III
Una pequeña llovizna se cernía sobre todo el pueblo a la mañana siguiente. La residencia de Oyaji había estado muy activa durante las primeras horas del amanecer. El líder de la aldea estuvo despidiéndose de la familia real, ofreciendo algunos presentes mientras los visitantes esperaban la llegada del carruaje. Durante ese tiempo, una segunda joven de la guardia personal del señor del fuego llegó a la casa para poder prestar su ayuda en el viaje.
—El traslado no debería tomar más que un par de horas. Tres guerreras Kyoshi del norte se unirán a nosotros en símbolo de buena voluntad cuando lleguemos —le informó Suki a Zuko en mitad del patio bajo la lluvia, en tanto el viento intentaba arrebatarle el mapa de sus manos—. Todavía no puedo creer que me hayas convencido de viajar con tan poca seguridad.
—Es para mostrar confianza con todos los pueblos —comentó Zuko alegre, ayudando a Kiyi a subir cuando apareció el carruaje.
—Es porque te encanta romper protocolos.
—Solo los que no tienen sentido de ser. Además te tengo a ti, no necesito más seguridad.
—Idolatrarme no ayudará a que te perdone por esto.
—Fue un buen intento de todos modos—bromeó con una sonrisa, subiendo al vehículo. Suki negó con la cabeza, caminando hasta su caballo avestruz al tiempo que daba indicaciones a la otra guerrera Kyoshi para iniciar la marcha.
El viaje en esta ocasión fue un poco más agreste y empedrado de lo normal, pero trascurrió sin ningún tipo de problema para alivio y tranquilidad de todos los involucrados.
En algún punto del recorrido, el clima comenzó a volverse más frio. La lluvia se convirtió en nieve. Kiyi al ver los pequeños copos caer del cielo y una capa blanca a los alrededores de la carretera casi se desmaya de la emoción. Estos paisajes no existían en los alrededores de la caldera.
Al encontrarse cerca del poblado del norte, el carruaje disminuyó su velocidad. Zuko empujado por un poco de curiosidad, no pudo evitar mirar por la ventanilla del vehículo para examinar el área. Suki no mentía cuando mencionó que esta parte de la isla estaba pasando por una difícil situación. Este lugar no parecía florecer como la aldea de Oyaji.
Los hogares a su alrededor estaban apagados y fríos, las personas caminaban en silencio con las cabezas bajas, y los negocios estaban pobremente surtidos. De inmediato un sentimiento de culpa y dolor empezó a carcomer al señor del fuego desde las entrañas. No existía otra respuesta para esto más que la guerra. Más que la nación del fuego.
Aun con todo esto, la jefa de la aldea, una vieja mujer de cabello blanco y sonrisa cálida los recibió con los brazos abiertos en su humilde vivienda. Los trató como familia, les ofreció un techo y comida. Durante las negociaciones no intentó pedir ni una moneda más de lo que era justo. Una generosidad y desinterés que solo ahogó más en dolor al joven rey.
Horas más tarde, Suki terminó el barrido del perímetro de la casa con ayuda de su compañera y las guerreras Kyoshi del norte. Las tres únicas en toda la aldea. Era obvio que la frágil economía tenía consecuencias. El pueblo no podía permitirse un grupo amplio de protectoras. Las pocas que servían tenían vestuarios viejos y armas bastante desgastadas.
—Gracias chicas, es todo —dijo la joven castaña dándoles permiso a las otras mujeres de retirarse. Ellas asintieron, ofreciendo una pequeña reverencia como despedida.
Suki relajó su postura al quedarse sola, examinando el pequeño salón principal vacío. Sabía que Ursa, Kiyi y Noren estaban en el comedor tomando un poco de té luego del largo viaje. Zuko por otro lado, la última vez que lo había visto se encontraba negociando con la jefa del pueblo en una de las habitaciones de la parte alta del hogar.
Tan apegada a su labor de protectora, algo en su interior la obligó a subir escaleras arriba para saber si todo estaba bien y si los tratados entre las dos partes continuaban. Al hacerlo, se dio cuenta que el cuarto donde estuvieron ambos representantes estaba abierto y vacío. La vieja mujer ya no se veía a la vista y el señor del fuego ahora se encontraba en un pequeño balcón con la mirada perdida en el horizonte.
Como si su sola presencia lo llamara, la líder de las guerreras Kyoshi no pudo evitar acercarse en silencio al chico, intentando no perturbar la tranquilidad en la que estaba sumergido. Ella no tuvo dificultades para identificar cuando él notó su presencia. La miró de reojo por un momento, para regresar su atención al pequeño jardín nevado de la parte baja de la casa.
—Son unas bonitas vistas ¿no? —cuestionó Suki en voz baja al estar a su lado, dándole un breve vistazo antes de desviar su mirada a algún punto al azar del área—. Aunque admito que el panorama de los jardines reales tampoco está nada mal.
