Beso en Getsemaní
Penny sintió que una mano le acariciaba la suya propia, la izquierda, la del brazo roto, para ser más exacto. Creyó despertar, quizá había pasado un día o aún era de noche, no sabía decirlo.Igual la habitación tenía las ventanas cerradas y la luz apagada. A tientas buscó sus lentes que, según podía intuir, podrían estar en la mesita del lado derecho.
La mano desconocida que le tomaba, desistió de su agarre para apoyarla en el proceso de ubicar y colocar las lentes correctivas. Estaba fría, muy fría. «Pobrecito mi ángel, seguro es él, se ha quedado a mí lado toda la noche y el aire acondicionado a tope le hacongelado los dedos. ¡Pobrecito! ¡Tan bello! Me cuida, realmente me cuida».
Ajustó la mirada y algo de comprensiónllegó a su cerebro, al menos sobre por qué aquella piel estaba helada, aunque esa percepción fuese incomprensible en sí misma. Una figura espectral, le miraba con uno de sus ojos, mientras el otro se hallaba descolocado de la cuenca, estaba muy salido y enfocaba a puntos ciegos de la habitación. La frente de la figura estaba deformada y era, en si misma, un amasijo indistinto de sangre, carne y cuero cabelludo, fragmentado y desgastado. Aquí y allá se podían apreciar zonas blancas, supuso que eran partes del hueso frontal que se filtraba entre los jirones de piel. La nariz...
La nariz no estaba, parecía que había sido raspada, y arrancada de forma violenta. La cabellera era un indefinido conjunto de pelo, restos de cuero cabelludo, sangre y un extraño polvo de color blancuzco. Era el peor algodón de azúcar de la historia, azúcar quemada en todo caso, con sirope sangriento y topping de fibra de vidrio. «¡Es Morgana!» Exclamó para sí misma.
Penny quiso gritar de horror, sin embargo, no pudo. ¿Por qué no lo hizo? Ella misma no lo sabía. Un estertóreo hipeo era lo único que podía emitir. La sequedad en su garganta era acuciante, como sí hubiera perdido todo rastro de hidratación con el susto.
El esperpento, que se encontrabas entado a su lado, se inclinó. Penny no sabía con qué intención lo hacía, pero, en el proceso, su ojo izquierdo terminó de brotar desde la cuenca, cual germen macabro, y quedó colgando de los nervios; los deshilachados cables de colores,llenos de sangre y otros humores.
—Lo siento mi Penélope Yoyo, se me sale a veces. Esos desgraciados de la funeraria se olvidaron de ponerle pegamento y se cae. Al menos lo pudieran haber cosido. ¡Qué mal nacidos! —dijo y junto a cada palabra dicha surgían pequeñas cantidades de sangre.
La aparición se recolocó el ojo salido, Penny no supo que fue más asqueroso: el sonido que produjo cuando lo metía a la fuerza o la visión del pus brotando del hueco al ella empujar. Y si antes estaba enfocado hacia ningún lado, después fue peor. Lo puso al revés y los nervios, o lo que fuese aquello, sobresalían hacia fuera, como un manojo de espagueti mal colado y lleno de salsa boloñesa con restos de carne. Solo que en este caso la carne no era de vaca sino humana y la salsa: una mezcla de fluidos corporales de variopinta composición y colores.
—¿Hace frío o son ideas mías?—preguntó risueña—. Sabes, Pepa, ¿Te puedo llamar Pepa? ¿Verdad? Peppa Pig.
Seguido trató de hacer la onomatopeya de un cerdo, no le salió bien, al faltarle la nariz cada vez que lo intentaba le brotaba un chorrito de un líquido negruzco, que bien podría ser cualquier cosa.
—¡Oh! Cierto. No tengo nariz.Perdón, había olvidado que los forenses no la hallaron jamás. ¡Mira! También me quebré los dedos. Al menos esto si tiene solución.
Uno a uno los fue recolocando en su posición, y cada dedo que enderezaba, crujía, traqueteaba; estremeciendo a la joven convaleciente.
