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2: Intenciones ocultas

«Costa roja» era el nombre de un pequeño pueblo pesquero, a solo unas horas del templo del aire de oeste, pues había sido fundado en sus islas, su nombre se debía a la arena color rojizo que corría la playa, pues los barrancos que rodeaban la costa poseían yacimientos ricos en arcilla roja. Con la luz del atardecer la playa, el cielo y la arena daban una imagen hermosa digna de recordar y plasmar en un lienzo.

El poblado era frecuentado por trotamundos, navegantes y alguna que otra ocasión por piratas quienes mantenían una rara paz con su llegada. Claro que las hermanas y monjas de los nómadas aires de vez en cuando aparecían en el pueblo para suministrarse de víveres, medicinas y alguna que otra ocasión buscar compañía masculina.

La posada y taberna del pueblo se llamaba el Ciruelo Blanco.

Hylean era un hombre alto, casi calvo aunque trataba de ocultarlo con un paño verde musgo atado sobre su cabeza, gordo y pese a su tamaño era un hombre ágil y rápido, pues atender la posada-taberna le mantenía activo, excepto en sus horas de sueño.

Un hombre que en el pasado había sido un canalla (aunque aún lo era) sabía cómo atender a los clientes, quienes a cada momento pedían cerveza o comida.


Alzo sus ojos verdes hacia su esposa Arlym.

Era tan obesa como el propio Hylean aunque en su juventud había sido una mujer de físico agraciado, pero tener hijos y la edad le habían hecho cambiar con el pasar de pocos años. Sin contar su matrimonio. Tenía cabello castaño vetado de canas atado por una cinta y un vestido verde oscuro con un chaleco negro.

Hylean sirvió dos tarros con cerveza de cardo, y sonrió cuando vio como Arlym le daba una bofetada a algún gracioso que le había pellizcado su inmenso trasero. Pero lejos de sentirse ofendida, Arlym tenía una sonrisa sesgada en el rostro, no porque fuera coqueta sino porque ella era así.

Pero no significara que no fuera una mujer tonta o indefensa.

Casi media hora después ocurrió un desacuerdo que acabo en puñetazos entre dos borrachos que habían estado jugando a las cartas, antes de que sacaran los cuchillos; Arlym les detuvo a ambos y cada uno recibió una patada en los testículos antes de que la mujer les echara a la calle de un modo no muy femenino y mientras les decía varias obscenidades; que hubieran puesto furioso incluso a un devoto puritano.
Ella, no solo era una de las camareras de la posada, también era la: Sacaborrachos.


 La noche en la posada siguió su curso de siempre, algunos huéspedes se retiraron a dormir mientras que algunos que otros lugareños seguían bebiendo, cantando canciones obscenas y apostando. Era casi cercana la media noche cuando la mayoría comenzaban a retirarse, cuando en la puerta se oyeron unos golpes cortos.

— ¿Quién podrá ser a esta hora? —Murmuro Hylean caminando hacia la puerta. —Voy a cerrar en un rato...

Abrió la puerta y la niebla de la noche entro. Hylean dio un paso involuntario hacia atrás, la niebla húmeda del mar a veces podía provocar malestar en los pulmones, y el posadero no era ningún hombre joven. Entorno los ojos y vio una silueta masculina en el umbral de la puerta.

–Buenas noches, posadero. —Dijo una voz. — ¿Cierran temprano las posadas en estos lugares?

Hylean había visto a toda clase de personas en su vida; pero ninguno como ese hombre.


¡Pero qué hombre!
Los músculos se le marcaban en el torso, amplio como un barril. Sus hombros eran anchos y sobre ellos caía una mata de pelo negro lacio con diversos flequillos que le caían suavemente sobre su frente. Entre sus cabellos se podían distinguir unos ojos color dorado como dos pepitas de oro fundido en los que brillaba una expresión indómita y salvaje.
Usaba una camisa sin mangas, que resaltaba mucho su torso musculoso; unos pantalones justos y unas desgastadas botas de cuero; todas sus ropas eran negras.
Sobre sus hombros descansaba una capa de viaje parda corta, que le llegaba a la altura de las rodillas, manchada de barro y polvo de viaje. De su hombro colgaba un morral y un arco corto así como una aljaba con flechas de penacho rojo.
Y no eran sus únicas armas, de su cinturón colgaba una espada corta y una daga cuyo filo en forma de C quedaba a medias oculta tras la capa de viaje.