—Si...el estanque de patos tortuga y el efecto de las linternas al atardecer es muy agradable.
—¿Extrañas el palacio?
—N-no, no. Me alegra estar aquí, de verdad —Se giró para ver a Suki, con una sonrisa de tristeza estampada en su rostro y una voz acorde a su expresión. Ella también se movió para verlo—. Tengo a mi familia conmigo y te tengo a ti. Es suficiente para mí.
—Entonces ¿Qué te molesta Zuko? —cuestionó tomando una de sus manos, agradeciendo al maquillaje por cubrir su enorme sonrojo producto de las palabras del chico y de su pequeña, pero envalentonada acción.
—N-no es nada —respondió también nervioso por el repentino contacto—. Solo me perdí un poco en mi cabeza, es todo.
—No esperas que te crea ¿verdad? —Le preguntó—. Te conozco demasiado bien. ¿Qué ocurre?
Zuko suspiró, derrotado.
—Es un poco de lo de siempre.
Suki no necesitaba un mayor contexto para entenderlo. Sabía a lo que se refería. Era un tema recurrente cada vez que salían del palacio. El actual señor del fuego no dejaba de culparse por la crueldad de su linaje y ninguna de sus acciones parecía hacerlo sentir mejor.
—La nación del fuego hizo tanto daño. Separó familias, mató inocentes, destruyó hogares —expresó el rey —. Y sin embargo esta gente me está ofreciendo lo que tiene. No me juzgan, no me insultan. ¡Diablos, incluso no parecen odiarme! ¡¿Cómo es posible que puedan hacer eso?!
—Ya lo hemos hablado Zuko. No puedes cargar con toda la culpa de una nación en tus hombros por siempre —respondió preocupada—. El hecho que hayas decidido la paz a la guerra, y que estés trabajando para revertir todo el daño que causó tu pueblo habla muy bien de ti. Es por eso que la gente te perdona, es por eso que confían en ti.
»Yo confió en ti...
Suki apretó el agarre de sus manos, notando como el chico se ponía aún más tenso, no obstante no se alejó. Por el contrario, correspondió al gesto, cerrando los ojos por un momento.
—¡Zuzu, Suki! —La repentina aparición de la alegre voz de Kiyi hizo que el señor del fuego abriera los ojos de golpe. Los dos adolescentes se separaron al instante, avergonzados—. Los estábamos buscando.
—¿Sucede algo? —preguntó el chico con una ceja arqueada tras darse la vuelta y notar a toda su familia ahí.
Ursa negó con un gesto de mano y una pequeña sonrisa entre labios por lo que había visto.
—No es nada importante. Norem y yo iremos al pueblo —contestó con tranquilidad—. Escuchamos que hay un teatro en este lugar que ha dejado de hacer espectáculos por falta de recursos. Iremos a hablar con ellos y a dar una pequeña donación.
—Esperamos no te moleste que tomemos unas monedas —intervinó Noren un poco apenado.
—No, adelante —Zuko le quitó importancia al asunto de inmediato—. Tomen lo que necesiten.
—¿Necesitan escolta? —preguntó Suki.
—No se molesten, por favor. Las guerreras Kyoshi del pueblo nos acompañaran para guiarnos—informó Ursa—. Estaremos bien, en verdad.
—Está bien —accedió el maestro fuego—. Pero por favor cuídense.
—Lo haremos —aseguró Ursa —. Por cierto Zuko, no dejes que Kiyi se acueste muy tarde. No quiero verla cansada por la mañana.
—Me encargaré —afirmó el mencionado con una sonrisa al notar como la pequeña niña se cruzaba de brazos con el ceño levemente fruncido.
—Nos vemos luego —dijeron la pareja mayor, empezando a retirarse.
—Diviértanse —habló el señor del fuego. Las dos chicas a su lado movieron una de sus manos despidiéndolos.
Una vez Ursa y Noren abandonaron la habitación. Kiyi se giró sobre sí misma para ver a su hermanastro. La emoción reflejada en sus ojos luego de que una idea en particular entrara en su cabeza.
—¡Zuzu, Zuzu! ¿Practicamos fuego control?
—¿Ahora Kiyi? —cuestionó el chico no muy convencido por la repentina petición—. ¿No es ya un poco tarde?
—Por favor, por favor. Solo durante un rato. ¡¿Si?!
Zuko deseaba negarse. Luego de horas continuas de negociaciones estaba cansado y no le apetecía practicar su fuego control. Sin embargo al bajar la mirada hacia su hermanastra, notó el pequeño puchero en su rostro y la diminuta lágrima que amenazaba con salir de su ojo derecho. Era una combinación más letal y efectiva que un relámpago. Simplemente no pudo contra eso.
—Bien... —suspiró, derrotado—. Ve a cambiarte.
—¡Si!
