Capítulo 4
—Bienvenido, Eduardo —saludó el rey con una extraña cercanía al recién llegado—. Permíteme presentarte a la señorita Aveline Kinstong, la prometida de Alexei —añadió haciendo un gesto con la mano hacia mí.
Cómo indicaba el protocolo me puse en pie para hacer una corta reverencia que el caballero respondió. Tomé asiento aún sin entender nada, estaba segura de que aquel era el caballero con el que había bailado y conversado en la noche del baile, pero no entendía su presencia allí y su cercanía a la familia real.
—De hecho, nos conocimos en el baile —dijo lord White mientras se sentaba junto al Gran Duque—. La señorita tuvo el placer de honrarme con un baile y su amable conversación —añadió poniendo su mirada en mí con unos ojos llenos de intensidad.
Bajé la vista hacia mi plato sin poder sostenerle la mirada por mucho más tiempo. Sentí el escozor en las mejillas mientras recordaba los momentos tan mágicos que habíamos vivido en el baile que ahora era mi desgracia. Tenerlo allí solo me recordaba todo lo que había perdido, había tenido un futuro tan cerca y ahora estaba tan alejado, que solo podía ahogarme en mis penas.
—¿Es eso cierto, señorita Kinstong? —inquirió el rey y yo levanté levemente la cabeza e hice un asentimiento.
El tema quedó zanjado muy pronto, cuando la señora Nicols preguntó si deseábamos pasar al postre. El rey dio el visto bueno y los sirvientes comenzaron a pulular por la sala nuevamente. Mantuve mis ojos en mi plato, intentando esquivar la mirada de lord White, la cual sentía fija sobre mí, aunque quizás podría equivocarme, pero no deseaba arriesgarme para averiguarlo.
—¿En qué trabaja su padre, señorita Kinstong? —interrogó el rey al fin incluyéndola en la conversación que sostenía con los otros miembros de la mesa.
—Hace un tiempo que mi padre recibió unas tierras, las cuales, nuestros arrendatarios cultivan, pero antes de recibir el título de Barón era un comerciante, Majestad —conteste levantando la cabeza para poder dirigir sus ojos al monarca—. Tiene varios barcos y unido a las tierras que posee, me atrevo a decir que tiene negocios prósperos.
—¿Y nunca lo han asaltado los piratas? —interrogó nuevamente el rey.
—Gracias a Dios, hasta ahora no, Majestad —añadí.
El rey continuó hablando de otros temas con el resto hasta que el rey volvió a hablar en mi dirección, aquella cena me parecía interminable.
—Señorita Kinstong, que tal si tocara el piano para nosotros —sugirió el monarca y yo miré aquel instrumento al fondo de la sala con temor.
Quería negarme, pero finalmente me dirigí hacia el piano mientras el corazón me latía a mil por horas. Tomé asiento y recordé aquella pieza que había practicado hacía mucho tiempo para mi primera temporada. La interpretación me pareció bastante bien, con algunas notas fuera de lugar, pero había sido mejor que mi primera vez. Cuando terminó la última nota me puse en pie e hice una reverencia mientras recibía aplausos de los presentes.
—Señora Nicols, agregue a la lista de la señorita Kinstong las clases de piano —pidió el rey al ama de llaves—. Señorita Aveline, sin duda fue una hermosa pieza, pero si va a ser la princesa, deberá ser perfecta.
Aquel comentario me recordó las burlas, las comparaciones que escuchaba en las sombras. No era suficiente para nadie, ni para mi madre y mucho menos para la corona de Inglaterra.
Una vez terminaron la cena, nos dirigimos hacia el salón en el que había sido recibida esa misma mañana. Los hombres comenzaron a hablar de temas que si bien, me hubiera gustado intervenir en algún momento, no sentía las fuerzas suficientes después de la humillación que había recibido. Cansada de estar sentada allí como una estatua, le pedí a Edwina que trajera el libro de "Cumbres Borrascosas", que me había enviado Giselle y me senté en un lugar apartado del salón para leer tranquilamente.
No pude introducirse mucho en la lectura, pues pronto a mi lado se sentó lord White. Mi corazón se aceleró con su cercanía, aún recordaba el día del baile, me preguntaba si seguiría interesado en mí o si ya era parte del pasado.
—¿Está leyendo "Don Quijote"? —inquirió el recién llegado con un tono de cercanía.
—No, esta vez estoy leyendo "Cumbres Borrascosas" —contesté con una sonrisa, mientras le enseñaba la portada.
Lord White se interesó por saber de qué se trataba el libro, y por primera pude hablar libremente y con unos ojos fijos en mí, que denotaban la atención que me estaba prestando. Por primera vez podía hablar acerca de un libro sin recibir miradas de reprobación, era tan gratificante cuando podía escucharte.
Cuando terminé de hablar sobre el libro, se hizo un incómodo silencio que enseguida yo misma llenó.
