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Divina Confusión

La señorita Alexa llevó de la mano a Penélope hasta un pequeño ascensor, ubicado en el pasillo lateral. Estaba oscuro, escondido y era corto. El corazón de la joven empleada aceleró sus latidos, mientras se preguntaba: ¿le estaría conduciendo a un rincón para continuar con lo inconcluso?

La empresaria, todo lo contrario, estaba muy relajada y tranquila. Desestimando el angustioso estado de su compañera, accionó el botón de llamado del referido transporte vertical. Una vez se abrieron las puertas, entraron en silencio. Allí Alexa la abrazó con cariño. Siendo mucho más alta, apoyó su mentón sobre la cabeza de Penélope.

—Aquieta tu espíritu y tú mente, querida Penny, no te sientas confundida —le dijo.

"Exactamente eso siento: confusión. ¿Ahora soy lesbiana? ¿Desde cuándo? ¿Por qué me gustó tanto? ¿Será por qué es idéntica a Axel? No entiendo que me pasó". Pensó, de manera atropellada.

—No soy homosexual, si es lo que te estás preguntando. Y tú tampoco lo eres. No te preocupes.

—Yo... Yo... Yo...

—Penélope Yoyo, ya cálmate. No llores que se te corre el maquillaje —le dijo con ternura—. Te ves muy hermosa, no lo arruines.

A continuación, le limpió las lágrimas con un pañuelo y le dio otro besito, pero en la frente. Volvió a montar su mentón sobre la cabeza de Penélope, la abrazó de nuevo y así permanecieron un rato hasta que el ascensor llegó al nivel del estacionamiento. Alexa salió del mismo, mientras que su compañera se quedó parada dentro.

—¿Qué ocurre Penny?

—¿No va a desactivar las cámaras?

—¿Qué? No, no, no. Aquí no hay cámaras. Se dañó el sistema hace un tiempo y todavía no se ha reparado. No te preocupes. ¡Sal! Sin miedo.

Ella obedeció, surgió con timidez del habitáculo. Luego de caminar algunos pasos, tomadas de la mano, llegaron hasta donde se encontraba el vehículo. Lo reconoció de inmediato. ¡Era la camioneta de Axel! ¿Qué hacía allí?

La pelirroja, una vez subida al referido automóvil, abrió la puerta del copiloto, preguntando:

—¿Qué pasa? ¿Por qué no subes?

—Es... Es la camioneta de Axel.

—Sí, se la pedí prestada, ya que él no iba a usarla hoy. ¡Oye! ¡Un momento! ¿Cómo sabes que está es su camioneta?

—Yo... Yo... Yo...

—Ya empezaste a yoyear, Penélope Yoyo. La conoces porque te has montado en ella. ¿Verdad, picarona? ¿Qué cochinadas hicieron ustedes en el asiento trasero? —preguntó Alexa con malicia —¡Y no yoyees! Cuéntale todo a tía Alexa.

—Me dio un aventón el lunes en la tarde, por eso la conozco. Y no, no hicimos nada en el asiento trasero.

Alexa hizo una expresión de asombro.

—¿El lunes? Ustedes no perdieron el tiempo. Desde el mismísimo día de tu ingreso comenzaron a portarse mal. Y no me digas que no pasó nada. Esa no te la creo.

La mirada de Alexa le impactaba y le impelía a decir la verdad.

—Unos besos y agarrones. Más nada.

—¿En serio? ¿Por qué tan poquito? El asiento trasero es amplio. Pudieron haber hecho más cositas.

—Cuando las cosas se estaban poniendo más candentes, la señora Morgana llamó, él se fue a buscarla al aeropuerto y a mí me dejó tirada en una cuneta, en medio e l nada —respondió con amargura Penélope.

—Es cierto, mi cuñi andaba para Bogotá. Fue y vino el mismo día. ¡Qué intensa esa mujer!

