VI
Mukuro estaba extremadamente molesto.
¿Razón? Simple. Muy simple.
—Quita, herbívoro.
Hasta ahí todo bien.
—Moo, Kyo, qué malo eres...
Eso era lo que jodía.
—Hace mucho que no te veo, podrías ser un poco más amable, digo yo.
—No. Apar...
El italiano frunció el ceño ante el silencio repentino de su (sí, su, un posesivo) alondra y decidió que no haría nada si seguía escuchando tras las puertas y entró con una clara molestia...
Que fue a más al ver a un rubio unos cuantos años mayor que ellos encima de SU alondra, con los rostros demasiado cerca para su gusto.
—¿Qué se supone que está pasando aquí? —fue lo que preguntó Mukuro, pero para su sorpresa se coordinó con otra voz diferente.
Miró atrás, descubriendo a un enfadado pelirrojo de orbes rojizos, que tendría la edad de Tsunayoshi.
Aquel pelirrojo también le miró con sorpresa durante un momento antes de sonrojarse y desviar la mirada hacia la... Pareja.
Hibari fruncía el ceño mirando al chico y el rubio aquel... Pues también miraba al chico a su lado.
—¿Enm...?
—Dino-san, ¿no había venido a ver a Tsuna-kun? —frunció el ceño con molestia—. Es la habitación de enfrente, ¿qué hace aquí y... Así?
El susodicho ladeó la cabeza aún sobre la alondra irritada, parecía verdaderamente confundido.
Mukuro apretó los puños frustrado y miró un momento hacia la puerta de la habitación de Tsunayoshi, se consolaría con la idea de que Daemon también sufriría.
—Verás, Enma, es que me equivoqué y me...
—No hace falta que me dé explicaciones, Dino-san —sonrió... amablemente—. Ya es mayor para saber lo que hace.
El rubio parpadeó un par de veces y el pelirrojo se fue con la cabeza bien alta.
Sí que estaba cabreado ese chico, se dijo Mukuro, así que sería una buena ventaja para él.
—Rubio de bote, te largas de mi habitación.
Dino recibió una patada en el estómago como recordatorio de que Kyoya estaba ahí.
—¡Lo siento!
Se levantó rápidamente y pasó como una flecha al lado de Mukuro... cayéndose y dándose de narices contra el suelo.
—Adiós. Y no vuelvas.
Un portazo sonó tras las palabras de la fruta y Dino miró mal a la puerta, sabiendo que esta vez el chico le había puesto la zancadilla y había caído debido a eso, no a su torpeza esa vez.
—Bueno... —se levantó adolorido—. ¡Hermanito...!
Abrió la puerta y su voz se fue apagando, convirtiendo su sonrisa en una mueca de asombro.
Pero no nos importa saber cómo Dino tomaba una cucharada de su propio chocolate al ver a Enma muy abrazado a Tsuna, así que volvamos con nuestros protas.
Mukuro fingió ignorar a Hibari mientras se dirigía hacia su cama y se recostó en ella dándole la espalda, el azabache no parecía particularmente interesado en él.
En todo caso, le fruncía el ceño a la puerta.
—No sabía que te iban los rubios —bufó sin mirarle—. Y más como ese.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí.
—Hmm...
Mukuro hizo una mueca. ¿Ese niño no veía que los celos le mataban lentamente o qué?
El incómodo silencio se instaló en la habitación, Kyoya leyendo un libro y Mukuro maquinando un plan para matar a ese rubio sin dejar rastros.
Un momento. El azabache tenía razón, no sabía casi nada de él... ¡y eran pareja!
Decidiendo que eso no podía quedar así, cogió y abrió su maleta. Metió la mano al fondo, tomando una caja que contenía una cámara fotográfica.
Sonrió mientras sacaba un álbum.
Iba siendo hora de que su pasión por la fotografía regresara.
Pensó un poco, la idea de fotografiar a Hibari era tentadora, pero desde la última vez había decidido que sigilo debería ser su segundo nombre.
Además, fotografía y su amante no estaban implícitos.
Sonrió malicioso y notó movimiento por el rabillo del ojo.