—¡Ay! ¡Mi anillo! ¡Rayos!—exclamó al ver su anular desnudo —¿Dónde está mi anillo de matrimonio, maldita perra? ¡No te vas a quedar con él! ¡Me quitaste la vida! Por tú culpa lo perdí todo, a mí hombre, mi tranquilidad y mi felicidad. Ahora solo me queda podredumbre, una eternidad de sufrimiento y un futuro lleno de gusanos. ¡No te vas a quedar con mi anillo! ¡Es mío! ¡Mío!
Morgana le revisó los dedos a Penélope. Nada, allí no estaba su anillo. De improviso se detuvo, como sí jugara al paralizado y le hubiesen dicho: tú la traes. Convulsionó dos o tres veces y el ojo se le volvió a salir.
—¿En qué estaba? Sí, ya recuerdo. Mírame Peppa Pig, cerdita, cerdita. En vez de Penny te deberían decir Peggy. ¿A dónde dejaste a la rana René? —Rio con amargura—. Estoy toda fea, los ojos chuecos, sin nariz ni frente, pero aún me quedan mi boca, la lengua y los dientes.
La repulsiva criatura, cosa o fantasma, fue acercando poco a poco su rostro al de ella, mientras lo inmovilizaba con las frías manos, para que no pudiera sobreseerse de la acción. Cosa que igual era imposible por el collar ortopédico que le habían colocado. De nuevo la muérgana (o la muértana, según se vea) hacía la onomatopeya de los cerditos, emitiendo el correspondiente chorrito de sangre cada oink que gesticulaba.
La cara de Penny se llenó del viscoso líquido y sin poder protestar ni poder evitarlo, recibió el apasionado beso de aquel repugnante espanto. Forzó su boca, con lengua y dientes, con movimientos bien coordinados. Mientras más luchaba una por deshacer el encuentro de saliva,lengua y sabe diosito que podrido efluvio; la otra penetraba más aún con los mencionados elementos y factores.
Penélope vomitó sin poder expulsar de su cavidad bucal el producto de las arcadas. Morgana sonrió,complacida.
—¡Qué rico mi cochinita! ¡Oink!¡Oink! ¡Qué rico besas! Con razón Axel gusta de ti. ¡Oink! ¡Oink! ¡Oink!Trágatelo todo, tú sabes que te gusta.
Parte del vomito chorreaba de la fauce de Morgana, o le que quedaba de ella. Y no sucedía que Penélope quisiera obedecer dicha orden o petición, sin embargo, no tuvo remedio. Con lágrimas y esa cosa negra en sus ojos, ingirió con fuerza; sino quedaba de otra, que fuese de un solo golpe era lo mejor.
Y entonces los dientes de su torturadora apretaron con fuerza su músculo fonador. Quiso gritar, el dolor era indecible. Propinó, lo que ella consideró fuertes golpes, al sucio espantajo.No tuvo éxito el ataque, la piltrafa no cejó en su acción hasta que arrancó la lengua de su lugar. La escupió luego, enseñándole los dientes ensangrentados.
Penélope lo vio con horror sin poder expresarlo. Cuando trataba de gritar lo que salía de su boca era sangre y la consabida y odiada onomatopeya: ¡Oink! ¡Oink! ¡Oink!
—¿Sabes qué? Esa naricita me queda bien. Igual la pagué yo, con mi dinero, con los servicios de la clínica y con mi vida. Ahora veremos si seguirás pareciéndote a la mamá de Axel después que te la quite.
Se levantó del asiento y comenzó a hurgar por todo el cuarto con desesperación.
—¡Coño del hijo e' puta madre!¿Dónde hay un bisturí en mi hospital cuando se necesita? Si no estuviese muerta...que los despido a todos por ladrones. Seguro las enfermeras y médicos roban los insumos. ¡Bah! Toca improvisar.
Quebró un envase de vidrio que halló por allí y lo utilizó como herramienta de corte. Le jaló la nariz, estirándola al máximo para facilitar la rinoplastia inversa. El dolor producido pudo haber sido mayor que cuando le arrancó la lengua, era extremo, era todo lo que podía pensar Penny.
