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Avizandum: El Día En Que La Vida Se Tornó En Muerte

En todo ser con corazón y conciencia, tan vivo como pensante, hay espacio para el vasto mundo de los sentimientos. Es esto lo único que los vuelve especiales entre los unos de los otros, algunos pueden estár teñidos del color blanco de la aceptación ante cualquier fuerte o débil adversidad; algunos otros del cruel y mordaz color carmín que se impregna en sus retinas cuando sienten la ira; otros, debido a las fuertes decisiones del destino y malas ideas de la individualidad, se dejan llevar por el púrpura de la agresión, amargura y venganza bien infundida.

Entre el gran mar embravecido de la humanidad y algunos otros seres, una pequeña porción se destaca cada cierto tiempo cuando la fémina se encuentra encinta y un nuevo integrante viene en camino para gozar tanto del dolor como la dicha otorgados por la misma vida. Ese pequeño grupo se destaca por ese color tan brillante y cambiante en todos sentidos debido al descubrimiento de esos nuevos sentimientos que jamás, en medio de su ignorancia, pensaron acunar. Tal y verdadero ejemplo son el verdadero amor, la empatía, la generosidad, la humildad e ilusión.

Y si bien se han mencionado sólo pocos a comparación de todo ese mundo de nuevos sentires que se viven y encienden en el pecho de un padre primerizo, son igual de pocos quienes logran encontrar esos mismos sentimientos dentro de sí antes de que sea demasiado tarde. Al mundo le importa poco o casi nada de qué color esté un sólo hombre entre millones, pero fue ese, tal vez, el error que marcaría una despiadada diferencia en la historia de Elfos, hombres y Dragones de toda Xadia.

Es más que bien conocida la disputa que se vive entre seres mágicos y hombres debido a la misma avaricia e inconformidad de este último, de no haber sido su corazón volcado a la mediocre sonrisa de la magia oscura, el hombre tuvo grandes oportunidades de seguir viviendo como antaño y a su vez, no haberle causado problemas a los hijos de sus hijos en tiempos que les esperaban con el correr de los soles.

Pero los dados fueron tirados y no necesariamente para el bien de la paz a largo plazo. Después de que los hombres fueros desterrados a la parte Oeste de Xadia, habiendo ya establecido sus cinco reinos y reinando por un tiempo en abundancia y prosperidad, la desgracia vino en medio de un gran y fuerte torrente de nubes oscuras.

La lluvia del infortunio arrasó con un reino a tal punto de dejarlo sin comida. Viéndose en apuros, buscó la ayuda de Katolis, donde el rey Harrow inmediatamente respondió en solidaridad y amor. Se convocaron grandes juntas, las porciones de alimento fueron divididas en cantidades mediocres y ni con eso los hombres lograban ver la luz al final del penumbroso túnel.

Entonces apareció el hombre, ese hombre con el alma más que podrida en avaricia e incomprensión y más por el bien de Katolis que por ningún otro reino, le habló a su rey sobre la magia oscura y una buena forma para escapar de ese aprieto. El adorable y honesto rey no estuvo de acuerdo con tanta facilidad puesto que no era tonto, conocía todo aquello que la magia oscura encerraba en sus engañosas entrañas, pero como cualquier padre, esposo y hombre en apuros, dio su brazo a torcer.

Algunos muchos se oponían a la medida desesperada propuesta por Viren y entre ellos estaba la reina Sarai, pero muchos más, el doble de personas, estaban del lado del mago.

La solución llevó a más de un cabecilla importante fuera del límite de los reinos de los hombres, a Xadia, donde después de tener lo que tanto buscaban a costa de la misma y ruin muerte del inocente, muchas otras vidas se perdieron, entre ellas la de la reina Sarai.

Cuando la noticia llegó a la presencia del rey por medio de Viren, el color azul de la pena que lo invadió estuvo a nada de ahogarlo en lamentos y maldiciones, pero ahora tenía lo primordial para no dejar morir de hambre a sus hijos y los hijos de sus hombres. Volvieron a reino sin reparo en lo que habían hecho en tierras foráneas, ese día los campos se vistieron de excelentes cosechas, el agua jamás volvió a lucir por su falta y Katolis aseguró su prosperidad con firmeza.

Sin embargo, ahora Harrow estaba solo, compartía el lecho solo, las responsabilidades descomunales de un reino entero, y además, debía cumplir debidamente con el papel tan pesado como lo es ser un padre. El color celeste seguía en su piel y corazón pero de cuando en cuando era suplantando por el rosado del amor e inocencia de sus dos valientes hijos.

