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VII

Mukuro había hecho muchas cosas estúpidas en su vida.

Una de ellas, hacer apuestas con Nagi a perder, esa era la razón de su compromiso con Byakuran.

Otra era obligar a su padre a adoptar a Fran, es que era un error porque sabía que le enviarían lejos y el pobre se quedaría desamparado.

Otro era enamorarse estúpidamente de su reflejo, jamás pudo corresponderse a sí mismo porque estaba mal visto.

Y el más reciente, era confiar en Giotto.

Eran cerca de las diez de la noche, el rubio se mantenía de pie frente a una improvisada pizarra y tanto Enma como él le miraban desde la cama del pelirrojo.

El compañero de cuarto de chico se mantenía impasible, como si aquello no le importase, pero por la mirada curiosa que les dedicaba ambos sabían que estaba más que interesado.

Su nombre era Rasiel y se parecía demasiado al novio de Fran.

—No vamos a hacer eso —bufó la piña y el pelirrojo asintió—. Estás loco.

—Venga ya, no es para tanto...

—Que no, que no —se negó el pelirrojo.

—Quejicas.

Alguien llamó bruscamente a la puerta, sorprendiendo a los que se encontraban en su interior.

Mukuro fue el que se dignó a levantarse y abrir la puerta.

Segundos después, Kyoya arrastraba a una fruta inconsciente a su habitación.

Enma y los rubios se miraron entre ellos con la duda tatuada en el rostro.

Hibari lucía bastante molesto.

La alondra pateó la puerta de su habitación y tiró a su compañero en el suelo del lugar antes de cerrar de un portazo.

Hervía en cólera.

¿Qué demonios estaba haciendo ese idiota con esos dos hasta esas horas? Más aún, el teléfono de la piña había sonado cerca de cien veces en su ausencia y el dolor de cabeza de Byakuran era... Pues eso.

Un dolor.

—Alon...

—Te callas. ¿Qué coño haces tanto tiempo con esos dos?

—Esta...

—Bueno, no quiero saberlo.

—Pe...

—Que te calles, joder.

—Alon...

—Que. Te. Calles.

Mukuro suspiró. Alondra-kun era demasiado... bipolar.

Y entonces... ¿Por qué demonios le gustaba? ¿Tan masoquista era? Primero el espejo y ahora Kyōya...

Suspiró.

Con resignación el italiano se levantó del suelo y arrastró sus pies hasta la cama, donde su amarilla mejor amiga le esperaba.

Hibird era más fácil de complacer que su dueño.

—No te entiendo.

—No tienes qué, eres un idiota.

«Y tú un bipolar y ni quien te diga algo»

—Ya.

Kyoya le miró mal.

—¿Me estás tomando por idiota?

—¿Qué? ¿Qué te he dicho yo ahora?

Acarició a la pajarita con un dedo.

—Todo.

—¿Qué es todo?

—Nada, imbécil.

—Me pierdo.

—Normal, eres un idiota.

—Me pierdes.

—Imbécil.

Mukuro le miró fijamente sin entender y Hibird hizo un movimiento resignado mientras se acercaba más al italiano.

—Ave-kun, ¿puedo preguntar qué demonios te sucede? —cuestionó frunciéndole el ceño—. Has estado actuando raro desde que ese... Dino estuvo aquí.

Ahora fue turno de Hibari de mirarle como si fuera el más extraño espécimen.

—¿Qué tiene que ver él aquí?

—¿Aparentemente? Bastante.

—Ah, claro, porque según recuerdo estaba con ese pelirrojo que te tratas de tirar.

—¿Qué?

Kyoya bufó y se acostó en su cama.

—Espera. ¿Estás celoso?

—Sí, en tus putos sueños, piña malnacida.

Mukuro no sabía si sonreír, reír o fruncir el ceño.

Decidió hacerlo todo, aprovechando que el otro no le miraba.

—Oh, Jesucristo —murmuró divertido—. Ave-kun, no me tiraría a Enma.

—¿Vas tras Giotto entonces?

—¿Qué dem...?