—Fue una gran sorpresa verle aquí.
—Para mí también ha sido una sorpresa, en especial, me asombra que sea la prometida de mi primo —respondió él dejándome asombrada al referirse al príncipe como su pariente. Sabía que tenían gran cercanía, pero no me esperaba aquello.
—¿Es usted primo del príncipe? —pregunté como si la respuesta no fuera más que obvia.
—Así es, pero no me gusta ir por ahí presumiendo mi parentesco con la realeza. Quiero que las personas me quieran por quien soy —explicó lord White. Eso me parecía digno de admiración, un hombre que no se vanagloriaba de su riqueza, ni posición, era de un atractivo indudable.
Continuamos hablando por un rato y me dejé llevar intentando olvidar el compromiso recientemente adquirido.
Un rato después el rey le pidió a lord White que se acercara a él para hablar algunos temas de negocios. Decidí que aquel era momento de marcharme a mi habitación, por lo que pedí permiso al rey para ello, a lo que este accedió. El príncipe se ofreció a escoltarme hacia mí habitación, y aunque esto me asombró, no me opuso al ofrecimiento y me enganchó al brazo del príncipe Alexei.
Durante nuestro recorrido el príncipe me preguntó por la cómoda de mi nueva habitación, a lo que esta contesté afirmativamente.
—Disculpe que sea tan directo, pero, espero que no se acostumbre a la habitación, pues pretendo encontrar a la verdadera dueña del zapato y de mi corazón.
Si no bastara con la actitud de aquel hombre en las escaleras el día del baile. Ahora me decía esas palabras. No herían mi ego, pero sí me molestaba su forma de expresarse. Me solté de su brazo sintiendo que después de sus palabras no podía seguir agarrada a su brazo.
—Alteza, no se preocupe, no quiero acostumbrarme al palacio y le deseo éxitos en su búsqueda. Yo también lo encuentro conveniente —contesté con la mayor sinceridad y con un tono que intentaba ser calmado.
—¿Tiene a alguien en su corazón? —interrogó el príncipe con curiosidad.
—Prefiero guardarme mis sentimientos, su Alteza. De todas formas, no puedo confirmar nada hasta que este matrimonio haya sido cancelado —contesté sin afirmar nada. Mantendría todo lo que mi corazón había comenzado a sentir bajo llave, nadie debía saber que mi corazón se aceleraba cada vez que estaba cerca de Lord White.
El príncipe me dedicó una intensa mirada que me pudo nerviosa, pero al final no dijo nada, continuó caminando en dirección hacia mi habitación, donde nos despedimos con la mayor cortesía.
Una vez me deshice de mi vestido y las joyas, me acosté en la cómoda y mullida cama, donde me dediqué a leer mi libro hasta que mis ojos se cerraron.
******
Sentí en la lejanía varios pasos que se movían de un lugar a otro, pero preferí ignorarlos, al igual que la luz que impacto en mis ojos cerrados. Estaba demasiada cansada para levantarme, por lo que, me refugió bajo las sábanas de la cama. Aun así, insistieron en despojarme de mi cómodo escudo y me hicieron levantarme.
Mientras aún me desperezaba de mi largo sueño, mi doncella me ayudó a vestirme. La señora Nicols me recordaba lo que acontecería en ese día.
—Después del desayuno tendrá tiempo libre hasta las nueve cuándo llegará su nueva institutriz, que estará a cargo de asegurarse que tenga los conocimientos necesarios para pertenecer a la realeza. Después del almuerzo vendrá la modista para tomar sus medidas y hacer nuevos vestidos para usted, en especial su vestido para la fiesta de compromiso —explicó la señora Nicols. Parecían pocas cosas las que debía hacer, pero para mí era una tortura estudiar temas que no llamaban mi atención, y en cuanto a la modista, odiaba tener que mantenerme quieta mientras me probaba un vestido a medio hacer.
Después del desayuno, que fue como la cena del día anterior, aburrida y silenciosa para mí, me dispuse, con la guía de la señora Nicols, a recorrer el palacio. Paseamos por diferentes corredores y salones, entre ellos la sala del trono, un pequeño despacho, que había sido asignado para que yo diera mis clases allí y una sala de mujeres, la cual era muy parecida a la del rey, pero los asientos tenían cojines azules y era mucho más sencilla. Finalmente llegamos a la biblioteca. Era inmensa y las paredes estaban llenas de libreros, que contenían numerosos libros, tantos, que estaba convencida que no podría leerlos todos en toda su vida, la emoción que experimentaba hizo que algunas lágrimas se deslizaran por mis mejillas y tuve que contener los inmensos deseos que tenía de dar vueltas.
—¡Es increíble! —dije conteniendo el aliento.
—Puede venir cuando quiera, señorita Kinstong, la biblioteca está casi abandonada, ya que el rey no viene muy seguido y el príncipe no gusta de leer —informó la señora Nicols. Sonreí, había encontrado una razón para quedarme en el palacio, al menos tendría en que pasar mi tiempo mientras estuviese allí.