Un ave amarilla se posó en su hombro y miró con curiosidad la cámara, torció el gesto.
¿Aquello habría sido una señal de que a la alondra le gustaban rubios?
Negó.
—¿Quieres una foto, linda? —el ave le miró fijamente, al igual que su dueño, como si le faltase un tornillo—. No me negaría, eres muy adorable.
—Hibarin...
—No, a tu dueño no le tomaré fotos por idiota.
—¿Me estás llamando idiota?
Le ignoró.
—¿Y? ¿Quieres?
El ave se posó encima del cabello del azabache y Mukuro sonrió, ampliando el zoom a la ave.
Una tonfa voladora casi rompe su cámara.
—¿¡Qué haces, bestia?!
—Nada de fotos.
—¡A ti no te tomaba, se la tomaba al pájaro! ¡Arrogante!
La mirada irónica que le fue dedicada le indignó un poco por lo que decidió que después podría tomarle todas las fotos que quisiera a su amiga voladora y amarilla.
Hibari le observó en silencio, se puso de pie y se dirigió a la puerta con intenciones de salir, un hecho que le extrañó.
—¿Vas a algún lado, Piña?
—No es tu asunto.
Y sin entender el por qué de su comportamiento, Kyōya le vio salir y luego miró mal a Hibird cuando la pequeña le picoteó con molestia.
—¿Qué pasa? —se quejó a la ave.
Bufó. Sabía que quería que siguiera a la piña pero...
Tenía duda. ¿Eso que había pasado entre ellos...? ¿Qué había sido exactamente? ¿Pasión por hormonas adolescentes inquietas? ¿Lío de un rato?
¿Qué habría sido si Tsunayoshi no hubiera intervenido? ¿Se hubieran olvidado del asunto, como parecían estar pretendiendo en esos momentos?
Gruñó. Muchas preguntas, cero respuestas.
Y los problemas sólo crecían con el estúpido de Dino cerca y también estaba ese pelirrojo, Enma, no le había gustado la manera en que Mukuro le había mirado, sin mencionar el sonrojo del chico y...
—Hibari...
—Ya, ya sé —rodó los ojos cerrando el libro sin importarle la página, ni siquiera había leído algo—. No prometo traerle ahora, es bastante...
Una molesta melodía le interrumpió y miró hacia la cama de su compañero, frunció el ceño acercándose para ver el teléfono del chico.
Un nombre brillaba insistente en la pantalla y sus ganas de buscar a la piña murieron.
Malvavisco.
—¿Qué quiere ahora? —gruñó, ese tipo le caía demasiado mal.
Se debatió si contestar y contarle unas cuantas cosas o directamente colgarle.
¿Qué le diría de Mukuro?
Lo pensó. Seguramente le diría que cuelgue.
—¿Sí? —contestó.
—¿Muku-chan?
—No está disponible —bufó.
—¿Quién eres tú?
—Su... —no lo volvería a repetir, así que más valía que ese malvavisco se lo guardara en el disco duro—. Su novio.
Hibird pareció contenta con eso y se frotó contra su mejilla, sólo rodó los ojos.
Hubo unos segundos de silencio del otro lado de la línea, casi un minuto y se sintió eterno hasta que, finalmente, un constante murmullo se escuchó del otro lado del teléfono.
No entendía nada de lo que el otro decía, pero más parecían maldiciones bajas y risas maliciosas y vengativas.
Le recordó de cierto modo aquellas películas de terror que veía cuando estaba aburrido a los seis, bostezó.
—Eso es imposible.
—Bueno, aparentemente él no lo consideró así.
—No, no. En serio es imposible.
Hibari frunció el ceño, ¿tan seguro estaba ese tipo de sí mismo como para sonar tan convencido?
—Va, piensa lo que...
—¿Dónde está Mukuro?
—Ya te dije, está ocu...
—Él JAMÁS está ocupado cuando llamo —Kyōya arqueó una ceja incrédulo ante tal mentira—. Tengo que hablar con él. Ahora.
—Escucha, no está para ti. Ríndete.