—Aunque el pelirrojo ese, no parecía muy indiferente contigo —siguió—. No es como si me importase, después de todo tú y yo no somos nada.

—Ya, ¿por eso estabas celoso?

—No estoy celoso.

—Y yo soy marrón.

—No, eres un idiota.

—¿Todos los japoneses sois así de bipolares?

—¿Todos los italianos sois así de putos?

Mukuro se sonrojó.

—¡Más respeto!

—¿Tú lo tienes?

—Aparentemente mas que tú, sí.

Un bufido despectivo le hizo fruncir el ceño.

—Cómo no.

—Hibari, basta, en serio.

—¿Basta con qué?

—Sabes de qué hablo.

—No, no lo hago.

Ambos se miraron en silencio y Hibird pareció temblar.

—Olvídalo, creo que ninguno está de humor ahora para esto —suspiró por fin desviando la mirada—. Será mejor que...

—No me has dicho qué hacías con esos dos hasta ahora.

—Un trío, no te jode —rodó los ojos.

—No me sorprendería.

Kyoya escondió su mirada tras un libro, y Mukuro suspiró.

—Venga, alondra-kun. No te enfades.

Se acercó y le quitó el libro de las manos, posicionándose sobre él.

Los fríos ojos del chico le miraron mal, pero decidió ignorarle.

—No estoy enfadado. Quita.

—Estás enojado y no voy a quitarme —frunció el ceño—. Hibari, no te entiendo.

—Porque eres...

—Ya. No sigas.

Sus manos se posicionaron en las mejillas del asiático y no tardó en sentir calor en ellas.

Kyōya seguía frunciendo el ceño.

—Aléjate.

—Venga, sé que lo estás deseando —chocó su frente contra la del azabache, aproximando más sus labios—. Después de todo, la última vez nos interrumpieron.

Kyoya quiso replicar. Deseó con toda su alma mandarle a la absoluta mierda.

Pero los labios de Mukuro le impidieron decir cualquier cosa.

Para su desgracia, le correspondió, y la fruta empezó a filtrar por debajo de su camisa sus manos.

Un escalofrío le recorrió al sentir el tacto sobre su piel y no pudo evitar morder el labio de la piña.

Mukuro inmediatamente profundizó el beso, ansioso.

En las últimas semanas, la frialdad de Hibari hacia él le había hecho dudar mil veces, verle celoso e inquieto de algún modo le hacía sentir un poco mejor.

Se lo merecía.

Más o menos.

Quizá...

Bueno, va. Quizá no se lo merecía, pero era su culpa. Él fue quien se negó a dejarle decirle lo que sentía así que... Era el karma.

—Déjame... —suspiró el azabache.

—Eh, sólo déjate llevar —le dijo, desbotonando su camisa.

Kyoya quiso impedírselo, pero no hubo manera cuando sus labios fueron nuevamente atrapados por los del contrario.

Mukuro sonrió en el beso, sintiendo que la piel que acariciaba se iba calentando cada vez más.

Iba teniendo problemas en su pantalón.

Ese era el efecto que tenía la alondra en él, un efecto que ni siquiera su sexy reflejo había tenido en el pasado.

El azabache jadeó en medio del beso y sus manos se aferraron fuertemente al cuello del italiano.

Nuevamente, no se reconocía a sí mismo y empezaba a odiarse.

¿Dónde quedaba su dignidad? Mukuro sólo quería follar y después todo sería como en las últimas semanas.

Harían como que nada sucedió, se casaría con el tal Byakuran, iría tras Enma o Giotto...

Aquello estaba mal.

Haciendo uso de su poco control se separó y le miró mal

—No seré tu plato de cuarta mesa.

Eso fue lo que sentenció, y Mukuro arqueó una ceja.

—¿Cuarta? —dijo extrañado—. Que sepas que eres de primera —dijo, metiendo las manos bajo el pantalón del contrario.

—Eso se lo dirás a todos los que...

—Shhh, silencio —mordió su clavícula, haciendo que Kyoya reprimiera un gemido.

