se refería. Eso sí que no. No lo diría.

—Hay otro hombre. Uno que conociste y te deslumbró. Sin él, aún continuarías con tu ex.

"No, no me pregunte por su hermano, por favor". Pensó Penélope.

—¿Fue Axel, cierto? ¿Te has enamorado de Axel? Vi como interactuaste con él en la clínica —inquirió con picardía Alexa.

—Yo... yo... yo...

—Penélope Yoyo te voy a decir. Vamos, dile a tía Alexa —le conminó.

—Me da vergüenza hablar de eso con usted.

Alexa le tomó la mano como un gesto de complicidad.

—No debemos avergonzarnos del amor. No hay colores, género, raza o nacionalidad que puedan establecer barreras —dijo con solemnidad.

—¿Y la clase? —preguntó Penélope.

—No estamos en el siglo dieciocho. Esa menos que menos es una limitación. No te dejes intimidar por el poder económico, hay poderes más importantes.

—¿Y el compromiso? Se va a casar pronto.

Alexa arqueo las cejas, sonrió triunfante.

—Entonces lo admites. ¿Estás enamorada de mi hermano?

—No lo sé. No sabría llamarlo amor. No lo conozco, ni él a mí.

—Y, sin embargo, estás sufriendo por él, lo quieres para ti.

Penélope bajó la mirada.

—No te preocupes. Tu secreto está a salvo, lo que se dijo entre estas paredes se queda aquí. Y ya veremos cómo hacer para quitarte el castigo que te impuso mi cuñada. Me siento responsable, te prometimos computadora e impresora, y ella te dio un trapeador y un delantal. Axel y yo lo hemos hablado, haremos cumplir nuestra palabra. Para eso nuestro apellido figura en el consorcio y en el edificio donde haces limpieza. Aguanta un poco, te rescataremos.

Penélope asintió, aliviada de alguna manera.

—Ahora ve, no te vaya a crear problemas con la señora Rodríguez.

—Pero usted le avisó por teléfono.

—Claro, pero tú sabes a nadie le gustan los favoritismos.

"Sí, sobre todo yo, que soy la favorita de la muérgana".

—Nos vemos aquí a las cinco de la tarde, te estaré esperando.

—Así será señorita Alexa —dijo Penélope.

—Alexa, llámame Alexa.

Penélope le dio la mano, tomó los implementos de trabajo y retornó a la Torre Rousel.

Tuvo que redoblar los esfuerzos para poder cumplir con el cronograma de limpieza. Entendía el punto de Alexa, mejor era que la señora Blanca no creyera que había alguna preferencia. En su situación necesitaba todas las aliadas posibles. Su enemiga era poderosa y formidable.

Hablando de aliadas, su más cercana era Carmilla. Revisó el teléfono, solo tenía el mensaje de la mañana, deseándole suerte y con las recomendaciones antes descritas. Era lógico, seguro estaba muy ocupada con el evento. Decidió escribirle algo sencillo, quizá no lo podría leer al momento del envío, pero cuando lo hiciera podría estar tranquila. "Carmilla te escribo para desearte suerte y decirte que estoy bien. En la tarde la señorita Alexa se ofreció a acompañarme en la salida. Es un amor esa mujer. Estaré protegida, no te preocupes. Brilla como la rutilante estrella en ascenso que eres. Besos".

Llegado el fin de la jornada laboral, se sintió satisfecha. Había logrado solventar la incomodidad de Pedro, cumplió con todas sus tareas, la señora Blanca no le echó broncas y tenía una potencial amiga en Alexa. No importando lo que le dijo una vez Toñita: "Los jefes no son amigos de los empleados". La actitud de Alexa probaba que estaba equivocada.

Se cambió el uniforme, lo empaquetó en un bolso, se colocó los pantalones cargo strech, aparte de suaves le vestían muy bien. Los había comprado en previsión de su esperado trabajo de oficina. Está bien, no le dieron ese trabajo, sin embargo, debía darles uso. Además, le quedaban preciosos. Ahora que su cintura no estaba abultada, la figura se marcaba muy bien. "Eres hermosa Penélope. Recuerda siempre eso". Se dijo a sí misma al verse en el espejo.