Satisfecha de su labor, Morgana ajustó la nariz en el hoyo de su rostro y entonces realizo una sutura adhesiva, de una forma bastante adecuada; algún conocimiento de enfermería tenía o lo aprendió después de la muerte. Quién sabe. Pegó la cinta, presionó y corroboró; necesario era asegurar para que no se cayera.
—Estas banditas son lo mejor que ha podido inventar la industria de la medicina moderna. ¿Cómo es que se llaman?—Se quedó pensando un rato— Adhesivo tisular, cierto. Disculpa, nada más pensar en coser la nariz me da grima. Así está mejor y es un método menos invasivo. ¿Qué opinas?
Morgana se vio en un espejo compacto, sabe dios de dónde lo sacó, y sonrió.
—Mucho mejor, mucho mejor. Me luce más a mí que a ti, Peppa Pig. Y tú, en cambio, ahora sí te ves como la cerda mal nutrida que eres. ¡Vamos! Di: ¡Oink! ¡Oink! ¡Oink!
Y así lo hizo Penélope, y con cada oink, ya lo saben: el chorrito de sangre salía del hoyo donde antes estuvo su nariz.
—Sabes, ahora que lo pienso, si tu nombre es Penélope, tu diminutivo debería ser Pené, con acento en la e final. De ser una palabra esdrújula pasa a ser una aguda, yo digo que es un ascenso.¿Qué opinas? —Rio con fuerza— No importa, no me prestes atención, la muerte me dio por divagar mucho. Ahora vamos por tú bastardito. No creas que me olvidé de él.
Levantó la sábana dejando al descubierto el abdomen de Penélope.
—¡Oye chica! Si hasta torneado lo tienes. Cualquiera pensaría que no estás embarazada.
Palmoteó la zona y le aplicó un líquido aséptico. Estaba tan o más frío que el entorno. Penny se quejó con un nuevo oink.
—La higiene es importante en las operaciones, Peppa Pig, voy a cortarte la panza. ¡Oink! ¡Oink! ¡Oink!
Penélope sintió el desgarre de la piel, luego músculo y finalmente del útero. Morgana abrió la barriga de golpe, usando sus dos manos con fuerza.
—¡Aquí no hay nada! ¿Dónde está el bastardo? O bastarda, no me importa su sexo. ¡Habla maldita cerda! ¡Oink!¡Oink! ¡Oink!
Eso fue lo más que pudo aguantar Penélope, se desmayó del dolor en el sueño y despertó con desesperación en la vida real.
Lanzó algunos débiles golpes con el único brazo bueno que le quedaba, a la vez que gritaba por ayuda.
—¡Cálmate Penny! ¡Soy yo!¡Carmilla! ¡Fue una pesadilla! ¡No es real! ¡Lo que sea que viviste fue un sueño! ¡Solo un sueño!
La chica abrazó a su amiga con el brazo derecho y de a poco entre gimoteo y llanto logró calmarse.
Una enfermera entró alarmada y preparada. Jeringa en mano se aprestó para inyectar un sedante a la paciente.
—No dejes que me seden Carmilla,te lo pido por favor —dijo, con una voz que apenas era un susurro.
—No la inyecte, yo la calmo. Tuvo una pesadilla, nada más. Nada de drogas.
—¿Segura? Preguntó la enfermera.
—Sí, déjele en mis manos, si surge algo serio yo le aviso. ¿Vale?
La profesional asintió de mala gana y se retiró a regañadientes.
—¡Gracias Carmilla!
—De nada mi Penny, siempre puedes contar conmigo. Acá están tu mami y tu papi.
Dicho esto, Carmilla se apartó un poco para que Penélope pudiera ver a sus progenitores. Realizaron un abrazo grupal por un rato, casi aplastando a Penélope en la cama.
—Ya, dejemos respirar a mí retoñito —dijo el señor Pablo.
Le dieron espacio a la paciente y conversaron largo rato sobre lo sucedido y aunque, trataron de eludir el tema, como un acuerdo tácito, alguien debió decirlo, era ineludible.
—Hija... ¿Por qué no nos dijiste sobre tu embarazo? —preguntó doña Nancy.