—¿Por qué debería? Es mi prometido. Se va a casar conmigo el próximo verano.
Dos meses.
Frunció el ceño, podía escuchar la sonrisa de aquel maldito malvavisco.
—Como sea, no gastaré mi tiempo en ti.
Y colgó.
No entendía aquella furia que le invadía y, definitivamente, maldijo a Mukuro Rokudo por hacerle eso.
Byakuran, por su parte, volvía a estar serio y maldecía en voz baja.
Muku-chan lo mataría cuando se enterara de lo que hizo.
Bueno, había que hacer sacrificios por diversión.
Siguió haciendo sus maletas con eso en mente.
Ignorante de eso, Mukuro tuvo un mal presentimiento mientras conversaba con cierto pelirrojo que había cruzado nuevamente su camino al comedor.
—Ese descarado de Dino —hizo una mueca el pelirrojo.
—¿Tú sabes si había algo entre ellos antes?
—Ni idea. Me dijo que iba a ver a Tsuna-kun y luego me lo encontré ahí.
—Ya. Claro —bufó el italiano.
—No le pienso volver a hablar en mi vida.
Dino le había rogado y suplicado piedad, pero Enma no quiso ni oír hablar de ello.
El pelirrojo era cruel y se le daba demasiado bien ignorar a caballos.
Mukuro lo pensó un poco, quizá debería...
Sonrió.
—¿Esa es tu pequeña venganza? —el chico se encogió de hombros—. Hm... Bien, pero... Ustedes están en una relación, ¿no?
Y el rostro del pobre se volvió más rojo que su cabello y negó completamente avergonzado sin poder mirarle a los ojos.
—¡N-No...! ¡Nosotros...!
—Ya, vale, tranquilo —rió un poco, divertido por aquella exagerada reacción—. Aún así, él te gusta, ¿no?
—Y-Yo...
Ante el silencio de Enma, el italiano suspiró.
Tomaría eso como un sí dudoso.
Que complicado era hablar con estas personas...
—Bien, tengo la ligera impresión de que tú le atraes —era su intuición por lo menos y, aunque casi nunca acertaba, estaba seguro de que esta vez era real—. Y aunque él no me agrada, me conviene ayudarte.
—¡Pe-pero él... yo...!
Enma puso las manos sobre su rostro rojo como su cabello y caliente como el fuego.
—Verás. Tendrás que seducir a ese rubio.
Enma le miró como si le hubieran crecido otras dos cabezas.
—¿¡Que qué?!
—Seducirás a ese rubio. Ya sabes, te pones unas orejitas de conejo playboy y un traje de esos eróticos y lo esperas en su cama por la noche. Verás como cae.
—¡¡Ni de coña pienso hacer eso!!
Enma se negó en rotundo y, a ojos de Mukuro, su postura determinada era de lo más hilarante.
Con la cara compitiendo con su cabello, tembloroso... Parece un cachorro mojado y abandonado.
Nadie, ni siquiera su hermana la mala mujer, se enteraría jamás de que le gustaban los cachorros.
La vergüenza del menor creció al notar que la cámara que cargaba su acompañante era algo más que una decoración (y lo supo ya que Mukuro guardaría esa imagen para la posteridad).
—¿Q... Qué acabas de...?
—Siguiente pose —excusó el italiano ante la confusa mirada del otro—. Si el cosplay no sirve, de seguro esto sí. Ahora, sonrójate más y mírame con un puchero.
Enma no lo hizo porque le dijera que lo hiciera, lo hizo porque así expresaba su inconformidad.
Pocos momentos después la entrada al comedor se convirtió en partícipe de una extraña sesión de fotos donde el camarógrafo ignoraba a todo y todos, exceptuando a su casi cautivo modelo.
Enma quería huir.
Y lo deseó con más fuerza cuando unos fríos ojos se fijaron en él con molestia.
—Ahora mueve un poco la cabeza a la izquierda...
—¿Qué se supone que estáis haciendo?
La voz de la alondra resonó por todo el lugar.
—Oh, cari...
—Ni se te ocurra siquiera llamarme así.
—Venga, mi am...
—Que te calles, joder.