Tensó la mandíbula, intentando no dejarse llevar mientras Mukuro hacía maravillas con su hombría.

—No... No me calles, en serio no...

Un jadeo, un apretón y un beso ligero y corto después tenía la mirada más seria sobre él.

—No sé qué estás pensando, pero estás mal —otro beso—. No eres el cuarto en nada, ¿vale? No tienes de qué...

—Byakuran.

—No digas el nombre de otro en una situación así —bufó asqueado—. En serio, Ave-kun, qué...

—Enma.

Arqueó una ceja.

Bueno, parecía estar enumerando, le dejaría explicarse.

—Con él no tengo nada...

—Giotto.

—Con ese complejo de diva menos. Sólo...

Dudó si decírselo o no, y recibió un tirón de pelo por sus dudas.

—¿Sólo?

—Argh, quería tener a tu hermano a mi favor.

—¿Qué tiene que ver mi hermano?

—Que se muere por los huesos de Giotto y hará todo lo que el divo le diga.

Hibari le miró con absoluta obviedad.

—¿Y para qué le quieres, entonces?

Mukuro le miró fijamente, como no creyéndose que le estuviera obligando a decirlo.

Kyōya arqueó una ceja intrigado ante su repentino sonrojo.

—No me creo que seas tan denso.

—¿Eso debería ofenderme?

—Quizá, sí.

—Bien, me indigno. Ahora dime, ¿qué se supone que me debes decir?

—Idiota, no te lo diré.

—Pues ahí te quedas —empezó a abotonar de nuevo su camisa.

—Eh, eh, vale, vale. Yo...

—¿Tú?

—¡Joder, yo quería que tu hermano me ayudara contigo! ¿Vale? —se sonrojó con violencia.

Hibari detuvo sus movimientos despacio, sin hacer ademán de volver a tocarle y Mukuro suspiró quitándose de encima.

¿Preparado para un rechazo? Obviamente no, pero existe esa cosa... Orgullo dicen que se llama.

El azabache se sentó aún más despacio, mirándole fijamente carente de expresión y eso empezaba a inquietar.

Hibird revoloteaba nerviosamente, indecisa entre ir donde ellos o quedarse en el lado de la habitación del italiano.

Finalmente, luego de lo que parecieron siglos, Hibari Kyōya, un orgulloso carnívoro malo en matemáticas dijo lo más inteligente que se le ocurrió.

—¿Qué?

—Lo que oíste.

Kyoya le miró como si una cabeza le hubiera crecido de más.

—¿Querías... ganarte a mi hermano? ¿Y no se te ocurrió otro modo?

—Giotto era la vía más rápida, y lo sabes.

—Y la más perturbada.

—Me he dado cuenta tarde, ¿vale?

—¿Y no me podías decir eso antes, imbécil?

—¡No me dejabas ni hablar!

—Calla.

—¿Lo ves? Eres una alondrita muy bipolar.

—No, en serio —se llevó una mano a la cabeza con una mueca extraña—. Cállate, me está dando migraña.

—Per...

—Mukuro, por favor —suspiró—. Sólo... Sólo dame un segundo. Tengo que procesar la estupidez.

La de ambos.

El italiano torció el gesto y bufó nervioso mirando hacia otro lado.

Seguía tenso, eso no le hacía saber si estaba siendo rechazado o no.

Ajeno a eso, Hibari se encontraba sumido en la más arrolladora incredulidad.

¿Tanto preocuparse para...? Oh, Dios.

Es que no podía ni pensarlo, no lo procesaba.

—Vale. Vamos a ver. Giotto puedo... pasarlo, aunque aún no lo proceso —habló, aclarando sus ideas—. ¿Enma?

—Tiene cara de cachorro abandonado.

—¿Y?

Mukuro empezó a silbar.

—Bueno...

—Habla.

—Es que... bueno, tengo...

—¿Tienes?

—¡Jo, que me gustan los cachorros!

Se sonrojó de nuevo.

—¿Tanto drama sólo para eso?

Se encogió de hombros.

—Es tu culpa.

