Capítulo 3
—El zapato le queda a la dama —anunció el soldado aún arrodillado frente a mí.
El Gran Duque no pareció sorprendido, a diferencia de mí, que no podían creerlo, no dejaba de observar la zapatilla en mi pie sin saber qué creer.
Enseguida me apresuré a decir con toda convicción que aquel zapato no era mío, sin embargo, mi madre me hizo callar pidiendo al Gran Duque unos minutos para prepararnos, pues debíamos acompañarle al palacio. El soldado quitó la zapatilla de mi pie, y nos informaron que esta sería probada nuevamente frente al rey.
Finalmente nos retiramos. Una vez fuera de la estancia y sin que hubiera la posibilidad de que los caballeros nos escucharan, mi madre me dio una buena regañina por mi respuesta ante el Gran Duque, y sin darme tiempo para responder, comenzó a decir en tono bajo, pero exclamativo, lo feliz que estaba de que aquella zapatilla le hubiera quedado a una de sus hijas. Acto seguido, pidió a Giselle que me ayudara a vestirme decentemente y se marchó hacia su habitación.
Mientras Giselle escogía uno de sus vestidos, pues según ella los míos eran demasiado simples para el palacio, mi mente viajó lejos. ¿Cómo era posible que me quedara aquella zapatilla? ¿Qué sucedería a partir de aquel momento? ¿Giselle se sentiría enojada porque había ocupado su puesto?
—Hermana, ¿cómo puede ser posible que me quede ese zapato? —pregunté a Giselle mientras me colocaba el vestido que mi hermana había elegido para mí—. Giselle, no puedo casarme con el príncipe —añadí con desesperación.
—Aveline, mi querida hermanita, sabes que no puedes resistirte a las órdenes del rey o las consecuencias podrían ser nefastas —respondió Giselle ayudándome a cerrar los numerosos botones del vestido—. Además, posiblemente el príncipe te rechace como a todas las damas anteriores —añadió dándome un poco de alivio.
—¿No te molesta que me haya quedado la zapatilla? —inquirí.
Me sentí extremadamente aliviada cuando ella negó con la cabeza. Si algo era peor que casarme con el príncipe Alexei, sería saber que mi hermana me odiaba por ello.
Una vez estuve lista me puse frente al espejo para ver mi transformación, y, efectivamente estaba bastante cambiada con aquel vestido verde lleno de volantes. Bajé junto a mi hermana hasta la sale de estar y los caballeros me miraron con perplejidad, como si no pudiesen creer que era yo.
Unos instantes después apareció mi madre ataviada con su mejor atuendo. Me miró de arriba a abajo y un gesto de conformidad se reflejó en su semblante. El viaje hacia el palacio duró alrededor de media hora, y en ese tiempo, mamá habló de tanto en tanto con los caballeros, en cambio, yo, no abrí la boca en ningún instante, estaba sumida en mis pensamientos y preocupaciones por el futuro que me esperaba si algo salía mal al llegar.
En el palacio fuimos conducidas por los lujosos corredores cubiertos por las mullidas alfombras rojas hasta un salón de paredes blancas y doradas, adornada con enormes cuadros de caballeros antiguos y reyes con vestimentas bien elaboradas y llamativas, además de la hermosa arañaba que colgaba del techo en medio del salón y los grandes ventanales en una de las paredes. El piso de aquella habitación se hallaba cubierto por una alfombra con estampados en colores rojos, azules y dorados, mientras que en el centro del salón había varios sillones y sofás de colores dorados y cojines del mismo color. En el fondo de la sala había un piano y cerca de la chimenea se hallaba un biombo del mismo tono dorado de los muebles. En el sofá más grande de la sala se encontraba sentado el rey con su imponente aspecto, aunque con una indumentaria más sencilla que la usada en el baile, y en un sillón adyacente, estaba el príncipe, quien revisaba unos papeles, hasta que levantó la cabeza hacia nosotros.