Una tonfa voladora casi se estrella contra la cabeza de la piña, y Enma quiso salir por piernas...
—Tú. Responde. ¿Qué estabais haciendo?
Tembló y Mukuro nuevamente pensó en un pequeño cachorro... Esta vez, siendo amenazado por un gato salvaje.
Le frunció el ceño a Hibari y se cruzó de brazos.
—Estamos en media sesión de fotos, ¿qué no ves? —ignoró la mirada hostil que le fue dedicada—. Ave-kun, agradecería que nos dejarás seguir.
—No, ¿por qué habría de hacerlo? —se cruzó de brazos, imitándole—. ¿Para qué le estás tomando fotografías a ese herbívoro?
—Porque es adorable —se encogió de hombros, para él era simple y Enma se palmeó a sus espaldas con el rostro rojo—. Ahora, ¿podrías...?
—No te preocupes, ya me iba —sonrió.
A Enma le hizo temblar esa sonrisa.
Hibari se acercó a él con una mirada asesina y su sonrisa marca "te morderé hasta la muerte" y le tocó el brazo.
Enma pasó saliva fuertemente.
—Adiós —se despidió.
Y clavó las uñas en su piel.
Mukuro, completamente ignorante de eso sonrió satisfecho y miró los aterrados ojos de su modelo.
—¿Te sucede algo?
—N-No... Sólo no me siento cómodo con esto y tengo... —frunció el ceño y miró por dónde se había ido el azabache nervioso, al carajo el hambre—. T-Tengo sueño...
—Oh, ¿en serio? —una mirada comprensiva que le inquietó se plantó en su acompañante—. Pensé que estarías hambriento.
«Si lo sabías para qué me retienes, hijo de puta»
—N-No, sólo sueño —masculló entre dientes—. Voy a volver a la habitación de...
—La habitación de Tsuna no es segura —interrumpió, sabiendo lo que diría—. Recién llegas a incorporarte en tus clases, ¿no?
—B-Bueno, yo...
—Te acompañaré para que resuelvas donde dormir hoy —sugirió—. No puedes morir esta noche.
Enma se sintió extrañamente aterrado y se dejó arrastrar.
Ignorante que del otro lado de la puerta una alondra había escuchado todo el intercambio y ardía en ira.
¿Cómo se atrevía?
¡¿Cómo se atrevía esa maldita piña degenerada a ser tan amable con un herbívoro cualquiera teniéndole a él?!
¿Acaso no sabía diferenciar un maldito herbívoro de todo un carnívoro como él?
Había gente idiota y luego la piña.
Enma sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo entero y se empezaba a preguntar el motivo por el cual estaba en semejante problema, con un tipo celoso y enfadado con su persona y dispuesto a matarle en cuanto se descuidara y una piña aficionada a tomar fotos que estaba poniendo celoso a su aparente novio usando su vida como si de un juguete se tratara.
Todo demasiado perfecto.
Su vida era mala... pero joder, nunca imaginó sentirse tan Tsunayoshi en la vida.
Estaba sufriendo el ser acosado por una fruta.
Aunque... Miró ligeramente hacia la izquierda, en una de las esquinas más oscuras del pasillo podía ver dos siluetas y estaba más que seguro de quiénes eran.
Luego miró a su lado, a Mukuro.
Bueno, podía estar peor.
Además, acababa de confirmar que Hibari no sería problema para él con lo que refería a Dino, pero el caballo idiota...
—¡Enma-kun! —esquivó por los pelos un rubio que se había lanzado sobre él—. ¡Enma-kun, Enma-kun, Enma-ku...!
—Giotto-san, no gaste mi nombre.
La piña lucía tenso mientras el rubio le miraba con pucheros, detrás de él Alaude se mostraba cansado y Cavallone miraba a su alrededor como si buscase algo.
—¡Cozart no viene!
—Lo sé.
—¡¿Por qué?!
—Muchas razones.
—¡Dímelas!
—¿Seguro?
La diva rubia asintió.
—Va. Pues está enojado contigo porque piensa que intentas quitarle a Diego y pues ya sabes, es celoso con su novio.
