Jamais Vu
Volvió al trabajo, a ese extraño lugar dónde la confusión reinaba. Dos edificios, un puente.
Penélope Se detuvo un momento antes de entrar, los vio con detenimiento. Parecían gigantescos monolitos, tomados de la mano, como un par de trolls convertidos en piedra, al salir el sol de algún cuento de fantasía.
Suspiró, debía recordar el compromiso, no el suyo, sino el de Morgana y Axel. Estaba cerca la resolución, habría firmas en un documento, un contrato nupcial, escaleras para subir y arroz para lanzar. Habría un sí, seguido de una aceptación implícita. Ni por todos los dioses, tempestades y calumnias su rival contestaría con negación a la pregunta clave del sacerdote. Aunque la verdadera pregunta era: ¿Ella, Penélope Mármol, era rival para la novia? Obvió la respuesta, era demasiado cruda.
Más que nunca debía evitar a la novia, el novio y la cuñada. No su cuñada, claro, la cuñada de la muérgana. Al menos eso se dijo. No era un objetivo fácil de lograr, por más que hubiera veintiséis pisos en una torre y veinticinco en la otra, la posibilidad de encontrarse con alguno de los tres personajes antes mencionados era tan alta como los edificios mismos.
Recicló la estrategia: no trapear el área de la directiva y apresurarse al realizar tareas de limpieza frente al puente, no permanecer más de lo necesario. ¿Cruzarlo? Ni hablar. De eso nada.
¿Lo logró?: No.
Si bien el lunes estuvo sin incidentes, el martes se encontró frente a frente con los futuros esposos en el pasillo B-21. Quiso que la tierra le tragase o mejor: que hubiera una puerta que le condujera a Narnia, Mórdor o Petare. A cualquier lado, menos allí. Bajó la mirada y se hizo a un lado para despejar el paso.
Pensó que no se iban a detener. Él no, pero ella sí, la Morgana se detuvo. ¿Por qué lo hizo? No quiso pensar en la palabra maldad. Sin embargo, ¿qué otra razón habría? ¿Los celos parecían un boleto de permisividad para actuar con perfidia y alevosía?
—Mira a quien tenemos por aquí. Penélope Glamour sin su auto rosado. Amor... ¿Cómo se llamaba? —dijo con exagerada ironía.
—El Gatito Compacto —respondió Axel muy serio.
—Ese mismo.
Penélope contó hasta diez. "Papá. ¿Por qué se te ocurrió ponerme ese nombre?"
—Señora Morgana, señor Axel —saludó Penélope, tratando de conservar algo de dignidad.
—¡Señorita! —corrigió la novia —Aunque dentro de poco seré señora, es correcto: la señora Morgana Morgan de Rousel.
—Así lo he sabido, señorita.
—¡Axel! Por cierto, ¿no has invitado a tu amiga a la boda?
Penélope, que a todas estas no había levantado la mirada del piso, se fijó en los ojos del hombre parado al lado de la dama que restregaba su suerte delante de ella, buscando algún rastro de consideración. "Amarra tu loca, por favor".
—De esas cosas se encarga Gertrudis. Ha estado un poco liada con la asistente nueva. Creo que la muchacha no da pie con bola —contestó el mencionado, sonriendo—. Ella es quien debería saber. Además, la señorita Mármol y yo no somos amigos. Somos empleador y empleada. Nada más.
—Pobre Gertrudis —opinó Morgana.
"Pobre Carolina, que tiene que aguantar a la vieja déspota esa". Pensó Penélope.
Morgana sacó su celular de la cartera.
—Gertie, mi vidita, sí soy yo. Gracias mi corazón de melón. No, no hace falta. ¡Qué no! ¡Eres una viejita traviesa! No me hagas sonrojar, estoy en el pasillo B-21. Ya, ya. Tú sabes que te llamo así de cariño, no es por mal. Eres mi abuelita putativa. ¡Jaja! ¡Qué ocurrente eres! —hizo una pausa —Mira viejita refunfuñona, ¿me podrías enviar la invitación de Penélope Mármol con Carolina? ¡Jaja! Penélope Yoyo. ¡Eres incorregible!
Colgó la llamada y muy seria preguntó:
—¿Qué es eso de Penélope Yoyo? ¿Usted sabe porque Gertrudis le llama así?
—Yo... Yo... Yo...
—¡Ahí lo tienes! Esa es tu respuesta —afirmó Axel, extendiendo la mano.
