⋆07⋆
Usé una horquilla más para terminar de sujetar y asegurar mi moño y me apliqué brillo de labios antes de salir del baño.
—Ya estoy —anuncié, haciendo que Neville cerrara el libro que estaba leyendo y se pusiera en pie.
Una sonrisa se dibujó en su rostro en cuanto sus ojos se posaron en mí.
—Estás preciosa —dijo acercándose.
—Gracias, Nev. Tú también estás muy guapo —contesté sonriente.
Neville tomó mi mano y me hizo dar una pequeña vuelta para verme al completo.
—Lo que yo decía, estás preciosa.
Me acerqué un poco más y, con mis manos tomando su rostro, besé sus labios. Al separarnos, ambos nos mirábamos a los ojos y sonreíamos.
—¿Bajamos a cenar? —pregunté finalmente.
Él asintió y, de la mano, nos dirigimos hacia el ascensor. Una pareja de avanzada edad se nos acercó, también a la espera de que el ascensor llegara hasta nuestra planta.
—¿Estáis teniendo unas buenas vacaciones? —nos preguntó la señora.
—Sí, este lugar es fantástico —respondí.
—Y muy romántico —comentó, a lo que su marido asintió.
—Aquí le pedí matrimonio —añadió él.
—Eso es muy bonito —dije con emoción.
Las puertas del ascensor se abrieron y los cuatro entramos.
—Y ahora, cincuenta años después, hemos vuelto para celebrar nuestras bodas de oro.
Sentí que las lágrimas se agolpaban en mis ojos, aquella pareja era demasiado adorable. Neville apretó ligeramente mi mano y me sonrió ampliamente. Esperaba regresar junto a él a este lugar de ensueño muchos años más tarde, tal y como aquella pareja hacía ahora, y seguir sintiendo la misma emoción por estar a su lado.
El ascensor llegó a la planta baja y nos despedimos de la pareja, para dirigirnos a la terraza del hotel. Ésta contaba con vistas al mar, que comenzaba a teñirse de colores cálidos debido al inicio del atardecer.
Tomamos asiento en una mesa que nos permitiera contemplar las vistas, y nos relajamos escuchando la melodía que el pianista del restaurante tocaba.
—Sería genial poder nadar mar adentro —comenté, sin apartar la vista del agua.
—¿No te dan miedo los tiburones? —preguntó él enarcando una ceja.
—El Sombrero Seleccionador casi me pone en Gryffindor por algo, Nev —respondí, girándome para mirarle.
—Creía que estuviste apunto de entrar en Slytherin.
—Revisa tus fuentes, Longbottom, no te han informado bien.
Neville soltó una carcajada.
—Fuiste tú la que me lo dijiste —repuso. Una pequeña sonrisa cargada de malicia se dibujó en su rostro y añadió—: Entonces, ¿no le tienes miedo a nada?
—Exacto —asentí con cierta desconfianza.
—¿Ni siquiera a escuchar Revolution 9 a solas de noche? —preguntó enarcando una ceja.
Mis ojos se abrieron mucho al escuchar el título de aquella escalofriante canción de The Beatles. Decían que si la escuchabas solo y a oscuras se te aparecía una banshee, y no podía evitar temer esa perspectiva.
—Sabes que con eso no se juega —balbuceé frunciendo el ceño.
—Number nine, number nine, number nine —canturreó imitando a Paul.
—¡Neville! —me quejé, molesta.
—Vale, vale —dijo entre risas—. Ya paro.
—Más te vale.
En ese momento, el camarero llegó para tomarnos nota y Neville se libró de tener que sostenerme la mirada, con la cual podría haberle fulminado si no estuviera tan pendiente del menú.
—Pide que traigan más pan —dije colándome en su mente.
—¿Por qué no lo pides tú? ¿Te da miedo? —preguntó con tono burlón.
—Neville, no te pases.
Él enarcó una ceja y sonrió, divertido por la situación, a lo que yo le saqué la lengua cuidando de que el camarero no me viera.
—Me da vergüenza —admití finalmente—, voy a parecer una glotona, es la segunda vez que pido más pan.
Neville contuvo una carcajada e hizo lo que le pedía.
—Eres todo un caballero —dije cargando mis palabras de ironía en cuanto el camarero se marchó.
El muchacho puso su mano sobre la mía, que se encontraba en la mesa, y la estrechó ligeramente.
—No te enfades, enanita.
—¿Y así me lo pides? —Enarqué una ceja y traté de hacerme la dura, aunque no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa ante la tierna mirada que me dedicaba.
—No te enfades, mi amor.
—Así mejor —asentí, satisfecha.
El resto de la velada fue realmente agradable. La música de fondo y las increíbles vistas del atardecer no hacían si no mejorar la conversación que Neville y yo entablamos. Nos dedicamos a hablar sobre libros y países que queríamos visitar, además de planear nuestro futuro juntos.
Era ya de noche cuando nos dirigimos al ascensor. Neville acariciaba mi mano con su pulgar, haciéndome sonreír. Llegamos a nuestra planta y comencé a hurgar en mi bolso, en busca de la llave de nuestra habitación.
—¿Te he dicho ya que este vestido te queda muy bien? —preguntó abrazándome desde atrás por la cintura.
—Puede —contesté con una pequeña sonrisa, hallando finalmente la llave.
—Pero creo que estarías mejor sin él puesto.
—Vaya, Longbottom. ¿Dónde ha quedado tu timidez esta noche? —dije dándome la vuelta, para encontrarme con una mirada que rebosaba deseo.
Él simplemente se encogió de hombros y, acto seguido, entramos en nuestra habitación.
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