Salió del cacareado Departamento de Ablución muy animada. De suerte que no había visto esos días a la muérgana ni a ya saben quién. La meta estaba cumplida, con un poco de suerte y disciplina lograría superar el estado de limerencia.

Acudió a la cita con su nueva amiga, la jefa, una de las dueñas, su casi cuñada. No, no, no podía pensar eso siquiera. La idea era olvidarse de Axel, no encapricharse más. Se quedaría con los cinco orgasmos del lunes. Eso debía bastar. "No recuerdes solo eso, acuérdate de la larga caminata por la zona industrial, descalza y con el chocho ardiendo". Una buena idea sería pedirle a Alexa que le cambiara de edificio, así evitaba tanto a la muérgana como el objeto de su deseo. Sí, lo hablaría con la gemela una vez su amistad floreciera.

Penélope se dirigió a la oficina del Señor Cárdenas. Tocó la puerta con timidez y esperó, no fuese a interrumpir una escena amorosa de los tiernos amantes. Alexa le dijo "adelante" desde dentro y entonces procedió a entrar con su mejor sonrisa. Pese a lo que había pensado, la patroncita estaba sola, no estaba el señor Lotario. La causó gracia llamarla "patroncita", era más alta que ella misma, más alta que Carmilla, más alta que cualquier mujer que conociese. Cosa de los genes, ambos, Alexa y el innombrable, eran unas varas de coco. ¿Cuánto medirían esos dos? A vuelo de pájaro calculó un metro ochenta y cinco al menos. Y pensar que ella era chaparrita le hizo sentir de menos.

—¡Pasa Penélope! Sin miedo, yo no muerdo. Bueno, no muy duro, muerdo quedito —dijo Alexa, invitándola a pasar.

La señorita Mármol no pudo evitar sonreír.

—¿Qué te preocupa? Venias con una expresión radiante y de improviso cambiaste el semblante.

—No fue nada, solo me puse a pensar en su altura y la mía. Para usted yo debo ser poco menos que una pigmea.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Qué ocurrencias las tuyas! Ven párate a mi lado.

Penélope accedió de inmediato. Se sintió condicionada a obedecer. Y no entendía por qué. Podría ser una necesidad de satisfacer, de cumplir parámetros, para poder encajar. Eso era consecuencia de haber vivido toda su temprana juventud como una marginada. Siempre fue sumisa, confiada, algo inocente. Hasta el despertar de la adolescencia donde desarrollo el impulso para realizar un cambio. No fue fácil y en cierta forma pensaba que todavía no lo había superado. Algo de la antigua Penélope convivía con la nueva, aun en su más reciente renovación. La adultez, la entrada al mundo laboral, amoroso. A pesar de tener un nuevo rostro aún era Penélope, debía recordarlo o quizá progresar a un nivel distinto de ella misma.

—No eres tan bajita. ¿Cuánto mides?

—Un metro sesenta y dos —contestó con timidez, como si confesara alguna cosa prohibida.

—Esa medida se encuentra entre los parámetros aceptados de normalidad, en temas de estatura. La cosa es que yo soy muy alta Penny, no te preocupes por esas pequeñeces. ¿Tu puedo llamar Penny? ¿Verdad?

"Pequeñeces, disimuladamente me dijo enana".

—Claro, señorita Alexa, Carmilla me llama así. No hay problema.

—Quería llamarte con un diminutivo, pero ni modo que te llame pene, suena feo.

"Diminutivo, sigue diciéndome enana. ¡Señorita Alexa, no sea así!"

—Ya, no me veas así. Eso lo arreglamos con un par de tacones —dijo la señorita Alexa.

—No tengo tacones. Tenía, pero se dañaron más allá de la posibilidad de reparación.

—Lo sé, se rompieron el lunes cuando caíste en el departamento de compras.

—¿Cómo sabe eso?

—Más de veinte testigos se encargaron de esparcir el rumor. Pueblo pequeño, infierno grande, Penny. Aquí es difícil guardar secretos.

"¡Qué vergüenza!"