—Buenas noches, caballero. En temporadas de cosecha ciertamente cerramos a estas horas. Pero pase, se ve agotado. —Respondió Hylean haciéndose a un lado para que el desconocido entrara. Cuando lo hizo a la luz de la habitación fue visible para todos que se trataba de un hombre muy joven y muy apuesto.

Ajeno a las miradas de Arlym y las otras dos camareras así como de los aun presentes clientes de la taberna, el joven miro a su alrededor y se sentó en una mesa vacía.

—Disculpe, caballero. Pero cerraremos en un rato. —Dijo acercándose al joven intentando mantener la distancia de su espada. No tenía varios años de experiencia por nada, pero el joven le respondió con una pregunta.

— ¿Tiene habitaciones libres? El barco que deseaba tomar, zarpara en 2 días.

—Sí, hay una habitación pequeña vacante. —Le dijo el costo del hospedaje y el desconocido solo asintió y saco de su bolsillo 2 monedas de oro que Hylean miro con sospecha antes de tomarlas, cuando las reviso le dio un sobresalto.

¡Monedas de la Nación del Fuego!

—Disculpe pero... —Dudo por un instante — ¿Cuál es su nombre, caballero?

El desconocido que había estado recorriendo la habitación con la mirada, alzo sus ojos amarillos. Gu Huī Takuya sonrió amablemente, para regocijo de Arlym y las otras dos camareras.

—Mi nombre es Kang. —Mintió. —Y mi apellido es Jaekyun. —Agrego. — ¿Tienen comida? —Pregunto amablemente. —Acabo de terminar un largo viaje y estoy agotado y muy hambriento.


—Sí, tenemos diversos platillos. Estofado de pescado, huevos escaldados, mantequilla de cangrejo, vino de ciruelo, cerveza de cardo, de centeno y de cebada y creo aún hay jamón curado con salsa, aunque quedo un poco picante.

—Estofado, huevos y vino por favor. —Respondió el joven pelinegro sacando de su bolsillo otra moneda de oro. —Guarde el cambio.

Hay un dicho popular:

«El dinero te da amistad, prestigio y borra las dudas y sospechas».


Y Hylean demostró que era cierto, en realidad no le agradaba la apariencia de ese joven, de hecho la envidiaba y dado esto le había mentido sobre el precio de alquilar una habitación por un par de días, porque en realidad había aun 6 habitaciones libres. Del mismo modo el precio de la comida que acababa de pagar, era 4 veces más alto, pero a ese joven no parecía importarle un ápice el dinero.

—Enseguida, mease Jaekyun. —Respondió Hylean caminado hacia la barra donde Arlym y las camareras se comían con la mirada al joven.

—Ese. —Dijo Arlym señalándolo disimuladamente mientras le hablaba a las otras dos camareras —Ese, sí que es un hombre apuesto. —Suspiro. —Si no fuera porque estoy casada, haría una locura por él.

Hylean que había oído las palabras de su esposa, no pudo evitar soltar una risa floja.

—Anda. No te vayas de golfa, Arlym. —Dijo aun riéndose. — ¿Qué planeas hacer con un hombre tan joven y apuesto? ¿Hundir su rostro entre tus tetas o tu culo?

— ¡¡¡Pues a la mejor y le gusta!!! —Respondió la mujer ofendida pero también comenzando a ruborizarse. — ¡Y a ti no te desagradan mucho mis tetas o mi culo, maldito puerco!

Hylean siguió riendo entre dientes mientras servía una ración generosa en el plato y llenaba un cáliz de bronce con vino agregando dos rebanadas de pan de centeno para llevar el mismo la orden a la mesa, porque tenía la impresión de que Arlym si estaba dispuesta a cumplir con su mofa.

—Buen provecho, maese Jaekyun; antes de que le guie a su habitación, debe firmar en el libro de registro, es un trámite legal y evita... malentendidos...

—Entiendo, gracias posadero.

El joven comió en silencio, Hylean mantuvo un ojo sobre él, mientras acompañaba a la puerta a los últimos clientes de la taberna y Arlym y las camareras limpiaban las mesas o guiaban a los huéspedes a sus habitaciones.

Hylean acompaño a él joven pelinegro hacia una habitación pequeña pero cómoda después de que firmara en el libro de registros de la posada.