La historia que encuentras en este pergamino se escribió tiempo después de la devastadora muerte de la reina. En esta historia es menester recordar las acciones impropias como justas que los colores de los sentimientos invocan al ver cegado a su portador en un torrente de ilusiones y desconsuelos.

El día donde todo comenzó y también inició el fin del gran padre, Viren había logrado controlar el corazón del rey Harrow convenciéndolo de repartir justicia aún cuando ni él mismo tenía el don. Pues ya lo han dicho los sabios, muchos de los que viven merecen la muerte y algunos de los que mueren merecen la vida, pero nadie es capaz de repartir juicio pues ni los más sabios conocen el fin de todo.

El rey aceptó la propuesta y el cuerno de unicornio traído por Claudia fue aquello último que robó la vida que colmó la tormenta. En ese momento, de pies a cabeza, el rey de Katolis estaba teñido de un color carmín y púrpura jurando odiar y detestar a Trueno, Avizandum para los eruditos de las crónicas de la antigüedad.

Cabalgando en dos fieles y fuertes corceles, envueltos en su débil velo de valentía y hombría, los dos hombres proclamados como amigos, cruzaron la brecha entre el reino de los hombres y Xadia. Llegaron al lugar donde por última vez encontraron al asesino de la reina, más lo único que encontraron fue el silbido de la soledad y ausencia.

—¿Dónde se ha metido? —farfulló el rey con la armadura reluciente y lanza mágica en mano. Viren escrudiñó el polvoroso lugar llegando a una conclusión final—. Viren, dijiste que estaría aquí.

— ¡Y lo estaría! —defendió el otro frunciendo el entrecejo —. Sabes que ese monstruo siempre vigila la frontera, más que nadie lo sabes.

—Exacto, ¿Entonces por qué no está justamente hoy? —habló el rey con desespero en la voz, pues siendo víctima de una insólita adrenalina deseaba acabar con todo lo más rápido posible—. ¿Qué sucede, acaso se esconde?

Viren bufó, como si un dragón de varios metros, fuerte y con grandes poderes, tuviese al menos una razón para esconderse.  Guardó silencio por un momento siendo juzgado por la pesada mirada de Harrow, tiró de las riendas de su caballo cuando aquella única y especial idea se le apareció por la mente.

Había sólo una simple pero tierna razón por la que una bestia de esa calaña podía ocultarse en su fétido nido. Una suave y sutil como arrogante sonrisa se dibujó en los delgados labios del mago.

—Si no se encuentra vigilando la brecha —dijo con aquel orgullo y calma que tanto lo caracterizaban—. Está cuidando otra cosa igual o más importante. ¡Sígueme!

Un golpe con las riendas y el caballo dirigido por el mago despegó en un alocado galope, el rey se quedó unos momentos atrás para seguirle el paso al poco rato. La carrera era exhaustiva para los caballos pero los jinetes no pensaron en parar ni por un instante, tomándoles días encontrar aquello que tanto buscaban con euforia palpando el corazón.

Ahora bien, fue entonces en medio de un seco y destruido llano, coloreado de blanco por las premisas del invierno, rodeado por suaves y aleatorias lomas donde lo encontraron. Era un fuerte y alto risco donde el pico se perdía aún muy por encima de los nubarrones.

—¡Es aquí! —alardeó Viren sintiendo en su rostro el frío viento del este—. Te lo había dicho, debe estar aquí.

En la carrera y a casi nada de llegar a su objetivo el rey observó de re ojo al mago y evocó una mueca enigmática que posteriormente, gracias a la alegría de casi terminar con la misión, se transformó en una sonrisa grande. Sus ojos esmeraldas tomaron un brillo único en ese momento pero su cuerpo reaccionó tan rápido como un fuerte trueno se estrelló a la lejanía recortando una figura imponente en el aire.

Los caballos casi como por instinto y olvidando su adiestramiento, detuvieron sus pasos a casi nada de encabritarse pero la voz del rey trayendo calma evitó cualquier percance con ellos. Ambos hombres elevaron su vista y se encontraron con el terror en persona, con la locura en dos alas inmensas y con la muerte en dos grandes ojos de reptil.

La figura que se dibujó allá arriba sobre ellos en las nubes con las alas moviéndose pomposas, comenzó su descenso trayendo consigo una muerte casi segura para esos hombres. Entonces se dejó ver, reveló su color azul claro de piel y esos afilados colmillos como flechas. Las garras parecían lanzas y los truenos eras expuestos a plena vista recorriendo cada palmo de su áspera piel. El impacto que tuvo su cuerpo con la tierra fue tremendo y movió algunas pequeñas rocas, pero el corazón del rey de los hombres no flaqueó hasta ese momento; mantuvo su cabeza alzada en orgullo y necedad.