La joven se sonrojó y, sin poder evitarlo, miró a Axel. Este dejó de sonreír al ver la cara compugida de la misma, no así Morgana que se partía de la risa. Por un momento, ella sintió que su ángel le brindaba un poco de compasión en tan incómodo encuentro. Fue un instante fugaz, cosa de un par de segundos, pues enseguida la Morgana llamó la atención de su novio y le hizo voltear. Le reclamó algo entre dientes. Penélope por más que quiso no pudo descifrar el murmullo. La pareja efectuó una sonrisa de compromiso, callando luego. El mutismo era incómodo; mismo que duró hasta que llegó Carolina para entregar el sobre con la invitación.
Penélope la vio con detenimiento. La atribulada asistente tenía ojeras, estaba demacrada, con un aspecto cansado y triste. Carolina le sonrió, aunque la emoción que impregnó no alcanzaba ni siquiera al grado de expresión de compromiso. Pobrecita, seguro estaba viviendo un infierno, trabajando con la viejita refunfuñona, como le llamaba Morgana, un eufemismo para referirse a la abuela de Lucifer.
—Tome señorita Yoyo —le dijo la futura señora Rousel.
Penny ignoró el comentario y se dispuso a guardar la referida invitación en los bolsillos del uniforme. Entonces leyó la burla implícita en la acción:
Penélope Yoyo. Invitada.
No importaba que las letras estuviesen impresas en color dorado, con una fuente elegante y cursiva, era una burla, una afrenta que acumular. Y lo peor: seguro la idea había sido de Axel. Era el apodo que le había impuesto, Gertrudis era su secretaria, lo elaboró así por órdenes suyas. ¿De quién más? La muérgana no sabía que él la llamaba así. Recien se había enterado por la llamada y por boca de la vieja malvada. Ella no podía haber sido.
Saber eso le causó mucha tristeza. Axel no la respetaba ni un poquito. Entendía y aceptaba, hasta cierto punto, que la muérgana fuese cruel con ella, pero que él se comportara como un verdugo, torturándola de manera pasiva-agresiva, eso era desconsolador.
—¿No va a extraer la tarjeta? —le preguntó el pelirrojo.
—No, la abro después, señor Axel, ahora mismo debo regresar a mis labores.
—Es para dos personas, puede traer a su novio. Si es que tiene, claro está. Le daremos un puesto cercano al altar, para que no pierda detalle.
—Gracias señora Morgana, muy amable de su parte.
—¡Señorita! ¡Señorita! Después del domingo sí, me puede llamar Señora Rousel.
"No me corrijas, bruja, muérgana, te odio".
—Así lo haré señorita —contestó Penélope, bajando la mirada para esconder sus pensamientos.
Entre risas e inapropiadas muestras de cariño, los novios tomaron el ascensor, saliendo de escena.
Carolina permaneció un poco más.
—Amiga, no sé cómo aguantas a esa pesada. Me provoca borrarle su risa burlona de una trompada. Se cree la muy mala. Por sus ridículos celos estás tú dónde yo debería estar y viceversa.
—No te preocupes Carolina. La gente con poder es así.
—Una estúpida, que esconde su inseguridad con prepotencia y billete, eso es lo que es. Aunque, te lo juro, tampoco es que trabajar con la señora Gertrudis sea mejor. Es un ogro con canas. Creo que mejor estás dónde te encuentras.
Penélope no contestó, quizá tenía razón la Caro.
—Es que no entiendo a la tipa esa. No es que tú pudieras tener algo con el señor Axel. Él ni te tiene en cuenta. Ya lo dijo, no son amigos, de broma: empleador y empleada; nada más. O sea, no eres rival para esa bruja. Es una perra maldita y una pesada infumable, sí, pero hay que reconocer que es muy bonita y elegante. Tú no te puedes igualar a ella, eres más chiquita, pobre, desprolija y de clase baja. No le llegas a los tobillos, no entiendo su inseguridad. Todavía de mí entendería que lo celara —comentó de manera atropellada, señalando su propio cuerpo—. ¿Será eso? ¿Estará celosa de mí y no de ti? No, eso no es... Se nota que tiene un pique contigo.
"No me ayudes tanto, compañera. Con amigas así para que necesito enemigas". Pensó Penélope.
Le faltó decirle poca cosa, adefesio, grotesca, patearla y escupirle a la cara. Aunque, lo que más le molestó del comentario fue que posiblemente tenía razón. Carolina era más alta, al igual que la muérgana. Se sintió enana, fea y gorda. Todas eran más altas que ella. Que horrible y cruel había sido la genética con ella.
—Si supiera que su querido Axel tiene amoríos con una empleada de la empresa —continuó comentando la chica con amargura.
Con el comentario a Penélope se le subieron los colores al rostro. "Rayos, quizá se refiere a mí".
—Si se entera se le borra la sonrisa burlona en tres segundos. ¿Qué? ¿Por qué pones esa cara? ¿Tú sabes algo?
—Yo... Yo... Yo...