Segunda vez que le preguntaban lo mismo, Axel primero y ahora sus padres, suerte que Carmilla ya sabía. Le fastidiaba tener que dar una respuesta ilógica que daría pie a otras preguntas más. De seguro la misma que le hizo su Ángel.
Carmilla vio la mirada suplicante de su amiga y entendió lo que le pedía.
—Nancy, Pedro; debo tomar responsabilidad en eso. Penny tenía sospechas y yo la convencí que era un embarazo psicológico. Ella no sabía que estaba en estado, hasta ayer.
—¿Y quién era el padre, mijita?¿Tu jefe? —preguntó el señor Mármol.
—No, papi.
—No me digas que es del liliputiense.
—No, papá, no es de Pedro.
—¿Entonces? ¿Quién era el padre?
Penélope suspiró hondo, no respondió. La verdad era muy escabrosa. Le daba vergüenza.
—Quizá no es el momento. Denle un tiempo a Penny para que se recupere y asimile todo lo que ha pasado—intervino Carmilla.
—Pero... —intentó decir Pablo.
Doña Nancy lo miró, deteniendo a su imprudente cónyuge.
—¡Ya me peló los ojos! ¡Está bien! ¡Está bien! Pregunto después.
El berrinche del señor resultó gracioso y todos rieron, relajando la situación.
Ya en la tarde entró de nuevo la doctora, con un par de enfermeras y una camilla. Nada dijeron, luego de un intenso silencio de auscultación, el señor Pablo osó en interrumpir.
—¿Cuando me entregan a mí muchacha?
—Mañana a primera hora, si no presenta otro colapso nervioso —respondió la doctora.
—¿Para qué la silla de ruedas?
—La llevaremos con el oftalmólogo, no es para otra cosa, señor Mármol, no sé preocupe. Por orden del señor Rousel vamos a practicar un examen de la vista, con miras a reponer los lentes que se dañaron con el accidente. La silla es solo para comodidad de la paciente, todo está bien.
—¿Cuánto nos saldrá esto?—preguntó preocupado.
—Ya le dije, no sé preocupe. El señor Axel está asumiendo el total de los gastos.
—¿A cuenta de qué? —inquirió un poco indignado.
La señora Nancy le pellizcó la pierna y le hizo una mueca para que se callara. La doctora sonrió condescendiente.
—Cálmese, su hija está en buenas manos. Ahora vaya a casa y mañana regresan por ella. Sin falta.
Los padres accedieron con cierta renuencia, pero Carmilla, aunque les acompañó hasta la entrada de la clínica y los montó en un taxi, se inventó una excusa para quedarse.
—No voy para mi apartamento, voy a quedarme con una amiga que vive cerca —mintió—. Nos vemos mañana.
Mientras eso sucedía en las afueras de la clínica, dentro, Penélope, fue atendida por el oftalmólogo y una oculista, ambos muy profesionales, con el examen de rigor. Le colocaron el clásico cartel con letras de diversos tamaños.
Ella comenzó a recitar las letras según le iban indicando. Algo muy sencillo, sobre todo al inicio con las letras grandes; de manera gradual se reducía el tamaño y con ello la dificultad creció.
—Erre, E, Pe, U, Te, A.
Se detuvo. Era la cuarta línea.
—Continúe con la línea señorita Mármol.
Ella miró al técnico con incredulidad. ¿De verdad era esa palabra o era ella que no veía bien? Sacudió la cabeza, entornó y ajustó la mirada. «Deja la paranoia. Ahora sí, Penny, lee bien». Reinició la lectura de la sexta línea.
—Te, Ve de vaca, O, Y griega, A, Eme, A de nuevo, Te, A, Erre.
Una solitaria lágrima brotó de su ojo izquierdo, el cuál pestañeaba sin control, envuelto en un macabro tic nervioso. No quiso mirar siquiera la línea nueve, temía encontrar la firma de la muérgana.
—No sé preocupe pequeña dama. Solucionaremos eso, mejorará la percepción —le dijo la optometrista con tono tranquilizador.
