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Muerte tortuosa

Estaba dirigiéndome al lugar de las ejecuciones. Veía a todas las personas del "escenario" gritando "hereje, hereje". Sus rostros demuestra, en algunos, la rabia, en otros, la satisfacción, seguramente porque me estoy dirigiendo a mi condena: la muerte.

  No entiendo por qué pueden hacerme tanto daño solo por no creer en Dios. Nunca le he hecho daño a nadie y, sin embargo, me tratan como a cualquier otro criminal.

  Cada paso que me va acercando al lugar, me hace imaginar la ejecución. Ya me habían hablado de ello en la prisión: te cuelgan boca abajo, con tus pies bien amarrados a unos palos, te comienzan a serruchar desde tus genitales hasta terminar en tu cabeza, partiéndote totalmente en dos. No soy muy bueno imaginando cosas, pero el solo hecho de saber que me quedan tan solo unos minutos antes de sentir eso es de lo peor. 

  No dejo de empuñar las manos tratando de aguantar mi impulso a correr, huir lejos de aquí. Podría correr, pero estoy rodeado por todas partes de gente que me odia, SOLO POR NO CREER.

  Finalmente llego hasta el lugar. Hay varias personas aquí, todas con la misma expresión de terror. A todos nos amarran boca abajo, de manera muy firme. Siento como se me va toda la sangre a la cabeza, haciendo que me sienta aun más mal.

  La gente sigue gritando, todas sin piedad. Comienzan por la persona que está al lado mio. El serrucho comienza haciendo un gran estruendo con el ruido de los huesos rompiéndose. La persona grita de manera increíble, suplicando piedad. El ejecutor, con expresión fría, continua. La persona continua gritando hasta que el serrucho llega al tronco. La sangre cae a montones. Terminan con él, dejando prácticamente un lago con una mezcla entre la sangre y sus órganos.

  Es mi turno. Veo todo como si fuera en cámara lenta hacia mí. Siento el mojado serrucho posarse en mi pierna, y luego entrando en acción. Los movimientos son bruscos, toscos, y muy dolorosos. Mis gritos no son menores a los de la persona anterior. Duele ¡DE VERDAD DUELE! ¡ESTO CONTINUA, PERO YA ES DEMASIADO! 

  Mis gritos no paran, y menos los de las personas que observan, aunque sus gritos no son de dolor, sino de satisfacción. Disfrutan con mi dolor.

  Siento la sangre cayendo por todo lo que queda de mi cuerpo. Después ya no puedo seguir gritando.

  Veo la luz, sé que es la luz.   

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