—Con razón te dicen Penélope Yoyo. Bueno, ven acá —le dijo llevándola a un rincón—. Te puedo contar, pero no le digas a nadie, ¿me lo prometes?
Penélope asintió compulsivamente, mientras Carolina la arrastraba a una esquina del pasillo.
—Los lunes, cuando la Morgana se va para Bogotá, el Axel aprovecha para revolcarse con una muchacha de aquí. —rio—. Y la pendeja esa ni se da cuenta. Maldita acomplejada.
Penélope abrió mucho los ojos. "Ay dios mío, ya se filtró lo que sucedió en el estacionamiento. ¿Sabrán qué fui yo? No, ya me lo hubiera echado en cara".
—¿Cómo sabes eso?
—Tengo mis fuentes, querida Penélope. Pero tú sabes, se dice el pecado más no el pecador. Nos vemos luego.
Carolina regresó por donde vino, antes de curzar el pasillo se llevo el dedo índice a los labios. Guiñó un ojo y desapareció de su vista.
Como si ese evento marcara una pauta, el resto de la semana se topó muchas veces con la pareja de novios, nunca solos, siempre una al lado del otro. "¡Dios! ¡Morgana, suéltalo! ¡Déjalo ir al baño, aunque sea! Ya es tuyo, lo sabemos, gracias". A Penélope le pareció que la celópata esa le iba a romper el brazo a Axel en cualquier momento de tanto jalarlo de aquí para allá y de allá para acá. Penélope pudo eludir interactuar con ellos la mayoría de las ocasiones. Los saludaba desde lejos para luego cruzar al primer pasillo, puerta o rincón que pudiera hallar. Algunas veces le respondieron el saludo y otras no.
Ante tal circunstancia se puso a la orden para trapear el piso veintiséis, total, la premisa de evitar a los susodichos, no trabajando esa zona, había sido subvertida esa semana. El tigre no estaba muerto, pero bastante que ella había pisado la alfombra.
De manera irónica nada pasó, los susodichos no se aparecieron por allí mientras realizaba su labor. O sea, cuando trató de evitarlos, aparecieron por todos lados como Droopy, el perrito de los dibujos animados, luego que decidió no tratar, nada que se los encontró. No era justo, ¿quién entendía los caprichos del destino?
En fin. Bajó hasta el puente, igual nada pasaba ese viernes. Y entonces la vio: Alexa Rousel. La gemela, embutida en un hermoso y elegante traje, ceñido, conspicuo y estimulante, estaba parada al otro lado, en el Morgan Building. Retocaba su maquillaje, revisando el resultado a través del espejo de un compacto.
Penélope no pudo evitar mirarla con detalle. Quería ponderar lo que sentía, qué emociones o sensaciones percibía al verla. A propósito, rememoró los besos, las prohibidas caricias que una semana antes habían protagonizado. Su entrepierna se humedeció, como decía su amiga Carmilla: "se le paró la pepita". En definitivo, se hallaba perdida en el pecado y la perversión. No podría acercarse a una iglesia, si hacía confesión le tocaría una excomunión segura.
Se hallaba navegando entre la contrición por las culpas y la tentación de aquellos labios recién pintados de carmín, cuando Alexa se fijó en ella. Aguzó la mirada, le hizo un saludo tímido y ya luego una señal más semejante a una orden. Le pedía que se acercara.
Penélope al ser descubierta en su abstracción, sin más opciones que obedecer o huir como una cobarde, caminó hacia la pelirroja. La cuñada de la novia y hermana del novio. "Obvio, tonta, es la hermana del novio no pienses tonterías y tampoco las cometas... De nuevo. Concéntrate, concéntrate Penny, que no se note tu nerviosismo".
—¿Mármol? ¿Penélope? —preguntó Alexa, con expresión de extrañeza.
—Sí señorita, soy yo. ¿No se acuerda de mí?
—¡Claro! ¡Claro! Si te recuerdo. La chica del incidente de la fiesta. Qué pena con usted, el día que la visitamos en la clínica no le ofrecí disculpas de parte de mi novio, el señor Lotario. Él insiste que no fue quien la golpeó, pero eso no importa. Más allá de si fue Axel o él, lo crucial fue que usted salió herida por una pelea que pudo haberse evitado. Estaba al pendiente de decirle eso, en cualquier momento que le viera. Sin embargo, entre las ocupaciones y el cambio que realizó mi cuñi, en relación al puesto de trabajo ofrecido y el otorgado, no se dio la ocasión.
"Está mujer está chiflada o tiene mala memoria. Si hace una semana me dio unos besos y me metió mano. ¿Cómo no se acuerda?" Pensó Penélope, mientras por otro lado asentía a todo lo que le decía como una lerda.