—¿Mía? —bufó sin salir del estupor—. ¿Cómo es mi culpa que te gusten los...? ¿Te gusta Enma?

Mukuro se palmeó en lo que le fruncían el ceño.

—¡No me gusta Enma, me gusta...! —se aclaró la garganta, nervioso—. Bueno, es tu culpa. Te gustan los caballos y todo eso, Enma y yo sólo elaboramos un plan.

Hibari frunció el ceño más aún, estaba de mal en peor.

—¿Caba...? ¿Dino? Me pierdes.

—Tú sí que me pierdes —suspiró Mukuro—. De todos modos, ¿qué demonios hacemos hablando de esos dos ahora?

—¿Te lo deletreo?

—Que no estoy con ninguno, maldita sea.

—Y por eso estabas en la habitación de uno con los dos.

—Que estábamos haciendo un plan...

—¿Para qué?

—Para ayudar al cachorro con el caballo.

—¿Y tú que tienes que ver en esos berenjenales?

Se encogió de hombros con desgano, Hibari seguía procesando y ambos se dieron cuenta de que, cuando refería a sentimientos, el chico era lento con L mayúscula.

—Tengo que ver porque fue mi idea —sonrió de mala gana—. Por eso la sesión de... ¡Mi cámara!

En menos de un parpadeo, el italiano se encontró a sí mismo en la puerta de la habitación con un ave impidiéndole salir y una tonfa al cuello.

Si las cosas salían bien, Mukuro tendría una relación violenta.

—¿A dónde crees que vas, maldita piña?

—Iba a por mi...

—Era una jodida pregunta retórica. No tenías que responder.

Sí, estaba como que muy cabreado.

—Vale, vale, tranquilo —levantó las manos en señal de paz.

—¿Tranquilo? ¿Tú has visto cómo estoy? —Mukuro le echó una ojeada de arriba abajo, dándose cuenta de su casi completa desnudez—. Ni de coña pienses que me vas a dejar así para irte a la habitación de otro.

Vale... Pues tenía sentido que estuviera cabreado y que Hibird le estuviera picoteando como la primera vez que se conocieron, ¿no?

En lo que se había ido a meter, suspiró.

—Vale, lo siento, lo olvidé —hecho que sólo empeoró la situación, por cierto—. Es que esa cámara es...

—Puedes... Te la buscaré luego.

Algo dentro de él le dijo que Hibari la destruiría.

Quizás estaba demasiado sensible o paranoico, Kyōya tenía ese efecto en él y aún no descifraba si era bueno o malo.

Parecía más malo que bueno.

—No te moleste...

Kyoya se lanzó a besarle para que dejara de pensar, literalmente, en su cámara.

Mukuro intentó redimir su sorpresa, era sumamente extraño que el azabache, tan tsundere él, tomara la iniciativa.

Cuando Kyoya le mordió el labio inferior, sintió que deliraba ya. Eso era un sueño o algo...

La alondra profundizó más el beso, y sintió que todo lo demás valía verga.

Lo tomó bruscamente de la cintura, alzándole y apoyándolo contra la puerta mientras el azabache sonreía en el beso y le rodeaba las caderas con sus piernas.

Ah, qué bien se sentía tener a esa fruta bajo su control.

Aunque... ¿Realmente era él quien tenía el control?

Desde el primer momento, todo había sucedido por Mukuro.

Si el chico no le hubiera tomado una foto, si la hermana de él no la hubiera editado, si no se hubiera dejado llevar por ese italiano...

Bueno, quizá compartían algo de control en la situación.

Después de todo, sus personalidades no les dejarían estar totalmente a merced de nadie.

Mukuro se separó en busca de aire, Hibari le miró impaciente y con el rostro ruborizado por la excitación.

Aquella imagen era... Quizá demasiado.

—De verdad que necesito esa cámara...

—Ni de coña —negó en rotundo—. Cómo te vayas, te juro que no me vuelves a tocar en toda tu frutal existencia.

La advertencia iba muy en serio, Kyoya no era de muchas bromas.

—Eres como un poco posesivo, ¿no crees? —rió mientras le acariciaba como si su piel fuera el agua requerida para apagar el calor que sentía.

