⋆04⋆
El salón de nuestro apartamento estaba lleno de cajas, al igual que la cocina y parte de nuestro dormitorio. April llevaba una camiseta de tirantes blanca y unos vaqueros, y su cabello rizado estaba recogido en una coleta alta que le permitía trabajar con comodidad. En aquellos momentos, la joven estaba rebuscando entre las cajas en un intento de encontrar algo.
—Sea lo que sea eso que buscas, no lo encontrarás entre tanto desorden —le dije deteniéndome a su lado.
—Hombre de poca fe —respondió sacando su radio de una de las cajas con una gran sonrisa en su rostro.
—Me rindo, tienes un talento oculto para encontrarlo todo.
Mi comentario no hizo si no agrandar su sonrisa.
—Nos hará falta música para sobrevivir a esta mudanza —comentó encendiendo el aparato.
Put your head on my shoulder de Paul Anka comenzó a sonar y April dejó escapar un gritito de emoción.
—Ya podemos estrenar el salón —dijo apresurándose a apartar algunas cajas del suelo.
—Comienzo a pensar que tienes una obsesión insana con los Pauls —comenté rodeando con mis brazos su cintura.
—¿Y ahora te das cuenta? —respondió, mirándome divertida mientras comenzábamos a bailar.
No pude evitar poner los ojos en blanco, aunque una sonrisa se dibujó en mi rostro.
—De hecho, si te llamases Paul serías el hombre perfecto para mí —añadió.
—Pesaba que yo era perfecto para ti —argumenté con fingido fastidio.
—Bueno, me lo he pensado mejor, tal vez Paul McCartney o Paul Anka sean mejores novios que tú.
—Ellos ya están mayores —dije entre risas tratando de defenderme.
—Eso les da un toque sexy, ¿no crees?
—¡April!
—Estaba bromeando, tú eres perfecto para mí, osito —dijo besando mi mejilla.
Put your head on my shoulder terminó, I get around de The Beach Boys la sustituyó y nosotros volvimos al trabajo.
April abrió una de las cajas y apuntó en su dirección con la varita. Tras murmurar un hechizo, tres libros se elevaron en el aire y flotaron hasta la estantería más cercana. Sin embargo, debido a la rapidez con la que se movían por el salón y a que era la primera vez que la chica intentaba aquel tipo de hechizos, las novelas rebotaron con fuerza contra el mueble y cayeron al suelo.
—¡Mis libros! —exclamó April horrorizada, corriendo a recoger sus ejemplares caídos, como si de sus hijos se trataran—. Menos mal que Los Miserables está intacto —masculló acariciando la portada.
Conociéndola, era capaz de sufrir un infarto si alguno de sus libros se estropeaba en aquella mudanza.
—Esto no es lo mío —declaró con una sonrisa nerviosa cuando tomé del suelo Cumbres borrascosas de Emily Brontë.
—Mejor sin magia, ¿no crees? —dije tratando de contener la risa.
—Sí, tienes razón.
Pasamos varias horas seguidas ordenando toda la ropa, los discos y los libros, porque eso era básicamente lo que traíamos. Por suerte, contábamos con buena música de fondo, ya que un amplio repertorio de canciones de los años 60 y 70 hicieron más ameno aquel rato.
—Suficiente por hoy, ¿no crees? —dijo April tumbándose en el suelo ahora vacío del salón.
Yo asentí y permanecí pensativo unos instantes.
—¿Te apetece un helado?
—Eso ni se pregunta —respondió levantándose de un salto.
Bajamos a la calle y caminamos algunas manzanas hasta nuestra heladería favorita. Tras pedir dos helados, uno de chocolate y otro de fresa, nos sentamos en unos bancos a orillas del río.
—¿Sabes lo que nos merecemos? —preguntó recostándose en su asiento.
—¿Unas vacaciones? —bromeé.
—Exacto.
—No lo decía en serio, pero no nos vendrían nada mal, pronto terminará el verano.
—¿Qué te parece España?
—Te apetece playa, ¿eh?
—Me apetece quitarme esta palidez —contestó con una risa.
—Para mí, pálida o no, estás preciosa.
April esbozó una sonrisa y se acercó para besarme.
—Tus labios saben a chocolate —comenté.
La joven dejó escapar una sonora carcajada.
—Eso es justo lo que dijiste a finales de sexto, cuando me compraste un helado en Hogsmeade después de la batalla en el Ministerio.
—¿Recuerdas por qué te lo compré? —le pregunté.
—Gané una apuesta —respondió con una sonrisa de satisfacción—. Tú creías que Gryffindor ganaría el partido, pero no fue así. ¡Ravenclaw os dio la paliza de vuestra vida!
No pude evitar reír por su emoción.
—Entonces decidido, nos vamos a España —concluyó.
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