001. welcome to forks
LA LLUVIA CAÍA cuando nuestro avión aterriza en Port Angeles. Fue en ese momento que entendí que mis días de bronceado habían oficialmente acabado por completo.
Papá nos esperaba en el auto de policía. Él es el jefe de policía de este pueblo desde que tengo memoria. Forks era... algo con lo que prefiero no decir mi opinión para no lastimar a papá.
Cuando vuelvo a la realidad, papá ya había abrazado a Bella y siguió conmigo.
—Me alegro de verlas —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que le devolvía el abrazo—. Apenas han cambiado. ¿Cómo está Renée?
—Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papá —apesar de Bella y yo ser muy parecidas, había algo que nos diferenciaba: nuestra edad y habilidades sociales. Casi pude ver la tortura por la que estaba pasando.
—Te extrañamos mucho —agregué, ayudando a mi hermana mayor, quien me agradeció con la mirada.
Pronto nos dirigimos a la patrulla y papá puso nuestras maletas en el maletero, excepto algunas que no entraban y tuvo que colocarlas en los asientos traseros.
Bella se sentó adelante, como siempre. Regla de hermanos mayores supongo. Bella era unos meses mayor que yo.
—Bella, he localizado un auto perfecto para ti, y muy barato —anunció una vez que nos abrochamos los cinturones de seguridad.
Claro. Yo no he sacado mi licencia aún. Tenía la edad, por supuesto, pero todavía no había entrado para hacer el examen.
—Bueno, es un monovolumen, un Chevy para ser exactos —continuó papá, hablándole a Bella.
— ¿Dónde lo encontraste? —Bella pregunta desconfiada.
— ¿Te acuerdas de Billy Black, el que vivía en La Push?
La Push es una pequeña reserva de nativos americanos situada en la costa. Nunca entré, y nunca lo haré. De por sí, la tierra ya es bastante asquerosa para mí, sumándole a la lluvia... Ni hablar.
—No —mi hermana respondió.
Ella suele olvidarse de muchas cosas que tengan algo que ver con Forks. Yo tengo una muy buena memoria y suelo acordarme de más cosas, extrañamente de Bella que vivió más tiempo aquí cuando éramos niñas.
—Solía venir de pesca con nosotros durante el verano —nos explicó papá—. Ahora está en una silla de ruedas, por lo que no puede conducir y me propuso venderme su camioneta.
—Genial —hablo con interés—. ¿De qué año es?
Y en el momento en que vi la mueca de papá supe que esa era una pregunta que no quería responder.
—Bueno, Billy ha realizado muchos arreglos en el motor. En realidad, tampoco es muy vieja.
Conocía lo suficiente a mi hermana para saber que no lo iba a dejar ahí. Ella era muy curiosa y terca.
— ¿Cuándo lo compró? —Bella preguntó esta vez.
—En 1984... Creo.
Esa camioneta era más antigua que yo. Nací en el 88.
— ¿Y era nuevo entonces?
—En realidad, no. Creo que era nuevo a principios de los sesenta, o a lo mejor a finales de los cincuenta —dijo con timidez.
Tuve que aguantarme las ganas de reír. Eso era una reliquia, debería estar en un museo.
— ¡Papá, por favor! ¡No sé nada de coches! No podría arreglarlo si se estropeara y no me puedo permitir pagar un taller —reclama mi hermana.
—Nada de eso, Bella, el trasto funciona a las mil maravillas. Hoy en día no los fabrican tan buenos y baratos.
El trasto, me burlé internamente del apodo. De seguro puedo encontrar algo mejor en unas semanas. ¿Qué tal chatarra andante? Nah, muy cliché.
— ¿Y qué entiendes por barato?
—Bueno, cariño, te lo compré como regalo de bienvenida. Así puedes ir a la escuela con tu hermana.
Eso pareció hacerla pensar un poco, aunque seguía incomodada por el gesto.
—No tenías que hacerlo, papá. Iba a comprarme un auto.
Cierto. Ella me había hablado sobre que estaba ahorrando para un auto nuevo. Ha estado ahorrando desde los quince años.
—No me importa. Quiero que tú y Ave estén a gusto aquí.
Como si fuera posible estar a gusto aquí, pensé internamente mientras dirigía mi mirada a la ventana.
—Es estupendo, papá. Gracias. Te lo agradezco de veras —eso era una mentira. Bella odiaba Forks tanto como yo lo hacía, pero papá no tenía porqué saberlo.
—Bueno, de nada —masculló con vergüenza en la voz.
Para entonces, mis ojos se cerraron y el sueño me invadió por completo.
• • • • • • ✿ • • • • • •
CUANDO FINALMENTE LLEGAMOS a la casa de mi papá, suspiré al ver que nada había cambiado. Me tomó unos segundos darme cuenta del nuevo auto rojo de Bella aparcado en la calle. Bueno, "nuevo".
— ¡Caramba, papá! ¡Me encanta! ¡Gracias! —me sorprendí al escuchar a Bella.
Vaya, le ha gustado. Otra cosa en la que nos diferenciamos, supongo.
—Me alegra que te guste —dijo papá con voz áspera, nuevamente avergonzado.
Yo, por mi parte, simplemente bajé mis maletas para ir a mi cuarto, el que daba al patio trasero. No extrañaba para nada esta habitación. El suelo de madera, las paredes pintadas de rosa claro, el techo a dos aguas, las cortinas de encaje ya amarillentas. Nada había cambiado, ni siquiera el escritorio. Los dibujos que solía hacer cuando venía de visita seguían ahí, en la misma posición que los había dejado.
Y, claro, el baño que une el cuarto de Bella y el mío. Tiene una ducha, un inodoro y un grifo. Lo necesario. Y sus dos puntas están las puertas que nos separa a las dos. Nunca tuve problema con dividir baño con mi hermana, en Arizona lo hacíamos también.
Comencé a rebuscar mi maleta hasta encontrar mi neceser y llevarlo al cuarto de baño para asearme. Tomar una ducha después de un largo viaje era todo lo que necesitaba. Rápidamente me puse mi pijama que había escogido y me contemplé en el espejo mientras me cepillaba el pelo enredado y húmedo. Mis ojos azules parecían cansados por el viaje.
Siempre fui una chica muy bronceada, a diferencia de mi hermana. Ella se ponía al sol el mismo tiempo que yo lo hacía, solo que a ella no le pegaba y a mí sí. Nunca entendí porqué, pero a Bella no le importaba así que yo dejé de preguntarme eso hace tiempo.
Extrañaba a mis amigos de Phoenix, y extrañaría a mi antigua escuela también, eso lo tenía bien claro. Odiaba el hecho de tener que mudarme a Forks y comenzar de nuevo, aunque me reconfortaba tener a mi hermana conmigo.
Alguien entrando al baño donde yo me encontraba me distrajo de mis pensamientos. Era Bella.
—Hola —hablé en ton bajo, mientras mi hermana se acercaba—. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Cómo estás tú? Sé lo mucho que amabas Phoenix.
Suspiré y llevé mi vista al espejo de nuevo.
—Es algo complicado, sabes —bajé mi mirada a mis manos, que se encontraban descansando en el fregadero—. Me encanta papá, y me gustaba venir a visitarlo cuando era niña, pero... vivir en Forks...
—Parece una pesadilla —terminó mi hermana por mí—. Lo entiendo. Tampoco me gusta lo frío, ni lo húmedo.
Ella le pone pasta dental a su cepillo de dientes y comienza a lavárselos. Y nos quedamos así un rato. En silencio. Cómo si estuviéramos de luto por nuestra antigua vida.
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