—¿Te... molesta? —arqueó ligeramente la espalda ante una de las caricias del italiano.

—Aunque lo hiciera, no vas a cambiar, ¿o sí?

—Sigue soñando.

Mukuro sólo sonrió dulcemente, definitivamente así se sentía.

—Ave-kun, en serio eres demasiado para mí.

Una caricia en la cadera, un arañazo en el hombro y Mukuro rió.

—Estoy... Totalmente de acuerdo —jadeó—. Soy demasiado guapo...

—Sabes que no me refería a eso —bufó divertido, siguiendo con las caricias—, pero estoy de acuerdo. Eres guapo.

—Conque finalmente lo admites, piña.

—Antes de estar contigo estaba con alguien mucho mejor, no te creas.

—¿Ah, sí? ¿Quién?

—Mi reflejo, por supuesto.

Kyoya rió secamente, mirándole con una ceja arqueada.

—¿Qué eres? ¿Giotto?

—Cállate.

—Cállame tú, a ver.

—¿Es un reto?

—¿Tú estás en la universidad? ¿Cómo demonios pasaste?

Mukuro rodó los ojos con diversión y le besó.

Definitivamente, Dios, dónde había ido a parar.

Sonrió antes de profundizar el beso y se separó de la puerta, caminó dando tumbos hacia la cama de la alondra y allí le dejó momentos antes de posicionarse sobre él.

La mirada del azabache estaba nublada por el deseo y la ansiedad, su piel enrojecida y todo él emanaba anticipación.

Deslizó una mano por el pecho del chico, cautivado por la perfección de su piel e hizo un camino de besos desde su mandíbula hasta el lugar donde debería estar su corazón.

Un latido acelerado le hizo sonreír.

—Piña... malnacida, lo estás haciendo a... ¡Oye! —se quejó en cuanto sintió un pellizco en uno de sus pezones.

—Si quieres que hagamos algo, lo haremos a mi manera, ave-kun.

—Vete a la mier... —Mukuro dio un repentino bajón a su parte más... sensible—. Hijo de...

—Sshh, tranquilo, ave-kun...

—Cállate, jod...

Mukuro lo besó, pero recibió un mordisco por sus intentos.

Sin más que hacer, no le quedó más remedio que reír porque Hibari, a pesar de ser violento, le parecía bastante adorable.

O eso dice él, la realidad difiere y los demás, en una situación así, tendrían descripciones más perturbadoras.

Como sea.

Ante la negativa del chico por besarle, decidió jugar un rato por lo que retomó sus caricias y besos sobre el pecho del chico.

Descendiendo hasta su torso, entreteniéndose con su vientre y mirando los nerviosos ojos que seguían sus movimientos con malicia y una media sonrisa.

Hibari se mordió el labio, indeciso entre tirar de él o dejarle.

Es que le estaba haciendo esperar a propósito y lo sabía.

—¿Quieres... apurarte?

—Hum... ¿quién fue el que no me dejó ir a por mi cámara?

Recibió un tirón de pelo.

—Te voy... a dejar calvo como no te apresures, tú verás.

—Oya, oya, qué agre...

Rasguño en el cuello.

—¿Decías?

—Nada, mi amo...

Tirón más rasguño.

—Deja de... Jugar.

Mukuro sonrió divertido (y adolorido), sólo negó y siguió descendiendo.

Hibari jadeó en voz alta apartando la mirada avergonzado en el momento en que las manos del italiano rodearon su virilidad y cortos besos fueron repartidos por su longitud.

Un escalofrío le recorrió y le hizo arquearse mientras tiraba nerviosamente del cabello de Mukuro.

Algo faltaba.

En su poco control le alejó y, con el rostro rojo, le miró seriamente.

—¿Sucede algo, Ave-kun? —su expresión era neutral, supuso que era su cara de póker—. ¿Quieres que paremos? Porque yo...

Dudó y se tragó su orgullo.

—¿Qué significa esto para ti?

Sencillo, sentimental y herbívoro.

