LA PORTADORA DEL ALBA
―Hace miles de años, Zeus y una mortal engendraron a una pequeña de nombre Iliana, quien fue criada entre humanos y preparada para luchar a favor de los dioses contra aquel que amenazase el equilibrio natural. ―La sacerdotisa con capucha y túnica roja cerró los ojos mientras continuaba pronunciando su discurso a la luz de la luna y rodeada de antorchas prendidas. ―La dama de fuego creció en Esparta durante la batalla del Peloponeso y pronto se vio involucrada en guerras que le labraron gran fama, admiración y reputación. No obstante, esto también atrajo a los codiciosos que ansiaban y envidiaban el poder y estatus de Iliana, y en su vigesimotercer aniversario fue engañada, traicionada y sacrificada por sus seres más queridos liderados por la bruja de Lesbos.
El círculo de hechiceras alrededor de la sacerdotisa se alzó pronunciando palabras en un idioma antiguo. Los árboles circundantes comenzaron a mecerse al son del viento que se volvía más y más fuerte.
―El cuerpo sin vida de la valiente guerrera fue enterrado, embalsamado y sellado en las catacumbas olvidadas. Su piel se secaba y resquebrajaba poco a poco, sus labios se cortaban y ennegrecían, sus órganos se degradaban y desvanecían, pero el alma de Iliana permanecía íntegra a lo largo de los siglos en el Hades pensando en dos únicos cometidos: venganza y justicia; hasta el día de hoy, cuando nosotras, hermanas, la hemos hallado. ―Murmuró avanzando hacia el altar donde el vetusto esqueleto inerte y desgastado yacía todavía con la armadura polvorienta. Acarició el cráneo con sumo cuidado marcando un círculo rojo de sangre en su frente y una espiral con forma de estrella en su interior. ―Te rogamos, Hécate, si todavía tienes una pizca de poder, energía y sed de castigo y venganza, nos ayudes a despertar a la guerrera olvidada y acabar así de una vez para siempre con nuestro enemigo... ―Susurró permaneciendo en silencio unos segundos. ―Tan solo pedimos unas gotas de tu buena voluntad para devolverte parte de la magnificencia pasada.
La piel del esqueleto comenzó a originarse desde algún lugar en el interior del peto y fue expandiéndose lentamente hasta el mentón y la cabeza. Largos cabellos de fuego fundido y rayos de sol surgieron de la nada y una bella y joven doncella con piel dorada y rostro inmaculado descansaba ahora recostada sobre el altar. La diosa de la magia y la brujería había atendido a sus plegarias, a cambio de un precio.
―Despierta, portadora del alba, abandona a Hades y Perséfone. ―Murmuró la mujer liberándose de la capucha y mostrando su anciano rostro. ―Tu lugar está entre los vivos ahora.
Instantes después de murmurar aquellas palabras, la joven abrió los ojos rebosantes de colores áureos como llamas y comenzó a respirar de nuevo. El aquelarre de brujas se hacinó entorno a la no muerta y se postró ante ella mientras la sacerdotisa le hacía entrega de un espadón de acero y una daga dorada. La joven se había alzado con grácil elegancia del altar y se hallaba observando a todas y cada una de las brujas.
―Iliana, portadora del alba, hija de Zeus y una de las primeras brujas, te rogamos aceptes este obsequio, que una vez te perteneció, a manos del aquelarre. ―Expresó la sacerdotisa inclinándose y ofreciéndole el arma.
La joven se aproximó a ella y aceptó de buen grado el obsequio, blandiendo un arma en cada mano y deteniéndose a contemplarla con interés.
―¿Y qué me pedís a cambio por esto? ―Preguntó con absoluta certeza. La sacerdotisa se puso en pie y tomó aire antes de hablar mientras observaba el agradable contraste entre su luminosa y radiante mirada crepuscular, sus cabellos rojo fuego y su pálida piel repleta de pecas. Era una belleza hipnótica digna de dioses.
―Pedimos la muerte de quien una vez os traicionó. Melania. ―Aseveró percatándose de cómo el rostro de Iliana se contrariaba y pasaba a mostrar indicios de furia.
―¿La hechicera de Lesbos sigue con vida? ―Las manos de Iliana apretaban con furia el mango de la espada.
―Se ha mantenido con vida mediante hechizos de inmortalidad. ―Advirtió cerrando los párpados. ―Y no solo eso... ―Emitió un bramido pesaroso y profundo acompañado de una pausa. ―ha conseguido alcanzar el máximo puesto en la orden de Nix y se ha convertido en una tirana. ―Explicó con tono melancólico. ―Ahora utiliza la orden a su voluntad buscando mi muerte y la de todo el aquelarre. Nos acusa de herejes, mas lo único que hicimos fue abandonar Atenas porque no apoyábamos los nuevos objetivos de la orden, consistentes en matar o desterrar a todos aquellos que se opongan a las brujas en toda la polis. ―Se reclinó sobre sí y unió ambas manos suplicando. ―Sabemos que también fuiste traicionada por ella. La mayoría de los libros sobre leyendas y mitos de la antigua Grecia te han olvidado, excepto nosotras. Hécate me mostró una visión sobre ti, entonces entendí que eras nuestra última esperanza.