—Largo de aquí —emanó una voz ronca y vieja del dragón—. Hoy, exactamente de todos los días, he de concederles el perdón a sus vidas si dan vuelta a sus caballos. Hombres, sepan escoger con sabiduría. ¡Fuera de Xadia!

El imponente dragón tenía el corazón coloreado de rosa, debía ser honesto, incluso la bestia con la cara más horrenda podía acunar semejante sentimiento. Más el rey Harrow, con el mismo corazón herido, ejerció fuerza en la mandíbula incrédulo a las palabras que salían de aquella boca llena de muerte y maldad.

Harrow negó la oferta y algo que jamás observó fue la sonrisa socarrona que corrió en esos momentos por los labios de Viren, quien también confiado en su báculo, se mantuvo firme sintiéndose más grande que un dragón e igualmente poderoso.

—¡Hombre insolente! —gritó el dragón con todo ese poder y derecho que le concedía el orden jerárquico—. Hoy es un día único, un día de vida digo yo. ¡No me orillen a teñirlo de rojo y muerte! Fuera de aquí... ¡O mueran!

Aquel grito contenido para esas dos últimas palabras fue tal que los potros retrocedieron, expectantes ante esos colmillos del tamaño de un cuchillo de carnicero. Viren sospechando lo que ya había pensado, supo que no habría un paso atrás, que Harrow mantendría su objetivo y por eso, tomó su posición en la esa confrontación.

El rey con la ira cegándolo y los ojos desorbitados en venganza con lágrimas de dolor, levantó la lanza de Sarai que Viren, después de su muerte, encantó con magia oscura.

—¡¿y por qué a ella no le otorgaste la misma oportunidad?!

Dio un último grito de guerra, su caballo se levantó en dos patas y con la lanza levantada a los aires, tomó carrera en dirección al imponente ser frente suyo. Viren siguió por la retaguardia y se colocó en una pequeña sobresaliente rocosa, esperando paciente el actuar del dragón.

Así fue, el gran animal pensó que sería suficiente con levantar una de sus enormes patas para arrojar lejos al caballo como quien espanta una molesta e insignificante mosca, pero un hombre de a penas uno ochenta le detuvo. Viren neutralizó al rey de los dragones conjurando un exhausto hechizo; los ojos le brillaron en violeta y su báculo se rodeó de un aura poco confiable; Avizandum había sido controlado, más no por demasiado tiempo.

En una pose bastante atemorizante, con las garras sedientas de muerte ajena, el dragón se mantuvo inmóvil, luchando furioso por encontrar su liberta y olvidar la sorpresa con la que había sido asaltado. Los gritos de Trueno pululaban tanto como los quejidos de Viren, pero ninguno quería perder terreno en aquel combate indirecto.

La fuerza requerida para el hechizo nadie puede negar que Viren la entregó en su totalidad pero en algún punto esta lo sobrepasó y lo hizo perder la conciencia. El mago cayó desmayado de su caballo habiendo dando pelea al dragón, el cual ahora sí con la rabia en su grito, dejó caer su pata en dirección de Harrow.

El rey habría muerto, sido aplastado como muchos otros de no haber sido tanto por el tiempo que Viren le consiguió para acercarse más como por el hecho de que lanzó el arma de su mujer en momento preciso. La lanza silbó por los aires recorriéndolos con la fuerza impuesta por el rey de Katolis y se estrelló en el pecho de Avizandum, justamente en su corazón.

Harrow no se quedó limpio, la fuerza con la que sólo la pata del dragón se estrelló en ese mismo momento que la lanza lo tocó, fue tal que mandó a volar al caballo junto con su jinete. El rey de Katolis sólo había sido herido en una pierna y tuvo que arrastrarse para encontrar la vida fuera de los colmillos del dragón que le seguía por los pies, acusándolo de insensato. Para cuando el rey de los dragones reparó en lo sucedido, bajó la mirada a un dolor en extremo punzante y la vio, una lanza roja que expedía un humo negro, magia negra que comenzó a expandir un veneno por dentro suyo.

Algo lo devoraba, podía sentirlo.

—¿Qué es esto?—y por primera vez, en el tono de voz de un dragón se pudo leer el miedo y terror.

Una amenazadoras raíces púrpuras se comenzaron a expandir por su pecho trayendo consigo una sensación poco satisfactoria. El darle muerte ahora a dos hombres era lo de menos, ya no le importaba ni un poco, de hecho, podían quedarse a vivir unas semanas si querían pero lo que ahora dominaban al rey de los dragones era un miedo genuino, un miedo no por él porque sabía que esa cosa dentro suyo le acortaba la vida a cada segundo, sino por aquello que le esperaba en la cima de su guarida.