Hicimos una reverencia frente al monarca y su hijo, y seguidamente nos presentaron oficialmente. El rey nos pidió tomar asiento y una vez acomodadas en un sofá que quedaba frente al del príncipe, solo interrumpido por la mesa central, el rey hizo señal a uno de los criados para que probara la zapatilla nuevamente en mi pie.
—Perfecta —dijo el criado cuando el zapato estuvo en mi pie nuevamente, aún no podía creer lo perfecta que quedaba a mi pie, sin ser demasiado ancha o demasiado pequeña.
El príncipe Alexei enseguida se puso en pie y nos miró como si aquello le diera vergüenza decirlo, pero finalmente habló:
—Siento que hayan tenido que venir hasta aquí, pero debo decir que esto es un terrible error. Usted, señorita Kinstong, no es la mujer que busco.
Sus palabras no me decepcionaron para nada, al contrario, tuve que contener una sonrisa. Bajé la cabeza para disimular mi alivio, pensar que podía haberme casado con el príncipe había sido uno de los peores sustos que había recibido en la vida.
Me puse en pie con la disposición de marcharme del palacio, pero antes de dar un paso más, las palabras del rey me frenaron.
—¡Se acabó! —exclamó el soberano poniéndose en pie con una expresión exasperada—. No rechazaras a una nueva señorita, te casaras con la señorita Kinstong, hija de Lord Kinstong, y no se hable más —anunció haciendo que lo mirará con espanto, no, no esto no estaba sucediendo.
—Pero, Majestad, el zapato no es mío, aunque me quede —respondí ante una mirada de desaprobación de mi madre.
—¡Osa desafiar mis palabras! —dijo el rey con un enojo latente en cada una de sus palabras.
Su voz autoritaria me hizo bajar la cabeza y solo fui capaz de negar con la cabeza mientras observaba el suelo, nunca había visto a una persona tan enojada, ni siquiera a mi padre cuando mamá lo sacaba de quicio o viceversa.
—Entonces, todo está aclarado, la boda se realizará dentro de dos meses —habló nuevamente el rey, pero esta vez con un tono de voz más bajo, aunque aún se denotaba su enojo—. Vivirá aquí durante ese tiempo, ya que debe ser instruida como futura princesa —añadió dirigiéndose a mí, aunque yo solo alcé la mirada levemente antes de asentir con la cabeza.
Deseaba llorar por la impotencia que sentía ante la situación, pero me contuve, no podía llorar frente a ellos.
Mi madre finalmente habló con un tono que desbordaba la alegría que una sonrisilla dejaba en visto. Mamá preguntó al soberano me quedaría sola en el palacio, a lo que el rey respondió dando su palabra de honor, asegurando que yo sería atendida de la mejor manera en el palacio y que la señora Nicols, encargada del palacio, se haría cargo de mí. Además, tendría una doncella personal y una institutriz que me enseñaría las costumbres de palacio. No sabía que destino me era peor, si estar en aquel palacio rodeada de extraños o que hubiesen aceptado a mi madre en aquel lugar y que no me diese tiempo ni para respirar.
A continuación, el monarca llamó a una tal señora Nicols, y a un criado, que se presentaron enseguida en la estancia. La primera me llevaría a mi nueva habitación en el palacio y el segundo acompañaría de vuelta a casa a mi madre y buscaría algunos vestidos para mí.
Se acordó que un criado del rey iría esa misma tarde a firma el contrato matrimonial con mi padre y el baile del compromiso se realizaría dentro de dos semanas. Mi madre tendría a su disposición el salón de baile y varios criados para organizar todo a su modo, lo que no le desagradó para nada, a ella le encantaban los bailes, aunque nunca había realizado de la magnitud que tendría aquel.
Acompañé a mi madre hasta la salida. Ella parecía radiante de alegría y para nada preocupada, a diferencia de mí, que no podía pensar con claridad por lo nerviosa que estaba.