Le colocó el foróptero y comenzó a poner y quitar pequeñas lentes, una sobre otra, hasta llegar a un punto que consideró adecuado.
—Listo, inténtelo de nuevo —le animó.
Ella obedeció solo para noactuar como una paranoica pues lo que deseaba era gritar y salir corriendo. Esa muérgana, ni muerta le dejaba en paz.
La cartilla ponía:
Penélope las nombró de forma óptima, una a una, recuperando la cordura en el proceso. Suspiró para sus adentros. «¡Cálmate Penny! ¡Cálmate! Está muerta, ya no te puede hacer daño».
—¡Excelente! Vamos con la ocho.
Y allí estaban, de primeras, la pe, la efe, ce, de... Penélope tenía colocados los lentes y veía claramente cada letra. La siguiente: T. Sintió mucho alivio cuando percibió que no formaban ningún patrón ni palabra o nombre alguno. «¡Gracias Dios! ¡Gracias!».
Culminado el examen fue devueltaa su habitación y allí estaba, su gran amiga, hermana mayor, casi madre: Carmen Morales, alias Carmilla Mírelles.
—Te hacía en casa —le dijo Penélope.
—Ya tú sabes, Penny, De mí no te deshaces así tan fácil. Me quedaré contigo, así podré apoyarte si otra pesadilla se presenta. Si es por esta gente te sedan hasta que quedes en coma.
Penélope sonrió, más no así la enfermera, a quien no le gustó ser denominada como "esa gente".
—No tenemos camas adicionales.Si planea quedarse tendrá que hacerlo en la silla que está allí. No nos hacemos responsables por cualquier percance o incomodidad que sufra en su estadía —le anunció la profesional.
—No se preocupe, deje a Penny en mis manos.
La chica refunfuñó y se alejó por los pasillos.
—Aquí cabes Carmilla, eso creo. Está cama es pequeña, cómoda, pero pequeña.
—Claro que sí. No será la primera ni la última vez que durmamos juntas. Allí nos arrecochinamos.
Esa palabra: arrecochinar, le hizo recordar la pesadilla y también el origen de su alias: la cerdita de dibujos animados. La onomatopeya, su repetición y repercusión en el sueño maligno era terrorífico. No podría ver más nunca esa caricatura ni escuchar oink, sin estremecerse.
Sin embargo, dicho y hecho. Luego de algunos ajustes y movimientos, encontraron la posición adecuada para dormir con comodidad.
—Yo digo que Jack cabía en lapuerta. Esa Rose es una perra. Lo dejó morir —opinó Penélope, en referencia ala película Titanic que veían en la tv.
—Ya lo creo. Aunque mejor así, luego, luego sacan Titanic 2, El Hijo de Jack. ¿Te imaginas? Que bodrio.
—O peor: Titanic 2, La Venganza del Iceberg.
Rieron.
—Penny, quiero pedirte disculpas.
—¿Por qué?
—Porque en vez de hacerte caso, desestimé todo lo que me decías y evité que te hicieras la prueba de embarazo. Saber la verdad te hubiera preparado para la situación. Quizá no hubiese pasadolo que ocurrió y la señora Morgana estuviese viva. Sé que intentó matarte y todo, pero pudo haber sido distinto. En parte, su muerte es mi culpa y que tú hayas pasado esa amarga experiencia y estés herida también.
—No digas eso Carmilla. ¿Cómo ibas a saber que pasaría todo esto? Además, tarde o temprano iba a explotar esa bomba llamada Morgana Morgan.
—Tal vez, tal vez.
—Tengo miedo Carmilla. Es verdad el dicho ese: ten cuidado con lo que deseas, porque puedes llegar a obtenerlo. El camino para una relación seria con Axel esta abierto, o al menos eso parece, y me aterra. Sangre, muerte y mentira es el pavimento de ese sendero. ¿Debo dar rienda a mis deseos o ser más prudente que nunca?
—Yo te diría que lo segundo, no obstante, mis consejos últimamente no han sido los mejores. Por ahora duerme y mañana ya veremos.
—Está bien. Te quiero Carmilla,gracias por ser la hermana que nunca tuve y estar siempre conmigo, al pie del cañón.