—¿Ahora mismo? Significa que quiero matarte. ¿A qué vienen esas herbívoradas?

—Responde.

—Mira, no me...

—Alondra.

Y Hibari suspiró.

—¿Y qué quieres que te diga? ¿Una cursilada?

—No, lo que sientes.

—Ya te dije, quiero torturarte de la manera más lenta y dolorosa que exista como me dejes así, joder.

Mukuro rodó los ojos, sabía que hablar con él era un pérdida.

—Ave-kun, por favor —suspiró apoyándose totalmente en él, aplastándolo—. Quiero saber si esto es sólo una pasión tuya o significa algo más.

—¿Qué ganas con eso? —rodó los ojos con amargura—. Vas a casarte, ¿no? No sacarás nada en una relación conmigo.

—Puedo sacar más de lo que crees —aseguró besando su cuello—. Ahora, dime.

—No quiero.

—Por favor.

—¿Qué gano con decirlo?

—Que no te deje a medias —acarició suavemente su entrepierna, haciéndole gemir.

—No lo harás de ninguna manera o te juro que...

—Ya, ya sé, que me matarás. Igual, dime. Moriré sabiendo.

—Eres una fruta idiota.

—Estoy idiotizado por ti.

—Imbécil —se sonrojó.

—Oya, te has...

—Ni una palabra.

Mukuro sonrió impresionado y más determinado a hacerle hablar, por lo que una segunda caricia en la virilidad de su amante, suaves besos en su cuello y varios gemidos después volvió a insistir.

—Me dirás.

—Al... Menos intenta que suene a pregunta —reprochó molesto—. No tengo nada que...

Más caricias.

Su rostro estalló en un carmín mayor al que tenía y fulminó a la piña con la mirada.

—Por favor.

—N...

—Te amo.

Hibari frunció el ceño, confundido e impresionado.

¿Tanto así quería una respuesta?

—¿A qué viene esa cara?

Kyoya no respondió.

—Hey, alondra-kun...

Nada. Le había dejado sin respuesta. ¿Se suponía que debía decirle un "te quiero"?

¿En serio? ¿Debía ser tan sumamente herbívoro?

No. Esas dos palabras no saldrían de su boca.

—Te odio.

Mukuro se quedó inmóvil por un momento, aturdido y decepcionado hasta que recordó su propia definición de Hibari.

Entonces le miró atentamente, notándole nervioso, ansioso y rojo.

Sonrió.

Su Ave-kun era tan bipolar.

Dándose por satisfecho le besó y decidió seguir con lo que hacían, ya le había atormentado lo suficiente y... ¿Honestamente? Hacía mucho rato que se sorprendía de lo mucho que estaba resistiendo.

Suspiró mientras jugaba con la hombría de su amante que ahora le miraba con una ceja arqueada.

¿En serio necesitaba eso para continuar? Ese tipo era raro no, lo siguiente.
                       
No importaba, después de todo, mientras se dedicara a arreglar el problema que había provocado en su virilidad.

Porque como no lo solucionara él, no volvería a provocar a nadie en toda su miserable frutífera vida.

Con eso en mente, Hibari se dejó llevar mientras se aferraba a los hombros de Mukuro.

En algún punto, se preocupó por el nivel de debilidad al que podía llegar al estar a su lado.

Dejándose tocar, manipular y haciéndole decir cosas que jamás diría... Hablando del significado más que las palabras en sí, claro está.

En una muestra de... ¿Piedad y queja? Llevó una de sus manos al bulto bajo los pantalones de su compañero y se deleitó con el quejido del chico.

Sonrió con malicia.

—¿Alondr...?

—¿Pensabas que sería yo el único que sufriría? Y un jamón.

—¿Qué....?

Kyoya se escabulló hacia debajo, posicionándose mejor para hacer que Mukuro sufriera.

Bajó el cierre de su pantalón con suma lentitud, procurando que sus dedos acariciaran levemente aquella parte tan sensible de su amante, sonriendo maliciosamente.

—Hmm, pero bueno, ¿tú cuánta resistencia tienes, fruta? —dijo cuando vio la increíble erección que poseía.

