—¿Llevas la toalla? —me preguntó April desde el interior del baño.

—Sí —respondí mientras apagaba la televisión de la habitación del hotel.

—¿Y la crema?

—Sí, señora.

—No me llames señora —dijo saliendo del baño, ya ataviada con un bonito bañador rojo—. ¿Llevas las gafas de sol?

—Sí, April, no te preocupes más. Llevo la toalla, la crema, las gafas de sol, tu sombrero, las llaves de la habitación, los libros, el flotador...

—¿Qué flotador? —preguntó sin poder evitar reír.

—Ninguno —respondí con una sonrisa—, era broma, sé nadar.

April enarcó una ceja, dubitativa.

—Eh, sé nadar —afirmé con más énfasis, a lo que ella volvió a reír.

—Está bien, machote, luego lo comprobaremos.

El hotel se encontraba en lo alto de un gran acantilado, bajo el cual se extendía una playa muy tranquila de arena blanca y agua cristalina. Salimos del edificio y bajamos un sinfín de escaleras hasta aquel lugar de ensueño.

Extendimos nuestras toallas en la arena y April no tardó en dirigirse hacia la orilla.

—¿No vienes? —preguntó desde la distancia.

Al ver que permanecía quieto, se acercó hasta donde me encontraba.

—Sabes nadar, ¿verdad?

—Ese no es el problema —respondí tras asentir—. Me pone nervioso el mar, ¿sabes? No tener ni idea de lo que puede estar nadando bajo tus pies...

—Tengo la solución para eso —dijo extrayendo dos gafas de bucear de su bolsa—. ¿Vamos?

Caminamos hacia la orilla de la mano y nos detuvimos cuando las olas comenzaron a rozar nuestros pies.

—Está fría —mascullé.

—Solo un poco, ya verás como en seguida se te pasa —me aseguró.

April se adelantó unos pasos y, cuando el agua le llegaba por la cintura, se giró en mi dirección y me salpicó, haciendo que el agua congelada me empapara por completo. Un pequeño grito escapó de entre sus labios al ver que me acercaba dispuesto a vengarme.

—Esta vez no tienes ningún palo con el que defenderte —dije haciendo alusión a la vez que, estando en el lugar en el que plantamos las branquialgas, me amenazó con una rama y terminó cayendo al agua.

—Puede que no tenga ningún palo, pero existe una técnica milenaria que puedo usar contra ti —me aseguró.

Yo enarqué una ceja e hice un gesto con ambas manos para que se acercara hasta donde yo estaba, asegurando que estaba listo.

April usó ambas manos para echarme agua de nuevo y, antes de que pudiera reaccionar, se lanzó hacia mí, abrazándose a mi cuerpo para tirarme al agua.

—El abrazo del koala asesino —dijo cuando mi cabeza salió del agua de nuevo—, nunca falla.

No pude evitar reír con fuerza, April se veía tan adorable así, orgullosa de haberme derribado.

Ambos pasamos un largo rato buceando. Era increíble la gran cantidad de peces que había, todos de distintos colores y tamaños.

—No me marcharía nunca de aquí —dijo April mientras salíamos del agua.

—Yo tampoco, este sitio es genial.

Tomamos asiento en nuestras toallas y sacamos de la bolsa lo que habíamos traído de comer, pues queríamos hacer un picnic en la playa.

—Abre la boca, Nev —me pidió mientras cogía una aceituna.

—No vas a encestar —dije, aunque hice lo que pedía.

—Ya veremos.

Tal y como había predicho, April falló estrepitosamente y la aceituna fue a parar a mi ojo, que había tenido la precaución de cerrar.

—¿Pretendías dejarme tuerto? —pregunté sin poder evitar reír.

—Así serías solo mío —contestó con malicia.

—¿Saldrías con un tuerto?

—Si ese tuerto eres tú, entonces sí.

April y yo pasamos el resto del día en la playa. Paseamos buscando conchas después de comer, nos tumbamos a buscar figuras en las nubes del cielo y regresamos al hotel cuando ya atardecía.

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