Cuando salimos de la biblioteca nos topamos con lord White, y no pude evitar sonreír al verle. Él nos saludó con cortesía, y me preguntó que me entretenía. Al saber que estaba visitando el palacio, se ofreció a enseñarme los jardines, lo que acepté de buen grado. La señora Nicols dejó de chaperona a Edwina, mientras ella se iba a esperar la llegada de mi institutriz, aunque antes de marcharse me lanzó una mirada de advertencia.
Marchamos hacia el jardín trasero, el cual era un poco más privado. En este había una larga fuente rectangular, más parecida a un pequeño estanque y a su alrededor había dos caminos que eran adornados con un extenso campo de flores. Me acerqué a los tulipanes de distintos colores y me arrodilló frente a ellos para aspirar su aroma, que me recordaba a lluvia fresca o al aire limpio de la primavera.
—Me encantan los tulipanes, son mis flores favoritas —comenté cuando lord White se arrodilló a su lado.
Los tulipanes eran flores que no eran tan utilizadas como las rosas, ni tenían un aroma tan envolvente como el de los jazmines, era por ello que me gustaban, me identificaba mucho con esas flores.
—Puede decirle a su doncella que corte algunas para su habitación —sugirió lord White, pero me apresuré a negar.
—No, prefiero disfrutarlas así. Cuando una flor es cortada pierde su belleza —contesté y Lord White me miró asombrado. Me observaba como si desease descifrar algo, pero de repente cerró los ojos y no comprendí que sucedía.
—Mañana me marcho —anunció lord White poniéndose en pie y la angustia se apoderó de mí.
—¿Tan pronto? —inquirí la dama incorporándome. Intentaba no demostrar su desesperación, pero era muy difícil, me quedaría por completo sola en mi nueva realidad.
—Sí, debo atender mis propias tierras —respondió él mirándome a los ojos, y no pude evitar expresar con mi mirada, lo decepcionada y triste que me resultaba su marcha.
Sabía que no debía dejar crecer los sentimientos que comenzaba a sentir por él. Yo estaba comprometida y él era el primo de mi prometido, sin embargo, mi prometido era un grosero, que estaba enamorado de otra. En estas circunstancias cómo impedir que me enamorara de aquel hombre.
La conversación fue cortada por la señora Nicols, quien me avisó sobre la llegada de la tan esperada institutriz. Lord White, besó mi mano a modo de despedida dejando un hormigueo sobre la misma.
—¿Me concedería unos minutos de su tiempo mañana? —inquirió Lord White cuando sus labios se despegaron de mi mano.
—Por supuesto —respondí con una sonrisa que intentaba disimular mis nervios, temblaba como una hoja.
—Perfecto —añadió antes de marcharse.
El resto del día fue el mayor calvario que había sufrido, no podía dejar de pensar en la marcha de lord White y en lo atada que estaba al matrimonio. Además, mi institutriz no hizo más que recordarme lo deficiente que era su francés e italiano, lo mal que pintaba y cuanto debía pulir mi toque al pianoforte.
En la cena no pude ver a lord White, pues este alegó estar indispuesto. Todo ocurrió de manera monótona, sentía que podría morir de aburrimiento si toda mi vida fuese igual que aquel día. Cuando terminó la cena, decidí retirarse directamente a su habitación y el príncipe Alexei decidió acompañarme nuevamente.
—¿Tiene alguna noticia de su amada, Alteza? —interrogué cuando estuvimos solos.
—He enviado a hombres de mi confianza a seguir probando el zapato hasta encontrarla, pero hoy no encontré rastro de ella —contestó él negando con la cabeza—, pero parece más interesada en encontrarla que yo, ¿es por mi primo? —añadió con tono molesto.
Lo miré asombrada, no esperaba esa pregunta por su parte, de hecho, nunca esperaba nada de lo que el príncipe me decía.
—No puede estar coqueteando con mi primo, es mi prometida —añadió él con enojo.
—¿Quiere decir que usted sí puedes buscar a la mujer que ama, pero yo no puedo hablar con su primo? —exclamé deshaciéndose de su agarre, sin importarme que Edwina nos siguiera a unos metros de distancia.
—No es lo mismo —replicó Alexei deteniendo el paso.
—¡Claro que no es lo mismo, usted es el príncipe y todas debemos admirarlo! —respondí exaltada— ¡Solo es un egoísta y egocéntrico! ¡No es ni un poco caballeroso! ¡Es odioso estar comprometida con usted! —añadí deseando hacerle añicos, en ese instante era capaz de hacerle mucho daño, pero solamente eché a correr a mi habitación.
Segundos después apareció Edwina, quien no tardó en decirme lo sorprendida que estaba por la actitud de mi actitud. En ese instante de ira no había pensado en nada, pero sabía que mi acto podía llevarme hasta la horca.
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