—¡Eso mismo pensé yo, Alexa! Creí que iba a pasar toda la noche cogiendo duro y por su intensidad nada pasó —exclamó Penélope de manera atropellada, para luego taparse la boca.

"¡Rayos! Se me escapó".

Alexa sonrió. No dijo más, se dio por satisfecha con la información recibida. Condujo fuera del edificio, estacionando cerca de la salida de La Torre Rousel. Desde allí, observaron con claridad cuando los guardaespaldas, aquellos que le habían echado a un lado en la fiesta de la fusión, abordaban a Pedro y muy amablemente le pedían que se retirara.

—Les di instrucciones precisas. Están avisando a tu ex novio que, de persistir en su comportamiento, será denunciado por acoso. Las cámaras han tomado números videos de él, esperando, de manera injustificada, frente a las instalaciones de la empresa. Creo que debe ser suficiente. Listo, asunto resuelto —afirmó la empresaria—. Nadie resultó herido y puedes ir a casa tranquila.

—Gracias —respondió Penélope a baja voz.

—De nada, es un gusto poder ayudarte. Somos mujeres, debemos apoyarnos entre nosotras. Ahora, ajusta el cinturón, te llevaré a tu casa.

—¡No! ¡No! ¡No! Ya hizo mucho, más de lo que correspondía. Me da vergüenza con usted

—¿Por qué? ¿Por qué vives en un barrio, el Barrio La Democracia? No deberías avergonzarte por eso.

Penélope quedó boquiabierta.

—No pongas esa cara. Recuerda: tenemos todos tus datos.

Penélope no supo que responder. Y como no emitiera opinión, Alexa le hizo señas, recordándole que se colocara el cinturón de seguridad. Seguidamente arrancó a todo gas. Penélope estaba asombrada. Manejaba con presteza y con una actitud muy agresiva. Tomó la autopista y en menos de lo que canta un gallo alcanzó la entrada del barrio.

—Déjeme en la parada, para que no entre al barrio, de noche es peligroso y usted no es de por aquí —dijo Penélope, con voz angustiada—. Y está camioneta resalta mucho.

—Abre la guantera —le ordenó Alexa.

Penny obedeció, pensando que solo sabía hacer eso: obedecer. Dentro halló un estuche de plástico. Lo entregó a la jefa, la cual estacionó un instante para extraer algo del mismo. Era una pistola. De esas modernas y caras. Creyó leer "Beretta" en uno de sus costados.

—Esta arma es de Axel, si alguien se mete con esta damisela —dijo, señalándose a sí misma —le doy una bendición y pasaje directo para hablar con San Pedro.

—¿Sabes usarla Alexa? —inquirió, asombrada.

A veces la tuteaba y a veces la trataba de usted. Cómo le pasaba con Axel.

—Claro, papá nos enseñó. Nunca le he disparado a nadie y no estoy ansiosa de hacerlo pronto, pero si me obligan, no dudaré.

La colocó en su estuche, sin cerrarlo. Eso lo hacía, le pareció a Penélope, para tenerla a la mano. Por si acaso. De nuevo arrancó el motor, sin embargo, condujo algo más lento y con prudencia. Los baches, la gente caminando de aquí para allá, como si fuesen inmortales o de goma; también se hallaba el factor de los reductores de velocidad, los llamados "policías acostados", la basura, etc. No era un camino fácil y ya el sol se ocultaba. Penélope le guio lo mejor que pudo y, a pesar de todos los obstáculos antes descritos, llegaron rápido.

—Es bonita tu casa.

—Gracias. ¿Cree poder salir del barrio sola?

—No te preocupes, tengo el GPS encendido. Ven, dame un abrazo y un besito.

Penélope extendió los brazos y puso la trompa, justo para recibir los labios de aquella hermosa dama. En vez de ello, recibió un nuevo beso en la frente. Se sonrojó, ¿Por qué hizo tal cosa? ¿De verdad deseaba otro beso en la boca? Se había convertido en bisexual en una sola tarde.