Alexa extrajo un paquete de un escritorio y se lo entregó. Penélope iba a preguntar que era aquello, sin embargo, logró vislumbrar el contenido y no pudo creer lo que veían sus ojos. No solo era un par de zapatillas altas, era el exacto modelo de los que se habían dañado. Mismo color, misma marca y, de manera muy posible, de la misma talla.

—Tenemos todos tus datos, no te extrañes, solo colócatelos.

—¿Por qué señorita Alexa? ¿Por qué los compraron?

—Compraron es plural. Los compré yo misma, para reponer los que perdiste por culpa de la celopata de mi cuñada. Claro, tiene algo de razón en estar celosa. Eres hermosa Penny, no sé cómo eras antes de la operación, ahora eres hermosa. Ella percibe un peligro en ti. Lo que hizo es porque te teme. Mi hermano es algo picaflor, es como un colibrí que gusta de probar todas las flores del jardín.

—Yo... yo... yo...

—Anímate Penélope Yoyo. Pruébatelos, te van quedar preciosos y además levantará el derriere. Quiero ver cómo te cambia la postura, tienes buen trasero.

El comentario le coloró las mejillas. Estaba subido de tono. ¿O no? ¿Estaría exagerando? Sacudió la cabeza, no era momento para pensar esas cosas. Con la amable ayuda de Alexa se colocó las referidas zapatillas. La señorita se arrodilló, ajustó los broches y le hizo desfilar en la oficina.

—¡Te quedan preciosos! Y se te para el culito, se ve provocativo —expresó con malicia la referida dama.

Penélope abrió los ojos al máximo, al menos así creyó. Lo cierto que los abriría aún más, pues Alexa le dio una nalgada cariñosa y luego le apretó firmemente las nalgas.

—¡Estas durita Penny!

—¡Señorita Alexa! —exclamó ésta, sorprendida por el gesto o abuso de confianza, según se vea.

—¿Qué? Es solo una comprobación. Control de calidad. No tengo porque aprobar las novias de mi hermano, pero no está demás ver si las cosas están firmes en su puesto. Ya te hiciste una cirugía estética. No vaya a ser que te aficiones o te hayas hecho algunas previas.

De nuevo la empleada quiso emitir una opinión, no le dio tiempo, el conocido cosquilleo de la entrepierna le estremeció. La gemela le tocó con delicadeza su pubis. Palpó, midió, apretó, estrujó y por ultimo deslizó un dedo hacía arriba. Allí, donde el botón del placer se encontraba. Fue algo efímero y de corta duración, lo suficiente para empañar las paredes vaginales. Hizo lo mismo con los senos, acrecentando el volumen del fluido.

—Estas bien. Eres natural. Con el tamaño de tu pecho llegué a pensar que era producto de un aumento artificial. No es así, lo cual es bueno. Y tienes la cuquita pequeñita, delicada, debe caber en la boca de Axel con facilidad. Ahora vamos a testear tus labios, a ver qué tal besas.

—Yo... —alcanzó a decir Penélope.

La boca de aquella criatura se posó en los suyos, al principio quiso rechazar la acción, la dama no le permitió tal cosa. Firme y delicada a la vez, le sostuvo la cara entre sus manos. Penélope cerró los ojos y de a poco cejó la defensa y permitió el acceso de una lengua traviesa. Alexa besaba igual que su hermano, revivió los momentos del lunes, correspondió la caricia con toda la intensidad que pudo. Y otra vez, la mano invasora, sobando por encima de la tela. De nuevo la sensación, la meseta, la cascada, el tepuy, los colores de una selva antes virgen que ahora celebraba la exploración de sus territorios.

Las piernas le temblaron y el grito de placer ahogado fue por el empotramiento bucal. Alexa le sostuvo, era fuerte la gemela, no le dejó caer y por fin cesó su concupiscente labor.

—No besas tan bien como pensaba, tienes que mejorar eso mi querida Penny. Por otra parte, alcanzas rápido el clímax, eso gusta. Punto a favor. ¡Bueno! ¡Listo! Recoge tus cosas que nos vamos.

La confusión que reinaba en la mente de Penélope era tan grande que se dejó conducir fuera de la oficina. Había perdido toda voluntad. ¿Era ahora propiedad de los hermanos Rousel?

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