Mukuro suspiró. Los pantalones le estaban matando ya, sinceramente...

Gimió ansioso cuando una de las manos de su alondra le acarició sobre la ropa interior y quiso llorar de alegría.

Era un dramático tal vez, pero llevaba un mes resistiendo la tensión así que...

Antes de darse cuenta sus posiciones se invirtieron y no dudó en colocar sus manos sobre las delgadas caderas del azabache.

Las marcas en el cuello y pecho del chico le hicieron fruncir el ceño extrañado, quizá se había dejado llevar demasiado.

Una caricia más le trajo nuevamente a la realidad y notó, por fin, la expresión de malicia en el rostro de su amante.

Eso no auguraba nada bueno... ¿Verdad?

—¿Ave-kun?

—¿Hmm?

—¿Qué planeas...?

—¿Yo? Nada. Sólo... jugar un rato.

—¿Juga...? —gimió en cuanto sintió una caricia lasciva en su miembro.

—Sí, jugar. No pensarías que no tendría mi venganza, ¿verdad?

Kyoya daba miedo.

Mucho. Mucho. Miedo.

Y definitivamente parecía feliz con ese hecho, Mukuro lo veía en esa expresión de absoluta malicia.

¿No podría al menos simular inocenc...? Nah, eso sería perturbador.

Sus risas fueron reemplazadas por un gemido y tiró del cuello de Hibari en busca de sus labios.

Sin hacerse del rogar, el chico se inclinó sobre él dispuesto a besarle y dejarse besar mientras mantenía atendido el miembro de su piña.

El italiano, ni corto ni perezoso retomó también las caricias dedicadas a su pareja, si iban a jugar.

Que fuera justamente.

Claro que todo estaba siendo como demasiado perfecto.

Y a los dioses no les gustaba la perfección.

A la suerte menos.

—¡Ayuda, me quieren...!

Castaño rompe momentos entró en la habitación bruscamente...

Y se sonrojó violentamente.

—¡QUE LLAMES ANTES DE ENTRAR, JODER!

Estaban reconsiderando seriamente eso de poner un candado.

Tsuna se quedó mudo, jamás les había visto llegar tan lejos.

—Y... Yo, lo...

—Por Dios, Tsunayoshi —se lamentó Mukuro cubriendo tanto a Kyōya como a sí mismo—. Sólo vete y cierra detrás de ti.

—No te soporto —bufó un molesto Hibari—. Uno de estos días, voy a matarte.

—Yo... Ugh.

Y sin más, se fue.

Definitivamente, el ave y la piña iban a matarle.

Kyoya suspiró.

—Ese niño es demasiado oportuno, ¿no?

—Demasiado.

—¿Por dónde íbamos? —dijo el azabache, retomando su posición—. Ah, sí, la parte en la que ibas a sufrir...

—¿Qué?

Kyoya sonrió con sadismo y le besó apasionadamente.

Con una mano y suma habilidad, sacó unas esposas de la mesilla de noche.

En cinco segundos, Mukuro se vio esposado.

—¿Pero qué...?

—Vas a sufrir, piña —dijo, acariciándole con suma lentitud.

—Esto...

—Me las dio mi hermano, al que querías ganarte, ¿recuerdas?

Mukuro suspiró.

—Mi error, los Hibari están más locos de lo que pensé —se lamentó—. Ha sido culpa mía el ser tan ingenuo.

—Pues sí, no inventes —rió divertido—. Eres tonto en pensar que Alaude siquiera me importa en lo absoluto o en todo caso, yo a él.

El italiano se encogió de hombros, incómodo.

—Aún así, tienen fetiches muy raros.

—Hmm, eso que sabes que Alaude me contó acerca de los fetiches que tiene Giotto cuando está...

—No quiero saberlo, gracias.

—Lo supuse.

—¿Pero podrías desa...?

—No, ahora sufrirás lo que sufro.

Y empezó a acariciarle con paciencia su muy levantado miembro.

—Alondra...

—Haz silencio, si no quieres que saque el látigo.