El rey de Xadia, el ser más imponente del mundo y más poderoso, le dio la espalda a dos pequeños hombres y el color azul de la agonía y miedo le iba carcomiendo los huesos. Iba a ser papá, estaba a nada de serlo ese día y lo esperaba con una ilusión indescriptible.

Sintió de pronto que su pecho pasó de ser caliente y vivo a frío y duro como la piedra. Se estaba convirtiendo en una piedra, eso le aterraba; Su único encargo era cuidar a su huevo en ausencia de su mujer y estaba fallando sorpresivamente.

"Hijo, mío. Mi niño" en su mente llamaba a su retoño aún en su huevo. Entonces se encontró en el desespero, en el ferviente deseo de que todo fuese una mala broma o sueño y que no tardaría en despertar para encontrarse con un pequeño dragón aprendiendo a volar. Pero el hado del destino era cruel y despiadado, le fue suficiente con levantar la mirada a su hogar para darse cuenta que ya no habría un mañana más con su hijo, que no habría un beso más de su mujer y que jamás vería crecer a su hijo y convertirse en un gran rey.

Viren se percató de todo ello, al menos de lo único e importante que le permitió ver su inmunda avaricia. Y sonrió y planeó algo que traería más problemas a futuro.

El rey dragón, por su parte y aún con menos esperanzas de vida pero con más deseos de encontrar seguridad a su retoño, tomó vuelo en su dirección pero el devastador brazo de la magia oscura no le permitió ir más lejos; el hechizo de la lanza se propagó con rapidez a tal punto de petrificar sus solemnes alas y lanzarlo de bruces al suelo como si fuera alguien insignificante. Lanzó un alarido de dolor, pero aún así, con las cosas en su contra, se levantó como un gran padre pensando en su hijo y se arrastró en su dirección; en el camino una de sus patas se volvió piedra y la perdió al momento.


El dolor en ese momento era infernal, tanto que pensó que nadie lo merecía pero su objetivo seguía siendo el mismo, arrastrarse (si le era posible) para encontrarse con su vástago.

Fue ahí, en ese momento donde Harrow sintió la lástima en su corazón y decidió no ver más, cerró los ojos y se limitó a escuchar los lamentos de su víctima, de otro padre que ahora estaba dejando solo a su hijo en un mundo poco seguro y lleno de seres tan traicioneros como Viren.

Lo último que Avizandum, Rey de los dragones y el mejor padre de la historia pudo hacer, fue arrastrarse como gusano y cuando no pudo hacerlo más, levantar la pata en dirección de su hijo, como si pudiera alcanzarlo. La magia le selló la extremidad y lo último fue su rostro, el cual poco a poco se pintaba de un gris triste e inmóvil. Después de tanto, lloró, derramó una última lágrima y con ella aludió unas últimas palabras para su mujer e hijo.

❝Otorguen el perdón, amada mía. Reconozco mi poco tacto y mi gran frialdad pero tu más que nadie sabe que lo nuestro es compartir con los nuestros; deseo entonces que ese pequeño niño encuentre otro tipo de vida; que los guardianes hagan magia y se lleven con ellos a mi hijo porque como padre, espero con falsa esperanza su bienestar fuera de las manos de estos hombres. Uno ha llorado, lo noté aún cuando le di la espalda y leo en su frente esas noches de desvelo con sus hijos, esas de las que yo jamás podré disfrutar pero sí en los cielos cuidaré de él.

Lo lamento, es la primera vez que lo hago, pero pido comprensión pues en todo momento, todavía cuando mi piel se caía a pedazos pensaba en nuestro hijo y sé que no hay nada que un padre no haría por ellos. Parece que el destino quiso todo de esta forma, te pido encarecidamente que seas fuerte, que te mantengas inflexible y muestres la diferencia entre tanta oscuridad en el mundo.

El fin de mis días ha llegado y no por eso me iré sin olvidarlos, mi amada familia, los llevaré presente en todos mis recuerdos❞.

Y no satisfechos con lo acontecido, los hombres volvieron los pasos por ese camino tan desconsiderado y robaron el huevo, el hijo de Avizandum. Sin embargo, el destino es voluble y si bien la historia venidera no es la mejor, al menos es una digna representación de héroes, de deseos de paz y sobre todos, de dos reyes de distintas especies que se verán inmersos en una hermosa y blanca amistad cual hermoso sol que aparece después de un gris día de lluvia.






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