Bajó de la camioneta antes de hacer alguna tontería más. Entró a casa con premura, viendo cómo el vehículo se alejaba poco a poco por las calles del barrio. Un par de ojos más fueron testigos del hecho. El Charlie miró la lujosa camioneta con deseo. Se levantó de la acera donde estaba sentado con intención de abordar a Penélope, sin embargo, está fue más rápida y entró antes de que éste tuviera éxito.

Penélope trató de actuar con normalidad, saludó, se dio una ducha, cenó y vio televisión con los viejos. El pensamiento discurría su propio cauce y entendió que su independencia de los sentimientos era relativa, así que elaboró ideas, reforzó las dudas y elucubró teorías sin sentido.

Ella, con la inquietud dictada por la mente, de cuando en cuando, revisaba el teléfono, sin hallar la notificación que buscaba. Tenía necesidad de hablar con alguien de confianza, acerca de lo que sucedía en su íntimo ser. Carmilla estaba ocupada, su ausencia era un escándalo en medio de aquel silencio autoimpuesto. La otra cosa a considerar era: ¿Podría contar a su amiga lo ocurrido con Alexa? Ya le oía, dándole un sermón descomunal. ¿Cómo pudiste ser tan imprudente? ¿Cómo permitiste que eso sucediera? Colocó los tacones en la zapatera. Los observó con una mezcla de extrañeza, alivio, malos recuerdos. Eran tan hermosos, sin embargo, a pesar de no ser los mismos, estaban ligados a todas las cosas negativas que ocurrieron el primer día de trabajo. "no todo fue malo", se dijo a sí misma. Se recostó en la cama.

Suspiró. Consideraba que no tuvo elección en lo acontecido. Alexa no tomó en cuenta su opinión acerca de lo sucedido. Solo lo hizo y ya. Ella fue dueña de la situación desde el primer momento, de su boca y de su cuerpo. Rememoró las caricias, aquella lengua invadiendo su intimidad, y ella correspondiendo la lucha de músculos fonadores.

Se le humedeció la entrepierna, luchó contra la sensación, o más bien necesidad, placer requerido, pero lo hizo sin fuerzas y sin querer vencer. La derrota era más deliciosa.

Se complació en su humedad, palpando con suaves movimientos al inicio, para ir arreciando luego. "¡Axel! ¡Alexa!" Los dos o ninguno, quizá una o el otro. ¡Qué confuso y tan rico todo! Pensó en no profundizar en el asunto, engaño que le duró muy poco. Con estudiada y practicada maniobra, arqueó la espalda y buscó los labios de su entrepierna, los abrió con timidez primero, complaciente después. Separó ambos labios, frotando los pliegues, menester era aprovechar la humedad del recinto orgánico. Abrebocas de placer con su propio goce implícito. "¡Axel! ¡Alexa!"

Se fastidió, sus propios dedos eran muy cortos, no alcanzaba los niveles de los gemelos. Tratando de compensar profundidad con anchura, probó cuatro dedos en vez de tres. ¡Sí! Se volteó. Mordió la almohada, para ahogar una vez más su grito de triunfo onanista. Ya sabía cómo hacerlo, tenía mucha práctica en ello.

Sin embargo, no alcanzaba el clímax por más lo intentaba. Desesperada, buscó a tientas en la gaveta de la mesita de noche. En el rincón, escondido, detrás de muchas cosas inútiles, lo encontró: El Negro. Un regalo de Carmilla que ella desestimó en su momento, porque le pareció extremo, grotesco e innecesario. Ya ella estaba teniendo relaciones con Pedro, para que quería un pene de látex cuando podía tener uno de carne, sin hueso.

Además, le pareció ser una forma de su amiga intentar humillar al pobre Pedrito. Mira que ese monstruo negro de, "ya no me acuerdo", tantos centímetros de largo. Y no era solo la longitud, sino también el diámetro. O sea, Pedrito, en su máxima potencia era apenas representaba la mitad de aquellas medidas, de todas. El poder del miembro poderoso se diluía entre aquellas desleales estadísticas.