El silencio era cortante. Iliana caminó lentamente hasta salir de la multitud y observó el cielo nocturno sin estrellas ni luz. Los grandes nubarrones negros eclipsaban cualquier haz de luna y auguraban que una gran tempestad se estaba gestando. Iliana alzó el mentón y cerró los ojos unos instantes, pensativa.
―Padre está conmigo. ―Susurró con voz casi imperceptible sujetando con fuerza el espadón y volteándose de nuevo hacia la sacerdotisa. ―Decidme dónde se encuentra la hechicera y le haré pagar. ―Aseguró desafiante. ―Os lo juro.
Los truenos resonaron por toda la estancia, furiosos y centellantes como volcanes en erupción. La tormenta arrecía y se llevaba por delante algunos toldos y carretillas que había sobre los adoquines atenienses. La ira de Zeus se desataba por toda la polis mientras Iliana se colaba por la terraza del palacio de la hechicera logrando burlar a los guardias y arremetiendo contra una de las vidrieras haciéndola estallar en mil pedazos y logrando irrumpir.
Sus cabellos y ropajes estaban empapados por la llovizna, no obstante, eso no la detuvo de avanzar con rapidez por los corredores espada en mano hasta hallar la cámara superior donde, con los portones abiertos de par en par, esperaba pacientemente Melania, con un vestido largo y oscuro. La bruja reía sin sorprenderse lo más mínimo.
―La pasada víspera soñé con tu regreso, Iliana. ―Advirtió sujetándose sobre su bastón con sus ancianas manos. ―Al principio no lo creía, hasta que he advertido de la tempestad... ―Murmuró cabizbaja. ―No recordaba un diluvio de este calibre desde... hace miles de años en Esparta. ―Sonrió.
―Entonces, me barrunto conocéis muy bien el motivo que me trajo aquí. ―Añadió mostrando su amenazante y afilada espada.
―¿Vienes a asesinar a sangre fría a una anciana? ―Respondió con una falsa incredulidad negando con la cabeza. ―Te teníamos por una heroína, no por una asesina... cuán equivocados estábamos.
―Me traicionasteis, me humillasteis y me asesinasteis. ―Murmuró montada en cólera. De pronto la espada prendió en llamas imparables y el iris de sus ojos se tornó más brillante que el mismo fuego. ―No os corresponde juzgarme... sin embargo, estáis en lo correcto. ―Añadió entrecerrando sus hermosos ojos. ―Aunque lo desee, no os pagaré con la misma moneda, pues así solo mostraría atesorar la misma crueldad y sentido de la injusticia que me brindasteis una vez.
Iliana comenzó a vocalizar antiguos dialectos desconocidos para Melania mientras avanzaba hacia ella con calma y gracia. Dobló su espada y la envainó tras su cinturón apagando las llamas, seguidamente tocó el rostro de la anciana palpando cada una de sus arrugas y pliegues hasta sonreír y callar observándola a los ojos.
―Me pregunto qué ocurrirá cuando los miembros de vuestra orden adviertan de que ya no poseéis ningún ápice de magia. ―La anciana palideció. ―Me temo que la propia naturaleza se encargará de hacer lo que debió hacer hace miles de años.
―¿Has sellado mi vínculo con la brujería? ―Cuestionó la bruja sintiendo cómo los encantamientos y hechizos en vigor sobre ella habían desaparecido. Iliana caminó hacia el portón de nuevo sin voltearse, con una sonrisa y la seguridad de haber hecho lo correcto. ―¿Cómo has...? ―Su voz tembló.
―No fui yo. ―Matizó con orgullo implacable. ―Algunos dioses a los que encolerizasteis todavía poseen poder y adoradores, Melania... y ahora mi presencia los ha fortalecido. ―Advirtió haciendo ademán de continuar su camino. ―Jamás debisteis retar a los dioses e ignorarlos pensando que podríais ganar. No es de bienaventurado asestar un golpe bajo a quien os consideraba buena amiga, pero tratar de robar un poder que no os pertenece para usarlo en vuestro beneficio y perjudicar a inocentes... eso es deleznable. ―Advirtió retirando la vista hacia las baldosas y frunciendo el ceño. ―No contéis conmigo cuando las víboras acechen, pues cosecharéis todo lo que un día sembrasteis. ―Tras pronunciar las últimas palabras desapareció de su vista apaciguando el diluvio por completo.
Un pequeño y diminuto rayo de sol comenzaba a colarse por la habitación iluminando el rostro de la desconsolada anciana: el alba había llegado.
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