—No te preocupes, algo haremos con tu situación. No permanecerás más del tiempo necesario en la limpieza. El apellido de mi familia está presente en el consorcio. Haré valer mi palabra y la de mi hermano, aunque estemos un poco peleados ahora mismo. Morgana fue cruel al realizar el cambio arbitrariamente.
—Sí, eso mismo me dijo usted la semana pasada.
—¿La semana pasada? ¿Cuándo? No lo recuerdo.
—El viernes.
—No, el viernes yo no vine a la empresa. Estaba en el evento de Maracay. Creo que está usted confundida. No nos veíamos desde la clínica. Y esa vez no interactuamos mucho. Por lo cual me disculpo, estaba un poco molesta; bueno, en realidad muy molesta con Axel por la pelea y no fue mi mejor versión. Tenía un humor de perros.
Penélope quiso decir algo. Rebatir lo que decía, sin embargo, no se le ocurría nada coherente. Podría pasar por loca si le contaba los indecentes pormenores de su última interacción. ¿Era la misma mujer? Ante ella estaba una chica dulce, amable, hermosa, en ese sentido se parecía mucho a la Alexa que le atendió el viernes pasado. Por otra parte, la sobriedad de ésta y su nulo despliegue de energía sexual le hacía pensar que era otra. ¿Quién estaba loca? ¿Ella o Alexa? Alguna de las dos tenía problemas mentales.
Decidió lanzar un farol, si mordía anzuelo estaría descubriendo alguna componenda para hacerla pasar por loca.
—No importa. Igual yo estaba sedada y mi comportamiento tampoco fue el más adecuado. Por cierto, ¡Gracias por los tacones!
—¿Qué tacones?
Nada. La sirena no picó el sedal. Decidió lanzar otro.
—Yo... Yo... Yo...
—¿Usted qué?
Alexa no le llamó Penélope Yoyo. Debió quedar boquiabierta, pero se aguantó. Disimuló lo mejor que pudo. No podía ser. La loca, al parecer, era ella misma. O sea, a no ser que...
—Creo que estoy confundida. Disculpe usted mi desvarío —dijo Penélope, tratando de pensar en alguna forma de hacerle confesar.
—No se preocupe. Debe ser estrés por estar realizando un trabajo para el cual está sobrecalificada. A parte de la injusticia que se infiere del hecho en sí. Lo resolveré, ya lo verá, tiene mi palabra. Estamos en contacto.
Era la despedida, Alexa se disponía a irse, ¿Adónde? Pues a trabajar o hacer cosas de jefes. Penélope aceleró sus pensamientos, algo, algo debía hacer. El concepto propio, hacer de su salud mental estaba en juego. Con lo apremiante de la situación y las pocas opciones dijo lo primero que se le ocurrió.
—¿Cuál es su color favorito?
Alexa se detuvo extrañada. Frunció un poco el ceño, pestañeó un par de veces.
—El rosado, no, no, el fucsia. El fucsia me encanta —contestó, a pesar de su extrañeza.
—¿Es el color de su auto?
—¿Qué? No tengo carro. O sea, si tengo uno, que me regaló mi papá, un Corvette negro, pero no lo uso. No sé manejar. Soy demasiado nerviosa como para poder hacerlo. Para decepción de mi padre, nunca aprendí. Quién lo conduce es mi novio, el señor Lotario.
Penélope se sorprendió de la respuesta. No se podía quedar con la duda. Apretó y subió la apuesta.
—Pero si aprendió a disparar. ¿En eso no decepcionó a su papá? ¿verdad?
—¿Qué? ¡No! ¿Cómo sabe que mi papá deseaba que aprendiera a usar armas de fuego? No, no pude. Otro fracaso. Me dan miedo las pistolas, son instrumentos de muerte. Nada más de pensarlo me tiemblan las piernas.
Y así era, el nerviosismo de la pelirroja era notable. El de ella también, Penélope estaba pensando si realmente se imaginó todo lo que pasó o estaba perdiendo la chaveta.
—Señorita Mármol, me preocupa usted. Está muy alterada. Creo que las cosas, buenas y malas, que le han pasado últimamente le han afectado. ¿Qué opina acerca de retomar la terapia? Me disculpa la intromisión, creo que sería bueno para usted.
"Yo también lo creo", pensó.
—Me tengo que ir. Quedamos pendiente para hablar de su situación laboral y de su salud. La voy a ayudar Penélope, entre mujeres debemos apoyarnos —le dijo con una mezcla de solemnidad y genuina preocupación.
Penélope todo aquello le parecía una mezcla de déjà vu y de irrealidad. Por un lado, la gemela se comportaba, de manera genuina, como si nada hubiera sucedido; por otro decía frases conocidas. Lugares comunes diría un poeta. Repetía su deseo de ayudarla, mientras negaba los besos, caricias y el pecado.
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