No importaba esas consideraciones, ya sus sentimientos y necesidades habían mutado. Tomó el referido adminículo, lo desenvolvió. ¡Rayos! Tenía una segunda envoltura. Por fin logró su cometido. Llegó a considerar colocar algún lubricante. ¡Ay, no! No recordaba donde estaba. "Ni modo, toca confiar en lo natural, estoy bien mojada".

Colocó, con poca habilidad, al Negro en la abertura. Hubo una corta batalla entre el deseo y el miedo. ¡Esa cosa era enorme! Era posible que le hiciera daño. Cerró los ojos y se encomendó a dios. "claro, diosito está observando lo que haces, cochinona".

Primer intento. La técnica de la almohada casi no alcanza su cometido de mitigar los gemidos. Se detuvo. Aquello no entraba. "¡Madre mía! ¿Qué estoy haciendo?". Se preguntó. "Lo que tú madre hacía con Pedro".

Segundo y exitoso intento, casi se asfixia. Aspiró tan fuerte que tragó parte de la almohada. No la soltó, al contrario, mordió con más fuerza. Era necesario.

Las lágrimas fluyeron cuál signo orgásmico de su acción. Pasada la primera impresión, olvidó toda cautela y promovió la entrada y salida de la herramienta sustituta. ¡Sí! Tenía razón Carmilla, siempre la tuvo. ¡Aquello si era poder! No importaba que fuese un objeto inanimado. La vorágine le pertenecía a ella y la temperatura de su vagina debía ser suficiente para dar el calor que El Negro no ofrecía.

Derramó la tensión, y, casi de inmediato, lo extrajo de sí misma. No podía tenerlo dentro otro segundo más, no quería lo que antes había querido tanto. Descansó de tan intenso orgasmo. Tardó un buen rato para siquiera abrir los ojos.

Guardó el instrumento de perversión y todo aquello que delatara su pecaminosa acción. No que sus padres entraran habitualmente a su habitación luego de alcanzar la adultez, pero el sentimiento que seguía al placer era la culpa. Las señoritas de bien no hacen esas cosas.

Como se sintiera manchada, se bañó de nuevo. Evitando frotar sus partes bajas. Estaban irritadas, en su afán de placer se había excedido. Le dolía su cosita, todavía podía sentirlo dentro de sí. Sin embargo, el agua fresca calmó un poco la sensibilidad, comprobó que podía caminar sin que se notara mucho su molestia. Bien. Salió al pasillo, no estaban ninguno de sus padres a la vista, entró rápido a su cuarto, se vistió e ingresó a su cama.

Se hallaba muy inquieta, no logró conciliar el sueño. Luego de un rato de dar vueltas y vueltas en su lecho, decidió ir por un vaso de leche caliente. Allí los halló, en la cocina. A su papá, su amado padre, y su mamá, una mujer que había llegado a ser su rival y que en ese momento no sabía que era de ella. Su progenitora, eso era indudable a nivel biológico; sin embargo, a nivel de relación todavía estaban distanciadas, buscando acomodar las piezas de su reducido y agitado universo.

Se les veía contentos, compenetrados, como antes lo habían sido. Tomaban alguna bebida caliente, sentados en la mesa de la cocina.

—Mijita, ¿no puedes dormir? —dijo su padre con una expresión alegre.

Penélope encogió los hombros por toda respuesta.

—Ven, siéntate con nosotros. ¿Quieres té? Es de manzanilla, te ayudará a dormir.

—Gracias mamá.