—Yo también te quiero Penny y te agradezco por ser la única familia que necesito y la hermanita más bella del universo.
Durmieron bastante bien, tomando en cuenta el tamaño de la cama; sin incidentes. Penny no tuvo pesadillas, la compañía de Carmilla fue primordial en el proceso. Su abrazo protector, el calor de su cuerpo, la sencilla idea de no estar sola. Eso, eso fue un factor determinante.
Al día siguiente dieron de alta a Penélope, con las recomendaciones de rigor: reposo absoluto, un montón de medicamentos y vitaminas. Axel no fue a buscarla, ni nadie de la empresa, quien sí estuvo fue David, «ya me había olvidado que existías», pensó al verlo.
El muchacho, se portó como siempre: un caballero. Prestó su auto como transporte de la accidentada y ofreciéndose él mismo como chófer. Penélope suspiró, era un buen chico, de eso no cabía duda, pero si antes la tenía difícil para conquistarla, ahora era peor. Ella sentía que, sin la muérgana de por medio, quizá podría quedarse con Axel. «Y, sin embargo, él no vino y David sí».
Decidió que en otro momento hablaría a solas con el muchacho, no sabía hasta qué punto se hubiese hecho ilusiones, a pesar de todos los desplantes de ella. Sí, casi funcionó alguna vez, lo pensó y llegó a contemplar la posibilidad de darse una oportunidad con David. Solo que ya no. Debía seguir su corazón y hacer que lo vivido tuviera razón de ser y quizá una recompensa.
Se despidió del chico, sin quedar comprometidos a un reencuentro.
Estar en casa era grandioso, entre su mamá, su papá y Carmilla, se turnaron para mantenerle lo mas cómoda y entretenida posible. Postre, comida y todo lo que pidiera. Hasta se sentaron con ella a ver una telenovela turca que le gustaba mucho.
Penny estaba incomunicada, temporalmente, por eso era bienvenido el mimo. Su celular había sido sustraído durante el accidente, junto con todo el dinero que tenía; al menos le dejaron los documentos de identidad sino tuviera el dilema de tener que tramitarlos de nuevo.
La explicación más sencilla que le proporcionó la policía fue: alguien, de los muchos curiosos, socorristas o testigos que asistieron la escena del accidente, se había llevado dicho aparato. Cosa que también ocurrió con la pistola de Morgana, según le explicaron. Ésta no apareció por ningún lado, esa pesquisa quedó pendiente. De suerte que los múltiples testigos en la empresa corroboraron el uso de la misma en el secuestro e intento de asesinato. Amén que Axel aportó los certificados de compra, asignación y porte de armas.
—No te apures, Penny. El señor Axel debe estar muy ocupado con la muerte de su esposa; velorio, entierro, la atención de múltiples cuestiones legales, herencias y que se yo. Esas gentes no son como tú y yo, nosotros nos morimos, nos echan un poquito de tierra, ponen dos flores, una cruz con el nombre mal escrito y más nada. Estamos hablando de bienes en común, empresas, edificios, vehículos y hasta aviones. Debe estar atareado a tope.
—Lo sé, pero lo extraño mucho, tengo días sin saber de él.
La modelo suspiró con resignación.
—Y aquí es la parte donde te doy un consejo que puede ser erróneo, uno que no me lo pides, aunque igual te lo digo:olvídate del señor Axel. Sé que ahora está libre en apariencia y esa dulce cabecita tuya ya debe estar elucubrando mil descabellados planes que terminan en un final feliz de película de Disney —hizo una pausa—. Ya lo sabes: si sigues alimentando fantasías matrimoniales, la realidad, tarde o temprano, te golpeará el Rostro.
—Y eso sucedió. Sino tengo la cara destrozada es por qué me cubrí con el brazo y mira como me lo dejó—manifestó Penélope, señalando el cabestrillo.
—Me refiero a que hay una diferencia de clases, de poder.
—¡Por Dios, Carmen! No estamos en el siglo XVI.
—¡Carmilla!
—¡Sí, sí, sí! ¡CarmillaMirelles! La modelle, con doble ele —exclamó molesta Penélope.