Kyoya rió ante la horrorizada expresión de Mukuro.

Claro que no tenía ningún látigo. Era solo por joder...

—¿¡Qué demonios...?! ¿Qué cojones es esto? ¿Cincuenta sombras de Grey?

Ahora el horrorizado era Hibari.

—Ugh, ese librillo para pubertas —bufó con desprecio—. Creo que deberemos ampliar tu biblioteca, no me creo que...

—Eh, que ha sido mi hermana la que lo leyó —rodó los ojos—. Yo fui obligado a ver la peli.

—Pobre.

—Exacto.

Y ante la expresión de desdén del azabache, Mukuro empezó a intentar quitarse las esposas.

Habría sido fácil de no ser por las caricias y besos que le robaban la concentración.

¿El cómo sabe librarse de situaciones así? Bueno... Es la combinación de varios elementos...

Byakuran, Fran, Nagi, malvaviscos, chocolates y helado...

Todo siempre era una competencia con ellos. Era matar o morir cuando había postres en casa.

Pfff, quién diría que algún día tendría que sumar a eso un fetichista.

—O-oye...

—Digas lo que digas, no te voy a soltar.

—Si no lo digo... por mí. Si te ensucio un poco, no es mi problema...

Sentía que ya no podía aguantar más.

—Te creía con más aguante, piña.

—Mira quién habla, el que me suplicaba que no lo dejase...

Recibió un rasguño en el pecho por sus palabras.

—¿Decías?

No tenía manera de defenderse.

Era sumamente injusto.

—Eres un tramposo, alondra...

—¿Recién te das cuenta? —arqueó una ceja—. Siempre me gusta, ya sabes, ganar.

Mukuro le miró con ironía y negó resignado.

En realidad, aquello era un empate.

Kyōya tenía lo que quería y él a quien quería. Todos felices.

Las tortuosas caricias en su cuerpo fueron en aumento, el italiano dejó de luchar inútilmente con sus ataduras y se rindió totalmente ante la alondra quien no pudo estar más complacido con eso.

Sin embargo, cuando el chico estuvo por llegar al climax todo se detuvo y fue allí cuando entendió que esa era el verdadera revancha del azabache.

Gimió abrumado y molesto por la sonrisilla maliciosa en el pálido rostro de su compañero.

—Eres...

—¿El mejor? Ya lo sabía, gracias —se burló Kyoya.

Le miró con la mejor mirada asesina que podía dedicarle.

—Hmm, de repente me ha entrado un sueño... —bostezó el azabache.

—Alondra, ni...

—Buenas noches...

Mukuro miró incrédulo como se levantaba, dispuesto a moverse a la otra cama para dormir.

Debía estar de coña, ¿no?

Bueno, a juzgar por lo cómodo que se ponía en SU cama, parecía ser que no.

Mukuro suspiró resignado y decidió que, ahora sin distracciones, podría quitarse las benditas esposas e ir a arreglar su... Problemita.

—Honestamente...

Con ágiles movimientos se liberó e ignorando las marcas rojas en sus muñecas, salió.

Miró al azabache, que mantenía los ojos cerrados con una sonrisa divertida y se le ocurrió una idea.

Tomó las mismas esposas con las que Kyoya le había atado y hábilmente se las puso al azabache.

—¿Qué demonios ha...?

—Oh, te vas a enterar de lo que es bueno —interrumpió—. Te vas a quedar sin caminar mínimo una maldita semana.

Y, de la manera menos pensable, esa noche Tsuna volvió a interrumpir un mínimo de diez veces.

Para no perder la costumbre, había excusado Daemon cuando fue tras un casi desmayado Sawada.

Finalmente, se rindieron con todos los intentos y fueron a ducharse para, seguidamente, dormir.

Bueno... Tsuna es demasiado xd los amamos~

Notas de Alecchi: Salut, lectores~.

¿Os dije que Bacchi es un amour? Pues lo es. Y quién diga lo contrario miente.

Ahora me iré a hundir entre ADN y nationalités...

¡Espero que os vaya gustando~!

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