—Todas las vecinas morirán de envidia cuando lo sepan —Fueron las palabras que me dijo al darme un abrazo de despedida. Me preguntaba si ella solamente pensaba en el casamiento o alguna vez le había interesado realmente mi bienestar.
Cuando mamá se marchó, fui conducida por la señora Nicols, una mujer de avanzada edad, hasta mi nueva habitación, la cual quedaba en el tercer piso a mitad de un largo corredor con suelos mármol. Al abrir las puertas dobles, se rebeló frente a mí una enorme estancia, con paredes azules y techo blanco y dorado, del cual colgaba una araña y algunas otras más pequeñas que la principal. A un lado de la habitación había una enorme cama estilo princesa y no muy lejos de estas había dos sillas con cojines del mismo color de las paredes. Además, había una chimenea y justo sobre esta había un reloj dorado y un enorme espejo. Había algunas otras sillas y un sillón, además de dos puertas de madera y cristal cubiertas por hermosas cortinas.
—Necesitará vestidos nuevos, por lo que haré venir a la modista —informó la señora Nicols mientras seguía inspeccionando la habitación.
—No será necesario, tengo bastantes vestidos —respondí girándome hacia ella.
La mujer me miró de arriba a abajo y añadió:
—Ahora es la futura princesa de la nación, debe vestirse adecuadamente.
Esas palabras me golpearon de forma extrema. Todo lo que había deseado se estaba desmoronando sin que pudiera hacer nada, la persona que era, tendría que desaparecer para dar paso a la futura princesa. La señora Nicols siguió hablando acerca de los horarios en los que se servía la comida y me informó la llegada de mi institutriz al día siguiente. Me asombraba que mi profesora llegase tan pronto, pero no cuestioné nada, no tenía las energías suficientes para ello.
—Le asignaremos una doncella —añadió el ama de llaves—, aunque si desea traer la suya, puede hacerlo.
Pensé en mi hogar, en las criadas que nos atendían cada día, pero no encontré a ninguna que desease a mi lado, sentía que todas serían espías para mi madre y lo que menos deseaba eran más ojos vigilándome.
—No deseo traer a nadie —contesté negando con la cabeza—. Estaré bien con la persona que usted escoja para mí.
La señora Nicols asintió y realizando una reverencia se marchó de la habitación dejándome a solas.
Una vez me quedé sola, pude saborear el silencio y la calma, eran de apreciarse en un momento así, en que mi cabeza estaba explotando por tantos pensamientos. Miré aquella habitación rodeada de lujos y sentí que me sofocaba, por lo que abrí las puertas del balcón y salí hacia este, desde donde se veía el gigantesco jardín delantero que se extendía más allá de la escalinata del palacio, cubierto de colores llenos de alegría bañado por la luz del Sol, que aquel día de abril parecía querer brillar con mayor intensidad.
Todo en aquel palacio era demasiado grande, tanto, que un ser como yo, que ya me sentía pequeña, me hacía parecer invisible.
—Dios, ¿por qué has puesto esta carga sobre mí? —pregunté mirando al cielo con angustia, mientras algunas lágrimas de tristeza caían por mis mejillas.
Me podía imaginar mi oscuro futuro como esposa en un matrimonio infeliz y como una reina llena de poder. ¿Sabría cómo utilizarlo? ¿Me olvidaría de la persona que era en ese momento? ¿Podría ser una buena reina?
Me quedé un rato muy largo en el exterior mientras intentaba calmar el pánico que se hallaba en mi interior. Cerré los ojos y me permití disfrutar de la brisa que soplaba mientras intentaba olvidar mi presente por unos instantes.
Unos suaves golpes en la piel me hicieron abrir los ojos para encontrar una chica joven, de una edad muy cercana a la mía, con cabellos rubios y ojos azulados, que vestía un traje de criada.
—Buenas tardes, señorita, lamentó despertarla. Mi nombre es Edwina, soy su nueva doncella —Se presentó la joven haciendo una reverencia.