—Búrlate si quieres, pero hazme caso.
—Ya te hice caso y ve como terminó.
—¿Qué? Por seguir mis consejos, rebajaste, dejaste de ser gorda, te pusiste buena, conseguiste novio y trabajo...
Penélope bajó la mirada.
—Perdóname, Penny, de verdad que quiero lo mejor para ti, ayúdame a ayudarte.
La chica asintió.
—Quizás tienes razón, Carmilla. Mi mente me dice que tu llamado a la prudencia es posiblemente acertado. El corazón me dice: "mi anhelo, nuestro anhelo, está al alcance de la mano. Si no lo intentas lo lamentarás toda la vida. ¿Puedes fracasar? Sí. Quizá, no obstante, renunciar es fracasar sin haberlo intentado". Apóyame, como siempre lo has hecho. Si fracaso tienes permiso de decirme: ¡te lo dije pendeja!
La rubia le miró directo a losojos.
—Te quiero Penny y te voy a apoyar, aunque no esté de acuerdo, porque eres mi pendeja favorita. Ojalá me equivoque.
—¡Amén!
Tres largos días con sus noches,sin saber de su ángel, pasó Penélope. Apenas durmió durante ese periodo, lo poco que pudo fue gracias a los sedantes que le recetaron y que ella tomaba creyendo que eran antiinflamatorios.
Le habían prescrito dos semanas de reposo, pero ella fue el lunes a trabajar; con el collarín y el cabestrillo puesto, con su mejor vestido (le quedaba apretado y brotaban los rollitos), con sandalias bajas (aunque hubiera querido ir en tacones) y con toda la dignidad que pudo reunir.
Un murmullo de asombro, dos, tres y luego muchos, pudo percibir mientras se adentraba en el edificio. Le tocó tomar el ascensor común. La llave del especial, de ejecutivos, la había dejado en la oficina con la conmoción del atentado.
Dentro, la magullaron sin consideración alguna, recostón, pisotón y codazo incluidos. Mientras subía,alguien tosió o simuló hacerlo para exclamar veladamente: ¡Puta! ¡Puta!
Ella no pudo identificar quien lo decía, especialmente por la cantidad de personas y porque los tosidos eran indistintos, a veces parecía la voz de un hombre a veces de mujer. Los velados agresores reían y murmuraban.
Salió en el piso correspondiente, triste, golpeada y pisoteada (anímica y físicamente), cojeó hasta la oficina, mientras el murmullo persistía en su letanía. Apuró el paso, en la medida de lo posible, debía llegar a su oficina: el refugio; allí estaríaa salvo del desprecio, allí estaría su Ángel. Solo eso la animaba, valía la pena el esfuerzo.
Quiso girar el pomo apenas lo alcanzó, no obstante, la puerta no cedió. Estaba cerrada por dentro. «¡Rayos!» Por instinto la buscó en su cartera. ¡Cierto! La llave estaba, o debería estar, en la gaveta de su escritorio.
Humillada, tocó la puerta.«¡apúrate Axel, por fa!» pensó nerviosa. Al poco rato escuchó pasos y un clic maravilloso. «¡Gracias, mi Ángel!» Pensó, esperanzada.
Apenas la persona abrió la puerta se abalanzó sobre su amado amante o al menos quien creía serlo. Sin embargo, no pudo abrazarlo. Tenía una sola mano libre y ésta no le alcanzó para rodear al cuerpo que tenía al frente. Una masa voluminosa, cuya curvatura, radio y diámetro era proporcional a su estatura. En su malogrado intento de dar y recibir amor, protección y compañía; sus labios chocaron contra unos poblados bigotes y una boca carnosa que no era la querida. En vez de los tiernos ojos, color miel, de Axel se encontró con dos negras canicas sin amor.
¡Era el señor Lotario Cárdenas! Y detrás: Alexa, esposa del susodicho, visiblemente molesta, mirándola con una mezcla de sorpresa y repudio. Las preguntas estaban impresas en su expresión: "¿no te bastó con mi hermano? ¿También te vas a tirara mi hombre? ¡Perra!"
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