Solo después de que se sentó tras su mesa de trabajo para revisar las cuentas y gastos de ese día fue que se dio cuenta que ese joven había tenido en todo momento una mano sobre la empuñadura de su espada aun cuando comía, y que cuando le guio a su habitación; caminaba sin hacer ruido.



A kilómetros de ahí, un hombre alto, barbado y fornido pese a tener algo de peso, se puso de pie de un salto mientras dejaba de lado un trozo de carne que había estado comiendo y sus manos se cerraron en torno a un par de espadas que estaban a su lado. A sus espaldas una hoguera emitía una tenue luz que permitía ver a su alrededor.

— ¿Quién es? —Gruño mirando con desconfianza al bosque que le rodeaba. — ¡Muéstrate!

El hombre no bajo sus armas y giro repentinamente al escuchar un ruido tras de él, sus armas destellaron a la luz de su hoguera y fueron detenidas en seco por un bastón de madera negra.

Un desconocido se había acercado a él por la espalda, usaba una larga capa negra con una capucha puesta por lo que no podía ver su rostro.

Con un gruñido, dio un salto hacia atrás para apartarse del desconocido.

— ¡Xoma, soy yo!

— ¿Artabán?

El encapuchado retrocedió un paso por cautela y con la diestra se quitó la capucha y la bufanda que tenía alzada a modo de cubre bocas hasta el borde de sus ojos.


Se trataba de un hombre joven, rondando los 17, de cabello color cobre y ojos dorados verduscos, su rostro tenía un aspecto inocente e infantil que no se veía con frecuencia en un hombre adulto. Sus rasgos físicos no eran visibles pues la capa que tenía puesta cubría la mayor parte de su cuerpo.

El chico pelirrojo sonrió de un modo tan gentil que el corpulento Xoma bajo sus armas, pese a que al atacar había creído ver un destello metálico cuando detuvo su ataque con su bastón, como el brillo de metal ante la luz del fuego, pero fue algo tan rápido que dudo realmente de esto.

—Hola viejo amigo. —Dijo llevándose la mano a la altura del pecho y haciendo una ligera reverencia caballerosa a modo de saludo.

— ¿Artabán que estás haciendo aquí?

— ¿Qué más estaría haciendo? Continuar mi peregrinaje; recorrer este trópico de los nómadas aire. Además del templo del Oeste, hay 4 pequeños pueblos en sus costas y fui enviado aquí por el Capellán de mi orden para traer la palabra de Phorbes. —Respondió aun sonriendo — ¿Olvidas que soy un Prior?

Xoma suspiro y dio un paso al frente.

—Perdóname por atacarte. Pero... —Se detuvo bruscamente cuando un repentino dolorde cabeza le hizo tambalearse y casi cayó hacia su propia hoguera de no serporque el joven pelirrojo rápidamente le sostuvo. 


— ¿Estas herido?

—Fatigado... yo... —Se apartó bruscamente de Artabán y apenas dio dos pasos vomito con arcadas violentas. Se recargo a un árbol y escupió tratando se quitarse el sabor ácido y limoso que sentía en los labios. — ¿Cómo carajos me enf...? –interrumpió sus palabras para volver a vomitar, respiro fuerte sintiendo que el suelo bajo sus pies se tambaleaba y solo después de que pudo calmarse un poco y recuperar la serenidad miro al joven prior con sospecha. —Artabán.

—Dime.

— ¿Sabes que soy un desertor?

Los ojos dorados del joven destellaron como las estrellas. No respondió con palabras, simplemente asintió.

—Ven conmigo al santuario, Xoma. —Dijo tras esperar a que el hombre dijera algo. —El Prelado está dispuesto a darte su perdón. Estoy seguro... —Esta vez fue él quien no termino su frase pues las espadas de Xoma le apuntaron, el hombre lo miraba con una expresión aguerrida en su semblante. —Xoma, por favor escúchame...

—No, Artabán... Si es que ese, es tu verdadero nombre... —Xoma sintió que su vista se nublaba y que le costaba mantener el equilibrio, temía soltar sus espadas ante el joven que pese a su apariencia inocente le miraba de forma inexpresiva. —Se bien lo que ese loco hará conmigo si vuelvo... "piedad" JA, hoy en día esa palabra yano tiene el significado que tuvo en el pasado...

—Xoma por nuestra amistad...