Alaude frunció el ceño y rodeó a Giotto celosamente.
—¡Eso no es verdad! —se quejó la diva.
—Díselo a él.
El rubio farfulló alguna maldición antes de, por fin, notar que no estaban sólo ellos tres y que su guardaespaldas carnívoro le abrazaba.
Se sonrojó y miró mal a Mukuro.
Quien sólo se cuestionaba a dónde se había ido Dino.
—¿Qué haces con este?
—Tenemos una sesión de fotos —explicó el italiano con obviedad—. ¿No ves la cámara?
Ante la mirada del Hibari, Kozato suspiró cansado encogiéndose de hombros.
Giotto lucía indignado.
—¡¿Tenían una sesión de fotos sin mí?! —exclamó sin creerlo—. ¡Exijo participar!
—Giotto-san, no es lo que...
—No lo entenderían, rubios.
—¿Perdona? ¿Que no lo entiendo? Estás hablando con la futura estrella de la moda.
Giotto colocó indignado una mano en el pecho mientras le miraba incrédulo y Alaude suspiraba.
—Eso —afirmó el rubio cenizo.
—Ya, claro —rodó Mukuro los ojos—. Y se supone que es cuando me disculpo.
—¡Sí!
—Sigue soñando.
—Cuando sea famoso no dejaré que me tomes fotos, miserable paparazzi.
—¿Paparazzi?
—¿No estudias periodismo? —pestañeó confuso el rubiales diva.
Mukuro le miró como si le faltase un torni... No, sólo lo miró como si fuera Giotto.
Enma parecía curioso.
—No estoy en periodismo, es más un pasatiempo —bufó divertido—. Estoy en leyes.
Sus tres acompañantes lucían... Como si no le creyeran, intentó no ofenderse por eso.
—¿Entonces para qué tenemos una sesión de fotos?
—Ya te lo dije, voy a usar esto en mi plan.
Los rubios se miraron entre ellos, repentinamente interesados (bueno, Giotto interesado y Alaude resignado).
—¿Plan?
—Oh, cierto —el pelirrojo se sonrojó y miró nervioso al curioso Giotto—. Eso... Sí, bueno...
—¿Qué plan?
—Un... plan.
—¿Plan de...?
—Ah, para conquistar a un caballo —le respondió la piña.
—¿¡Para conquistar?! —Giotto sonrió entusiasmado y juntó las palmas de sus manos—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque... pues ha sido muy...
—Porque ya me tiene a mí para eso.
Giotto le fulminó con la mirada a la fruta.
—¿Y por qué habrías de ayudarle? —bufó escéptico—. Piña, te he conocido durante casi un mes y no pareces nada del tipo que ayuda.
«¿Ya ha pasado un mes? Que guay»
Rodó los ojos cambiando el peso de un pie a otro y suspiró.
—No sé qué te hace pensar así, soy del tipo que ayuda. Definitivamente.
—¿Es por Kyōya? —Giotto era... Mukuro le miró en blanco—. Oh, así que sí. Bien, vamos a seguir su sesión voy a ayudar...
—No vas a ayudarnos.
—Que sí, si quieres que el hermano les apoye —y señaló con desdén al desinteresado Alaude—. Además, le conozco más que tú. Seré muy útil.
Mukuro chasqueó la lengua. No le vendría mal tener apoyo del hermano de esa escurridiza y bipolar alondra.
—¿No vas a dejar de joder, verdad?
—¿Cómo lo sabes? —sonrió Giotto.
Mukuro suspiró. Ni modo.
—De acuerdo, mientras no fastidies.
Giotto se deshizo del abrazo de Alaude y abrazó a Mukuro.
—¡Gracias! ¡Verás como lo conseguimos!
Alaude fulminó con la mirada a la fruta y Kyoya, que pasaba por ahí, mató prácticamente a los dos con la mirada.
Sí... Iba a ser bastante difícil.
Tsuna no me ama(?)
Teléfono tampoco, Bea menos...
Osamoosodio it's barbie here.
Las amamos, no ukeen tanto a Kyo y... :) #MalditosTodos
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