Suki no pudo contener su risa cuando la niña saltó de emoción, saliendo de ahí a toda velocidad para buscar sus ropas de entrenamiento.
—Agni, me estoy volviendo blando —declaró el señor del fuego poco después, volteando a ver a la guerrera Kyoshi. Ella no pudo evitar sonreír.
—Es lindo, y ella ni siquiera parece saber lo que logra con solo un puchero—comentó divertida—. Sera interesante cuando comience a usar sus habilidades para el mal.
—¡¿Para el mal?!
—Sí, ya sabes. 'Oh, Zuzu puedo comer más gomitas de fuego' 'Oh Zuzu podemos entrenar bajo la lluvia aunque mamá dijo que no' 'Oh Zuzu puedo faltar mañana a la academia real del fuego para chicas'
Zuko pareció muy pensativo ante sus palabras, acto que logró que Suki volviera a reír.
—No te angusties tanto. Te ayudaré cuando llegue el momento —afirmó la chica con un guiño de ojo. Él asintió con algo de rubor en su rostro, agradecido.
—¡Estoy lista! —reapareció Kiyi con su uniforme mucho más rápido de lo que ambos adolecentes esperaban.
Los tres descendieron al primer piso de la casa, dirigiéndose al jardín de la parte trasera. El mismo que minutos antes habían estado observando los dos jóvenes desde el balcón. Zuko y Kiyi se adentraron al área buscando una zona lo suficientemente grande y sin objetos inflamables para practicar. Suki prefirió quedarse en la división entre la parte exterior e interior con la intención de solo mirar. Estaba de buen humor para presenciar un espectáculo de fuego control.
El hijo mayor de Ursa con la peculiar combinación de haber estado bajo la tutela de Iroh por casi un año, ser maestro del avatar durante la parte final de la guerra de los cien años, y con largas jornadas de práctica relacionadas a la forma de hablar en público. Era ahora un instructor muy competente con cualidades suficientes para enseñar a cualquiera.
La sesión de entrenamiento estuvo enfocada en posiciones de fuego control con brazos abiertos y cerrados. Las primeras llamaradas no tardaron en aparecer después de que las primeras posturas fueran ejecutadas. La nieve poco a poco comenzó a derretirse a sus alrededores debido al calor provocado por los dos maestros.
La líder de las guerreras Kyoshi no quedó decepcionada con la exhibición. Por alguna razón que no podía entender le entretuvo de sobremanera ver como Zuko se explicaba. No perdía detalle de cómo se trasladaba de un lado a otro haciendo ligeros movimientos de manos mientras hablaba, o como flexionaba todo su cuerpo con la intención de realizar alguna posición. Kiyi siempre parecía muy atenta, escuchando cada palabra, imitando lo mejor posible todos los movimientos que se le planteaban. Su lado juguetón se había convertido en una actitud más seria desde que empezaron.
Al notar la luna brillando en el cielo. El señor del fuego decidió que era suficiente práctica por hoy. Dio una última instrucción a la pequeña niña, apagando ambos la llama que reposaba en su respectiva mano. Los dos hermanastros se pararon uno frente al otro, compartiendo una reverencia antes de dirigirse a la entrada donde los esperaba Suki.
Zuko durante las siguientes horas no pudo evitar concentrarse en su labor como hermano mayor debido a la ausencia de su madre y padrastro. Le dio a Kiyi un cambio de ropa, le ofreció un poco de comida y pasaron un rato agradable platicando. La líder de las guerreras Kyoshi los acompañó por un tiempo, hasta que se retiró para poder asearse.
Más tarde, Suki salió de su habitación tras darse un baño y remplazar su armadura por un set de ropa mucho más cómodo. Al pasear por la casa en busca de algún integrante de la familia real, notó la puerta de una habitación ligeramente abierta y voces provenientes del interior. Convenciéndose que solo estaba cumpliendo su labor de guardia, no pudo evitar detenerse y observar.
En el interior logró ver a Kiyi acostada en la cama, lista para ser cobijada por su hermanastro, el cual permanecía de pie levemente encorvado con las mantas limpias en las manos. Sabía que esto ocurría ocasionalmente en el palacio, sobre todo en los primeros días de la llegada de la familia real, cuando la niña no podía aceptar el nuevo rostro de su madre. Sin embargo poder ver esta faceta amorosa y paternal de Zuko por cuenta propia era un placer culpable que siempre calentaba su corazón.
—Zuzu —Escuchó la voz adormilada de la pequeña que sacaba una de sus manos de la cobija para intentar alcanzar algo de la mesilla de noche. El chico pareció entender lo que quería, entregándole la muñeca del avatar Kyoshi que Oyaji le había regalado el día anterior—. Gracias, Zuzu.
—Duerme bien, Kiyi —respondió simplemente, agachándose para darle un beso en la frente.
"Sería un gran padre" Pensó Suki mordiéndose el labio inferior, alejándose antes de ser descubierta.
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