— ¿En verdad somos amigos? —Le interrumpió Xoma soltando una de sus armaspara sostenerse al árbol. —Sien verdad eres mi amigo... ¿Porque me envenenaste?


El pelirrojo inclino ligeramente la cabeza, en un gesto inocente. Su capa seguía cubriendo la mayor parte de su cuerpo solo era visible su brazo derecho con la que sostenía ese bastón negro casi tan alto como él mismo. Cuando aparto su capa hacia atrás Xoma pudo ver que no había nada en su mano contraria.

Pero cuando Artabán movió la mano, de entre la manga de su túnica y su muñeca aparecieron 3 largas cuchillas de acero que sostenía entre sus dedos.

Esas cuchillas ocultas fueron quienes emitieron ese destello metálico que el guerrero había creído ver en su intercambio de ataques.

—Mira a tu costado. —Dijo Artabán señalando el lado derecho del hombre. Xoma no aparto los ojos del pelirrojo pero con su mano libre tentó cercas de su cintura una ligera herida, más un rasguño que herida, tan pequeño que no la había sentido.

—... Veneno...

Artabán recargo su bastón contra su hombro y saco con la derecha una pequeña botella con un líquido rojo.

—Sí, un veneno casi instantáneo, si vienes conmigo, te daré el antídoto. —Dijo con calma —Créeme que no me gusta la idea de hacerte daño, viejo amigo.


Xoma escupió y miro con furia al joven.

— ¿No me harás daño? Bastardo hijo de la gran verga... Te acercas por la espalda para que baje la guardia, me envenenaste y todavía dices que no vas a herirme...

—Si vienes conmigo...

—Prefiero morir...

Con sus palabras alzo con ambas manos la espada, pero antes de que diera un paso las tres cuchillas que el joven sostenía se le hundieron profundamente en su pecho; una de ellas atravesó su corazón. Tosió sangre y antes de que reaccionara, Artabán estaba frente a él sosteniendo una espada corta que hundió sin ninguna vacilación ni duda en el estómago del hombre que había llamado "amigo".

Con una expresión serena y tranquila pero sus ojos dorados destellaron de forma impía, el joven pelirrojo saco su arma y retrocedió un par de pasos para después mirar como Xoma caía sobre sus rodillas mientras apretaba con ambas manos en su herida.

—Ar-artabán... —Articulo con esfuerzo.

El joven no se movió solo lo miro con frialdad.

—Te he dado con toda intención; una estocada en el estómago, los ácidos estomacales, se encargaran de desgarrar y disolver tus entrañas... es la muerte cruel que merece un traidor.

El hombre en el suelo miro al joven que conocía de pocos años, que siempre se mostró como una persona gentil, amable incapaz de hacer daño a alguien, que ni siquiera era capaz de matar al más insignificante de los insectos. Aquel joven que había abrazado la fe de la iglesia de Phorbes en la sacristía del sur.

El prior movió ambas manos.

El suelo bajo Xoma se abrió en forma rectangular de casi 3 metros de profundidad. Cayó de espaldas y no pudo hablar pues desde su garganta salió una tos sangrienta, sintiendo todo el peso de su cuerpo de golpe; el moribundo comenzó a gemir por dolor y se giró con mucho esfuerzo, resbalando en su propia sangre para intentar salir de ese agujero, pero Artabán movió la mano y la tierra a ambos lado de Xoma comenzó a caer sobre él cubriéndolo. En solo unos instantes donde forcejeo se dio cuenta de que la tierra ya le llegaba a la altura del pecho.

—A-artabán... espera, te lo supl...

—Adiós viejo amigo. —Dijo el prior con un tono triste, casi palpable. —Terminaste como alguna vez me dijiste era tu mayor temor: Ser sepultado en una tumba sin nombre, olvidado por todos...

El prior movió la mano, las tres cuchillas se elevaron en el aire hacia su amo y este las tomo antes de que cerrara la tumba, enterrando con vida al desertor.

Casi en el acto se hizo el silencio.

El prior miro la tumba y simplemente bajo los hombros. No había culpa o remordimiento en su semblante. Se acercó a la hoguera y busco con la mirada unos fardos los cuales tomo después de encontrarlos y después de tomar un par de rollos de pergamino, se los guardo entre su túnica.

— ¿Cómo se llama ese pueblo al que debo ir? —Se preguntó así mismo. —Ah, sí: Costa Roja...

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