Penélope tomó la taza que le ofreció doña Nancy. Si bien tenía necesidad de hablar con alguien de lo que había ocurrido con Alexa, sabía que sus padres no eran las personas con quien pudiera tocar ese tema tan delicado. Lo tomarían a mal y, quizá, pensarían que la prolongada exposición al lesbianismo de Carmilla y el subsecuente rompimiento con Pedro Miguel, le habían guiado por el mal paso de la perversión. Y no, eran los hermanos Rousel: Axel y Alexa, los motivos de su confusión. Aprovechó, por lo tanto, abordar otro tema importante, tan o más escabroso.

—¿Cómo van las cosas entre ustedes? Los veo bastante unidos y eso me contenta. Me pregunto si es real o solo una fachada.

—Penélope, hija, sé que cometí errores y cometí una falta que involucró a las personas que más amo —respondió la señora, con voz trémula y tomando las manos de ambos—. Ya le pedí perdón a tu papá y ahora me toca pedírtelo a ti. Me había faltado valor, pero ya lo he encontrado. Quiero recuperar la hermosa familia que éramos. ¡Somos! Somos una familia, en las buenas y en las malas.

La chica, conmovida por las palabras de su madre, le abrazó con fuerza.

—¡Somos! —exclamó el señor Pablo, uniéndose al abrazo.

—Lo que pasó con Pedro Miguel fue... —quiso decir la doña, siendo interrumpida por Penélope.

—No, no digas más mamá, no quiero saber. Ahora mismo lo que más importa no es lo que ocurrió, si no lo que pasa entre ustedes dos, que son mis padres.

—Estamos bien mijita, estamos bien —respondió el señor Pablo.

—¿Seguro?

—Sí mi amor.

—¿Mamá?

La señora Nancy asintió.

—¿Y tú Penélope? ¿Estás bien?

—Sí ustedes están bien, yo estoy bien mamá.

—Claro que estamos bien. Hace rato hicimos ñuquiñuqui, ¿verdad mi vida?

La señora sonrió, muy picarona.

—Y ñacañaca también.

—¡Papá! ¡Mamá! Eso es demasiada información. Bueno, me alegra saber que están bien, lo del ñuquiñuqui y el ñacañaca, se lo guardan para la intimidad. ¡Dios! Ahora no voy a poder dormir imaginándome la cosa.

—¡Ah pues mijita! La conversación de la abejita y la miel la tuvimos hace tiempo. Que no te de vergüenza con tus viejos. Alégrate porque tu mamá y yo hemos reactivado nuestra vida sexual.

—¡Papá! No, yo mejor me voy a dormir, antes que me den más detalles.

Se despidió de los esposos amantes y, a pesar de que digo lo contrario, se alegraba que sus papás estuvieran haciendo travesuras.

Apenas entró al cuarto revisó el celular, tenía una llamada perdida de Carmilla y cincuenta y tres mensajes. Alarmada al inicio, intentó llamar, pero la rubia no contestó, caía directamente el buzón. Seguro estaba dormida. Vio los mensajes. "Te quiero mucho mi Penny, todo salió bien. Estoy muy cansada, pero feliz. Mañana te cuento. Te paso algunas fotos para las veas. Feliz noche. Besos".

Le envió más de cincuenta fotos del evento, desde los preparativos, el inicio, desarrollo y terminación del mismo. Al principio su corazón se llenó de felicidad, ver a su amiga triunfar como la estrella emergente que era, sin embargo, a medida que examinaba la galería notó algo que le perturbó. En casi todas las fotos salía una radiante Alexa, vestida de forma totalmente distinta. Cada una de las imágenes marcaba la fecha y hora en que fue tomada. Aquello era prueba que Alexa Rousel, la manzana de la discordia, estuvo desde la mañana hasta la noche con Carmilla y Morgana en el evento. ¿Cómo era posible aquello? ¿Se estaría volviendo loca? Una persona no puede estar en dos sitios a la vez. No obstante, allí estaban las pruebas: Alexa se hallaba en otra ciudad aquel viernes que culminaba, a la vez que estuvo con ella y le trajo hasta su casa. No tenía sentido.

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