¿Despertarme? No me había dado cuenta de que me había quedado dormida, parecía solo haber pasado cinco minutos desde que había cerrado los ojos.
—Trajeron su ropa y el rey le regaló algunas joyas —Me informó la chica—. Además, su familia envió estas notas —añadió entregándome dos cuartillas de papel.
—Gracias —respondí recibiendo las cartas—. Podrías preparar un poco de agua, deseo tomar un baño —añadí y mi doncella asintió antes de marcharse.
Al quedarme sola, abrí la primera carta en la que reconocí con rapidez la letra de mi madre algo descuidada y llena de manchas de tinta. La carta era bastante extensa, pero en su mayoría repetitiva, pues eran básicamente simples consejos para que me comportara en el palacio y en el final de su carta me decía cuanto me amaba. A veces me cuestionaba si realmente mi madre me quería, pero sabía que así era, que su lucha porque me casara era para que tuviese la vida garantizada.
La otra nota era de Giselle, la cual había sido más breve. En esta expresa lo mucho que le había asombrado la decisión del rey, pero añadía lo emocionada que estaba de saber que sería princesa. Además, me informaba que había escogido mis mejores vestidos y que también había puesto el libro que ya había estado leyendo y se lo agradecí con el alma.
—Señorita Kinstong, ya está listo el baño —anunció Edwina interrumpiéndome cuando ya había llegado al final de la carta.
Le dediqué una pequeña sonrisa y asentí con la cabeza, antes de entrar en la habitación donde me esperaba una bañera lista y humeante. Mi doncella me ayudó a acicalarme y cambiarme de ropa para la cena. Me puse un vestido color crema de mangas cortas, que llevaba un broche en forma de rosa en el medio del escote. Con esta vestimenta, mi doncella me hizo una cebolla con los típicos rizos cayendo en cascada. La decisión difícil fue cuando Rose me sugirió ponerme algunas de las joyas que el rey me había regalado. La mayoría me parecían demasiado ostentosas para mí, sin embargo, si no me ponía alguna, quizás el rey se ofendería.
Finalmente opté por una pequeña tiara de plata con un collar que tenía un dije formado por tres hojas y aretes a juegos.
—Se ve hermosa, señorita Kinstong —elogió mi doncella mientras me miraba en el espejo para constatar que mi imagen estuviese correcta.
—Gracias —respondí con una sonrisa tímida.
Fui guiada hacia el comedor, el cual no era muy diferente al resto de las áreas comunes del palacio. Lo que más destacaba era la enorme mesa de madera, que estaba encabezada por el rey, y a sus lados estaban el príncipe y el Gran Duque.
—Su majestad, su alteza, su excelencia —saludé haciendo una reverencia frente a aquellos tres hombres.
El rey me dio la bienvenida y me pido que tomara asiento junto al príncipe. Con una falsa sonrisa obedecí las palabras del monarca y tomé asiento junto al príncipe a quien solo dediqué un rápido saludo.
El rey ordenó que comenzará la cena, por lo que los criados se desplegaron por la sala colocando los platillos sobre la mesa. Una vez estuvo toda la comida sobre la mesa, el rey agradeció por los alimentos y comenzamos la comida. Debía admitir que la comida estaba exquisita, nunca habría creído que la comida de la señora Josefina —la cocinera de mi madre— pudiera superarse, pero así había sido.
—¿Le gustó su habitación, señorita Kinstong? —interrogó el rey luego de un rato.
—Mucho, Majestad —respondí agradecida de no tener ningún bocado en la boca en aquel instante.
En realidad, se trataba de un cuarto frío y para nada acorde con mi personalidad, pero suponía que tendría que acostumbrarse a la inmensidad del palacio, no había otra opción.
—Buenas noches —saludó un caballero llegando a la mesa e hizo una reverencia.
Cuando su mirada se alzó, mis ojos y los del caballero se encontraron, y mi mirada estaba plagada de asombro.
—Lord White —susurré en un todo muy bajo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro